15 oct 2012
Elvira Lindo, un vestidor entre Madrid y Nueva York Coqueta, fiel a sus gustos y a sí misma, el vestidor de la escritora Elvira Lindo puede ser serio y disparatado al mismo tiempo. Vive entre Madrid y Nueva York, en dos hogares armados con mimo.
Esta mujer es cursi en todo y en su vestuario más si cabe, no le haría falta tanto espacio sino tener un estilista porque "gusto" no tiene.
La casa madrileña en la que nos recibe la escritora y periodista Elvira
Lindo se parece mucho a ella: serena, acogedora, diferente y luminosa.
Una casa para vivir, para compartir, salpicada de muebles y objetos del Rastro y de anticuarios, y con un vestidor deslumbrante.
Una casa en la que escribir (Elvira anda liada con un guion para cine que protagonizará su amigo Javier Cámara) y en la que leer (su larga y nutrida librería, que simula una biblioteca pública, es una de las joyas).
La autora pasa aquí seis meses al año, de junio a diciembre
. Y durante ese tiempo trabaja en ella, recibe a sus amigos y a sus cuatro hijos –que tienen aquí un lugar al que volver–.
El resto, la parte más dura del invierno y la primavera, lo vive en Nueva York, donde su marido, el escritor Antonio Muñoz Molina, da clases en la Universidad de Columbia. Y donde guarda los abrigos para estar bajo cero.
¿Prefiere la de Madrid o la de Nueva York? «Las dos las he hecho mías.
No podría vivir con sensación de provisionalidad, así que me acomodo a cada una», apunta la escritora, que ha creado dos hogares a los que adapta su vida.
Un detalle: la neoyorquina está situada en un barrio de escritores y periodistas, junto al río Hudson, «donde se puede bajar en pijama a pasear al perro, las mujeres van desaliñadas y es imposible competir en extravagancia», advierte Lindo.
De ese Nueva York personal, descubierto en sus paseos cotidianos, habla uno de sus últimos libros, Lugares que no quiero compartir con nadie (Seix Barral).
Pero ese desaliño de allí no es muy de la escritora, nacida en Cádiz.
Solo hay que verla con el vestido de flores, sesentero de veras, de Corachán y Delgado, que se compró recién aterrizada en Madrid.
Con eso ya se adivina que Elvira tiene una relación buena con la ropa, con la moda. «Una relación heredada. A mi madre le gustaba mucho esto.
Sabía conjuntar las cosas, era elegante», recuerda. En su fondo de armario guarda el traje de novia de su progenitora, que murió cuando ella tenía 16 años, y que exhibe a veces en un maniquí que le regaló su hijo Miguel.
Y una camisa blanca, que aún se pone y que compró en su primer viaje de pareja a Nueva York, hace 20 años.
«A mí me gusta la ropa, no me acompleja reconocerlo. Y me doy caprichos en esto, sí. Creo que en ninguna otra cosa… Bueno, y en los taxis», comenta divertida. No suele acumular prendas, las comparte y las regala a veces a gente a la que quiere, «como el vestido de Prada que me compré cuando me dieron el Premio Biblioteca Breve».
Su vestidor madrileño es chic, pulcro y muy visitado por amigas y familia.
Está en la planta abuhardillada de la casa, junto al dormitorio.
Bien organizado y espacioso, contiene bastante piezas vintage, ninguna manoletina y ningún chándal –una prenda que detesta–, ningún stiletto (no sucumbió a ellos), tampoco minifaldas, pero sí muchos colores otoñales, muchos tacones y muchos pañuelos, como los tres que acaba de comprarse de Chichinabo, una firma que le gusta especialmente
. Y alguna joya hallada en anticuarios, algún bolso de Chanel o alguna prenda especial y más o menos lujosa, que le regala su marido. «Ese tipo de cosas me las compra Antonio».
El escritor se deja asesorar mucho –y con mucho humor– en cuestiones de estilo. «A él no le interesa demasiado, pero yo cumplo mi papel femenino», confiesa. (Una confidencia: durante la entrevista quedó claro que Muñoz Molina cree, a ciencia cierta, que todos los vaqueros son iguales).
