Ya estamos todos otra vez aquí, el jaramago y la flor estrafalaria del
cardo, el diente de león y el pájaro en la rama creciente, la avispa que
ignora los escombros.
A la puerta del Okay, todos miraban desde el pretil de la entrada como
si estuvieran en el bulevar moderno, y no pasaba nada, unos cuantos
autobuses aparcados frente al parque Güell, alguna nube baja que tapaba
las antenas en las colinas.
Y de repente se enfadaban, el de la boina que llevaba media hora
hablando consigo y el que salía, cerveza en mano, a echar un cigarro; el
que entraba y el que salía henchido de humanidad. Con lo que demuestran
mis parroquianos que en esto también son sociales -yo también,
contemplando la escena sentado a la mesa del porche, casi al aire
libre-, pues que no había ningún motivo, tan solo la proximidad, la
atención compartida a lo que pasaba, y era que nada, ni nadie, pasaba.
Y eso que ha vuelto a renovarse el plantel de camareras chinas, aunque continúa la que suponemos la dueña, siempre sonrisa, siempre atenta a mi modesta propina. Y con estos virajes es costumbre que aparezca una china más guapa que el resto. Ocurre como con los almendros, que no todos son iguales, que hay uno que por su gracia nos encandila.
Y eso que ha vuelto a renovarse el plantel de camareras chinas, aunque continúa la que suponemos la dueña, siempre sonrisa, siempre atenta a mi modesta propina. Y con estos virajes es costumbre que aparezca una china más guapa que el resto. Ocurre como con los almendros, que no todos son iguales, que hay uno que por su gracia nos encandila.
Una
china de repente tan guapa que parece japonesa, y más, de ningún lugar,
solo belleza, la belleza como la única provincia del poema, según quería
Poe.
Ya estamos todos otra vez aquí, comenzando a guardar los jerséis de
invierno, a seguir limpiando de papeles la biblioteca, piadosas bolsas
con libros destartalados que tiramos sin más a la basura, confiados en
que ayuden al abono de la tierra, a su memoria, recién despierta y
virada hacia las corrientes cada vez más amplias del cielo.
Del Diario Virtual de Jose Carlos Cataño