14 oct 2012
El pícaro y el inocente de Elvira Lindo Sra. de Antonio Muñoz Molina
De vez en cuando, se te acerca alguien de entre el público que ha
estado escuchándote, no para que le firmes un libro, ni tan siquiera
para decirte que le ha gustado tu charla. Ese espectador misterioso se
te acerca y, sobrepasando la separación física aceptable entre dos
desconocidos, te dice que su vida contiene una novela y que tú has sido
la elegida para escribirla. Quien esto escribe, no vacunada del todo
contra la estúpida vanidad, se deja mecer cinco segundos por la idea de
que esa persona, tras un disputado casting, te ha concedido un
privilegio. Porque tú lo vales. Lo primero que suelo dar son las
gracias. Luego, ya en mis cabales, me disculpo diciendo que ando con
otros proyectos entre manos. Es entonces cuando dicho/a admirador/a, a
fin de convencerte, comienza a patinar. Porque suele darse el caso de
que el admirador más rendido se convierte en un alacrán en cuanto le
llevas la contraria, y no es raro que te diga que su historia es
infinitamente más interesante que las que tú cuentas. Y, caramba, puede
que tenga razón, pero en la literatura lo que importa es la manera de
narrar, más que los hechos en sí.
Cuando yo era una jovenzuela de barrio tenía amigos y conocidos tan jóvenes como yo, pero con vidas tremendas. Cuando digo tremendas no exagero. Manejaban dinero, vestían como si estuvieran en Berkeley y, por supuesto, consumían drogas. Yo los observaba con miedo y admiración, sabía que jamás podría ser como ellos y eso me producía alivio y cierto complejo. A casi todos les perdí la pista hasta que hace unos tres años, gracias a los lazos cibernéticos, comencé a cartearme con uno de aquellos vividores, convertido ahora en un señor que a pesar de su madurez no ha acabado de renunciar a la aventura. Y no me ha pedido que cuente su vida, no parece interesado en eso, sino en pasar a limpio las vidas de otros. Ha montado una editorial en Los Ángeles que ofrece a sus posibles clientes una especie de interlocutor y biógrafo a sueldo. ¿Que quiere usted que su vida aparezca en un libro? Pague por ello.
Lo extraordinario es que la editorial Cuenta una Vida se ha estrenado
con Bola Extra, la arriesgada aventura juvenil de uno de aquellos
modernos que a mí me provocaban sentimientos encontrados. Lo cierto es
que la historia asombra, porque este tipo de individuos ha hecho poco
acto de presencia en la literatura y en el cine españoles. J. R. García,
así se llama esta especie de pícaro del siglo XX, da cuenta de sus
trapicheos en las calles del Madrid de 1980, y de su carrera como
camello internacional, pasando material del norte de Europa hasta
México. J. R., reconvertido ahora por lo que sé en guía turístico, es un
superviviente que en ningún momento del libro muestra signos de
arrepentimiento por haber camelleado o robado. Leí esas páginas con
estupor, porque en ellas reconocía a personas con las que había
compartido horas de ensoñación juvenil, y porque de mano de este tipo al
que llamaban El Dandy podía entrar de nuevo en la casa de alguna
querida amiga cuya amistad se rompió, obviamente, por la
incompatibilidad de nuestras vocaciones. Pero ha sido una experiencia
curiosa como lectora el tener acceso a esa Cara B de mi juventud. A mi
lado sucedían cosas, y yo lo presentía, pero no tenía ni idea del
alcance de las aventuras ilegales de algunos amigos. Qué ironía. Es como
haber convivido con Ray Liotta en Uno de los nuestros y no haberte
enterado de la naturaleza de sus negocios. Y yo que me tenía por una
persona perspicaz. ¡Ja!
Y del pícaro me voy a la historia de un inocente. Un inocente nos cuenta su infancia en los ochenta. Se podría decir que este inocente es hijo de la generación de los pícaros.
Cuenta su vida por medio de una novela gráfica, El hijo del legionario, escrita y dibujada en la primera persona de Aitor Saraiba.