Elvira es coqueta, sin remisión, incluso cuando nadie la ve. Buena parte de su trabajo lo lleva a cabo en casa.
Y no escribe en pijama.
Colabora con RNE desde su hogar neoyorquino y, pese a que está sola en su estudio, se pinta los labios, se pone colorete y arregla el espacio desde el que interviene.
«Hay que diferenciar la vida privada y el oficio. Así que si voy a trabajar, me visto para eso, y voy por casa como podría ir por la calle».
Pese a lo que dictarían los tópicos, ella va más de compras en Madrid que en Nueva York.
«En España hay ropa muy bonita, y soy fiel a mis tenderos
. Cuando llevo ropa de aquí, allí la valoran, quizá por el aire europeo. Una vez, en un acto, llevaba un vestido de Miriam Ocariz, entró Oscar de la Renta y me dijo que era precioso», explica.
Reconoce que es más audaz a la hora de vestirse si va a salir con los suyos que si va a un acto público. «Entonces me pongo más discreta, para no dar la nota. Procuro ser un poco camaleónica, confundirme con el paisaje en esos casos. Pero soy un pelín extravagante cuando me siento libre».
Su buena sintonía con la moda es de siempre. «Cuando vivía en Moratalaz, recuerdo que había una tienda, Morasaba, que tenía ropa distinta.
Yo era muy joven y empecé a comprarles los vestidos a plazos». Será porque la escritora se conoce bien, jamás sigue la tendencia que no le va, y, a juzgar por su casa, por ella y por su armario, tiene buen ojo y habilidad para rodearse de cosas bonitas. Por fuera, desde luego, y también por dentro.
Foto: Germán Sáiz
Una casa para vivir, para compartir, salpicada de muebles y objetos del Rastro y de anticuarios, y con un vestidor deslumbrante.
Una casa en la que escribir (Elvira anda liada con un guion para cine que protagonizará su amigo Javier Cámara) y en la que leer (su larga y nutrida librería, que simula una biblioteca pública, es una de las joyas).
La autora pasa aquí seis meses al año, de junio a diciembre
. Y durante ese tiempo trabaja en ella, recibe a sus amigos y a sus cuatro hijos –que tienen aquí un lugar al que volver–.
El resto, la parte más dura del invierno y la primavera, lo vive en Nueva York, donde su marido, el escritor Antonio Muñoz Molina, da clases en la Universidad de Columbia. Y donde guarda los abrigos para estar bajo cero.
¿Prefiere la de Madrid o la de Nueva York? «Las dos las he hecho mías.
No podría vivir con sensación de provisionalidad, así que me acomodo a cada una», apunta la escritora, que ha creado dos hogares a los que adapta su vida.
Un detalle: la neoyorquina está situada en un barrio de escritores y periodistas, junto al río Hudson, «donde se puede bajar en pijama a pasear al perro, las mujeres van desaliñadas y es imposible competir en extravagancia», advierte Lindo.
De ese Nueva York personal, descubierto en sus paseos cotidianos, habla uno de sus últimos libros, Lugares que no quiero compartir con nadie (Seix Barral).
Pero ese desaliño de allí no es muy de la escritora, nacida en Cádiz.
Solo hay que verla con el vestido de flores, sesentero de veras, de Corachán y Delgado, que se compró recién aterrizada en Madrid.
Con eso ya se adivina que Elvira tiene una relación buena con la ropa, con la moda. «Una relación heredada. A mi madre le gustaba mucho esto.
Sabía conjuntar las cosas, era elegante», recuerda. En su fondo de armario guarda el traje de novia de su progenitora, que murió cuando ella tenía 16 años, y que exhibe a veces en un maniquí que le regaló su hijo Miguel.
Y una camisa blanca, que aún se pone y que compró en su primer viaje de pareja a Nueva York, hace 20 años.
