27 nov 2012
Élmer Mendoza: “La narcoliteratura no es oportunista”
El Zurdo Mendieta ha vuelto. El detective tiene esta vez que resolver
el caso de una mujer que busca venganza por la muerte de su amante y
para ello deberá sumergirse en la guerra contra el narco, esa tragedia
diaria de la realidad mexicana en los últimos seis años que como dice su
creador, el escritor Élmer Mendoza
(Culiacán, 1949), solo ha servido para “crear enconos inconcebibles y
exacerbar la violencia de las bandas”. Mendoza presentó el domingo por
la noche en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara su última
novela, Nombre de perro (Tusquets), llamado a ser otro hito de la narcoliteratura, un género del que es padre por derecho propio.
Travieso, de hablar suave y actitud inocente, Mendoza rechaza que la narcoliteratura se esté convirtiendo en un género para oportunistas. Al contrario, para el autor de Balas de plata y La prueba del ácido, se trata de novelas que restituyen la verdad en toda su complejidad social. “Es una estética de la violencia que se está dando en el cine y la música pero también en la ópera, la danza, las artes plásticas y el teatro. Es todo un movimiento, no es oportunismo. Es como descubrir una veta de metales: habrá quien saque las mejores pepitas y quienes solo rasquen. Me gusta la palabra narcoliteratura porque los que estamos comprometidos con este registro estético de novela social tenemos las pelotas para escribir sobre ello porque crecimos allí y sabemos de qué hablamos”.
Acaba el sexenio del presidente Felipe Calderón con su reguero de más 60.000 muertos asociados al combate contra el crimen organizado. El próximo sábado, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) volverá al poder de la mano de Enrique Peña Nieto. El novelista no perdona los llamados “daños colaterales” de la etapa que termina: “Comparto la indignación de los 50 millones de mexicanos sometidos a la angustia de ver al Ejército en sus calles. En mi ciudad jamás había estallado una bomba y más de 60 policías fueron asesinados. La guerra contra el narco creó terror y una atmósfera de desconfianza. Dicen que la van ganando, pero la guerra no afectó a las actividades principales de las bandas. Todos tenemos la esperanza de que se acabe esta guerra, por eso voté al PRI, porque queremos recorrer las calles sin ir mirándonos la espalda”.
Hombre del norte, de la frontera, Mendoza se explaya contra la guerra de Calderón. “Alteró mi mundo, se rompieron los códigos.
En el norte estábamos acostumbrados a los traficantes. Los sicarios son siempre indeseables, siempre están fuera de sí. Los narcos quieren que se les note, que las chicas guapas se fijen en ellos, quieren convertirse en héroes.
El sicario siempre mira de abajo arriba, no tiene esa opción”. Y también contra la lacerante desigualdad de México: “Tenemos casi 60 millones de pobres. La pobreza es la mayor derrota de un país. Nuestros jóvenes no tienen sueños. Cuando pregunto a mis alumnos donde quieren estar dentro de 50 años no lo saben, no tienen proyecto de vida”.
Élmer Mendoza iba para ingeniero y empezó a publicar tarde, a los 50 años, pero desde los 28 supo que sería escritor y empezó a estudiar Literatura en la UNAM. “Siempre fui un acomplejado para arriba”, dice riéndose de sí mismo. “Era feo, pero era el único de mis amigos que se atrevía a hablarle a la chica que nos gustaba y si me ponía a entrenar para atleta pensaba en ir a los Juegos Olímpicos. Si no fuera escritor, me hubiera gustado ser científico y ganar el premio Nobel”. Cuando empezó a escribir no pensaba dedicarse a la violencia. Su primer proyecto literario tenía que ver con la guerrilla, pero su ilusión era y es crear una novela de ciencia ficción. “He hecho siete intentos y he fracasado, pero la tengo que hacer”.
¿Tiene ya la trama? “Sería una novela de anticipación del futuro. Ocurre en Culiacán dentro de cien años. No hay comida ni agua y miles de autos se acumulan en el centro de la ciudad. Hay acaparadores de alimentos, controladores de la escasez y un proyecto científico para reducir la talla de la gente…, pero no me sale”, concluye entre bromas.
