Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

10 mar 2013

Europa salva al euro, pero pierde a los ciudadanos


Ciudadanos esperan para recibir comida gratuita, en Atenas. / FOTIS PLEGAS G. (EFE)

El euro necesitaba dos cosas para salvarse: una decisión política clara que pusiera fin a las especulaciones sobre su futuro y un instrumento financiero que hiciera creíble esa promesa
. En 2012, tras varios años de dudas, torpezas y errores, los líderes europeos hicieron las dos cosas: por un lado, la Canciller alemana, Angela Merkel, aceptó iniciar el camino hacia una unión bancaria; por otro, el presidente del BCE, Mario Draghi, logró la autorización para comprar en los mercados cuanta deuda fuera necesaria para salvar al euro.
 Estas dos decisiones sacaron al euro del precipicio en el que se encontraba y lo situaron en una senda de estabilidad desconocida durante los últimos años.


De la solidez adquirida por el euro, al menos temporalmente, habla el muy reducido impacto del caos poselectoral italiano.
 Recordemos el shock que en octubre de 2011 produjo la decisión de Yorgos Papandreu de convocar un referéndum para convalidar o rechazar las políticas de ajuste dictadas por la Troika; su anuncio disparó algunos de los índices de incertidumbre que manejan los analistas financieros hasta cotas superiores a las que siguieron a los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos
. Y no olvidemos tampoco las elecciones griegas de junio de 2012, cuando la perspectiva de una victoria de la coalición de izquierdas representada por Syriza fue planteada en términos de "Armagedón financiero". Sin duda que Italia es un caos, pero el euro resiste, al menos por el momento.
EL PAÍS
Pero el resultado italiano, a la vez que de la fortaleza del euro, habla de la debilidad política de Europa y señala una crisis de legitimidad que peligrosamente se está abriendo camino de elección en elección
. Los datos del Eurobarómetro, el sondeo de opinión que la Comisión Europea elabora semestralmente, indican con toda claridad hasta qué punto la crisis ha deteriorado la confianza de los ciudadanos en la Unión Europea. En países como España, la confianza "neta" en la UE (una medida que resta el porcentaje los que desconfían de los que confían) era en 2007, antes de que comenzara la crisis, de 42 puntos (65% que confiaban frente a 23% que desconfiaban). Hoy, sin embargo, se ha trasformado en una desconfianza neta de 52 puntos (72% que desconfía frente a sólo 20% que confía). Un desplome espectacular.
Este trayecto desde los 42 puntos de confianza a los 52 puntos de desconfianza obliga a una reflexión en profundidad, especialmente en un país tradicionalmente tan europeísta como España. Pero a tenor de los datos del gráfico adjunto, donde se muestra que el fenómeno se extiende a todos los países de la eurozona, la reflexión la deberemos hacer de forma colectiva, no sólo en clave española. En Grecia, Irlanda, Portugal, Irlanda, Chipre, la UE es vista con una desconfianza tan abrumadora como la que observamos en España. Significativamente, sin embargo, este auge de la desconfianza en la UE tiene lugar no sólo en los países deudores, sino en los países acreedores o en mejor situación financiera: en Alemania, Austria, Francia, Países Bajos o Finlandia la gente tampoco confía en la UE. Claramente, la desconfianza no es sólo sobre la UE sino de unos países y ciudadanos sobre otros. En la situación actual, todos parecen perder y nadie gana.
Nos encontramos pues ante un importante problema de legitimidad. Un sistema político no puede beneficiar a todo el mundo todo el tiempo. Gobernar es elegir, asignar prioridades, tomar decisiones dolorosas, beneficiar a unos a costa de otros.
 La legitimidad se refiere a la aceptación por parte de los ciudadanos de las decisiones de su sistema político que les son desfavorables. Esa aceptación puede deberse a un sentimiento de pertenencia a un grupo más amplio, a consideraciones de justicia o equidad o bien a la conformidad con el procedimiento de adopción de esas decisiones. En el ámbito europeo, donde la identidad colectiva, los valores comunes y los procedimientos democráticos son todavía muy incipientes, la legitimidad ha venido sobre todo de la mano del desempeño económico: a mayor crecimiento económico, mayor apoyo popular a la integración europea, y viceversa. Eso supone que la reserva de legitimidad del sistema, al estar casi exclusivamente asociada al crecimiento económico es débil y tiende a agotarse rápidamente en situaciones de crisis.
Eso es lo que estamos viviendo ahora. Por un lado, aunque las políticas de austeridad pueden estar teniendo éxito a la hora de controlar los déficits (no así para reducir la deuda), no producen crecimiento ni empleo por lo que no consiguen generar el apoyo ciudadano que necesitan para sustentarse
. Y lo que es peor: al forzar a los gobiernos a violar sistemáticamente las promesas electorales bajo las cuales fueron elegidos y gobernar con las mismas políticas independientemente de su color político, socavan también la legitimidad de los sistemas políticos nacionales.
 Como vemos en los países intervenidos, los sistemas políticos se desgastan (como en España y Portugal), o se descomponen (como en Grecia e Italia). Mientras, al otro lado, en los países acreedores, como tampoco hay crecimiento económico, la sensación dominante es que los países del sur son un pesado lastre que absorbe sus escasos recursos y ralentiza su progreso.
Es con estos mimbres de desafección y desconfianza tan deteriorados con los que la UE debe completar una integración política y económica imprescindible. El euro se ha salvado, pero no sobrevivirá a largo plazo sin una unión bancaria que incluya mecanismos de resolución de crisis y garantías de depósitos paneuropeos.
 Ni lo hará sin un presupuesto que merezca tal nombre, la mutualización de la deuda y una coordinación mucho más efectiva de las políticas económicas.
Pero esas decisiones requieren exactamente aquello de lo que Europa carece hoy: confianza en la UE y confianza recíproca. Para que Europa funcione, los ciudadanos, del norte y del sur, de países acreedores y deudores, centro y periferia, tienen que estar dispuestos a dotar a las instituciones europeas de los instrumentos financieros adecuados y, en paralelo, de instancias de gobierno eficaces y a la vez legítimas desde el punto de vista democrático.
Pero para que los impuestos de un ciudadano alemán respalden los depósitos de un ahorrador español y los impuestos de un ahorrador español los de uno griego o portugués, necesitamos una confianza en Europa de la que hoy por hoy carecemos.
En junio de 2014, dentro de poco más de un año, Europa llamará a sus ciudadanos a las urnas.
Si para entonces no se ha restaurado la confianza de los ciudadanos en la UE, la sorpresa puede ser bastante desagradable.
 Salvar al euro era imprescindible, pero el euro es un medio, no un fin, el fin son los ciudadanos: un euro sin ellos no tiene mucho sentido.