No solo tiene el valor del dibujo. Saraiba atesora el don de la narración literaria. Su historia arranca así: “Nací en Talavera de la Reina en 1983, el 1 de junio, mi padre cumple los años el mismo día, durante años esto es lo único que hemos compartido. Talavera tiene muchos barrios, el mío es Patrocinio de San José, y no, no es lo mismo ser de Talavera que ser de Patro”. Los vaivenes de la infancia y la juventud de Aitor no están movidos por su espíritu aventurero sino por los desastres sentimentales y económicos de sus padres. Cómo el arte le ayuda a escapar de un destino incierto, a salir del armario y a perdonar al rudo legionario es algo que planea durante toda esta emocionante historia.
Con qué pocas palabras se puede contar la complejidad de una vida que aún ha de dar mucho de sí, pero que empezó de la peor manera.
Si aquellos jóvenes de los ochenta andaban perdidos en la embaucadora mitología de la droga que acabó con el futuro de muchos, estos de ahora han heredado un presente con pocos visos de futuro. Pero hay artistas empeñados en luchar contra el negro destino.
La historia de Aitor es grandiosa como un novelón, y si el azar ha puesto en mis manos su libro yo tengo que recomendar a gritos este tesoro, porque no es banal el miedo a que en estos días solo nos enteremos de las novedades editoriales de los que ya lo tienen todo o de lo que hacen modernillos insustanciales.
Y usted Sra Lindo cree que cuenta bien las tonterias que cuenta?, no sabe usted por qué la admiten en periódicos?.
Cuando yo era una jovenzuela de barrio tenía amigos y conocidos tan jóvenes como yo, pero con vidas tremendas. Cuando digo tremendas no exagero. Manejaban dinero, vestían como si estuvieran en Berkeley y, por supuesto, consumían drogas. Yo los observaba con miedo y admiración, sabía que jamás podría ser como ellos y eso me producía alivio y cierto complejo. A casi todos les perdí la pista hasta que hace unos tres años, gracias a los lazos cibernéticos, comencé a cartearme con uno de aquellos vividores, convertido ahora en un señor que a pesar de su madurez no ha acabado de renunciar a la aventura. Y no me ha pedido que cuente su vida, no parece interesado en eso, sino en pasar a limpio las vidas de otros. Ha montado una editorial en Los Ángeles que ofrece a sus posibles clientes una especie de interlocutor y biógrafo a sueldo. ¿Que quiere usted que su vida aparezca en un libro? Pague por ello.
Si la droga acabó con el futuro de los jóvenes de los ochenta, los de ahora han heredado un presente sin futuro
Y del pícaro me voy a la historia de un inocente. Un inocente nos cuenta su infancia en los ochenta. Se podría decir que este inocente es hijo de la generación de los pícaros.
Cuenta su vida por medio de una novela gráfica, El hijo del legionario, escrita y dibujada en la primera persona de Aitor Saraiba.
No solo tiene el valor del dibujo. Saraiba atesora el don de la narración literaria. Su historia arranca así: “Nací en Talavera de la Reina en 1983, el 1 de junio, mi padre cumple los años el mismo día, durante años esto es lo único que hemos compartido. Talavera tiene muchos barrios, el mío es Patrocinio de San José, y no, no es lo mismo ser de Talavera que ser de Patro”. Los vaivenes de la infancia y la juventud de Aitor no están movidos por su espíritu aventurero sino por los desastres sentimentales y económicos de sus padres. Cómo el arte le ayuda a escapar de un destino incierto, a salir del armario y a perdonar al rudo legionario es algo que planea durante toda esta emocionante historia.
Con qué pocas palabras se puede contar la complejidad de una vida que aún ha de dar mucho de sí, pero que empezó de la peor manera.
Si aquellos jóvenes de los ochenta andaban perdidos en la embaucadora mitología de la droga que acabó con el futuro de muchos, estos de ahora han heredado un presente con pocos visos de futuro. Pero hay artistas empeñados en luchar contra el negro destino.
La historia de Aitor es grandiosa como un novelón, y si el azar ha puesto en mis manos su libro yo tengo que recomendar a gritos este tesoro, porque no es banal el miedo a que en estos días solo nos enteremos de las novedades editoriales de los que ya lo tienen todo o de lo que hacen modernillos insustanciales.
