Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

4 oct 2012

Guía práctica para no ser un pardillo en Instagram

Un vídeo viral propone qué hacer y qué evitar en la red social que más crece.

 

jessica alba instagram
Poses, comida y bebés: Jessica Alba es una instagramera de manual.
Etiqueta
La red social Instagram ha multiplicado por siete sus usuarios en los útlimos seis meses.
 Este mes celebrará tan solo su segundo aniversario y se cree que lo hará ya con 100 millones de afiliados, lo que tiene boaquiabierto al sector de la tecnología: Twitter tardó cinco años en alcanzar esa cifra redonda y Facebook cuatro.
Eso implica que cada día millones de usuarios de la aplicación, que es propiedad de Facebook desde que el pasado abril la empresa de Mark Zuckerberg se hiciera con ella por mil millones de dólares, aprenden lo que es un filtro Valencia, acceden a las fotos de conocidos y desconocidos y se enfrentan a un número insospechado de imágenes de pies (con zapatos nuevos, desnudos y clavados en la arena, semicubiertos por el agua del mar, descansando sobre el sofá...) y todavía más instantáneas de comida. Instagram tiene múltiples posibilidades, pero, en su andadura de dos años se han codificado una serie de clichés que hacen que a veces se vuelva repetitiva.

Para luchar contra eso, el cineasta Casey Neistat, acostumbrado a sacar provecho de sus ocurrencias virales, ha elaborado un vídeo en stop-motion y con estética muy instagramera (nostálgica y analógica) en el que ofrece sus reglas para el buen uso de la red. Lo ha llamado Guía para no ser un asco en Instagram y allí dice lo que, según él, hay que hacer y lo que hay que evitar.
 Todo para que la red social no acabe aburriendo, como Facebook, que según Neistat, "ha perdido el Norte y ahora es una especie de diarrea de Internet posteada por gente a la que casi ni conozco". Twitter, dice, "no está mal, pero se basa sólo en compartír ideas por texto". En cambio, Instagram "es puro, sólo lo bueno".
Éstas son algunas de las reglas de Neistat:
-Instagram no va sobre las fotos, sino sobre "compartir".
 Siempre será mejor postear una foto interesante que una bonita.
-Encuentra un tema y explótalo.
Mejor ser "el tío que cuelga fotos de perritos" que "otra persona más que aburre con sus fotos de vacaciones".
-Modérate con los hashtags. Las etiquetas sirven para unificar temas (por ejemplo, la popular #foodporn, para el porno gastronómico o fotos de comida apetecible) y, así, ganar seguidores y "likes" de desconocidos. Pero hay por ahí usuarios con una media desorbitada de nueve o diez hashtags por foto. Algunos irónicos y otros tan genéricos como #picoftheday, foto del día.
-Pedir a la gente que te siga no está bien. NUNCA está bien.
-El bebé es muy mono, sí, pero no nadie necesita nueve fotos suyas seguidas.
El corto también ofrece ejemplos de celebrities. Al fin y al cabo, ese es uno de los grandes atractivos de Instagram, que comporte con Twitter: no es necesario ser "amigo" de uno famoso para tener acceso a su vida cotidiana, sólo seguirlo.
 Según Neistat, un ejemplo de famoso que hace un buen uso sería el rapero Rick Ross, que tiene "cientos de miles de dólares en efectivo guardados en cajas de zapatos, un Rolex tatuado en la mano y zapatillas de piel de pitón rojas" (y cuelga fotos de todo eso).
En cambio, Justin Bieber "sólo postea imágenes de su cara bonita".
De hecho, las celebrities que manejan sus propias cuentas –es fácil detectar las cuentas falsas y las profesionales de las reales– suelen comportarse de manera muy parecida a los mortales en Instagram. Jessica Alba, por ejemplo, cuelga centenares de fotos de comida.
 No le importa documentar todos los platos de su desayuno, comida y cena, como hizo en un viaje reciente a Japón.
 También es proclive a otros clichés instagrameros, como las fotos de la propia taza de Starbucks, con el nombre escrito.
 Ese es justamente uno de los "26 tipos de fotos que el mundo no necesita", según Buzzfeed.
Otras son: los tatuajes feos, las fotos de conciertos desde la platea, el cielo, sushi, hamburguesas, gente que sonríe a su iPhone y, por supuesto, los malditos pies, que alcanzaron su punto de saturación el pasado verano.
  Hay lugares comunes de Instagram difíciles de evitar: ni Rihanna (una usuaria muy constante), ni Lena Dunham ni Zooey Deschanel son ajenas a la autofoto sacando morritos.
Aunque el legado visual más significativo de Instagram, que es también el más polémico, es su estética deliberadamente retro, que llevó a un columnista a bromear: "algún día nuestros hijos preguntarán: ¿por qué era todo amarillo en aquella época?".
 Los críticos con la aplicación aseguran que los filtros proporcionan una falsa pátina arty a cualquier imagen, por mundana que sea, y convencen a sus usuarios de que están haciendo algo trascendente.
  Esos filtros y marcos tipo Polaroid se han ganado una reputación de ser "poco serios", hasta el punto que un reportero del New York Times, Damon Winter, recibió duras críticas por utilizar filtros de Hipstamatic (la aplicación rival y similar a Instagram) para fotografiar a soldados en Afganistán.
 Quizá por eso también prolifera últimamente el hashtag #nofilters, que viene a rizar el rizo: parecer aún más auténtico en la red social que más se preocupa por su apariencia.