Edgar el zurdo Mendieta vuelve con una nueva historia, con su picaresca, su sarcasmo y su habla popular, pero sobre todo vuelve el estilo de Elmer Mendoza. “Un autor no depende de las tramas pero sí de un estilo, y cuando agarras uno no puedes dejarlo. Yo creo que lo conseguí”.
Travieso, de hablar suave y actitud inocente, Mendoza rechaza que la narcoliteratura se esté convirtiendo en un género para oportunistas. Al contrario, para el autor de Balas de plata y La prueba del ácido, se trata de novelas que restituyen la verdad en toda su complejidad social. “Es una estética de la violencia que se está dando en el cine y la música pero también en la ópera, la danza, las artes plásticas y el teatro. Es todo un movimiento, no es oportunismo. Es como descubrir una veta de metales: habrá quien saque las mejores pepitas y quienes solo rasquen. Me gusta la palabra narcoliteratura porque los que estamos comprometidos con este registro estético de novela social tenemos las pelotas para escribir sobre ello porque crecimos allí y sabemos de qué hablamos”.
Acaba el sexenio del presidente Felipe Calderón con su reguero de más 60.000 muertos asociados al combate contra el crimen organizado. El próximo sábado, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) volverá al poder de la mano de Enrique Peña Nieto. El novelista no perdona los llamados “daños colaterales” de la etapa que termina: “Comparto la indignación de los 50 millones de mexicanos sometidos a la angustia de ver al Ejército en sus calles. En mi ciudad jamás había estallado una bomba y más de 60 policías fueron asesinados. La guerra contra el narco creó terror y una atmósfera de desconfianza. Dicen que la van ganando, pero la guerra no afectó a las actividades principales de las bandas. Todos tenemos la esperanza de que se acabe esta guerra, por eso voté al PRI, porque queremos recorrer las calles sin ir mirándonos la espalda”.
Hombre del norte, de la frontera, Mendoza se explaya contra la guerra de Calderón. “Alteró mi mundo, se rompieron los códigos.
En el norte estábamos acostumbrados a los traficantes. Los sicarios son siempre indeseables, siempre están fuera de sí. Los narcos quieren que se les note, que las chicas guapas se fijen en ellos, quieren convertirse en héroes.
El sicario siempre mira de abajo arriba, no tiene esa opción”. Y también contra la lacerante desigualdad de México: “Tenemos casi 60 millones de pobres. La pobreza es la mayor derrota de un país. Nuestros jóvenes no tienen sueños. Cuando pregunto a mis alumnos donde quieren estar dentro de 50 años no lo saben, no tienen proyecto de vida”.
Élmer Mendoza iba para ingeniero y empezó a publicar tarde, a los 50 años, pero desde los 28 supo que sería escritor y empezó a estudiar Literatura en la UNAM. “Siempre fui un acomplejado para arriba”, dice riéndose de sí mismo. “Era feo, pero era el único de mis amigos que se atrevía a hablarle a la chica que nos gustaba y si me ponía a entrenar para atleta pensaba en ir a los Juegos Olímpicos. Si no fuera escritor, me hubiera gustado ser científico y ganar el premio Nobel”. Cuando empezó a escribir no pensaba dedicarse a la violencia. Su primer proyecto literario tenía que ver con la guerrilla, pero su ilusión era y es crear una novela de ciencia ficción. “He hecho siete intentos y he fracasado, pero la tengo que hacer”.
¿Tiene ya la trama? “Sería una novela de anticipación del futuro. Ocurre en Culiacán dentro de cien años. No hay comida ni agua y miles de autos se acumulan en el centro de la ciudad. Hay acaparadores de alimentos, controladores de la escasez y un proyecto científico para reducir la talla de la gente…, pero no me sale”, concluye entre bromas.
