La ausencia divaga por los bordes de nuestra imaginación.
Son bordes
encendidos y apagados por las nubes que abandonan la tierra firme.
En
sus claroscuros nuestra vida anterior tiene los atributos de la niebla,
la fiebre, el aire claro y vacío que planea hacia el horizonte del mar.
A
veces, desde los mirajes en aquellos límites, la ausencia viene hasta
nosotros para volcarnos toda su realidad de muerte.
Es la mañana triste,
aunque prístina y despejada, de un día de enero en París, recién muerta
la Madre. Nosotros continuamos tierra adentro, aunque nuestros ojos
casi siempre miran hacia allá, hacia el océano que empieza hasta orillas
que nunca pisaremos.
No hay consuelo posible, cuando ella viene. Es
tolerable si se mantiene en los márgenes, como hace la memoria que se
despeña por los barrancos
. Cuando nosotros no somos más que estas líneas
que unas a otras se siguen, como temiendo convertirse en un párrafo de
sal.
Del Diario Virtual de Jose Carlos Cataño
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