¡Viva lo ‘kitsch’!

Monumento al enema, en la ciudad balnearia de Zheleznovodsk, Rusia. / EDUARD KORNIYENKO
¿Estás harto de los destinos que parece perfectos, como de tarjeta postal? ¿Cansado de los sitios exquisitos y elegantes (y tan parecidos unos a otros)? Pues estás de enhorabuena: el Planeta es muy grande y aún quedan muchos lugares deslumbrantemente horteras, brillantes como un caldero de latón, chillones y descarados. De puro kitsch, resultan divertidos e interesantes. Os proponemos un viaje por diez rincones de gusto, al menos, cuestionable.

01 Monumento al enema

Zheleznovodsk, Rusia

Más que hortera es sorprendente, y hasta de mal gusto. No se encuentran todos los días monumentos a una lavativa y por eso sorprende especialmente la estatua de bronce levantada en 2008 en la ciudad balnearia de Zheleznovodsk. Tres querubines sosteniendo una lavativa de 360 kilos, con la que se honraba uno de los tratamientos estrella del popular balneario: los enemas de agua mineral que brota de los manantiales que rodean la ciudad. Durante la inauguración del monumento se descubrió una pancarta en la pared del balneario anexo Mashuk-Akva Term que proclamaba: “Venzamos el estreñimiento y los descuidos con enemas”.
El principal centro de aguas termales de la región esta cerca de Pyatigorsk, desde donde el ‘marshrutka’ (taxi compartido) número 113 sale del mercado superior hacia Zheleznovodsk.

02 Estatua de Rocky Balboa

Žitište, Serbia

Un niño emulando a Rocky Balboa en Žitište, Serbia.
No nos resistimos a incluir en este listado de lugares que rayan en el mal gusto una curiosa estatua dedicada a Rocky Balboa (sí, el de las películas), erigida en una remota ciudad de Serbia. Si alguien ha visto las seis entregas de la saga Rocky, se habrá dado cuenta de que Balboa jamás peleó en el país balcánico, pero eso no fue obstáculo para que la pequeña ciudad de Žitište levantara este homenaje, en bronce y de tres metros de altura, al gran boxeador de Hollywood. Inaugurada en 2007, la obra remitía al espíritu luchador de la localidad serbia tras varios años de mala racha (inundaciones) y mala publicidad (asesinatos). El argumento que justificó el monumento fue el siguiente: puesto que Rocky Balboa tuvo que luchar mucho para conseguir todo lo que tenía, quizá provenía de Žitište.
Žitište está a unos 90 kilómetros al norte de Belgrado, cerca de la frontera con Rumania.

03 Bollywood

Mumbai, India

Bailarines en una película de Bollywood. / Stewart Cohen
Mumbai (Bombay) es el rutilante epicentro del cine indio. Aquí se ruedan más de mil películas al año, más que en Hollywood, algo lógico si se tiene que cuenta que su mercado abarca una sexta parte de la población mundial (además de los indios exiliados). Esta exuberante industria cinematográfica no solo es la más antigua e importante del mundo, sino también la responsable de algunos de los momentos más audaces, extraños y encantadoramente kitsch del séptimo arte. Por supuesto, los pósteres que promocionan las películas de Bollywood son un fiel reflejo de este mundo. Hasta hace unos pocos años, los carteles eran pintados a mano en cada ciudad por los artistas locales, con diferentes grados de calidad, lo que a veces resultaba en unas estrellas irreconocibles. Con la introducción de las técnicas digitales, aquellos anuncios pintados a mano se han revelado como obras de arte, con exposiciones en Londres o Milán.
El mejor lugar para admirar algunos de los más destacados carteles es Mumbai, capital de Bollywood. Aquí se puede incluso trabajar como extra para ganar un dinerillo: los estudios necesitan actores occidentales para añadir un toque exótico o lucir ropa provocativa que los indios se niegan muchas veces a ponerse. Los interesados sólo tienen que moverse por Colaba y los encargados de los estudios que reclutan extras para el rodaje del día siguiente se pondrán en contacto con los interesados.

