Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

4 oct 2012

¡Esas eróticas pizarras! Por: Diego A. Manrique | 04 de octubre de 2012

DeitrichPhonograph (2)
Marlene giraba a 78 revoluciones por minuto

Atención a la foto: la seductora con la guardia baja. Marlene Dietrich en ropa cómoda, con el cigarrillo y su gramófono (o fonógrafo). Llámalo como quieras, el dato esencial es que el reproductor de discos formaba parte del arsenal de la vampiresa: permitía música en la intimidad, al servicio de los deseos de su propietaria. Influencia de Hollywood, naturalmente, que así imaginaba a las descaradas flappers de los años veinte y, en general, a las mujeres malas.

Es uno de los grandes tópicos del cine en blanco y negro: el fonógrafo cómo accesorio mayormente femenino, indicador de promiscuidad o desequilibrio, al servicio de la conquista amorosa y, ay, también ejerciendo como consuelo en noches de soledad. Mil ejemplos: en Rain (1932), Joan Crawford es Sadie, la prostituta de San Francisco que viaja con su enorme gramófono de bocina; recala en una isla del Pacífico y vuelve locos tanto a los soldados estacionados allí como a un misionero reprimido.
En This is our life (1942), Bette Davis modula su personaje según la música que pincha (o al revés): latina para sus fantasías de club nocturno, blues para las malas rachas. En Stella Dallas (1937), Barbara Stanwyck se retrata como mujer disponible fumando, leyendo una revista ínfima…y escuchando “St. Louis blues”. En Red headed  woman (1932), Jean Harlow comunica su voluntad transgresora bebiendo alcohol barato…y escuchando “Frankie and Johnny”.
En Female, Ruth Chatterton es la desencantada dueña de una fábrica de automoviles, que usa sexualmente a hombres jóvenes, incluyendo empleados; vence su resistencia con vodka y una grabación de “Shangai Lil”. Fuerte, sí: se estrenó en 1933, cuando Warner Brothers podía permitirse ignorar el Código Hays de censura cinematográfica.
La Gran Tentadora también era muy disquera. En I’m no angel (1933), Mae West conquista a un  tejano de Dallas poniendo una canción llamada “No one loves me like that Dallas man”. La cámara revela que su colección de discos incluye también “Nadie me ama como ese hombre de Memphis” o “Nadie me ama como ese hombre de Frisco”…

Por experiencia, sé que resulta inútil explicar hoy los encantos vulgares de Mae West: era un fenómeno de su tiempo y de su sociedad. Sólo recordar que, ya anciana, tenía suficiente credibilidad para rodar un disparate como Sextette (1978), alistando a bandarras del rock tipo Keith Moon, Alice Cooper y Ringo Starr.

Y otro detalle. No era gran cantante pero Mae West sabía de dónde copiar: se basaba en Bessie Smith y demás damas del classic blues. Esos "préstamos" no pasaron desapercibidos: en “Come up and see me sometime”, una placa de 1934, la polivalente Ethel Waters la parodiaba y la retaba: comparada con su ardor negro, insistía, Mae era “una esquimal.” Y no olvidaba un guiño respecto al gramófono de la West: “estarás tranquilo, puedes relajarte y quedarte todo el tiempo que quieras/ solo tráete una aguja para mi máquina de discos -¿lo pillas?- y bailaremos”.




 



Vamos a despedir esta sesión pizarrera con una pieza explícita de jump blues. Bull Moose Jackson, saxofonista y cantante de Cleveland, grababa para el sello King y se aprovechaba de la tolerancia del público negro. Esa música no estaba destinada al mercado blanco; seguramente, ninguna de las pin ups que desfilan aquí abajo llegaron a escuchar Big ten inch record. El chiste estaba en comparar las dimensiones de los placas de 78 rpm y su propio miembro viril: “consigo que enloquezca cuando saco mi gran….disco de diez pulgadas con su blues favorito”.  
 

  
Bull Moose Jackson y su Gran disco de diez pulgadas (1952)  
Esta entrada de Planeta Manrique ha sido escrita bajo la influencia de Melodías Pizarras, el programa de Radio 3, disponible en podcast.