Edgar el zurdo Mendieta vuelve con una nueva historia, con su picaresca, su sarcasmo y su habla popular, pero sobre todo vuelve el estilo de Elmer Mendoza. “Un autor no depende de las tramas pero sí de un estilo, y cuando agarras uno no puedes dejarlo. Yo creo que lo conseguí”.
El anillo (amputado) del nibelungo
El Teatro Colón estrena hoy martes una mega ópera única en el mundo
. Única por sus dimensiones, por la polémica que le precede, por la ambición de la propuesta y, sobre todo, porque nunca se exhibió en ningún lugar.
Quienes accedan al Teatro a las dos y media de la tarde saben que permanecerán sentados unas siete horas, que solo contarán con tres intervalos para probar los tentempiés, ya incluidos en el precio de la entrada, y que saldrán de allí bien pasadas las once de la noche.
Para el resto de sus días podrán contar que vieron la tetralogía El anillo del Nibelungo, de Richard Wagner de una sentada. El Oro del Rin (Das Rheingold), La valkiria (Die Walküre), Sigfrido (Siegfried) y El ocaso de los dioses (Götterdämmerung) suelen alargarse durante unas 14 o 16 horas, según las versiones de cada director. Y se suelen representar en cuatro jornadas.
El compositor alemán Cord Garben se atrevió a comprimirlo todo en siete horas y el austriaco Ricardo Paternostro asumió el reto de dirigir durante todo ese tiempo dos orquestas que se irán turnando para evitar el cansancio.
El experimento se ideó expresamente para el Teatro Colón.
Y por eso la obra se llama Colón-Ring. Con ella, Buenos Aires descorcha por adelantado los festines del año Wagner, que en el resto del mundo se celebrará en 2013 para conmemorar el bicentenario del genio nacido un 22 de mayo en Leipzig. Los gestores del teatro contrataron a la biznieta del compositor, Katharina Wagner, como directora de escena. Pero en octubre Katharina llegó a Buenos Aires, se quejó de que “no había nada preparado para el ensayo”, “no se había empezado ni un vestido ni una peluca”, y dio el portazo cuando apenas quedaba un mes para el estreno.
Entonces desde el Teatro llamaron a la única persona que podría salvarles: la directora de escena argentina, integrante de La Fura dels Baus y afincada en Barcelona desde hace once años, Valentina Carrasco
. Ella se encontraba en ese momento trabajando en Lyon.
Pidió un día para pensárselo y después hizo honor al nombre de Valentina y aterrizó en Buenos Aires el 25 de octubre. Solo disponía de cuatro semanas para levantar las cuatro óperas en el aire
. Valentina Carrasco cree que le ayudó el hecho de ser argentina, ese hábito de tirar hacia adelante en las peores circunstancias, cuando otros se paralizan.
“Cuando me llamaron yo sabía que me enfrentaba a algo imposible”, comentaba el viernes Valentina Carrasco durante un ensayo general. “A mí me dijeron: o vienes tú o hacemos solo el concierto, cambiando de luces, pero sin que se mueva nada. Pensaron en mí porque yo conozco el teatro, porque he dirigido dos obras aquí; y porque conozco el Ring, soy argentina, hablo alemán, yo qué sé… tengo una capacidad de improvisación importante.
Para bien o para mal, pero la tengo. Y ellos ya lo habían visto. Y mi primer objetivo fue hacer posible algo que era imposible”.
Carrasco asume que el mejor Ring, el que ella y todo el mundo prefiere, es el de las cuatro óperas íntegras. Y ya puestos a pedir, a ella le habría gustado disponer del tiempo necesario, al menos de los tres meses con que ya contó en una ocasión para montar dos óperas de Wagner, el Oro del Rin y la Walkiria. Pero se muestra muy satisfecha con el resultado. “Invité al caos a sentarse a la mesa y se está portando muy bien. El caos, o el desorden, o la energía medio caótica por la cual salen las cosas, han sido muy generosos. Pensé que si el caos tiene que dormir a tu lado en la cama, más vale que sea tu amante y no tu asesino. Esta es una obra en la que hemos invitado a la imperfección
. Para realzarla, no para ocultarla
. Porque para hacer una puesta en escena de relojería, que a mí también me gusta hacerlas, sabía que no tenía tiempo.
