Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 mar 2013

La sencillez Juan Cruz

Si ese rasgo se subraya tanto significa que quizá resulte excepcional.

Ahora que los cardenales han elegido Papa al argentino Bergoglio se ha repetido con una insistencia llamativa que quien ya se llama papa Francisco ha sido hasta ahora un hombre sencillo.
Como Francisco de Asís.
Ese valor se supone en cualquiera, sea laico o sea santo
. Sencillo se tiene que ser, es lo básico del ser humano. Luego vienen las capas de solemnidad y autosuficiencia, y muchos se muestran como dice la canción, antes muertos que sencillos.
Si ese rasgo se subraya tanto significa que quizá resulte excepcional.
 Y, en efecto, tanto en la curia como en la vida civil, y en la vida militar, por hablar de este sistema medieval que subsiste, si la sencillez brilla es porque demasiadas veces no existe.
Es cierto que, en el ámbito de la Iglesia católica, el rasgo que hasta ahora parece haber adornado a Bergoglio no es común.
No lo es, aunque la historia de sus fundadores invoque un ejercicio de humildad que fue, por otra parte, el que subyugó en principio a millones y millones de adeptos.
 De hecho, la jerarquía ha perseguido, entre los suyos, a aquellos que más han pregonado la obligación de la humildad, y por ahí hay, en la cuneta de la historia, muchos expulsados de su seno por haber predicado, entre otros compromisos, la teología de la liberación…
¿Qué pasó para que la Iglesia perdiera ese rasgo que distinguió a Jesús y a un número formidable de sus seguidores?
 Pues que tocó poder.
 Se hizo poderosa y perdió la sencillez; se hizo poderosa y dejó a un lado la humildad.
 Se hizo poderosa y, ay, se alió con los poderosos… En su historia alienta ese fantasma como una losa. Abrazó el boato y se alejó del centro en el que se había sentido fuerte: expulsando del templo a los aprovechados.
Se dice que el nuevo Papa es sencillo y humilde. ¿Cómo? ¿No tendría que serlo? ¿No se lo elige por eso? ¿Es que no lo han sido los otros? ¿Es que no lo fue Juan XXIII, no tendría que haberlo sido el Papa polaco, y no lo fue el alemán que dimitió? ¿No debería ser la humildad un rasgo característico del Papa y de cualquier sacerdote?
No debe serlo, puesto que se recuerda tanto que este Papa es sencillo, que viaja en metro y en autobús, que ha vivido en lugares sencillos, a pesar de su rango.
 ¿A pesar de su rango? Pero, ¿no es su rango el que tendría que haberlo convocado a situaciones en las que su humildad fuera equivalente a los valores que predica?
Sería injusto con la Iglesia y con el Papa (con el nuevo, con el que sigue vivo y dimitido y con todos los que han sido papas, y con los curas, en general) hablar de la sencillez ahora predicada y no insistir en que no es solo un asunto que tenga que ver con los religiosos
. Los políticos, los intelectuales, los escritores, los periodistas, los jueces, los banqueros…, todo el mundo que se acerca al poder, que lo toca o que lo ejerce está tentado para que corrompa la humildad hasta convertirla en un ropaje que se pone para pregonarla y que se quita porque le incomoda el peso de la sencillez.
Se dice que a Juan Pablo I lo aturdió hasta la desesperación la complejidad del cargo, frente a su ansia de humildad.
 Y en las alocuciones últimas de Ratzinger se advierte el reflejo de una perplejidad similar, de modo que se fue por el camino monacal. Jorge Mario iba en metro.
 A ver cómo le sienta el papamóvil a Francisco.
jcruz@elpais.es

 

ANNA KAENINA

Anna Karenina



SINOPSIS:
La preciosa y vivaz Anna Karenina (Keira Knightley) lleva la vida deseada por todas sus contemporáneas: está casada con Karenin (Jude Law), un importante funcionario al que ha dado un hijo, y su posición social en San Petersburgo es envidiable. Viaja a Moscú después de recibir una carta de su hermano, el mujeriego Oblonsky (Matthew Macfadyen), pidiéndole ayuda para salvar su matrimonio con Dolly (Kelly Macdonald). En el tren, Anna conoce a la condesa Vronsky (Olivia Williams), a la que espera su hijo, el elegante oficial de caballería Vronsky (Aaron Taylor-Johnson). Cuando Anna es presentada al oficial, surge una chispa mutua que ninguno de los dos ignorará.