«A mí me gusta la ropa, no me acompleja reconocerlo. Y me doy caprichos en esto, sí. Creo que en ninguna otra cosa… Bueno, y en los taxis», comenta divertida. No suele acumular prendas, las comparte y las regala a veces a gente a la que quiere, «como el vestido de Prada que me compré cuando me dieron el Premio Biblioteca Breve».
Su vestidor madrileño es chic, pulcro y muy visitado por amigas y familia.
Está en la planta abuhardillada de la casa, junto al dormitorio.
Bien organizado y espacioso, contiene bastante piezas vintage, ninguna manoletina y ningún chándal –una prenda que detesta–, ningún stiletto (no sucumbió a ellos), tampoco minifaldas, pero sí muchos colores otoñales, muchos tacones y muchos pañuelos, como los tres que acaba de comprarse de Chichinabo, una firma que le gusta especialmente
. Y alguna joya hallada en anticuarios, algún bolso de Chanel o alguna prenda especial y más o menos lujosa, que le regala su marido. «Ese tipo de cosas me las compra Antonio».
El escritor se deja asesorar mucho –y con mucho humor– en cuestiones de estilo. «A él no le interesa demasiado, pero yo cumplo mi papel femenino», confiesa. (Una confidencia: durante la entrevista quedó claro que Muñoz Molina cree, a ciencia cierta, que todos los vaqueros son iguales).
Elvira es coqueta, sin remisión, incluso cuando nadie la ve. Buena parte de su trabajo lo lleva a cabo en casa.
Y no escribe en pijama.
Colabora con RNE desde su hogar neoyorquino y, pese a que está sola en su estudio, se pinta los labios, se pone colorete y arregla el espacio desde el que interviene.
«Hay que diferenciar la vida privada y el oficio. Así que si voy a trabajar, me visto para eso, y voy por casa como podría ir por la calle».
Pese a lo que dictarían los tópicos, ella va más de compras en Madrid que en Nueva York.
«En España hay ropa muy bonita, y soy fiel a mis tenderos
. Cuando llevo ropa de aquí, allí la valoran, quizá por el aire europeo. Una vez, en un acto, llevaba un vestido de Miriam Ocariz, entró Oscar de la Renta y me dijo que era precioso», explica.
Reconoce que es más audaz a la hora de vestirse si va a salir con los suyos que si va a un acto público. «Entonces me pongo más discreta, para no dar la nota. Procuro ser un poco camaleónica, confundirme con el paisaje en esos casos. Pero soy un pelín extravagante cuando me siento libre».
Su buena sintonía con la moda es de siempre. «Cuando vivía en Moratalaz, recuerdo que había una tienda, Morasaba, que tenía ropa distinta.
Yo era muy joven y empecé a comprarles los vestidos a plazos». Será porque la escritora se conoce bien, jamás sigue la tendencia que no le va, y, a juzgar por su casa, por ella y por su armario, tiene buen ojo y habilidad para rodearse de cosas bonitas. Por fuera, desde luego, y también por dentro.
Foto: Germán Sáiz
Foto: Germán Sáiz
La española que destronó a 'Cincuenta sombras de Grey'
El relato '¿Dormimos juntos?', de Andrea Hoyos, supera en ventas digitales a la trilogía más sonada del año. Su autora defiende que E. L. James ha empobrecido el placer de la lectura.
Noelia Ramírez
“Escribí '¿Dormimos juntos?' porque estaba enfadada. 'Cincuenta sombras de Grey' (CSDG) ha vendido 15 millones de copias y es un libro malo en todos los sentidos.
Especialmente en dos que a mí me indignan: no tiene ningún valor literario, ni vital”.
A Andrea Hoyos, la autora del relato que ha desbancado a E. L. James en las ventas digitales de Amazon, le ha indignado el éxito de la trilogía que ha revolucionado el panorama literario en los últimos meses.
“Me parece un texto pobre, limitado, ñoño, paternalista, bobalicón… Creo que el problema de 'Cincuenta sombras' es llamarlo literatura: es un cuento de hadas con penetración, ropa de marca, técnicas sadomasoquistas y poca psicología.