Y este caos nos ha regalado muchas cosas. En escena se suceden situaciones que son un poco desmelenadas y eso le da un cariz a la producción muy interesante
. A los Ring les suele faltar ese aspecto porque la música de Wagner y los tiempos, que son lentos y más dilatados, llevan a que se tienda a hacer una cosa tal vez demasiado solemne, un poco rígida.
Y esto no lo tiene”.
Valentina Carrasco ya dejó al público del Colón extasiado en el estreno del Edipo de George Enescu (1881-1955) el pasado mayo.
Y ahora está convencida de que la gente va a salir con un buen sabor de boca. “Esta versión tiene una ventaja que es sumergirse de lleno en el mar de la música wagneriana y en el mar de la historia del anillo. Porque dentro de Wagner El anillo es una cosa muy especial. Tiene un abanico de todas las crueldades que puede exhibir la humanidad.
Y de los sentimientos más excelsos que también puede mostrar. El Ring habla de muchos principios filosóficos de lo que entendemos por el hombre moderno.
Y eso se muestra a través de una evolución de personajes que alcanzan a estar en tres de las óperas. Uno ve su apogeo, su debilidad, su decadencia, sus sacrificios… Los ves evolucionar.
La mayoría de las veces, como mucho, puedes verlos en cuatro días seguidos.
O en cuatro años
. Al menos te fuiste a tu casa y viste a tus niños, te fuiste a trabajar, sacaste al perro o regaste las plantas.
Aquí, sin embargo, entras y te vas y has vivido una experiencia con toda esa gente, con Wotan, con Brunilda, con Sigfrido… El dios que veías ahí súper prepotente, tan ambicioso de poder en el Oro del Rin, en la Walkiria ya lo ves iracundo porque se da cuenta de que su mundo se está colapsando y tiene que abandonar a su hija predilecta porque ella se le ha rebelado y la tiene que castigar a pesar de que él no quiere.
Y al otro, que era un papanatas, lo has visto hace media hora y dices: ‘mira, papanatas, lo que te ha pasado’. La magia de no salir del teatro es como convivir, como respirar esta atmósfera wagneriana todo el tiempo”.
Valentina Carrasco habla del Anillo gesticulando con todo el cuerpo, abriendo los brazos, alzándose un poco de puntillas. “Buenos Aires es una ciudad muy wagneriana. Hay wagnerianos de toda la vida, un poco como pasa en Barcelona.
Y esa gente se despeina cuando oyen hablar de esto.
Pero es que en realidad le están dando muy poco crédito a Wagner.
No se preocupen, que a Wagner no lo puedo matar ni yo, ni Katharina Wagner, ni nadie. No lo pudo matar ni [Friedrich] Nietzsche, el único que se le pudo medio acercar. No se preocupen, la voz y la música de Wagner está allí y no se puede hacer cinco minutos del Ring sin que esté Wagner.
No hay que temer, al contrario: hay que aventurarse con una cosa completamente diferente, que permite una experiencia que uno no había imaginado”.
La primera sorprendida con el experimento ha sido ella misma. “Es ahora, con los ensayos generales, cuando te das cuenta de que estás ahí y de golpe está desfilando toda esta vida y es como si nunca salieras, es estar en el cuento de hadas todo el tiempo. Si a un wagneriano lo que le gusta es este mundo es el primero que tiene que venir. Y además, es una ventana para que mucha gente a las que 16 horas de música les parecería un poco mucho, igual con siete se anima”.
La adaptación solo podrá verse hoy y el viernes en Buenos Aires.
El resto de los espectadores podrán acceder a ella mediante la grabación integral que el canal alemán Deutsche Welle va a filmar para emitirlo durante el año Wagner.
. Única por sus dimensiones, por la polémica que le precede, por la ambición de la propuesta y, sobre todo, porque nunca se exhibió en ningún lugar.