CRÍTICA: El poder de una imagen

El clásico "una imagen vale más que mil palabras" le viene como anillo al dedo al quinto trabajo de Joe Wright, realizador que poco a poco va dejando de lado la relativa corrección narrativa de sus primeros trabajos para, con orgullo y sin prejuicios, ir dando forma a una personalidad marcada, principalmente, por los excesos visuales de quien se hace evidente disfruta mostrando que domina la materia. Como ya ocurría con el thriller de acción 'Hanna' Wright se aleja del convencionalismo del modelo de producción al que se enfrenta, en este caso el de las adaptaciones de apariencia clásica, para dinamizarlo a través de un juego narrativo muy estilizado en el que tal vez se anteponga el virtuosismo a los sentimientos, cierto, pero cuyo indudable poderío remite al Paul Thomas Anderson de 'The Master', otro autor de cuyos encuadres resulta difícil apartar la mirada.



Cuando se le mete mano a un relato del estilo al original de León Tolstói por lo general sus responsables suelen apostar por lo que podríamos llamar una "mirada clásica", sin ir más lejos hacer algo parecido a lo que Mike Newell ha hecho con las 'Grandes esperanzas' de Charles Dickens, otro texto igualmente adaptado hasta la saciedad y que, en sus manos, es una más que correcta y elegante versión que aunque apreciable no evita la sensación de no aportar nada que realmente no hayamos visto ya en cualquier otra versión anterior, síntoma de que en mayor o menor medida se teme más que se respeta al material original. Esto mismo es lo que acertadamente se planteó Joe Wright una vez se encontró con el guión de Tom Stoppard, que para que su 'Anna Karenina' tuviera sentido esta tendría que demarcarse del resto de adaptaciones de alguna manera que resultase evidente más allá de los nombres de su reparto. Y así es, algo para lo que se requiere además de personalidad de valentía... porque lo primero, por supuesto, no es Tolstói sino Wright. Porque por algo es "su" película. Y por algo es distinta, reconocible, particular.

No sé hasta que punto puede ser una apreciación demasiado personal y caprichosa, pero el trabajo de Joe Wright me recuerda mucho al de Paul Thomas Anderson, el reconocible autor de 'The Master', un título cuyo resultado a ojos de quien esto suscribe se aproxima mucho al de esta 'Anna Karenina'.
 O al contrario más bien.
 Ambos filmes, unidos por la en una palabra fascinante puesta en escena de sus responsables que aglutina tanto fotografía como escenografía, vestuario o una excelente banda sonora -en este caso obra de Dario Marianelli-, podríamos decir que funcionan más a un nivel ornamental que a un nivel emocional en donde, y a pesar de las excelentes actuaciones de Joaquin Phoenix en aquella o de Keira Knightley en esta -quien demuestra una vez más que nadie como ella para llorar embutida en un corsé-, los estímulos se encuentran más a gusto con los sentidos provocando una reacción cerebral en vez de emotiva, el principal hándicap tal vez de las que bien podrían exponerse en un museo como frías obras de arte, frías y bellas obras de arte. Una imagen vale más que mil palabras, pero una imagen que me ha dejado sin palabras, vaya.