Las mujeres no somos así, no queremos así, no nos excitamos así. Somos de mil maneras distintas, cada una diferente, pero no de esa”.
Quizá por este motivo, esta publicista de 37 años, sin experiencia previa en el mundo editorial, ha dado la campanada al publicar un relato erótico que aplica elementos de la fórmula CSDG (ya saben: hombre poderoso y pagado de sí mismo-mujer fascinada por sus encantos-aventura tórrida), pero muy alejado de los estereotipos manidos que tantas alegrías ha reportado a E. L. James
. “Quería comprobar si era posible hacerlo de otra manera.
Si hay que escribir de sexo para vender y para que la gente lea, se escribe; pero se escribe bien. Se mete dolor, se mete ilusión, se mete talento, se mete sexo, se mete piel y se mete verdad”, apunta.
Que nadie espere una virgen naíf extasiada por un maduro controlador
. En '¿Dormimos juntos?' el sexo, el desengaño y los devaneos entre quién toma el poder de una relación son terrenos en los que su protagonista, Andrea (también publicista), se mueve con suma facilidad. “Andrea tiene (como yo) 37 años.
Si a esa edad fuera una virgen recatada, si no hubiera follado, sería una marciana o una enferma”, explica la autora, que asegura que su heroína “es una mujer que ha vivido, que ha querido y ha sido abandonada; es una mujer que sabe que un hombre no lo es todo y, aun así, busca el amor y se va dando tortazos.
Es una mujer como casi todas las que conozco, que no se engaña a sí misma”. Una historia adaptada a los tiempos que corren en respuesta “a los perfiles ñoños y redentores que se estilan en algunas ficciones literarias.
Porque, aparte de los libros y el cine, conozco a hombres y mujeres que también quieren creer eso, que todas las tías queremos casarnos, controlarlos y hacerles padres”.
Russell Crowe se separa
Después de nueve años, el actor australiano ganador de dos Oscar pone fin a su matrimonio con la cantante Danielle Spencer. Tiene dos hijos de 8 y 6 años.
Nueve años de matrimonio. Ese es el tiempo que llevaba casado Russell Crowe. El actor australiano y Danielle Spencer han puesto fin a su relación, pero se han comprometido a proteger a sus hijos, Charles y Tennyson, de 8 y 6 años, respectivamente, según informa Efe, tal como recoge la prensa local. El actor se encuentra en Estados Unidos rodando el filme Noe y volcado intensamente en su trabajo tras la ruptura, mientras que Spencer, de profesión actriz, cantante y compositora, permanece en Sidney con sus dos hijos.
Crowe, galardonado con dos premios Oscar por su actuación en Una mente maravillosa y Gladiator y Spencer se conocieron hace 22 años cuando filmaban The crossing. Tras un tiempo de noviazgo, la pareja se separó. Hasta que en 2002 Crowe, a quien se le han atribuido varios romances entre ellos uno con Meg Ryan, retornó a Australia para pedirle la mano a Spencer. Ninguno de los dos ha emitido una declaración pública al respecto, según el diario Sydney Morning Herald.
La pareja contrajo matrimonio en abril de 2003 en una ceremonia celebrada en la hacienda de Crowe en la localidad de Nana Glen y después fijó su residencia en Sidney, donde este año compró una lujosa mansión de diez millones de dólares (7,7 millones de euros).
En junio pasado comenzaron los rumores acerca al aparente deterioro de la relación del recordado protagonista de Gladiator cuando se divulgaron fotos de Spencer cenando en Sidney con Damian Whitewood, su compañero de baile en el programa televisivo Bailando con las estrellas.
Días después de ese incidente, Spencer se reunió con Crowe en Los Ángeles, donde ambos fueron vistos abrazados en público, un gesto que fue interpretado por la prensa como una medida para mitigar el escándalo.
El actor ha tenido uno de sus períodos más intensos de su carrera cinematográfica con rodajes continuos en el exterior y este año protagonizará siete estrenos, entre ellos Los Miserables, The man of seel y Noe, además del próximo largometraje The Winter's Tale en el que compartirá reparto con Colin Farrell y Will Smith.
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