Quienes accedan al Teatro a las dos y media de la tarde saben que permanecerán sentados unas siete horas, que solo contarán con tres intervalos para probar los tentempiés, ya incluidos en el precio de la entrada, y que saldrán de allí bien pasadas las once de la noche.
Para el resto de sus días podrán contar que vieron la tetralogía El anillo del Nibelungo, de Richard Wagner de una sentada. El Oro del Rin (Das Rheingold), La valkiria (Die Walküre), Sigfrido (Siegfried) y El ocaso de los dioses (Götterdämmerung) suelen alargarse durante unas 14 o 16 horas, según las versiones de cada director. Y se suelen representar en cuatro jornadas.
El compositor alemán Cord Garben se atrevió a comprimirlo todo en siete horas y el austriaco Ricardo Paternostro asumió el reto de dirigir durante todo ese tiempo dos orquestas que se irán turnando para evitar el cansancio.
El experimento se ideó expresamente para el Teatro Colón.
Y por eso la obra se llama Colón-Ring. Con ella, Buenos Aires descorcha por adelantado los festines del año Wagner, que en el resto del mundo se celebrará en 2013 para conmemorar el bicentenario del genio nacido un 22 de mayo en Leipzig. Los gestores del teatro contrataron a la biznieta del compositor, Katharina Wagner, como directora de escena. Pero en octubre Katharina llegó a Buenos Aires, se quejó de que “no había nada preparado para el ensayo”, “no se había empezado ni un vestido ni una peluca”, y dio el portazo cuando apenas quedaba un mes para el estreno.
Entonces desde el Teatro llamaron a la única persona que podría salvarles: la directora de escena argentina, integrante de La Fura dels Baus y afincada en Barcelona desde hace once años, Valentina Carrasco
. Ella se encontraba en ese momento trabajando en Lyon.
Pidió un día para pensárselo y después hizo honor al nombre de Valentina y aterrizó en Buenos Aires el 25 de octubre. Solo disponía de cuatro semanas para levantar las cuatro óperas en el aire
. Valentina Carrasco cree que le ayudó el hecho de ser argentina, ese hábito de tirar hacia adelante en las peores circunstancias, cuando otros se paralizan.
“Cuando me llamaron yo sabía que me enfrentaba a algo imposible”, comentaba el viernes Valentina Carrasco durante un ensayo general. “A mí me dijeron: o vienes tú o hacemos solo el concierto, cambiando de luces, pero sin que se mueva nada. Pensaron en mí porque yo conozco el teatro, porque he dirigido dos obras aquí; y porque conozco el Ring, soy argentina, hablo alemán, yo qué sé… tengo una capacidad de improvisación importante.
Para bien o para mal, pero la tengo. Y ellos ya lo habían visto. Y mi primer objetivo fue hacer posible algo que era imposible”.
Carrasco asume que el mejor Ring, el que ella y todo el mundo prefiere, es el de las cuatro óperas íntegras. Y ya puestos a pedir, a ella le habría gustado disponer del tiempo necesario, al menos de los tres meses con que ya contó en una ocasión para montar dos óperas de Wagner, el Oro del Rin y la Walkiria. Pero se muestra muy satisfecha con el resultado. “Invité al caos a sentarse a la mesa y se está portando muy bien. El caos, o el desorden, o la energía medio caótica por la cual salen las cosas, han sido muy generosos. Pensé que si el caos tiene que dormir a tu lado en la cama, más vale que sea tu amante y no tu asesino. Esta es una obra en la que hemos invitado a la imperfección
. Para realzarla, no para ocultarla
. Porque para hacer una puesta en escena de relojería, que a mí también me gusta hacerlas, sabía que no tenía tiempo.
Y este caos nos ha regalado muchas cosas. En escena se suceden situaciones que son un poco desmelenadas y eso le da un cariz a la producción muy interesante
. A los Ring les suele faltar ese aspecto porque la música de Wagner y los tiempos, que son lentos y más dilatados, llevan a que se tienda a hacer una cosa tal vez demasiado solemne, un poco rígida.
Y esto no lo tiene”.