3 oct 2012

ANÁLISIS El lado bueno del Gran Hermano

Big Brother tiene big problems.
  El Gran Hermano hace tiempo que almacena todos los datos, pero hasta ahora, gracias a la llamada Big Data (literalmente grandes datos), no podía cribar los buenos de los malos; los que necesitaba en determinado momento de los del resto, los importantes de los banales. ¿De qué vale interceptar todas las comunicaciones de Al Qaeda si no sabe distinguir la de Bin Laden? ¿De qué vale almacenar todos los historiales clínicos si no se criban los cirróticos de los diabéticos? El reto se llama Big Data.
Cada vez producimos más datos y tenemos la capacidad de almacenarlos; pese a su engañoso nombre, por Big Data no se entiende solo eso, sino la posibilidad de manipularlos, cribarlos, analizarlos y segmentarlos. No se trata de tener solo la información, sino de aprovecharla. Hacienda, Sanidad y Seguridad son los primeros que practican el Big Data. Para ello necesitan la colaboración de cuantos más mejor. Hace unos años, por ejemplo, National Geographic pidió a sus lectores un poco de saliva para conseguir su ADN y trazar la itinerancia de las razas.
Gracias a Big Data, por ejemplo, puede avanzar a mayor ritmo la investigación sobre el cáncer o sobre vacunas para enfermedades, ya que seleccionan a los pacientes de una misma enfermedad y puede seguir sus tratamientos.
Cuando corremos ya llevamos nuestras zapatillas conectadas a Internet; cuando andamos, el podómetro nos cuenta pasos, ritmo cardiaco, calorías quemadas y hasta nos dice las veces que nos hemos despertado en la noche
. Datos que almacenamos en Internet y que compartimos en redes sociales con los amigos, bien para competir o, simplemente, para animarnos a cumplir con la dieta marcada por el médico.
Y los datos saltan del paciente al médico y de este al ambulatorio y de aquí al hospital local y luego a la red de hospitales que, si es el caso, gracias Big Data cotejará a los mismos que les pasa lo mismo pero que evolucionan distinto. Big Data no es el qué, sino el porqué.
Todo y todos conectados a Internet (el Internet de las cosas) han disparado en este siglo los datos que generamos. Big Brother lo tiene todo, pero no lo sabe todo. Necesita Big Data.

