Aquí están salvados de la quema y los prejuicios del tiempo los ahora titulados "Veintidós cuentos picantes', en un libro publicado por la editorial riojana Pepitas de Calabaza (antaño recogidos en El jardín de Venus) que recoge textos del autor Félix María Samaniego. Sí, el mismo que se hizo famoso en su época (siglo XVIII) por esas fábulas morales que han perdurado en la historia. Esta edición de poesías eróticas, calenturientas y a veces bien explícitas es de Alfonso Martínez Galilea y las ilustraciones de Javier Jubera García. Muchos de estos textos de autor 'libertino' se guardaron como literatura oral y fueron pasando de boca en boca con los años. Narraciones de las andanzas de mozas, frailes, monjas, husares, viudas, soldados, esposas descontentas y bigardos de altura y de cómo los habitantes de aquel tiempo en ciudades, conventos o aldeas se las arreglaban para ligar y fornicar de lo lindo y escapar al control y las convenciones. Aquí van algunos ejemplos.
"Samaniego (Laguardia, Álava, 1745-1801) era sobrino del Conde de
Peñaflorida y uno de los fundadores de la Sociedad Económica Vascongada,
se había educado en Francia. […] Pero no era propagandista, y se
contentó con ser poeta licencioso al modo de La Fontaine, pues sabida
cosa es que los fabulistas, como todos los moralistas laicos, han solido
ser gente de muy dudosa moralidad. Compuso, pues, Samaniego, aparte de
sus fábulas, una copiosa colección de cuentos verdes, que algunos de sus
amigos más graves (mentira parecería si no conociéramos aquel siglo) le
excitaban a publicar, y que todavía corren manuscritos o en boca de la
gente por tierras de Álava y La Rioja". Esto decía Marcelino Menéndez y Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles. Y aquí compartimos dos de sus calenturientos escritos.
Las lavativas
Cierta joven soltera, / de quien un oficial era el amante,/ pensaba a cada instante / cómo con su galán dormir pudiera / porque una vieja tía / gozar de sus amores la impedía. /
Discurrió al fin meter la penitente / en su casa, y, fingiendo que la daba / un cólico bilioso de prente, / hizo a la vieja, que cegata estaba, que un colchón separase / y en diferente cama se acostase. /
Ella en la suya, en tanto, / tuvo con su oficial lindo recreo, / dándole al dengue tanto / que a media voz, en dulce regodeo,/ suspiraba y decía: / -¡Ay...! ¡Ay...!¡Cuanto me aprieta esta agonía! /
La vieja cuidadosa, / que no estaba durmiendo, / los suspiros oyendo, / a su sobrina dijo cariñosa: /
- Si tienes convulsiones aflictivas. / niña, yo te echaré unas lavativas./
-No, tía -ella responde-, que me asustan. /
- Pues si son un remedio soberano. /
-¿Y qué, si no me gustan? /
-Con todo, te he de echar dos por mi mano /
Dijo, y en um momento levantada, / fue a cargar y a traer la arma vedada. / La mozuela, que estaba embebecida / cuando llegó este apuro, / gozando una fortísima embestida, / pensó un medio seguro / para que la función no se dejase / ni a su galán la tía allí encontrase; / montó en él ensartada, / tapándole su cuerpo y puesta en popa, / mientras la tía, de jeringa armada, / llegó a la cama, levantó la ropa / por un ladito y, como mejor pudo, / enfiló el ojo del rollizo escudo. /
En tanto que empujaba / el caldo con cuidado, / la sobrina gozosa respingaba / sobre el cañon de su galán armado, / y la vieja, notando el movimiento, / le dijo:
- ¿Ves como te dan contento / las lavativas, y que no te asustan? / ¡Apuesto a que te gustan! /
A lo cual la sobrina respondió: / -¡Ay! por un lado sí, por otro no.