Valentina Carrasco ya dejó al público del Colón extasiado en el estreno del Edipo de George Enescu (1881-1955) el pasado mayo.
Y ahora está convencida de que la gente va a salir con un buen sabor de boca. “Esta versión tiene una ventaja que es sumergirse de lleno en el mar de la música wagneriana y en el mar de la historia del anillo. Porque dentro de Wagner El anillo es una cosa muy especial. Tiene un abanico de todas las crueldades que puede exhibir la humanidad.
Y de los sentimientos más excelsos que también puede mostrar. El Ring habla de muchos principios filosóficos de lo que entendemos por el hombre moderno.
Y eso se muestra a través de una evolución de personajes que alcanzan a estar en tres de las óperas. Uno ve su apogeo, su debilidad, su decadencia, sus sacrificios… Los ves evolucionar.
La mayoría de las veces, como mucho, puedes verlos en cuatro días seguidos.
O en cuatro años
. Al menos te fuiste a tu casa y viste a tus niños, te fuiste a trabajar, sacaste al perro o regaste las plantas.
Aquí, sin embargo, entras y te vas y has vivido una experiencia con toda esa gente, con Wotan, con Brunilda, con Sigfrido… El dios que veías ahí súper prepotente, tan ambicioso de poder en el Oro del Rin, en la Walkiria ya lo ves iracundo porque se da cuenta de que su mundo se está colapsando y tiene que abandonar a su hija predilecta porque ella se le ha rebelado y la tiene que castigar a pesar de que él no quiere.
Y al otro, que era un papanatas, lo has visto hace media hora y dices: ‘mira, papanatas, lo que te ha pasado’. La magia de no salir del teatro es como convivir, como respirar esta atmósfera wagneriana todo el tiempo”.
Valentina Carrasco habla del Anillo gesticulando con todo el cuerpo, abriendo los brazos, alzándose un poco de puntillas. “Buenos Aires es una ciudad muy wagneriana. Hay wagnerianos de toda la vida, un poco como pasa en Barcelona.
Y esa gente se despeina cuando oyen hablar de esto.
Pero es que en realidad le están dando muy poco crédito a Wagner.
No se preocupen, que a Wagner no lo puedo matar ni yo, ni Katharina Wagner, ni nadie. No lo pudo matar ni [Friedrich] Nietzsche, el único que se le pudo medio acercar. No se preocupen, la voz y la música de Wagner está allí y no se puede hacer cinco minutos del Ring sin que esté Wagner.
No hay que temer, al contrario: hay que aventurarse con una cosa completamente diferente, que permite una experiencia que uno no había imaginado”.
La primera sorprendida con el experimento ha sido ella misma. “Es ahora, con los ensayos generales, cuando te das cuenta de que estás ahí y de golpe está desfilando toda esta vida y es como si nunca salieras, es estar en el cuento de hadas todo el tiempo. Si a un wagneriano lo que le gusta es este mundo es el primero que tiene que venir. Y además, es una ventana para que mucha gente a las que 16 horas de música les parecería un poco mucho, igual con siete se anima”.
La adaptación solo podrá verse hoy y el viernes en Buenos Aires.
El resto de los espectadores podrán acceder a ella mediante la grabación integral que el canal alemán Deutsche Welle va a filmar para emitirlo durante el año Wagner.
Un tango seduce, si lo sabes bailar
Arturo Pérez-Reverte
(Cartagena, 1951) es un pésimo bailarín.
También de tango
. Pero es un óptimo analista de mecanismos y un sagaz decantador de esencias
. Pertenezcan o no a la esfera de sus aficiones particulares, el narrador eficaz es aquel capaz de elevar aquello que no domina después de ensamblar palabras.
“El tango no requería espontaneidad, sino propósitos insinuados y ejecutados de inmediato en un silencio taciturno, casi rencoroso.
Y así se movían los dos, con encuentros y desencuentros, quiebros calculados, intuiciones mutuas que les permitían deslizarse con naturalidad por la pista”. ¿Acaso no supondrían que el que escribe este párrafo practica a diario con Carlos Gardel?