Fidelidad al folletín Boris Izaguirre

Boris Izaguirre (Caracas, 1965) publicó, estos mismos días, un artículo sobre la función de las telenovelas en el transcurrir político e histórico de Latinoamérica
. Como guionista de telenovelas que él mismo fue, se agradece que teorice sobre las posibilidades de este género como mecanismo de representación y "explicación a las rupturas económicas y sociales que suceden en la realidad" latinoamericana, aunque recordando algunas de las telenovelas venezolanas (y colombianas y argentinas) que se pudieron visionar por estos lares resulta bastante difícil no ver en ellas un más de lo mismo de lagrimeos, simplificaciones sociales y defensa a ultranza de valores y roles francamente reaccionarios.
 Al iniciar aquel artículo, Izaguirre reconoce que tomó "prestados algunos elementos de este género (la telenovela) para vincularlos con la zozobra política tan característica" de los países americanos.

Villa Diamante

Boris Izaguirre
Planeta. Barcelona, 2007
490 páginas. 22 euros

En venezolano optó en su novela Villa Diamante por el folletín, cuando pudo optar por un sistema narrativo que le hubiera posibilitado mayores resultados estéticos y sociológicos puesto que es éste uno de los propósitos más o menos declarados de su libro.
 Tal vez no hubiera sido una mala elección de la tradición realista, la elección de un narrador omnisciente sin interferencias del propio Izaguirre (como se nota a las claras en varios trámites del relato) y un mayor cuidado, dicho sea de paso, de la prosa, que se muestra a ratos de complicada digestión por lo inoperante y a veces ilegible ("¿qué hacía Gustavo asistiendo a esas demostraciones de gimnasia femenina que no fuera lo peor que pudiera pensar?"), con adjetivaciones de dudosa eficacia narrativa ("silencio inmóvil"). (Y por cierto, un mayor cuidado en la edición por parte de la editorial que evitara confundir al pintor Giorgio Morandi con un tal Morandini).
Villa Diamante, narrada en tercera persona, transcurre, luego del fin de la dictadura de Juan Vicente Gómez en Vanezuela en 1935, durante otra dictadura aún más terrorífica y depredadora (enriquecimiento de las capas dirigentes y satélites sociales a partir de los descubrimientos de nuevos pozos de petróleo), la de Marcos Pérez Jiménez. En este contexto, Izaguirre incrusta a una familia que se ha ido enriqueciendo gracias a los dividendos que devengó callar e incluso colaborar con el régimen.
 Una heroína de clara filiación folletinesca, con disimulada orfandad incluida, colaboran a crear un producto literario de escaso vuelo artístico. Pero ésta fue la elección de Boris Izaguirre
. En su propio país tenía referentes de parecida tesitura, por ejemplo, ahora me viene a la memoria Después Caracas (1995), la excelente novela de José Balza.
 No obstante, hay que agradecer la honestidad de Izaguirre.
 Fue fiel a un género. Si la disyuntiva era novela o bolero de denuncia, el autor venezolano se quedó con lo segundo. -

