Con este libro
Quizás hayamos coincidido un día de estos con un libro.
Uno de esos que nos hace descubrir rincones de nuestro propio pueblo, de nuestra propia ciudad, de nuestra propia casa, rincones de nosotros mismos y de los demás. De la historia, de la ciencia, del arte, de la literatura, de la humanidad. La vivida y la sin vivir. Y tal vez nos hayamos sorprendido de que entre nuestras manos, sin embargo es él quien nos tenía y sostenía.
La sorpresa no tendría tanto que ver con lo frecuente o no de que nos ocurra. Más bien obedecería a que cada vez nos sucede como única e irrepetible. Al menos, en las ocasiones en que nos entregamos a él. Y no pocas, merece la pena.
No es sólo un libro. Es este singular libro. Sabíamos que podría ocurrir. Iba en nuestra maleta, o nos esperaba en la estantería, o ya en la mesilla, pero sobre todo nos aguardaba acompañando nuestra curiosidad, nuestro deseo. Sucedió en nuestra habitación, o en el parque, o en el tren, o en esos lugares inclasificables en los que ocurren esas cosas tan amorosas y enigmáticas como la acción de leer. Nos ha ofrecido reposo y descanso.
No simple comodidad.
Habíamos oído hablar, nos habían dicho, y no sé si nos encontramos con él o lo buscamos, o ambas cosas a la vez, pero ocurrió inesperadamente, como un regalo. Nunca lo olvidaremos. Ya forma parte de nuestras vidas, tejido con ellas. Tal vez volvamos a su lado, ligados para siempre a lo que mutuamente nos dijimos, a lo que nos pasó. Sin embargo, ni siquiera quizás eso fue lo decisivo
. Es difícil sustraerse a la voluntad de contarlo, de animar a quienes apreciamos a que compartan la experiencia
. No bastaría con un relato. Y lo haremos. Pero no suele resultar fácil resumir una buena conversación.
El libro no es un formato más de lectura.
Que haya otros, y extraordinarios, no nos impide reconocer hasta qué punto está vinculado a ella. No sólo a la historia de nuestras lecturas, sino a la historia de nuestras vidas, a la conformación de nuestros afectos, de nuestra intimidad, de nuestros sentimientos y de nuestras convicciones. En última instancia, de nuestro aprender, de nuestro pensar.
Y de nuestro saber. En algunos casos, ni siquiera abandonándolo podríamos desprendernos de él. Ni él de nosotros. La lectura se aposenta en lo leído y no pocas veces el texto lo padece. Y otras, la fuerza de su decir aleja de sí intrusiones desatentas.
Pero puede llegar a ser tanto lo que somos como nuestra propia corporalidad. Tan efímero como ella, ya que viene a incorporarse a lo que somos y sentimos.
En esta ocasión, tal vez hayamos sido sorprendidos por una ficción más verdadera que cualquier descripción supuestamente más realista.
O por cualquier propuesta más contundente que ciertos proyectos o programas
. O por una escritura más incisiva que cualquier decisión. Tal vez no podamos desligar nuestra determinación para cuanto se nos avecina de lo que con él nos ha ocurrido. No es necesario que se trate de una metamorfosis, pero sin duda su forma ha alterado la frialdad de algunos de nuestros asentados contenidos.
Al mirarlo fijamente y recorrerlo, nos hemos reconocido como sólo cabe contemplarse en lo que soñamos y perseguimos, no como en un espejo, sino como únicamente aparece en lo que nos alienta y nos impulsa. No hay una simple quietud. Nos concentramos en un verdadero desplazamiento. Serenos e inquietos a la par nos permite transitar por la vida.
En cierto modo, tampoco sería adecuado desvincularlo de otras lecturas e intereses.
Ni de aquellos con quienes hemos compartido tiempos y espacios
. Pero hay algo de peculiar, de irrepetible, de personal, que sólo con este concreto libro ha sucedido. Y en gran parte únicamente gracias a él. Ciertos libros nos arrancan del limitado horizonte de nuestros inmediatos intereses.
Si nos ayudan a olvidar, no pocas veces es porque son auténtica memoria que no vive sin más del recuerdo de lo ya pasado.
Hay libros con los que se ama y libros con los que se mata, pero no son ellos, somos los lectores quienes en el acto mismo de leer nos reinterpretamos y no pocas veces nos justificamos según nuestra propia decisión, la que se ve impelida o impulsada en el ejercicio de la libertad, en ocasiones mal entendida. Esta vez, el libro del que hablamos, el que nos hace decir, se nos ha abierto ofreciendo posibilidades inauditas para comprender, para conocer lo que quizás ignorábamos. También de nosotros mismos y de los otros. Ahora podemos más. Y gracias a este libro, mejor.
Tal vez, cuando flaquean las fuerzas y las razones, el libro nos las aporta. Y no sólo porque nos las otorga o trae, sino sobre todo porque nos las reactiva y repone, o nos ayuda a reconocerlas, que es tanto como a disfrutarlas. No siempre nos resguarda
. En ocasiones comprobamos que donde nos refugiamos es en actividades y ocupaciones para no vérnoslas con lo que un libro nos enfrenta. Al leer, supuestamente aislados, por fin no estamos tan desvinculados, ni tan solos.
No han tenido que confluir demasiadas circunstancias, pero sí alguien. Dejarnos decir ha sido decisivo. Saber necesitar, también. Y, en especial, ser capaces de escuchar.
Si en esa entrega consiste leer, ciertamente en esta oportunidad, para hacerlo hemos requerido del libro, de este libro, que sin mencionarlo más explícitamente, les recomiendo, me recomiendo.
Y en cierto modo me encomiendo a él, a lo que con él nos ocurre. Esto es, a la capacidad de reactivar el decir que nos procura, para que no vivamos en este silenciamiento de la palabra, que la acalla para imponer voces y mensajes. Y de rememorar ese decir, a fin de afrontar la vigente e inquietante pérdida de lógos
. Es único, aunque ni es sólo uno, ni es uno cualquiera.
Nada será ya igual. En cierto modo nos lo temíamos.
Y en alguna medida lo precisábamos. Podría resultar excesivo subrayar que incluso parece haber mejorado nuestra salud. En algún sentido debido a su belleza, a su escritura, a su presentación, a su formato, por su cuidado, por su mesura no exenta de pasión, por su forma de liberar espacios y de ofrecernos tiempos para la amistad, para la comunicación.
Pero menos ambiciosamente, y no menos verdaderamente, porque ha resultado desafiante y agradable. Y nos ha recreado. Resulta tan importante y significativo, que el mejor modo de mostrar nuestro agradecimiento es escribir sobre ello, sobre él, que es una forma de proseguir su lectura. Y de revivirnos.