De bailes canallas, ajedreces inquietantes y asuntos de espías hablaron Arturo Pérez-Reverte y la actriz Cayetana Guillén Cuervo en el teatro Español, donde se presentó esta noche El tango de la Guardia Vieja (Alfaguara), la nueva novela del escritor, en la que destripa la sustancia del tango al tiempo que la pareja protagonista, Mecha y Max, se somete al zarandeo de un amor tortuoso durante cuatro décadas.
Es, tal vez, la novela más romántica de las 22 que ha escrito Pérez-Reverte desde 1986, sin por ello renunciar a la acción, el suspense y el marco histórico de tres periodos singulares (1928, 1937 y 1966) que el autor apuntala con una documentación prolija sobre músicas, modas, lecturas y marcas.
Y es, sin duda, la obra que ha requerido más cocción.
Nació en un hotel de Buenos Aires, cuando Pérez-Reverte había saboreado su primer éxito masivo (El club Dumas), mientras observaba a un tipo guapo, parecido a su Max, bailando con una mujer de unos cincuenta años que desprendía un estilo abrumador.
“Empecé a darle vueltas al tango como símbolo. Tenía 39 o 40 años, pero me faltaba mirada, canas, cansancio de muchas cosas”, confesó el escritor ante un auditorio, que se había sumergido en la atmósfera literaria viendo a una pareja bailar La Cumparsita.
Pérez-Reverte le ha traspasado varias cosas de sí mismo a Max Costa, el seductor que descubre que el sentido de la vida se reduce a una cosa: que una mujer superior le mire con respeto o admiración.
En el personaje hay rastros de los recuerdos infantiles del autor: gestos y usos calcados de su padre.
Pero básicamente hay huellas de su pasado de reportero: los trucos para sobrevivir en situaciones extremas (“he conocido muchos rufianes y he usado seducciones de todo tipo, he comprado policías y aduaneros”) y la facilidad para buscar cómplices (“toda mi vida me he dedicado a trabajar a los subalternos”).
El autor habló de personajes y mundos literarios pero también de la tramoya sobre la que se sustenta una obra. “Soy un tipo que cuenta historias, un escritor profesional. Intento hacer una historia que funcione y hacen faltan herramientas para que esa historia fluya de forma eficaz
http://huequitosdesol.blogspot.com. Cada novela es un desafío diferente”.
Parte de ese trabajo es, reconoció, muy placentero. Pérez-Reverte recorre sus localizaciones para empaparse de autenticidad: saber qué vino beben, qué se contempla desde la habitación del hotel o en qué cama se acuestan sus personajes.
En esta novela, además, se acuestan mucho.
El sexo tiene varias caras: a ratos turbio, a ratos romántico. Cayetana Guillén Cuervo le preguntó cómo encontró el equilibrio para no perder la elegancia.
Y Pérez-Reverte regaló la comparación de la noche:
—El sexo es como las siete y media. Si pides una carta de más, resulta vulgar. Y si te quedas corto y te plantas, pareces un mojigato.(no sabe ligar, vamos)
Cayetana en esta entrevista coqueteaba con Arturo y este estaba cada vez que no le llegaba la camisa al cuello. Aqui nombraba a sus mujeres predilectas de sus novelas, creo que Teresa, es de la que está enamorado, virtual o verdaderemente. ,Su Reina del Sur.
Arturo tartamudeaba ante la actriz y periodista, supongo, Cayetana. Casi no le salía la voz, no parecia El Aturo del Pintor de Batallas o el del 2 de Mayo, que no le perdonaré no menciones a Benito Pérez Galdós
Habla siempre de una mujer superior y realmente no lo entendí salvo que él ante esa mujer se quisiera parecer inferior..
También de tango
. Pero es un óptimo analista de mecanismos y un sagaz decantador de esencias
. Pertenezcan o no a la esfera de sus aficiones particulares, el narrador eficaz es aquel capaz de elevar aquello que no domina después de ensamblar palabras.
“El tango no requería espontaneidad, sino propósitos insinuados y ejecutados de inmediato en un silencio taciturno, casi rencoroso.
