“Es difícil ligar con la cámara ahí”, dice Leonard Cohen ante una fan embelesada.
La lente es de
Tony Palmer, que está rodando el documental
Bird on a wire
durante una gira del cantante en 1972. “Mi condición para hacer la
película fue que Cohen no me podía cerrar ninguna puerta. Aceptó y
cumplió con su palabra durante el rodaje. Los problemas vinieron
después”, explica el realizador británico. Después, el poeta canadiense y
su equipo pusieron muchos reparos a la primera versión. Era demasiado
íntima. Y decidieron apartar del proyecto a su visionario director que,
siguiendo el consejo de su amigo John Lennon, ya había lanzado en la BBC
a músicos apenas conocidos entonces como Jimi Hendrix, The Who o Cream,
y había hecho junto con Frank Zappa el mítico filme
200 Motels.
Encargaron otro montaje del material de la gira. Sin embargo, esta
segunda versión, gustó aún menos, esta vez por su falta de calidad. El
filme desapareció y, con el paso del tiempo, el documental fue
adquiriendo un aura de misterio entre los seguidores de Cohen, que
periódicamente preguntaban por él.
Hace tres años, en un almacén de Hollywood, apareció. Se hallaron 200 rollos de
Bird on a wire
que acabaron en manos de Palmer.
“El material estaba en muy mal estado.
Era un puzle complicadísimo. Pero con ayuda de la tecnología digital y
del azar, porque cuando empezaba a desesperarme encontré accidentalmente
el 70% de la banda sonora, logramos unir 3.000 fragmentos”, recuerda el
realizador londinense de 71 años en la Universitat de Valencia. 40 años
después, el director recuperaba su película, y la semana pasada, el
público llenó el salón de actos de la Facultad de Filología, Traducción y
Comunicación para verla por primera vez en España, y con subtítulos en
español. El filme solo está disponible en DVD y en versión inglesa y
francesa.
Mi condición fue que no me podía cerrar ninguna puerta. Aceptó y cumplió durante el rodaje. Los problemas vinieron después”
En la pantalla, Cohen nada en piscinas desnudo, discute con los
guardias de seguridad en Tel Aviv, reflexiona, repudia la violencia,
elogia la calidad de un porro de maría, flirtea con sus fans, llora,
ríe, habla, intenta explicar por qué debe suspender un concierto (“hay
noches que no puedes despegar”), ironiza sobre el “buen amigo” que se
quedó con sus derechos de la canción
Suzanne, sostiene que “el
éxito es la supervivencia”, recita sus composiciones (“He percibido el
contorno de sus senos a través de su traje de Hallowen”)… Y sobre todo
canta, canta sus canciones imperecederas.
Es un Cohen de 37 años íntimo, auténtico, dubitativo, emocional,
apasionado por la poesía y a veces en actitud indolente. “Cohen estaba
incómodo.
Él y su equipo me dijeron que era demasiado íntima e incluso
agresiva.
Yo no lo veo así. Estaban molestos por que se viera al
cantante cansado. Él ha visto la nueva versión y ya no tiene las
preocupaciones de entonces.
Ahora somos otra vez amigos, aunque nunca
fuimos enemigos”, apostilla esbozando una leve sonrisa.
Cohen atravesaba una mala época justo antes de rodarse el documental
de la gira, que podía ser la última. Quería dejarlo todo.
Ese hastío se
refleja en varias secuencias, al igual que el genio creador del
cantante que se consideraba sobre todo, poeta –en el filme sale
lamentando las escasas ventas de los libros de poesía. Palmer considera
muy justo el Premio Príncipe de Asturias de la Letras que se le otorgó
el pasado año por su poesía.
“Es un gran poeta, un artista
extraordinario”, añade.
El material estaba en muy mal estado. Era un puzle. Pero con ayuda de la tecnología logramos unir 3.000 fragmentos”
El realizador ha dirigido más de un centenar de películas
documentales, la mayor parte para la televisión. Y en todas ellas se ha
interesado por mostrar el contexto social y político, además de la
auténtica personalidad de los personajes retratados
. Ha trabajado y
conocido a los grandes músicos pop y rock de la sesenta y setenta, a la
diva Maria Callas, a los compositores Igor Stravinsky o Benjamin
Britten, a los actores Lawrence Olivier o Richard Burton. Asegura que a
todos ellos les une “el coraje físico, emocional, intelectual, político”
para sobreponerse.
“Los más grandes artistas tienen una visión, y no
tienen a nadie para preguntar, están solos, y la gente corriente no
podemos más que seguirlos para ver adónde van”, indica. “Cuanto más fama
alcanzan, más piensa la gente que son propiedad de todos, y los
artistas se van aislando más”, agrega.
Palmer atesora múltiples historias de artistas que evidencian a
menudo las dificultades de sobrellevar el éxito o de enfrentarse con el
público, que espera todo de su ídolo. De Lawrence Olivier, por ejemplo,
recuerda que siempre repetía el mismo ritual dos hora antes de salir al
escenario: se ponía el maquillaje, se tomaba un té, leía el periódico y,
cuando faltaban 10 minutos para la función, se colocaba detrás del
telón e increpaba para sí al público: ‘bastardos, dejadme en paz,
cabrones’.
Entonces se calmaba y salía”. Britten vencía el miedo a
defraudar y el nerviosismo con “un poco de whisky”. Jimmy Page, de Led
Zeppelin, no paraba de deambular de un lado a otro antes de los
conciertos. Estaba muy nervioso, su éxito podía con el. 60.000 personas
esperándole… Sólo se calmaba con “un poco de droga”. “Pero en una dosis
modesta”, puntualiza
. Luego vinieron los excesos y los problemas,
concluye Palmer, que ejerce de fiel londinense: “¿En qué otra ciudad
puedes elegir para salir una noche entre 200 películas, 80 conciertos o
40 obras de teatro?