Wright convierte a la 'Anna Karenina' de León Tolstói en la 'Anna Karenina' de Joe Wright anteponiendo en cierto sentido la imagen a la palabra, la estética a la emoción, la valentía al honor, el artificio escénico a la pureza de las emociones que encontramos sobre el papel
. Un resultado de una belleza plástica tan sugestiva que esta prevalece sobre la relativa indiferencia que, por contra, puede provocar el destino de los distintos personajes (si acaso salvo los de Domhnall Gleeson y Matthew Macfadyen, los dos personajes "más humanos"), si bien es del todo injusto tildar de hueca una propuesta tan interesante como esta porque sus intenciones no se vean refrendadas por el sentimentalismo que sí es capaz de provocar un filme como 'La vida de Pi'.
A diferencia del Tom Hooper de la muy poco atractiva 'Los miserables', Wright sí que sabe como hacer que luzcan sus recursos, un filme precioso y preciosista cuyas dos horas de duración no se hacen largos sin dejar de hacerse largos, en la medida en que su arriesgada propuesta y como ya pasaba con 'The Master' nos hipnotice sin la necesidad de que haya un por qué que lo justifique. Porque una imagen vale más que mil palabras, dicen.

16 mar 2013

Miren ustedes si lo entienden porque realmente si son gays sería una Película de Almodovar

La UE obliga a los ahorradores de Chipre a pagar la mitad del rescate

  • A cambio de la ayuda, la UE impone un corralito parcial en forma de tasa sobre los depósitos bancarios
Colas en los cajeros chipriotas Tras conocerse el bloqueo de parte de los depósitos bancarios, muchos ciudadanos intentan sacar sus ahorros
. En la imagen, cola en una sucursal bancaria en Larnaca. / P. Karadjias (AP)
Luis Doncel Bruselas 1024
Europa cerró anoche el acuerdo para rescatar a Chipre, pero a costa de imponer una tasa a los ahorradores que empuja a las autoridades a decretar un corralito parcial. Todas las cuentas de la isla quedarán sujetas a una tasa del 9,99% para los que superen los 100.000 euros, y del 6,75% para los demás
    .
     

Los manejos de la abuela Carolina

Fue una de las mujeres más veneradas de los noventa.

Ahora, con 56 años, mueve en la sombra los delicados hilos de Los Grimaldi.

Y se prepara, con la ayuda de su hijo, para dotar a Mónaco de ese heredero que no acababa de llegar.

La princesa Carolina de Mónaco el pasado 5 de marzo a su llega a la presentación de la temporada otoño/invierno de Chanel en París. / WireImage

