Tímida y elegante en sus gestos, la escritora estadounidense Nicole Krauss
(Nueva York, 1974) es incapaz de disimular la alegría por sentarse
delante del público-lector que anoche se acercó a la Biblioteca Pública
de Segovia en la segunda jornada del Hay festival. La excusa para la cita, La gran casa, la tercera novela de la joven autora, finalista del National Book Award, lectura recomendada por The New Yorker
y portada de la mayoría de los suplementos culturales de la vieja
Europa, dijo Pepa Bueno, periodista encargada de darle la vez.
Entre la culpa y la disculpa, Krauss se sienta dispuesta a ser la "autora" que el público espera y no la escritora "imperfecta" que termina por aparecer
. No despliega un arsenal de referencias literarias ni citas elocuentes, recurre a la discreción y cierto misterio para encauzar la conversación hacia el que ha descubierto recientemente es el gran tema de su literatura: la reacción del ser humano ante la pérdida.
No se trata de masoquismo o morbo, todo gira alrededor de "la dificultad para relacionarse", confiesa.
"La ironía de esta profesión es crear personajes e historias que se interrelacionan sin uno realmente ser testigo directo, por eso tengo la esperanza de conseguir hasta cierto punto este contacto cuando envío uno de mis libros al mundo".
En La gran casa cuatro voces desde Nueva York, Londres e Israel discurren entorno a un gran escritorio con 19 cajones que le permiten a la escritora alargar y multiplicar su vida. La segunda excusa de su escritura. "Nunca he comprendido a esos autores que escriben para expresarse, con lo enriquecedor que es decir con libertad lo que sea a través de los personajes".
La vida para Krauss avanza de manera paralela a la literatura. No pretende escribir espejos del mundo, sino narrar historias que den "cierto sentido a esos momentos difíciles de comprender".
Para ello se convierte en albañil, sus palabras son como el cemento y el ladrillo que sujetan una casa y que con suerte estará llena de imperfecciones.
"Me aprovecho de esta circunstancia para redefinir la estructura de la novela y dotarla de la misma importancia que un personaje o la propia historia", asegura. Y todo comienza en una imagen recurrente en su cabeza. "Tal vez un pomo que desemboque en una habitación, una ventana, otra habitación y una casa, para así descubrir al mismo tiempo que un lector o uno de mis protagonistas qué va a suceder".
Originaria de la poesía, la prosa de Krauss adquiere sonoridad con el dolor que expresa, no desde la nostalgia, sino hacia la liberación.
Sus palabras surgen del silencio de los malentendidos y las disputas entre sus personajes. De esa tensión que grita el arte la traduce en un ejercicio de catarsis. Por eso, su empeño resulta esperanzador, porque esos individuos llevados al límite por las circunstancias consiguen transformarse gracias a los otros. "Al final de la vida, antes de morir, lo único que de verdad importará serán aquellas relaciones afectivas reales, todo lo demás es nimio".
Entre la culpa y la disculpa, Krauss se sienta dispuesta a ser la "autora" que el público espera y no la escritora "imperfecta" que termina por aparecer
. No despliega un arsenal de referencias literarias ni citas elocuentes, recurre a la discreción y cierto misterio para encauzar la conversación hacia el que ha descubierto recientemente es el gran tema de su literatura: la reacción del ser humano ante la pérdida.
No se trata de masoquismo o morbo, todo gira alrededor de "la dificultad para relacionarse", confiesa.
"La ironía de esta profesión es crear personajes e historias que se interrelacionan sin uno realmente ser testigo directo, por eso tengo la esperanza de conseguir hasta cierto punto este contacto cuando envío uno de mis libros al mundo".
En La gran casa cuatro voces desde Nueva York, Londres e Israel discurren entorno a un gran escritorio con 19 cajones que le permiten a la escritora alargar y multiplicar su vida. La segunda excusa de su escritura. "Nunca he comprendido a esos autores que escriben para expresarse, con lo enriquecedor que es decir con libertad lo que sea a través de los personajes".
La vida para Krauss avanza de manera paralela a la literatura. No pretende escribir espejos del mundo, sino narrar historias que den "cierto sentido a esos momentos difíciles de comprender".
Para ello se convierte en albañil, sus palabras son como el cemento y el ladrillo que sujetan una casa y que con suerte estará llena de imperfecciones.
"Me aprovecho de esta circunstancia para redefinir la estructura de la novela y dotarla de la misma importancia que un personaje o la propia historia", asegura. Y todo comienza en una imagen recurrente en su cabeza. "Tal vez un pomo que desemboque en una habitación, una ventana, otra habitación y una casa, para así descubrir al mismo tiempo que un lector o uno de mis protagonistas qué va a suceder".
Originaria de la poesía, la prosa de Krauss adquiere sonoridad con el dolor que expresa, no desde la nostalgia, sino hacia la liberación.
Sus palabras surgen del silencio de los malentendidos y las disputas entre sus personajes. De esa tensión que grita el arte la traduce en un ejercicio de catarsis. Por eso, su empeño resulta esperanzador, porque esos individuos llevados al límite por las circunstancias consiguen transformarse gracias a los otros. "Al final de la vida, antes de morir, lo único que de verdad importará serán aquellas relaciones afectivas reales, todo lo demás es nimio".