La ausencia divaga

La ausencia divaga por los bordes de nuestra imaginación.
 Son bordes encendidos y apagados por las nubes que abandonan la tierra firme.
 En sus claroscuros nuestra vida anterior tiene los atributos de la niebla, la fiebre, el aire claro y vacío que planea hacia el horizonte del mar.
 A veces, desde los mirajes en aquellos límites, la ausencia viene hasta nosotros para volcarnos toda su realidad de muerte.
 Es la mañana triste, aunque prístina y despejada, de un día de enero en París, recién muerta la Madre. Nosotros continuamos tierra adentro, aunque nuestros ojos casi siempre miran hacia allá, hacia el océano que empieza hasta orillas que nunca pisaremos.
 No hay consuelo posible, cuando ella viene. Es tolerable si se mantiene en los márgenes, como hace la memoria que se despeña por los barrancos
. Cuando nosotros no somos más que estas líneas que unas a otras se siguen, como temiendo convertirse en un párrafo de sal.


Del Diario Virtual de Jose Carlos Cataño

Hábitos y monjas

Cospedal no ha vuelto a aceptar preguntas desde que apareció con aquel hábito carmelita marrón intenso para explicar el ídem de Bárcenas.

María Dolores de Cospedal durante una comparecencia en la sede del PP de Génova. / Claudio Álvarez
No sé a qué tanto escándalo porque el régimen de Corea del Norte solo permita 18 cortes de pelo, cuando aquí, quien más quien menos, salvo Falete, está a dieta soviética, y vamos todas con la media melenita y las mechas californianas
. Tampoco entiendo la crítica al chandalismo del difunto Chávez y su delfín Maduro, cuando aquí a los padres de la patria no los sacas del terno y el corbatón a rayas; y a las madres, del trajecito de chaqueta de Zara.
 Y es que aquí y en Pionyang y en Washington, salvo que te dé una crisis de las gordas y te desgracies tú sola como Michelle Obama con ese flequillo de perrita Lulú que le va menos que a un Cristo dos pistolas, las cabras tiramos al monte y acabamos siempre de uniforme.
Mira a Cospedal, que no ha vuelto a aceptar preguntas desde que apareció con aquel hábito carmelita marrón intenso para explicar el ídem de Bárcenas.
 Para mí que la pobre no es que les haya cogido pánico a los careos después del bochorno del finiquito en diferido, sino que está esperando a que se le seque el modelito.
Como llueve sobre mojado, en Génova no se seca la colada ni a tiros.
 Eso, por no hablar del bicharraco que llevaba agarrado a la pechera. Alguien, algún día, hará una tesis de por qué las políticas de toda era y pelaje —esa Salgado, esa Rosa Díez, esa De la Vega—, pero especialmente las peperas —esa Aguirre, esa Rudi, esa Botella— son adictas a los broches gigantescos. Hay quien sostiene que es mera coquetería femenina.
 Pero para mí que, además, son escudos acorazados para repeler las pullas de según qué capullos sexistas.
¿Pues no va el otro día un mindundi socialista, de apellido Ferrera, y se permite ladrarle a la ministra Báñez, que estaría más mona haciendo punto de cruz en su pueblo?
 Luego tuvo que envainársela, por supuesto, como Toni Cantó, otro que tal micciona
. Pero el caso es que algunos aún difaman, y algo queda.
 Aunque tengan menos gracia que Bono I de Castilla-La Mancha, que lleva camino de ganarle la partida a Paco Ubicuo Marhuenda en su afán de defender a la Corona de Corinna por tierra, mar y tertulias.
 Como si el titular del trono no tuviera nada que ver en esa movida.
Hablando de los reyes, esta semana se han visto más que en todo el año.
 Mañana, tarde y noche ha estado la Reina a ver a su marido en La Milagrosa.
 Él, tan tieso, que para algo es el rey del posoperatorio.
 Ella, regia, con su uniforme de soberana, abnegada esposa y madre.
 Y una sonrisa de estar de vuelta de todo que ríete tú de la Gioconda. Debe de ser por eso que ¡Hola!, siempre a su bolita, titula en una esquina: “La Reina doña Sofía, junto al Rey y feliz en el hospital tras el éxito de la operación”, una semana después de dar a la princesa alemana a toda página.
Con este panorama, y el director del CNI a punto de hablar en el Congreso sobre los tejemanejes de Zu-Etc., comprenderás que Ladies of Spain, el escandaloso libro de Andrew Morton sobre las mujeres de La Zarzuela, llega pelín tarde.
A quien no le pilla el toro es al sastre vaticano
. Tres modelazos le ha cosido a su Futura Santidad en vida.
Porque nos tienen vetadas, pero si fuera cardenala, esta monja ya le había sobornado para ver cómo le queda el hábito.