Fue educada para ser una reina por una estrella de Hollywood, que abandonó su exitosa carrera en el cine deslumbrada por la realeza, y por un príncipe en decadencia que se aferró a la fama de su esposa para blindar el futuro de su Principado constantemente acosado por Francia.
 Grace Kelly y Raniero de Mónaco siempre vieron algo especial en su hija Carolina, una combinación perfecta entre el glamour y la apostura que se le supone a una princesa.
De la misma manera que miraron para otro lado cuando ella, harta de su papel palaciego, se rebelaba fugándose con novios inapropiados.
 La vida de Carolina, una de las mujeres más veneradas y deseadas de los noventa, es ahora bien distinta. Recién cumplidos los 56 años, está feliz con su inminente papel de abuela y además ha encontrado otro nuevo que le gusta casi tanto como ese: dirigir en la sombra los hilos de la familia Grimaldi, de la que es sin duda su reina.
Vestida casi siempre por su amigo y confidente Karl Lagerfeld, Carolina se presenta ante el mundo como una mujer elegante, serena y equilibrada.
Pero el tiempo ha demostrado que esa imagen es solo una fachada, que detrás se esconde una mujer con un carácter terrible, obsesionada por controlarlo todo y despiadada con todo aquel que no sigue el guion que ella ha escrito.
Hace cinco años que no vive con Ernesto de Hannover pero no se divorcia"
Fue su hermana Estefanía la primera que habló sin rodeos de cómo era.
 Relató a golpe de talonario sus disputas familiares y su casi nula relación.
Todo porque a Carolina no le gusta la vida que ha elegido la menor de la familia, que siempre buscó el amor en alguno de sus guardaespaldas o en los artistas del circo que todos los inviernos llegan a Mónaco para el festival. Estefanía no entiende la dureza con que Carolina juzga su vida privada cuando ella en su juventud alternó actores con tenistas y cazafortunas.
Pero el tiempo ha cambiado a Carolina, a quien ahora le importa mucho el qué dirán.
 Un ejemplo. En 2004, todo el mundo sabía que Ernesto de Hannover, su último marido, vivía entre barras de bar y atractivas mujeres, aunque ella no se daba por enterada.
 La noche previa a la boda de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz todo saltó por los aires.
 Los servicios de urgencia del SAMUR fueron llamados a un local nocturno para atender a un hombre que se había pasado con las copas
. Era Hannover, que había decidido celebrar la boda de los príncipes de Asturias por su cuenta.
 Al día siguiente, Carolina llegaba apresurada a la alfombra roja de la catedral de la Almudena, donde se oficiaba la boda, vestida, cómo no, con un espectacular vestido en tonos azules de Chanel, conjuntado con una pamela debajo de la cual se adivinaba una melena que no había pasado por la peluquería
. Ese detalle estético, su andar enérgico y la ausencia de su marido —que se reponía de la borrachera en un lujoso hotel de Madrid— supuso el inicio de la separación de la pareja
. Hannover la había dejado en evidencia delante de las casas reales en la cita.
Han pasado casi nueve años y, aunque Carolina y Ernesto no viven juntos desde hace cinco, no se han divorciado.
 El palacio de Mónaco no habla del asunto como tampoco comenta las fotos del príncipe con otras mujeres en exóticos destinos de lujo. Esos donde su exmarido conquistó a Carolina.
 En una playa de Tailandia se obtuvieron las primeras fotos de la pareja. Antes hubo otras en fiestas en las que aparecían ambos y la mujer de Ernesto, una de las mejores amigas de la mayor de los Grimaldi.
Hay versiones que aseguran que Carolina no quiere el divorcio para no dejar de ser princesa y esposa del jefe de la casa Güelfa, emparentada con la primera línea de la nobleza europea.
Ella sabe que los Grimaldi son para las casas reales europeas unos advenedizos.
 Hay otra razón de peso: el dinero.
 La fortuna de Hannover tiene muchos más ceros que la de los Grimaldi.
Instalada otra vez en Mónaco, con su adolescente hija Alejandra, nacida de su matrimonio con Ernesto de Hannover, Carolina ha emprendido una nueva vida.
 Disfruta moviendo más que nunca los hilos del Principado.
 Dicen que fue ella quien en 2011 quiso abandonar el papel de primera dama de Mónaco, para ceder el testigo a Charlene, una exnadadora sudafricana a la que ella misma asesoró en cómo dejar el bañador a un lado para enfundarse trajes de alta costura.
Fue Carolina también quien convenció a su hermano de que, cumplidos los 50, debía casarse y dejar a un lado las fiestas. Alberto le hizo caso, pero solo en parte: se casó hace casi dos años, pero sigue haciendo vida de soltero, al igual que Charlene
. Eso sí, aparecen juntos cuando un acto oficial les requiere o hay alguna fiesta familiar, como el pasado jueves, cuando el príncipe cumplió 56 años.
Pero Mónaco sigue aguardando un heredero que no llega. Alberto tiene tres hijos, pero, al no haber sido concebidos dentro del matrimonio, no cuentan en la sucesión.
A Carolina este detalle hasta le viene bien. Para eso está Andrea, el mayor de los tres hijos que tuvo con el empresario italiano Stefano Casiraghi, muerto en un accidente con una motora de competición. A Andrea también le gusta la vida al límite
. Famosas son sus fiestas veraniegas en Ibiza, sus excesos con el alcohol y su aspecto desaliñado como si viviera en permanente estado de resaca. Pero su madre está lista para modelar esa imagen si Alberto y Charlene no se deciden a ser padres.
Así que de momento Andrea es el heredero de su tío, y el hijo que espera con la supermillonaria Tatiana Santo Domingo, el llamado a seguir perpetuando el futuro de los Grimaldi y del Principado.
 En unos días, las portadas de todas las revistas se llenarán de fotos de la nueva abuela con la mejor de sus sonrisas, pero muchos se preguntarán: ¿qué trama ahora Carolina?