Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

23 mar 2013

Hallado muerto en su casa el magnate ruso exiliado Boris Berezovsky


Boris Berezovsky habla con la prensa a la salida de un tribunal de Londres el 31 de agosto de 2012. / KAREL PRINSLOO (EFE)
El exmagnate ruso Borís Berezovsky, uno de los más feroces opositores al presidente Vladímir Putin desde su exilio en Reino Unido, fue hallado muerto ayer en la bañera de su mansión de Surrey, al sur de Londres, y en circunstancias que todavía se desconocen.
La personalidad del fallecido, de 67 años, ha desatado todo tipo de especulaciones que apuntan tanto a los numerosos intentos de asesinato de los que había sido objetivo, y que él atribuía a maniobras del Kremlin, como al precario estado de sus finanzas, que lo habían convertido en un ser aislado en los últimos tiempos.
Londres se ha convertido a lo largo de la última década en un centro de atracción para oligarcas rusos, y Berezovsky ejercía como jefe de filas entre el nutrido sector de los caídos en desgracia ante el régimen de Putin, una mezcolanza entre opositores perseguidos por sus actividades y personajes de dudoso pasado que intentaban escapar del brazo de la justicia de su país.
Él mismo encarnaba una simbiosis de esas dos caras: el antiguo matemático y luego vendedor de coches de lujo que hizo fortuna durante la era de las privatizaciones en la Rusia de los años noventa, a la sombra del entonces presidente Borís Yeltsin, y el autoexiliado forzado en 2000 a buscar protección en suelo británico cuando sus intereses comenzaron a colisionar con los de Putin, el nuevo hombre fuerte de Rusia y cuyo poder todavía perdura hoy.

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Berezovsky siempre se presentó a sí mismo como un opositor político, víctima de las maniobras del Kremlin, pero su figura suscitaba grandes interrogantes.
 Desde que recalara como residente en el Reino Unido su nombre se ha visto ligado a oscuros sucesos que convulsionaron la capital británica, como la muerte del exespía ruso Alexander Litvinenko, quien colaboraba con él cuando hace siete años fue envenenado con polonio radioactivo en Londres, o el más reciente atentado fallido contra Ahmed Zakáyev, uno de sus más estrechos allegados e integrante de lo que la prensa local ha apodado el Círculo de Londres.
 El propio Berezovsky había logrado sobrevivir a varias tentativas contra su vida, incluida una bomba colocada en su coche que decapitó al chófer.
El último episodio que convirtió a Boris Berezovsky en protagonista de los titulares de la prensa se produjo el año pasado y no tuvo relación alguna con la violencia que ha golpeado a su entorno, sino con el menguante estado de su fortuna
. El magnate a quien Yeltsin facilitara en su día la propiedad de la petrolera Sibneft se enfrentaba en los tribunales de Londres a su antiguo asociado, un poderosísimo oligarca afín al régimen de Putin y, hoy por hoy, entre los hombres más ricos del mundo, Roman Abramovich. Presentó un litigio contra Abramovich, a quien acusó de haber forzado a malvender sus acciones en aquella compañía, y no sólo perdió, sino que fue ridiculizado por el juez que instruía la causa y que lo caracterizó como un testigo muy poco fiable.
Ese fue el punto de inflexión en la singladura de un Berezovsky arruinado, al menos según los parámetros a los que estaba acostumbrado, forzado incluso a vender hace unos meses un retrato de Lenin que llevaba la firma de Andy Warhol para encarar sus deudas.
También abandonado por su compañera Yelen Gorbunova, quien meses atrás le reclamó ante la justicia millones de libras procedentes de la venta de una fabulosa mansión que compartían.
Empresario, multimillonario, maestro a la hora de mover los hilos políticos adecuados, y finalmente exiliado de lujo, Boris Berezovsky se había quedado sólo cuando le sobrevino la muerte por unas causas que la policía británica deberá determinar.

Papeles Perdidos

segundas oportunidades

Hilda Mundy, la vanguardista

Por: EL PAÍS22/03/2013
por EDMUNDO PAZ SOLDÁN

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Cuando hablamos de vanguardias literarias tendemos a imaginarnos a un grupo de escritores planeando manifiestos, participando en happenings, editando libros conjuntos
. En muchos países de América Latina no todo fue tan colectivo; ese es el caso de Bolivia, que tuvo a Hilda Mundy (1912-1982) como su única escritora de vanguardias (de hecho, una de las pocas mujeres vanguardistas en el continente). 
Hilda Mundy sólo publicó un libro, Pirotecnia (1936), subtitulado 'Ensayo miedoso de literatura ultraísta'.
 El libro fue olvidado, hasta que el 2004 una nueva edición rescató esta obra valiosísima (Ediciones La Mariposa Mundial, Bolivia).  
Sus cincuenta textos en prosa tratan de atrapar el ruido de la urbe moderna y, pese a que a veces señalan dudas ante el costo del progreso, nunca dejan de admirarse ante los avances tecnológicos –el tranvía, el alumbrado público, etc-.
 Mundy se muestra como un espíritu lúdico cuyas influencias pasan por Gomez de la Serna (El foot-ball es un de porte bíblico), el modernismo de Julián del Casal, el futurismo de Marinetti y los juegos tipográficos tan caros a la época.  
Sus recursos estilísticos son variados, pero como buena ultraísta el eje central de su obra es la metáfora audaz: “un tentador escote es el hall de un gran hotel por las notas de un delicioso jazz-band que viene del ruido discreto y armonioso de los collares de piedras fantásticas”. 
Con apenas 24 años y una obra tan promisoria, Hilda Mundy optó por el silencio; lo lógico es pensar que pagó el precio de muchas mujeres escritoras del período, que, consumidas por el matrimonio y la familia (Mundy se casó dos años después de publicar Pirotecnia), no tuvieron posibilidades de seguir una carrera literaria.
 Sin oponerse a esa lectura, el poeta y crítico Eduardo Mitre ensaya otra, recordando que en el epílogo de su libro Mundy menciona, entre tres tipos de artistas, al que “siendo Genio calla… porque callarse es hacer florecer el pensamiento en la ruta de la perfección”.
 Mitre también señala que en el prólogo Mundy dice que sus textos son “fuegos fatuos que representan nada”.
Después de estas “pirotecnias”, entonces, el gesto consecuente del gran artista es el silencio, con lo que esta escritora sería tan radical en su ethos vanguardista como la misma Cesárea Tinajero de Los detectives salvajes.

