El exmagnate ruso Borís Berezovsky, uno de los más feroces opositores
al presidente Vladímir Putin desde su exilio en Reino Unido, fue
hallado muerto ayer en la bañera de su mansión de Surrey, al sur de
Londres, y en circunstancias que todavía se desconocen.
La personalidad del fallecido, de 67 años, ha desatado todo tipo de especulaciones que apuntan tanto a los numerosos intentos de asesinato de los que había sido objetivo, y que él atribuía a maniobras del Kremlin, como al precario estado de sus finanzas, que lo habían convertido en un ser aislado en los últimos tiempos.
Londres se ha convertido a lo largo de la última década en un centro de atracción para oligarcas rusos, y Berezovsky ejercía como jefe de filas entre el nutrido sector de los caídos en desgracia ante el régimen de Putin, una mezcolanza entre opositores perseguidos por sus actividades y personajes de dudoso pasado que intentaban escapar del brazo de la justicia de su país.
Él mismo encarnaba una simbiosis de esas dos caras: el antiguo matemático y luego vendedor de coches de lujo que hizo fortuna durante la era de las privatizaciones en la Rusia de los años noventa, a la sombra del entonces presidente Borís Yeltsin, y el autoexiliado forzado en 2000 a buscar protección en suelo británico cuando sus intereses comenzaron a colisionar con los de Putin, el nuevo hombre fuerte de Rusia y cuyo poder todavía perdura hoy.
Berezovsky siempre se presentó a sí mismo como un opositor político, víctima de las maniobras del Kremlin, pero su figura suscitaba grandes interrogantes.
Desde que recalara como residente en el Reino Unido su nombre se ha visto ligado a oscuros sucesos que convulsionaron la capital británica, como la muerte del exespía ruso Alexander Litvinenko, quien colaboraba con él cuando hace siete años fue envenenado con polonio radioactivo en Londres, o el más reciente atentado fallido contra Ahmed Zakáyev, uno de sus más estrechos allegados e integrante de lo que la prensa local ha apodado el Círculo de Londres.
El propio Berezovsky había logrado sobrevivir a varias tentativas contra su vida, incluida una bomba colocada en su coche que decapitó al chófer.
El último episodio que convirtió a Boris Berezovsky en protagonista de los titulares de la prensa se produjo el año pasado y no tuvo relación alguna con la violencia que ha golpeado a su entorno, sino con el menguante estado de su fortuna
. El magnate a quien Yeltsin facilitara en su día la propiedad de la petrolera Sibneft se enfrentaba en los tribunales de Londres a su antiguo asociado, un poderosísimo oligarca afín al régimen de Putin y, hoy por hoy, entre los hombres más ricos del mundo, Roman Abramovich. Presentó un litigio contra Abramovich, a quien acusó de haber forzado a malvender sus acciones en aquella compañía, y no sólo perdió, sino que fue ridiculizado por el juez que instruía la causa y que lo caracterizó como un testigo muy poco fiable.
Ese fue el punto de inflexión en la singladura de un Berezovsky arruinado, al menos según los parámetros a los que estaba acostumbrado, forzado incluso a vender hace unos meses un retrato de Lenin que llevaba la firma de Andy Warhol para encarar sus deudas.
También abandonado por su compañera Yelen Gorbunova, quien meses atrás le reclamó ante la justicia millones de libras procedentes de la venta de una fabulosa mansión que compartían.
Empresario, multimillonario, maestro a la hora de mover los hilos políticos adecuados, y finalmente exiliado de lujo, Boris Berezovsky se había quedado sólo cuando le sobrevino la muerte por unas causas que la policía británica deberá determinar.
La personalidad del fallecido, de 67 años, ha desatado todo tipo de especulaciones que apuntan tanto a los numerosos intentos de asesinato de los que había sido objetivo, y que él atribuía a maniobras del Kremlin, como al precario estado de sus finanzas, que lo habían convertido en un ser aislado en los últimos tiempos.
Londres se ha convertido a lo largo de la última década en un centro de atracción para oligarcas rusos, y Berezovsky ejercía como jefe de filas entre el nutrido sector de los caídos en desgracia ante el régimen de Putin, una mezcolanza entre opositores perseguidos por sus actividades y personajes de dudoso pasado que intentaban escapar del brazo de la justicia de su país.
Él mismo encarnaba una simbiosis de esas dos caras: el antiguo matemático y luego vendedor de coches de lujo que hizo fortuna durante la era de las privatizaciones en la Rusia de los años noventa, a la sombra del entonces presidente Borís Yeltsin, y el autoexiliado forzado en 2000 a buscar protección en suelo británico cuando sus intereses comenzaron a colisionar con los de Putin, el nuevo hombre fuerte de Rusia y cuyo poder todavía perdura hoy.
Berezovsky siempre se presentó a sí mismo como un opositor político, víctima de las maniobras del Kremlin, pero su figura suscitaba grandes interrogantes.
Desde que recalara como residente en el Reino Unido su nombre se ha visto ligado a oscuros sucesos que convulsionaron la capital británica, como la muerte del exespía ruso Alexander Litvinenko, quien colaboraba con él cuando hace siete años fue envenenado con polonio radioactivo en Londres, o el más reciente atentado fallido contra Ahmed Zakáyev, uno de sus más estrechos allegados e integrante de lo que la prensa local ha apodado el Círculo de Londres.
El propio Berezovsky había logrado sobrevivir a varias tentativas contra su vida, incluida una bomba colocada en su coche que decapitó al chófer.
El último episodio que convirtió a Boris Berezovsky en protagonista de los titulares de la prensa se produjo el año pasado y no tuvo relación alguna con la violencia que ha golpeado a su entorno, sino con el menguante estado de su fortuna
. El magnate a quien Yeltsin facilitara en su día la propiedad de la petrolera Sibneft se enfrentaba en los tribunales de Londres a su antiguo asociado, un poderosísimo oligarca afín al régimen de Putin y, hoy por hoy, entre los hombres más ricos del mundo, Roman Abramovich. Presentó un litigio contra Abramovich, a quien acusó de haber forzado a malvender sus acciones en aquella compañía, y no sólo perdió, sino que fue ridiculizado por el juez que instruía la causa y que lo caracterizó como un testigo muy poco fiable.
Ese fue el punto de inflexión en la singladura de un Berezovsky arruinado, al menos según los parámetros a los que estaba acostumbrado, forzado incluso a vender hace unos meses un retrato de Lenin que llevaba la firma de Andy Warhol para encarar sus deudas.
También abandonado por su compañera Yelen Gorbunova, quien meses atrás le reclamó ante la justicia millones de libras procedentes de la venta de una fabulosa mansión que compartían.
Empresario, multimillonario, maestro a la hora de mover los hilos políticos adecuados, y finalmente exiliado de lujo, Boris Berezovsky se había quedado sólo cuando le sobrevino la muerte por unas causas que la policía británica deberá determinar.
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