04 ‘Pubs’ de ‘Cosplay’

Tokio, Japón

Una chica 'cosplay', disfrazada de colegiala, en Tokio (Japón). / Dan Higham
Si disfrutas disfrazándote de colegiala, de personajes de Dragon Ball o de Hello Kitty, tienes casi obligatoriamente que ir a Tokio y concretamente a alguno de los numerosos pubs de cosplay (del inglés costume play; juego de disfraces), donde las estrellas del manga, los vídeojuegos y el anime (dibujos animados nipones) cobran vida
. El barrio de Akihabara es perfecto para entrar en este mundo donde guerreros de expresión severa con el pelo azul y la ropa plateada toman cerveza mientras unas chicas de aspecto inocente juegan a cosas de niñas y pestañean como el mismísimo Bambi.
 Todo esto forma parte de Tokio, donde hay centenares de tiendas de anime y manga e incluso barrios, como Nakano, en los que han proliferado las tiendas de segunda mano para coleccionistas.
Un sitio para probar lo que es el cosplay es el Comiket (www.comiket.co.jp), el mercado del comic que se celebra dos veces al año en Tokio (agosto y diciembre, Tokyo Bigh Sight).
 Es una reunión masiva de manga amateur, en la que los fans se disfrazan con el atuendo de su personaje favorito.
 Aunque parezca un poco tonto, los jóvenes japoneses lo llevan a otro nivel y el escepticismo puede mutarse en admiración.
Para zambullirse y perderse de verdad, hay que ir a Akihabara, la ciudad eléctrica y barrio de la electrónica por excelencia del centro de Tokio, con muchas tiendas de anime y manga.
 No hay pérdida, lo delatan las tiendas de electrónica. Un buen sitio para descubrir el lado más salvaje del Tokio fetichista es el @Home Café de Akihabara, donde al cliente se le recibe como “amo”.
 Nada está relacionado con el sexo; todo es una diversión inocente para los otakus (aficionados).
Ocupa cuatro plantas de varias temáticas, desde princesas del pop al antiguo Japón, según el día.
Otra buena dirección es Tokyo Anime Center, que vende artículos de recuerdo relacionados con el ‘anime’ y el manga.

¡Esas eróticas pizarras! Por: Diego A. Manrique | 04 de octubre de 2012

DeitrichPhonograph (2)
Marlene giraba a 78 revoluciones por minuto

Atención a la foto: la seductora con la guardia baja. Marlene Dietrich en ropa cómoda, con el cigarrillo y su gramófono (o fonógrafo). Llámalo como quieras, el dato esencial es que el reproductor de discos formaba parte del arsenal de la vampiresa: permitía música en la intimidad, al servicio de los deseos de su propietaria. Influencia de Hollywood, naturalmente, que así imaginaba a las descaradas flappers de los años veinte y, en general, a las mujeres malas.

Es uno de los grandes tópicos del cine en blanco y negro: el fonógrafo cómo accesorio mayormente femenino, indicador de promiscuidad o desequilibrio, al servicio de la conquista amorosa y, ay, también ejerciendo como consuelo en noches de soledad. Mil ejemplos: en Rain (1932), Joan Crawford es Sadie, la prostituta de San Francisco que viaja con su enorme gramófono de bocina; recala en una isla del Pacífico y vuelve locos tanto a los soldados estacionados allí como a un misionero reprimido.
En This is our life (1942), Bette Davis modula su personaje según la música que pincha (o al revés): latina para sus fantasías de club nocturno, blues para las malas rachas. En Stella Dallas (1937), Barbara Stanwyck se retrata como mujer disponible fumando, leyendo una revista ínfima…y escuchando “St. Louis blues”. En Red headed  woman (1932), Jean Harlow comunica su voluntad transgresora bebiendo alcohol barato…y escuchando “Frankie and Johnny”.
En Female, Ruth Chatterton es la desencantada dueña de una fábrica de automoviles, que usa sexualmente a hombres jóvenes, incluyendo empleados; vence su resistencia con vodka y una grabación de “Shangai Lil”. Fuerte, sí: se estrenó en 1933, cuando Warner Brothers podía permitirse ignorar el Código Hays de censura cinematográfica.
La Gran Tentadora también era muy disquera. En I’m no angel (1933), Mae West conquista a un  tejano de Dallas poniendo una canción llamada “No one loves me like that Dallas man”. La cámara revela que su colección de discos incluye también “Nadie me ama como ese hombre de Memphis” o “Nadie me ama como ese hombre de Frisco”…