Y usted Sra Lindo cree que cuenta bien las tonterias que cuenta?, no sabe usted por qué la admiten en periódicos?.
Julio LLamazares, un viajero eterno, de Juan Cruz
Julio Llamazares, el autor leonés de La lluvia amarilla, acaba de hablar en
el Puerto de la Cruz y allí ha contado algunas de las fábulas reales que suelen
jalonar su escritura poética.
Contó Llamazares, ante un público que rió a veces y siempre se emocionó con sus relatos, que desde muy chico supo sobre esta ciudad de muelles y palmeras gracias a las invocaciones que hacía su padre de un primo descarriado que habría recalado precisamente aquí.
De Canarias supo Llamazares por un molinero de León que había sido luchador y había venido a enfrentarse, en Gran Canaria, con el Faro de Maspalomas, un legendario deportista que medía más que un armario y que (decía el molinero, de nombre Emiliano) había sido vencido en ese lance desigual.
El primo se llamaba Juanín, era el sobrino favorito del padre de Julio.
Yo conocí al padre de Julio; era un hombre discreto y estricto, decía lo que había que decir, y cumplía con todo aquello que había que cumplir, escrupulosamente, dignamente. Aquel Juanín lo tenía perturbado, pues durante años estuvo perdido, sin dar cuenta a sus padres de lo que hacía por esos mundos. Como creía con razones que quizá lo estaba pasando muy mal en sus sucesivos destierros, cada vez que se refería a él lo llamaba “el pobre Juanín”.
A los oídos de Julio, ya mayor, llegó que ese hombre debía andar por las islas Canarias, y quizá incluso en el Puerto de la Cruz
. Y en una de las primeras visitas que hizo a esta ciudad en la que habló el viernes, ante un público que no sabía si Julio inventaba una de sus ficciones o relataba de veras uno de sus viajes, aquí encontró al pobre Juanín, que en realidad vivía una vida holgada y llena de placeres, entre ellos los placeres de compartir la vida con las dos mujeres con las que convivía.
Todo esto lo contó Julio en el prólogo de su conferencia, que dio en el marco de las que organiza el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias cada 12 de octubre
. En realidad, él venía a hablar del viaje, ese era su pretexto. Tiene una larga experiencia de poeta andariego; su libro El río del olvido, que es su recorrido por el Curueño, su libro sobre Tras-o-montes, su espléndido libro sobre las catedrales españolas, y sobre todo La lluvia amarilla, que es una ficción que tiene que ver con su vida, han convertido a Llamazares en uno de los mejores escritores de viajes (de viajes íntimos, privados, de viajes hechos para sentir y no tan solo para ver) del siglo XX español.
Paciente, sensitivo, musical, sus pasos por la tierra incluyen esas actitudes pero sobre todo incluyen una manera de retener lo vivido como si se lo estuvieran contando otras almas que nunca ha visto, con las que nunca ha hablado, pero que habitan en él.
Esa novela, La lluvia amarilla, es un compendio autobiográfico del Julio que viaja, del Julio que inventa y del Julio que vive. Trata de un hombre que se queda solo, en medio de un diluvio de soledad y de olvido, en un pueblo que se está muriendo, condenado a desaparecer en la desapacible realidad del progreso que destruye o interrumpe.
Como Julio nació en Vegamián, que ya no existe porque fue sepultada por el agua de una presa, siempre hemos pensado que esta metáfora, que tiene ecos de Rulfo y, más lejanamente, del García Márquez más íntimo, o del Onetti más desgarrado, se refiere a su propia vida; y probablemente es así, pues toda metáfora creada por un poeta tiene que ver siempre con lo que el poeta vivió, aunque hable del viento de la luna.
Del nacimiento de esa triple música que tiene la literatura (lo que sucede, lo que sucede por dentro, lo que no sucede) nace el viaje verdadero y nace el viaje ficticio.
El viaje es mucho más que un trayecto, dijo Julio, y mucho más que una fotografía.
Cuando acabó de hablar, algunos nos asomamos al balcón trasero de la Casa de la Aduana, donde está el Museo Westerdahl que desde hace diez años está abierto ahí por el Instituto de Estudios Hispánicos. Ese muelle en el que pasaron años de nuestra infancia y de nuestra adolescencia puede retratarse con los poemas de Llamazares, pues todo viaje es un viaje por dentro y las palabras del viaje de otros sirven para los viajes propios.