Y así se movían los dos, con encuentros y desencuentros, quiebros calculados, intuiciones mutuas que les permitían deslizarse con naturalidad por la pista”. ¿Acaso no supondrían que el que escribe este párrafo practica a diario con Carlos Gardel?
De bailes canallas, ajedreces inquietantes y asuntos de espías hablaron Arturo Pérez-Reverte y la actriz Cayetana Guillén Cuervo en el teatro Español, donde se presentó esta noche El tango de la Guardia Vieja (Alfaguara), la nueva novela del escritor, en la que destripa la sustancia del tango al tiempo que la pareja protagonista, Mecha y Max, se somete al zarandeo de un amor tortuoso durante cuatro décadas.
Es, tal vez, la novela más romántica de las 22 que ha escrito Pérez-Reverte desde 1986, sin por ello renunciar a la acción, el suspense y el marco histórico de tres periodos singulares (1928, 1937 y 1966) que el autor apuntala con una documentación prolija sobre músicas, modas, lecturas y marcas.
Y es, sin duda, la obra que ha requerido más cocción.
Nació en un hotel de Buenos Aires, cuando Pérez-Reverte había saboreado su primer éxito masivo (El club Dumas), mientras observaba a un tipo guapo, parecido a su Max, bailando con una mujer de unos cincuenta años que desprendía un estilo abrumador.
“Empecé a darle vueltas al tango como símbolo. Tenía 39 o 40 años, pero me faltaba mirada, canas, cansancio de muchas cosas”, confesó el escritor ante un auditorio, que se había sumergido en la atmósfera literaria viendo a una pareja bailar La Cumparsita.
Pérez-Reverte le ha traspasado varias cosas de sí mismo a Max Costa, el seductor que descubre que el sentido de la vida se reduce a una cosa: que una mujer superior le mire con respeto o admiración.
En el personaje hay rastros de los recuerdos infantiles del autor: gestos y usos calcados de su padre.
Pero básicamente hay huellas de su pasado de reportero: los trucos para sobrevivir en situaciones extremas (“he conocido muchos rufianes y he usado seducciones de todo tipo, he comprado policías y aduaneros”) y la facilidad para buscar cómplices (“toda mi vida me he dedicado a trabajar a los subalternos”).
El autor habló de personajes y mundos literarios pero también de la tramoya sobre la que se sustenta una obra. “Soy un tipo que cuenta historias, un escritor profesional. Intento hacer una historia que funcione y hacen faltan herramientas para que esa historia fluya de forma eficaz
http://huequitosdesol.blogspot.com. Cada novela es un desafío diferente”.
Parte de ese trabajo es, reconoció, muy placentero. Pérez-Reverte recorre sus localizaciones para empaparse de autenticidad: saber qué vino beben, qué se contempla desde la habitación del hotel o en qué cama se acuestan sus personajes.
En esta novela, además, se acuestan mucho.
El sexo tiene varias caras: a ratos turbio, a ratos romántico. Cayetana Guillén Cuervo le preguntó cómo encontró el equilibrio para no perder la elegancia.
Y Pérez-Reverte regaló la comparación de la noche:
—El sexo es como las siete y media. Si pides una carta de más, resulta vulgar. Y si te quedas corto y te plantas, pareces un mojigato.(no sabe ligar, vamos)
Cayetana en esta entrevista coqueteaba con Arturo y este estaba cada vez que no le llegaba la camisa al cuello. Aqui nombraba a sus mujeres predilectas de sus novelas, creo que Teresa, es de la que está enamorado, virtual o verdaderemente. ,Su Reina del Sur.
Arturo tartamudeaba ante la actriz y periodista, supongo, Cayetana. Casi no le salía la voz, no parecia El Aturo del Pintor de Batallas o el del 2 de Mayo, que no le perdonaré no menciones a Benito Pérez Galdós
Habla siempre de una mujer superior y realmente no lo entendí salvo que él ante esa mujer se quisiera parecer inferior..
Suscribirse a:
Entradas (Atom)