Por experiencia, sé que resulta inútil explicar hoy los encantos vulgares de Mae West: era un fenómeno de su tiempo y de su sociedad. Sólo recordar que, ya anciana, tenía suficiente credibilidad para rodar un disparate como Sextette (1978), alistando a bandarras del rock tipo Keith Moon, Alice Cooper y Ringo Starr.

Y otro detalle. No era gran cantante pero Mae West sabía de dónde copiar: se basaba en Bessie Smith y demás damas del classic blues. Esos "préstamos" no pasaron desapercibidos: en “Come up and see me sometime”, una placa de 1934, la polivalente Ethel Waters la parodiaba y la retaba: comparada con su ardor negro, insistía, Mae era “una esquimal.” Y no olvidaba un guiño respecto al gramófono de la West: “estarás tranquilo, puedes relajarte y quedarte todo el tiempo que quieras/ solo tráete una aguja para mi máquina de discos -¿lo pillas?- y bailaremos”.




 



Vamos a despedir esta sesión pizarrera con una pieza explícita de jump blues. Bull Moose Jackson, saxofonista y cantante de Cleveland, grababa para el sello King y se aprovechaba de la tolerancia del público negro. Esa música no estaba destinada al mercado blanco; seguramente, ninguna de las pin ups que desfilan aquí abajo llegaron a escuchar Big ten inch record. El chiste estaba en comparar las dimensiones de los placas de 78 rpm y su propio miembro viril: “consigo que enloquezca cuando saco mi gran….disco de diez pulgadas con su blues favorito”.  
 

  
Bull Moose Jackson y su Gran disco de diez pulgadas (1952)  
Esta entrada de Planeta Manrique ha sido escrita bajo la influencia de Melodías Pizarras, el programa de Radio 3, disponible en podcast.

3 oct 2012

ANÁLISIS El lado bueno del Gran Hermano

Big Brother tiene big problems.
  El Gran Hermano hace tiempo que almacena todos los datos, pero hasta ahora, gracias a la llamada Big Data (literalmente grandes datos), no podía cribar los buenos de los malos; los que necesitaba en determinado momento de los del resto, los importantes de los banales. ¿De qué vale interceptar todas las comunicaciones de Al Qaeda si no sabe distinguir la de Bin Laden? ¿De qué vale almacenar todos los historiales clínicos si no se criban los cirróticos de los diabéticos? El reto se llama Big Data.
Cada vez producimos más datos y tenemos la capacidad de almacenarlos; pese a su engañoso nombre, por Big Data no se entiende solo eso, sino la posibilidad de manipularlos, cribarlos, analizarlos y segmentarlos. No se trata de tener solo la información, sino de aprovecharla. Hacienda, Sanidad y Seguridad son los primeros que practican el Big Data. Para ello necesitan la colaboración de cuantos más mejor. Hace unos años, por ejemplo, National Geographic pidió a sus lectores un poco de saliva para conseguir su ADN y trazar la itinerancia de las razas.
Gracias a Big Data, por ejemplo, puede avanzar a mayor ritmo la investigación sobre el cáncer o sobre vacunas para enfermedades, ya que seleccionan a los pacientes de una misma enfermedad y puede seguir sus tratamientos.
Cuando corremos ya llevamos nuestras zapatillas conectadas a Internet; cuando andamos, el podómetro nos cuenta pasos, ritmo cardiaco, calorías quemadas y hasta nos dice las veces que nos hemos despertado en la noche
. Datos que almacenamos en Internet y que compartimos en redes sociales con los amigos, bien para competir o, simplemente, para animarnos a cumplir con la dieta marcada por el médico.
Y los datos saltan del paciente al médico y de este al ambulatorio y de aquí al hospital local y luego a la red de hospitales que, si es el caso, gracias Big Data cotejará a los mismos que les pasa lo mismo pero que evolucionan distinto. Big Data no es el qué, sino el porqué.
Todo y todos conectados a Internet (el Internet de las cosas) han disparado en este siglo los datos que generamos. Big Brother lo tiene todo, pero no lo sabe todo. Necesita Big Data.