Me gustó escuchar también la introducción que hizo el presidente del Instituto Nicolás Rodríguez Munzenmeier.
La institución cumplirá ahora sesenta años.
En una sociedad, la canaria, la española, que ahora está empobrecida y sin objetivos intelectuales o sentimentales, rota también la confianza en el futuro de la política, este centro civil quiere ser un faro de discusión y de encuentro, una apuesta progresista en la ciudad de Pérez Trujillo, de Rodríguez Barreto y de Paco Afonso. Y de Viera y Clavijo, el historiador al que ahora quieren rescatar como símbolo de las puertas abiertas de la ciudad.
Llamazares escuchaba.
Los que estábamos allí y somos del Puerto de la Cruz sabíamos que Nicolás no estaba hablando solo de la restitución del pasado. Estaba haciendo un viaje para reconstruir los cristales rotos de una sociedad que busca la reivindicación de una actitud.
La presencia del poeta seguramente inspiró al profesor Munzenmeier para su discurso vibrante de fe en el porvenir del Instituto de Estudios Hispánicos, donde muchos (este cronista también) aprendimos a ser ciudadanos.
Contó Llamazares, ante un público que rió a veces y siempre se emocionó con sus relatos, que desde muy chico supo sobre esta ciudad de muelles y palmeras gracias a las invocaciones que hacía su padre de un primo descarriado que habría recalado precisamente aquí.
De Canarias supo Llamazares por un molinero de León que había sido luchador y había venido a enfrentarse, en Gran Canaria, con el Faro de Maspalomas, un legendario deportista que medía más que un armario y que (decía el molinero, de nombre Emiliano) había sido vencido en ese lance desigual.
El primo se llamaba Juanín, era el sobrino favorito del padre de Julio.
Yo conocí al padre de Julio; era un hombre discreto y estricto, decía lo que había que decir, y cumplía con todo aquello que había que cumplir, escrupulosamente, dignamente. Aquel Juanín lo tenía perturbado, pues durante años estuvo perdido, sin dar cuenta a sus padres de lo que hacía por esos mundos. Como creía con razones que quizá lo estaba pasando muy mal en sus sucesivos destierros, cada vez que se refería a él lo llamaba “el pobre Juanín”.
A los oídos de Julio, ya mayor, llegó que ese hombre debía andar por las islas Canarias, y quizá incluso en el Puerto de la Cruz
. Y en una de las primeras visitas que hizo a esta ciudad en la que habló el viernes, ante un público que no sabía si Julio inventaba una de sus ficciones o relataba de veras uno de sus viajes, aquí encontró al pobre Juanín, que en realidad vivía una vida holgada y llena de placeres, entre ellos los placeres de compartir la vida con las dos mujeres con las que convivía.
Todo esto lo contó Julio en el prólogo de su conferencia, que dio en el marco de las que organiza el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias cada 12 de octubre
. En realidad, él venía a hablar del viaje, ese era su pretexto. Tiene una larga experiencia de poeta andariego; su libro El río del olvido, que es su recorrido por el Curueño, su libro sobre Tras-o-montes, su espléndido libro sobre las catedrales españolas, y sobre todo La lluvia amarilla, que es una ficción que tiene que ver con su vida, han convertido a Llamazares en uno de los mejores escritores de viajes (de viajes íntimos, privados, de viajes hechos para sentir y no tan solo para ver) del siglo XX español.
Paciente, sensitivo, musical, sus pasos por la tierra incluyen esas actitudes pero sobre todo incluyen una manera de retener lo vivido como si se lo estuvieran contando otras almas que nunca ha visto, con las que nunca ha hablado, pero que habitan en él.
Esa novela, La lluvia amarilla, es un compendio autobiográfico del Julio que viaja, del Julio que inventa y del Julio que vive. Trata de un hombre que se queda solo, en medio de un diluvio de soledad y de olvido, en un pueblo que se está muriendo, condenado a desaparecer en la desapacible realidad del progreso que destruye o interrumpe.