J. K. Rowling: “La hipocresía de la clase media es terreno muy fértil”

La escritora británica J. K. Rowling, que ahora publica <CF1055>The Casual Vacancy. / ANDREW MONTGOMERY
La primera novela de J. K. Rowling para adultos, The Casual Vacancy, llegó el jueves pasado a las librerías de Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Francia (en España no saldrá hasta el año próximo).
 En esta entrevista, la autora habla de su vida después de Harry Potter, incluida su paranoia sobre la posibilidad de perder todo lo que ha ganado. En su libro, Rowling muestra el panorama social de una pequeña ciudad inglesa.
 Describe a una próspera familia de médicos indios, un padre que pega a su mujer y sus hijos en privado, un portavoz político tan poderoso como grueso y cuatro adolescentes que se rebelan contra la rigidez del mundo burgués.
A sus 47 años, Rowling es una de las mujeres más ricas del mundo
. Los siete volúmenes de su serie de Harry Potter se han traducido a 72 idiomas y han vendido alrededor de 450 millones de ejemplares en todo el mundo.
Cuando publicó el primer libro de Harry Potter, en 1997, era una madre soltera con problemas económicos que vivía en Edimburgo.
Sigue viviendo allí, y concede la entrevista en su despacho del centro de la ciudad.
Pregunta. En su novela no hay nada de magia ni brujería. ¿Lo ha echado de menos?
Respuesta. He agotado verdaderamente lo mágico. Fue muy divertido mientras duró, pero lo he dejado atrás por el momento. Si existe alguna relación entre Harry Potter y mi novela nueva es mi interés por los personajes.
P. Después del último volumen de Harry Potter, ¿pensó alguna vez en dejar de escribir?
R. No, ni se me pasó por la cabeza. Llevo escribiendo toda mi vida y escribiré siempre. Pero a veces sí me he dicho a mí misma que no estoy obligada a publicar nada más. El éxito de Harry Potter me dio mucha libertad. Ya puedo pagar mis facturas...
P. Toda esa libertad ¿no puede hacer también que un escritor se sienta con la mente en blanco?
R. Me gusta demasiado escribir para que me ocurra eso. Lo que sí es un problema mayor es que Harry Potter lleva asociadas tantas responsabilidades comerciales que tengo menos tiempo para escribir del que me gustaría. Además, tengo tres hijos, aunque estoy acostumbrada a trabajar con ellos alrededor. Ayer, por ejemplo, tuve una jornada de escritura fantástica. Preparé a los niños para el colegio y, en cuanto mi marido salió con ellos de casa, me fui a la cocina y me hice el desayuno. Todavía en pijama, me lo llevé a la cama, cogí el ordenador y pasé cuatro horas trabajando en la cama. Maravilloso.
P. La hipocresía de la clase media es un tema importante del libro. ¿Por qué le interesa?
R. En las relaciones humanas existe una tendencia desagradable que es que sentimos cada vez menos empatía entre nosotros. Juzgamos todo el tiempo a personas a las que no deberíamos juzgar, porque no las conocemos lo suficiente. En mi opinión, la falta de empatía es la base de muchos problemas, y creo que está perturbando nuestra sociedad.
P. ¿Cuál es el motivo?
R. En una época de dificultades económicas, la gente está menos dispuesta a ayudar a los demás. Estos no son buenos tiempos para la empatía.
P. En su nuevo libro, la clase media tampoco tiene una vida muy feliz.
R. A veces me deprimía escribir el libro. Es una novela sobre cómo nos engañamos a nosotros mismos. Sin embargo, algunos personajes están firmemente convencidos de que todo lo hacen bien, y eso también resulta divertido. En la clase media existe mucha ambición, mucha competitividad y mucha hipocresía, por lo que es un terreno bastante fértil para un escritor.
P. Se ha hecho rica y famosa trabajando en algo que es muy importante para usted. ¿Le parece un lujo?
R. Desde luego, y estoy enormemente agradecida, pero lo más importante es que mi objetivo nunca fue hacerme rica. Gané ese dinero por pura casualidad. Nunca había sido mi intención. Yo escribí un libro y pensé que era bueno. Nada más.
P. ¿Le ha cambiado el éxito?
R. Sí, y cualquiera que diga que no nos cambia estará mintiendo. En primer lugar, el éxito ha eliminado muchas preocupaciones de mi vida, porque en aquel entonces era madre soltera, tenía un contrato temporal de maestra y no sabía cuánto tiempo más iba a poder seguir pagando el alquiler. Cuando firmé el contrato de Harry Potter con la editorial de Estados Unidos, recibí una suma inmensa de dinero casi de la noche a la mañana. Me sentí apabullada. Y de pronto sentí muchas responsabilidades. Lo primero que pensé fue: no puedes estropearlo. Me entró una terrible paranoia pensando que iba a hacer alguna estupidez y tendría que volver a mi pequeño piso alquilado con mi hija Jessica. Quería asegurarme de no perder nada. Estuve a punto de guardar el dinero debajo del colchón.
P. ¿Qué siente hoy cuando está con gente rica?
R. Gracias al rumbo tan peculiar que ha seguido mi vida, he podido observar cómo cambia el comportamiento de una persona cuando se hace rica.
 Recuerdo una conversación con un hombre al que prefiero no describir con mucho detalle. Me dijo, con total naturalidad: Por suerte, aquí no hay chusma. Por lo visto, dio por supuesto que yo compartía su opinión. Ni se le ocurrió pensar que, 15 años antes, yo había sido una de esas personas que él consideraba chusma.
P. ¿Le parece ofensivo ese tipo de comportamiento?
R. Me parece alarmante que la gente piense que el éxito —y en nuestra sociedad, éxito equivale a riqueza— le permite a uno olvidarse de cómo era antes su vida. Como si fuera tan fácil cambiar de principios.
P. Hasta el día de la publicación de su novela, solo habían visto el manuscrito unas 30 personas en todo el mundo. ¿Por qué le resulta tan importante mantener todo ese control?
R. Al final, la publicación de los libros de Harry Potter despertaba una expectación enorme, que acabó descontrolándose y me producía mucho estrés. Esta vez, quería que las cosas fueran un poco más normales.
P. Pero no se puede decir que sea muy normal. En general, los editores envían ejemplares por adelantado varias semanas antes de la publicación.
R. Hablé de ello con Stephen King, quizá el único autor del mundo que ha estado en una situación similar a la mía.
Él probó con los ejemplares adelantados, pero luego vio que enseguida estaban a la venta en eBay. Es el mundo en que vivimos, en el que es posible hacer muchas copias de un manuscrito en cuestión de segundos; un problema tremendo para autores y editores.
P. ¿Hasta qué punto es importante para usted que A Casual Vacancy sea un éxito?
R. Debemos definir a qué nos referimos al decir éxito.
P. Buenas críticas, muchos lectores.
R. Estoy segura de que nunca volveré a tener un éxito como Harry Potter en toda mi vida, por muchos libros que escriba y por buenos o malos que sean.
© 2012 Der Spiegel. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Karl Lagerfeld se suma a los vientos de cambio


