¿La visión de una himenoplastia en directo parece fuerte? ¿O lo
parece más la visión de un cuerpo tras el tratamiento por cáncer de
mama? Tan solo son obras de arte que “pretenden crear una conciencia”,
subraya la historiadora Irene Ballester (Alicante, 1979), que examina en
su libro
El cuerpo abierto la historia de las representaciones extremas de la mujer en el arte contemporáneo.
Himenoplastia es un vídeo de la guatemalteca Regina José Galindo.
Intravenus series # 1 June es una fotografía de la pionera norteamericana
Hanna Wilke,
fallecida por cáncer en 1993. No solo tienen en común el género de la
mirada y de la protagonista, sino que, además, esta es en ambos casos la
propia autora.
“Son imágenes que de alguna manera, como nuestra vista no está
acostumbrada a ellas, pueden repeler, claro”, reconoce Ballester. Pero
es que “un arte contra la violencia de género es un arte de denuncia,
porque a estas alturas de la vida, un arte esteticista no tiene
sentido”, argumenta en la construcción de un relato de los siglos XX y
XXI que se sitúa al otro lado de una historia del arte en la que “los
cuerpos femeninos han sido pintados o esculpidos desnudos para el
disfrute del hombre”.
“Cuando el cuerpo de una mujer artista se abre aparece el dolor y la ira”, dice Pilar Pedraza
De hecho, recapitula, los hombres maduros y con arrugas sí que han
sido representados en el arte occidental y son, por ejemplo, apóstoles,
son personas sabias, santos o patriarcas. En cambio, “las mujeres viejas
son sinónimo de brujas”, ironiza. Y cuando
Tamara de Lempicka pinta a una anciana monja, muy lejos del glamour y voluptuosidad a que tenía acostumbrados a sus admiradores, el resultado,
Madre superiora,
se considera uno de sus peores cuadros. Alice Neel se hizo su primer
autorretrato a los 80 años y se desnudó para ello. Margi Geerlinks
incluyó en su serie
Mothers una mujer anciana dando un pecho a
un recién nacido. Y Cindy Sherman se vistió caracterizada de vieja como
en un lienzo holandés del XVII y medio desnuda para agitar una vez más
conciencias.
En el
vídeo de
Regina José Galindo
se trata de que el espectador o la espectadora se pregunte por qué la
autora se reconstruye el himen, y entonces averigüe qué sucede porque
“hay una sociedad que lo pide, es una membrana que implica pureza tuya y
de tu familia y eso todavía pasa, con la etnia gitana, en México, en
países árabes, por ejemplo”. Tras publicar el libro, a Irene Ballester
había personas que le decían “qué portada más fea, feísima y ¿esta quién
es?”. Pues esta es
El ángel de la anatomía, una pintura de la
argentina Leonor Fini en la que la artista se muestra descarnada, todo
huesos excepto el pelo y el rostro, en una imagen algo tétrica,
impactante. Aunque no fue surrealista, Fini estuvo en el círculo de los
surrealistas y “fue considerada una musa cuando era una artista por
derecho propio, igual que Meret Oppenheim”, reclama Ballester, que
recuerda haber cursado la licenciatura de Historia del Arte “sin que se
hablara de mujeres artistas, ni en el Renacimiento ni en la edad
contemporánea”.
La alicantina decidió desquitarse de tal carencia en la tesis
doctoral, tomando como punto de partida dos obras de arte, la citada de
Fini y
La columna rota de
Frida Kahlo,
no por causalidad nacidas las dos en 1907.
“Son dos obras en las que
ambas, de alguna manera, se desgarran en su interior”, observa la
historiadora. Son, en definitiva, como “cuerpos abiertos”, una
terminología que adoptó en el doctorado de su profesora, la escritora
Pilar Pedraza.
Son cuerpos que se convierten en “lienzos de expresión”,
que hablan por sí solos. “Cuando el cuerpo de una mujer artista se
abre”, escribe Pedraza en el prólogo del libro, “cesa toda algarabía
mercantil, carnavalesca, religiosa, o mágica y aparecen el dolor, la ira
y la descalificación en toda su crudeza”. Volviendo a su referente,
Ballester recuerda que “Kahlo fue la primera en hablar de violencia de
género cuando en los años 40 ni se sabía qué era eso”.
El relato
discurre a través de la vida y producción de artistas que en su obra
“habían denunciado la violencia de género, los abusos del patriarcado,
el sometimiento, o la maternidad obligada”.
Algunas son reconocidas, como Meret Oppenheim, Marina Abramovic,
Claude Cauhn o Cindy Sherman. Otras menos, como es el caso de Hanna
Höch, una fotomontadora “solo recordada por los dadaístas porque
preparaba los bocadillos en las reuniones de sus colegas”.
La
guatemalteca Regina José Galindo está bien respaldada por los galeristas
y la mexicana
Lorena Wolffer
ha presentado su obra por diversos países de Europa y América. Wolffer,
como la colombiana Martha Amorocho, que fue víctima de una violación en
su infancia, es una de esas artistas abundantes en el estudio de
Ballester, que “han convertido su arte y su cuerpo en una plataforma
para denunciar los abusos de la violencia de género y el feminicidio”.
Lorena Wolffer reproduce en sí misma los balazos de Ciudad Juárez
En marzo, esta dirigió un proyecto en el Matadero de Madrid en el que entre otros trabajos, se presentaba
Mientras dormíamos,
donde Wolffer reproduce en su propio cuerpo, con un plumón quirúrgico,
“cada uno de los golpes, cortadas y balazos” sufridos por las mujeres
asesinadas en Ciudad Juárez
. Así transforma su cuerpo “en un vehículo de
representación de la violencia hacia la mujer” en esta ciudad, “hoy
aparentemente institucionalizada”.
La artista mexicana participa en la exposición
In-out house, que se inaugura este lunes en la Universidad Politécnica de Valencia, con el subtítulo
Circuitos de género y violencia en la era tecnológica,
comisariada por Mau Monleón y con la colaboración de Ballester.
La más
conocida de las artistas incluidas en la muestra politécnica es la
veterana estadounidense Suzanne Lacy, de la que Ballester recuerda la
performance titulada
In morning and in rage,
en la que escenificó, en 1977, frente al Ayuntamiento de Los Ángeles la
denuncia por la violación de diez mujeres y la pasividad policial. “Es
una acción pionera consistente en apropiarse del espacio público para
denunciar la agresión a las mujeres”, apunta la historiadora alicantina.
Con el tríptico
Lo llevo puesto se presentará Martha
Amorocho.
Diversas manos masculinas se deslizan por su cuerpo,
reproduciendo las sensaciones desagradables de la violación que sufrió
en su infancia.
Es un tema recordado también en
Por mi culpa, por mi gran culpa,
donde su piel aparece marcada por clavos, recordando a la fotógrafa
alemana Grete Stern, amenazada por clavos en una de sus célebres escenas
oníricas
. Las imágenes extremas en estos casos no solo muestran el
sufrimiento y denuncian las causas, también tienen efectos catárticos.