Como Julio nació en Vegamián, que ya no existe porque fue sepultada por el agua de una presa, siempre hemos pensado que esta metáfora, que tiene ecos de Rulfo y, más lejanamente, del García Márquez más íntimo, o del Onetti más desgarrado, se refiere a su propia vida; y probablemente es así, pues toda metáfora creada por un poeta tiene que ver siempre con lo que el poeta vivió, aunque hable del viento de la luna.
Del nacimiento de esa triple música que tiene la literatura (lo que sucede, lo que sucede por dentro, lo que no sucede) nace el viaje verdadero y nace el viaje ficticio.
El viaje es mucho más que un trayecto, dijo Julio, y mucho más que una fotografía.
Cuando acabó de hablar, algunos nos asomamos al balcón trasero de la Casa de la Aduana, donde está el Museo Westerdahl que desde hace diez años está abierto ahí por el Instituto de Estudios Hispánicos. Ese muelle en el que pasaron años de nuestra infancia y de nuestra adolescencia puede retratarse con los poemas de Llamazares, pues todo viaje es un viaje por dentro y las palabras del viaje de otros sirven para los viajes propios.
Me gustó escuchar también la introducción que hizo el presidente del Instituto Nicolás Rodríguez Munzenmeier.
La institución cumplirá ahora sesenta años.
En una sociedad, la canaria, la española, que ahora está empobrecida y sin objetivos intelectuales o sentimentales, rota también la confianza en el futuro de la política, este centro civil quiere ser un faro de discusión y de encuentro, una apuesta progresista en la ciudad de Pérez Trujillo, de Rodríguez Barreto y de Paco Afonso. Y de Viera y Clavijo, el historiador al que ahora quieren rescatar como símbolo de las puertas abiertas de la ciudad.
Llamazares escuchaba.
Los que estábamos allí y somos del Puerto de la Cruz sabíamos que Nicolás no estaba hablando solo de la restitución del pasado. Estaba haciendo un viaje para reconstruir los cristales rotos de una sociedad que busca la reivindicación de una actitud.
La presencia del poeta seguramente inspiró al profesor Munzenmeier para su discurso vibrante de fe en el porvenir del Instituto de Estudios Hispánicos, donde muchos (este cronista también) aprendimos a ser ciudadanos.
13 oct 2012
Shangay Película
Me pareció interesante unos meses antes de la 2ª Guerra Mundial, hay cierto recuerdo a Casablanca pero en Chino Incluso el actor hay momentos en que nos recuerda a Bogart y los trenes y la búsqueda de un amor imposible.
Nada parece lo que es en este thriller internacional al estilo
Casablanca situado en la antigua ciudad de China ocupada por los
japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, justo antes del ataque de
Pearl Harbour.
El agente secreto Paul Soames (Cusak), recién llegado a la ciudad para investigar el asesinato de su mejor amigo, se ve inmerso rápidamente en una trama de conspiración y mentiras que acosan a la ciudad. Acechado por un oficial de la inteligencia japonesa, Tanaka (Watanabe), la investigación de Soames se centra rápidamente en un carismático gángster local, Anthony Lanting, y en su hermosa mujer, Anna (Li). Sin pensarlo Soames y Anna se ven envueltos en un juego de infidelidades que les llevará a una historia de amor. Inmersos en el intercambio de lealtades en un mundo que se precipita al colapso, Anna y Paul deberán resolver el misterio y escapar de Shanghai antes de que sea demasiado tarde.
El agente secreto Paul Soames (Cusak), recién llegado a la ciudad para investigar el asesinato de su mejor amigo, se ve inmerso rápidamente en una trama de conspiración y mentiras que acosan a la ciudad. Acechado por un oficial de la inteligencia japonesa, Tanaka (Watanabe), la investigación de Soames se centra rápidamente en un carismático gángster local, Anthony Lanting, y en su hermosa mujer, Anna (Li). Sin pensarlo Soames y Anna se ven envueltos en un juego de infidelidades que les llevará a una historia de amor. Inmersos en el intercambio de lealtades en un mundo que se precipita al colapso, Anna y Paul deberán resolver el misterio y escapar de Shanghai antes de que sea demasiado tarde.
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