Lejos del paraíso


Bebo Valdés sufrió el sino de tantos músicos cubanos.
 Tierra fabulosamente fértil en ritmos y melodías, sus artistas se ven obligados a emigrar, por conmociones políticas o, más frecuentemente, por la pura necesidad de ganarse un sustento decente, algo a veces imposible en un mercado tan áspero como el de Cuba.
Así nos encontramos con biografías guadianescas, pasmosas, como la de Bebo. Figura esencial de la explosión de la música habanera durante los rutilantes años cuarenta y cincuenta, funcionó como pianista, compositor, arreglador y líder de bandas. Habitual del Tropicana, fue convocado cuando llegó Nat King Cole para grabar en español.
Como tantos otros instrumentistas de su generación, andaba fascinado por las posibilidades del jazz, desarrollando su versión de las jam sessions con las descargas.
También intentó dar la respuesta al mambo que popularizó Pérez Prado, con su batanga.
 Pero, insisto, no se pierdan los exuberantes discos de populares artistas de aquella era dorada que llevan sus huellas digitales.
De repente, el tajo de la Revolución y la primera oleada del exilio. Bebo dejó a su numerosa familia en La Habana y se buscó la vida en México, con el espléndido Rolando Laserie.
Hubo luego estancias en Estados Unidos y España.
 Parecía carecer de todo tipo de divismo: acompañaba a triviales cantantes de música ligera pero también a boleristas de nivel como Lucho Gatica.
 Había trabajo para alguien de sus habilidades pero pocas posibilidades para expresarse creativamente.
 Más aún, cuando los azares del corazón le llevaron a Estocolmo, donde ejerció de pianista de hotel, siempre sonriente y dispuesto a complacer peticiones.
Pero Bebo no se había perdido.
 Le podían borrar de los registros históricos del castrismo pero estaba localizado en la red global de músicos cubanos dispersos por Europa y América.
 A principios de los noventa, cuando la discográfica alemana Messidor, decidió apostar por el jazz afrocubano, a Paquito D'Rivera no le costó convencerlo que protagonizara el disco Bebo rides again (1994), preparado y elaborado en pocos días.
 Nadie lo diría escuchando la finura de los arreglos, la energía de las composiciones y el deleite con que tocaban unidos exiliados y músicos residentes en Cuba.
Tenía 76 años y se le despertó toda la música que tenía adormecida.
 El proyecto de Messidor no prosperó pero entonces aparecieron Fernando Trueba y Nat Chediak, entusiastas que le embarcaron en discos y documentales que demostraban sus variados recursos.
 El público se enamoraba de aquel saber estar, de los dedos esqueléticos que iluminaban las imágenes de Calle 54 (2000) y El milagro de Candeal (2004). Su trayectoria vital inspiró Chico y Rita (2010), la película de dibujos animados de Trueba y Mariscal.
Pero la realidad fue más asombrosa que cualquier guion cinematográfico: un octogenario Bebo se convirtió en estrella internacional gracias a su primorosa labor en Lagrimas negras (2002), la colaboración con el cantaor Diego El Cigala
. En el frenesí de las giras, Bebo demostró su alta calidad humana.
 Y sí, terminó reencontrarse con el más famoso de sus hijos, también pianista gigante: Chucho Valdés.
 Las vidas cubanas, ya saben, son atípicas.

Carolina de Mónaco ya es abuela


Carolina de Mónaco, con Andrea Casiraghi. / CORDON
Carolina de Mónaco ha sido abuela, a los 56 años, de un niño. La princesa ha emitido un comunicado esta tarde en el que anuncia que su hijo mayor Andrea Casiraghi, de 28 años, y su prometida Tatiana Santo Domingo, han tenido un varón, que nació ayer.
 Andrea y su novia tienen previsto casarse tras cuatro años de relación aunque no hay fecha fijada para el enlace.
"Su alteza real la Princesa de Hanover y Madame Vera Santo Domingo tienen la alegría de anunciarles el nacimiento de su primer nieto, nacido el 21 de marzo de 2013", dice el comunicado oficial, que también firma la madre de Tatiana. "La madre y el niño se encuentran bien", añaden las abuelas, sin desvelar el nombre del bebé,.
Andrea Casiraghi, fruto del matrimonio de Carolina con su segundo y fallecido esposo el italiano Stefano Casiraghi, es el sobrino mayor de Alberto de Mónaco y ocupa el segundo lugar en la línea de sucesión.
 El príncipe tiene tres hijos, pero, al no haber sido concebidos dentro del matrimonio, no cuentan.
Fue Carolina también quien convenció a su hermano de que, entrado en los 50, debía casarse y dejar a un lado las fiestas.
 Alberto le hizo caso, pero solo en parte: se casó hace casi dos años, pero sigue haciendo vida de soltero, al igual que Charlene. Eso sí, aparecen juntos cuando un acto oficial les requiere o hay alguna fiesta familiar. De momento no hay noticia de embarazo.
 Se les ha adelantado Andrea.