La paga adelantada
Una soltera muy escrupulosa / casarse rehusaba, / y decía a su madre que pensaba / que hacer la mala cosa / aún después de casada era pecado. / Un bigardón del caso fue informado, / y, habiéndose en la casa introducido / y hallándose querido, / pidió a la niña luego en casamiento.
Ella el consentimiento / dio con la condición de que tres veces / en la primera noche se lo haría / por ponerla corriente, y seguiría / luego una sola vez todos los meses. /
Hízose al fin la boda / y, de la noche ya llegado el plazo, / la muchacha tres veces, brazo a brazo, / sufrió, sin menearse, la acción toda. /
Concluyó el fuerte mozo su trabajo / y durmióse cansado; ella, impaciente, / andaba impertinente / volviéndose de arriba para abajo, / hasta que él acabó por despertarse / y huraño dijo:
-¡Hay tal cosquillería, / que por dos veces ya me has despertado! /
Y ella exclamó, acabando de arrimarse: / -¿Me quieres dar un mes adelantado?
Las lavativas
Cierta joven soltera, / de quien un oficial era el amante,/ pensaba a cada instante / cómo con su galán dormir pudiera / porque una vieja tía / gozar de sus amores la impedía. /
Discurrió al fin meter la penitente / en su casa, y, fingiendo que la daba / un cólico bilioso de prente, / hizo a la vieja, que cegata estaba, que un colchón separase / y en diferente cama se acostase. /
Ella en la suya, en tanto, / tuvo con su oficial lindo recreo, / dándole al dengue tanto / que a media voz, en dulce regodeo,/ suspiraba y decía: / -¡Ay...! ¡Ay...!¡Cuanto me aprieta esta agonía! /
La vieja cuidadosa, / que no estaba durmiendo, / los suspiros oyendo, / a su sobrina dijo cariñosa: /
- Si tienes convulsiones aflictivas. / niña, yo te echaré unas lavativas./
-No, tía -ella responde-, que me asustan. /
- Pues si son un remedio soberano. /
-¿Y qué, si no me gustan? /
-Con todo, te he de echar dos por mi mano /
Dijo, y en um momento levantada, / fue a cargar y a traer la arma vedada. / La mozuela, que estaba embebecida / cuando llegó este apuro, / gozando una fortísima embestida, / pensó un medio seguro / para que la función no se dejase / ni a su galán la tía allí encontrase; / montó en él ensartada, / tapándole su cuerpo y puesta en popa, / mientras la tía, de jeringa armada, / llegó a la cama, levantó la ropa / por un ladito y, como mejor pudo, / enfiló el ojo del rollizo escudo. /
En tanto que empujaba / el caldo con cuidado, / la sobrina gozosa respingaba / sobre el cañon de su galán armado, / y la vieja, notando el movimiento, / le dijo:
- ¿Ves como te dan contento / las lavativas, y que no te asustan? / ¡Apuesto a que te gustan! /
A lo cual la sobrina respondió: / -¡Ay! por un lado sí, por otro no.
La paga adelantada
Una soltera muy escrupulosa / casarse rehusaba, / y decía a su madre que pensaba / que hacer la mala cosa / aún después de casada era pecado. / Un bigardón del caso fue informado, / y, habiéndose en la casa introducido / y hallándose querido, / pidió a la niña luego en casamiento.
Ella el consentimiento / dio con la condición de que tres veces / en la primera noche se lo haría / por ponerla corriente, y seguiría / luego una sola vez todos los meses. /
Hízose al fin la boda / y, de la noche ya llegado el plazo, / la muchacha tres veces, brazo a brazo, / sufrió, sin menearse, la acción toda. /
Concluyó el fuerte mozo su trabajo / y durmióse cansado; ella, impaciente, / andaba impertinente / volviéndose de arriba para abajo, / hasta que él acabó por despertarse / y huraño dijo:
-¡Hay tal cosquillería, / que por dos veces ya me has despertado! /
Y ella exclamó, acabando de arrimarse: / -¿Me quieres dar un mes adelantado?
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