Foto: Patrick Kovarik (AFP) / Vídeo: Atlas
La escena muestra a Karl Lagerfeld veraneando en Saint Tropez.
 Toma una hoja y sus pinturas de colores y empieza a bosquejar la colección primavera / verano 2013 de Chanel
. Hace calor y el septuagenario diseñador sueña con aire y brisa. Corte al Grand Palais, en París, ayer por la mañana. 13 falsas turbinas flanquean una pasarela que simula el efecto de un panel solar.
 Si Lagerfeld quiere viento, Chanel le construye un parque eólico.
Así es como funcionan las cosas en la firma de lujo más poderosa del mundo.
“No estoy tratando de hablar de ecología”, aclaraba Lagerfeld, “sino de volumen y ligereza.
 Los materiales son frescos y he eliminado todos los códigos de Chanel: ni una cadena, ni una camelia”. Soplan vientos de cambio y Chanel no quiere quedarse atrás.
 Cuando todo parece centrado en las dos casas que se han renovado con sus nuevos directores creativos, rejuvenecer es la obsesión.
Lagerfeld se convirtió en uno de los grandes ausentes en el estreno de Hedi Slimane en Saint Laurent. Lo que no deja de ser curioso ya que él fue uno de sus primeros y más entusiastas valedores: nunca faltó a sus desfiles en Dior Homme y adelgazó para entrar en sus trajes.
Ayer, vestido con chaqueta de Dior por Kris Van Assche, quitaba importancia al asunto.
“No he visto nada de anoche. Nunca miro otros desfiles antes del mío y tampoco acudo a ellos.
A las presentaciones de ropa para hombre voy como cliente”. Slimane no hace más que perder simpatías. La otra ausencia destacada fue la de Cathy Horyn, crítica de The New York Times, a la que el diseñador vetó por una absurda trifulca.
Los desfiles de Chanel son siempre una demostración de poder. Con un ejército de modelos marchando entre los molinos, el de ayer no fue una excepción.
 Y la grandilocuencia de la puesta en escena tuvo su reflejo en la colección con un enorme bolso hula hoop, gigantescas perlas, zapatos de monstruosas plataformas (es urgente revisar el calzado en esta casa) y sombreros de exagerada ala de plástico.
En los años 60, el plástico para vestir tenía un valor vanguardista, pero medio siglo después ha perdido vocación de ruptura. Excepto, quizá, en el caso de Amaya Arzuaga. En sus manos el plástico recupera su carácter experimental.
 Para su quinto desfile en París, la única española presente en esta semana de la moda lo utilizó como oposición a lo orgánico. Esta clase de dialécticas están en la esencia del estilo de la burgalesa, que esta vez quiso explorar el valor de la curva femenina frente al círculo geométrico.
 Con colores importados de Gary Hume, se alejó de los territorios oscuros que a menudo prefiere. Es la clase de riesgo que París agradece porque le permite seguir sintiéndose joven.