Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 sept 2012

Sobre el autor Angel Gabilondo Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

Con este libro

Por: | 31 de agosto de 2012
Pablo Gallo
Quizás hayamos coincidido un día de estos con un libro.
 Uno de esos que nos hace descubrir rincones de nuestro propio pueblo, de nuestra propia ciudad, de nuestra propia casa, rincones de nosotros mismos y de los demás. De la historia, de la ciencia, del arte, de la literatura, de la humanidad. La vivida y la sin vivir. Y tal vez nos hayamos sorprendido de que entre nuestras manos, sin embargo es él quien nos tenía y sostenía.
 La sorpresa no tendría tanto que ver con lo frecuente o no de que nos ocurra.  Más bien obedecería a que cada vez nos sucede como única e irrepetible. Al menos, en las ocasiones en que nos entregamos a él. Y no pocas, merece la pena.
No es sólo un libro. Es este singular libro. Sabíamos que podría ocurrir. Iba en nuestra maleta, o nos esperaba en la estantería, o ya en la mesilla, pero sobre todo nos aguardaba acompañando nuestra curiosidad, nuestro deseo. Sucedió en nuestra habitación, o en el parque, o en el tren, o en esos lugares inclasificables en los que ocurren esas cosas tan amorosas y enigmáticas como la acción de leer. Nos ha ofrecido reposo y descanso.
 No simple comodidad.
Habíamos oído hablar, nos habían dicho, y no sé si nos encontramos con él o lo buscamos, o ambas cosas a la vez, pero ocurrió inesperadamente, como un regalo. Nunca lo olvidaremos. Ya forma parte de nuestras vidas, tejido con ellas. Tal vez volvamos a su lado, ligados para siempre a lo que mutuamente nos dijimos, a lo que nos pasó. Sin embargo, ni siquiera quizás eso fue lo decisivo
. Es difícil sustraerse a la voluntad de contarlo, de animar a quienes apreciamos a que compartan la experiencia
. No bastaría con un relato. Y lo haremos. Pero no suele resultar fácil resumir una buena conversación.
El libro no es un formato más de lectura.
 Que haya otros, y extraordinarios, no nos impide reconocer hasta qué punto está vinculado a ella. No sólo a la historia de nuestras lecturas, sino a la historia de nuestras vidas, a la conformación de nuestros afectos, de nuestra intimidad, de nuestros sentimientos y de nuestras convicciones. En última instancia, de nuestro aprender, de nuestro pensar.
Y de nuestro saber. En algunos casos, ni siquiera abandonándolo podríamos desprendernos de él. Ni él de nosotros. La lectura se aposenta en lo leído y no pocas veces el texto lo padece. Y otras, la fuerza de su decir aleja de sí intrusiones desatentas.
 Pero puede llegar a ser tanto lo que somos como nuestra propia corporalidad. Tan efímero como ella, ya que viene a incorporarse a lo que somos y sentimos.
Pablo Gallo Lectora buscando un pasaje
En esta ocasión, tal vez hayamos sido sorprendidos por una ficción más verdadera que cualquier descripción supuestamente más realista.
 O por cualquier propuesta más contundente que ciertos proyectos o programas
. O por una escritura más incisiva que cualquier decisión. Tal vez no podamos desligar nuestra determinación para cuanto se nos avecina de lo que con él nos ha ocurrido. No es necesario que se trate de una metamorfosis, pero sin duda su forma ha alterado la frialdad de algunos de nuestros asentados contenidos.
 Al mirarlo fijamente y recorrerlo, nos hemos reconocido como sólo cabe contemplarse en lo que soñamos y perseguimos, no como en un espejo, sino como únicamente aparece en lo que nos alienta y nos impulsa. No hay una simple quietud. Nos concentramos en un verdadero desplazamiento. Serenos e inquietos a la par nos permite transitar por la vida.
En cierto modo, tampoco sería adecuado desvincularlo de otras lecturas e intereses.
 Ni de aquellos con quienes hemos compartido tiempos y espacios
. Pero hay algo de peculiar, de irrepetible, de personal, que sólo con este concreto libro ha sucedido. Y en gran parte únicamente gracias a él. Ciertos libros nos arrancan del limitado horizonte de nuestros inmediatos intereses.
 Si nos ayudan a olvidar, no pocas veces es porque son auténtica memoria que no vive sin más del recuerdo de lo ya pasado.
Hay libros con los que se ama y libros con los que se mata, pero no son ellos, somos los lectores quienes en el acto mismo de leer nos reinterpretamos y no pocas veces nos justificamos según nuestra propia decisión, la que se ve impelida o impulsada en el ejercicio de la libertad, en ocasiones mal entendida.  Esta vez, el libro del que hablamos, el que nos hace decir, se nos ha abierto ofreciendo posibilidades inauditas para comprender, para conocer lo que quizás ignorábamos. También de nosotros mismos y de los otros. Ahora podemos más. Y gracias a este libro, mejor.
Pablo Gallo lector en el parque
Tal vez, cuando flaquean las fuerzas y las razones, el libro nos las aporta. Y no sólo porque nos las otorga o trae, sino sobre todo porque nos las reactiva y repone, o nos ayuda a reconocerlas, que es tanto como a disfrutarlas. No siempre nos resguarda
. En ocasiones comprobamos que  donde nos refugiamos es en actividades y ocupaciones para no vérnoslas con lo que un libro nos enfrenta. Al leer, supuestamente aislados, por fin no estamos tan desvinculados, ni tan solos.
No han tenido que confluir demasiadas circunstancias, pero sí alguien. Dejarnos decir ha sido decisivo. Saber necesitar, también. Y, en especial, ser capaces de escuchar.
Si en esa entrega consiste leer, ciertamente en esta oportunidad, para hacerlo hemos requerido del libro, de este libro, que sin mencionarlo más explícitamente, les recomiendo, me recomiendo.
Y en cierto modo me encomiendo a él, a lo que con él nos ocurre. Esto es, a la capacidad de reactivar el decir que nos procura, para que no vivamos en este silenciamiento de la palabra, que la acalla para imponer voces y mensajes. Y de rememorar ese decir, a fin de afrontar la vigente e inquietante pérdida de lógos
. Es único, aunque ni es sólo uno, ni es uno cualquiera.
Nada será ya igual. En cierto modo nos lo temíamos.
 Y en alguna medida lo precisábamos. Podría resultar excesivo subrayar que incluso parece haber mejorado nuestra salud. En algún sentido debido a su belleza, a su escritura, a su presentación, a su formato, por su cuidado, por su mesura no exenta de pasión, por su forma de liberar espacios y de ofrecernos tiempos para la amistad, para la comunicación.
 Pero menos ambiciosamente, y no menos verdaderamente, porque ha resultado desafiante y agradable. Y nos ha recreado. Resulta tan importante y significativo, que el mejor modo de mostrar nuestro agradecimiento es escribir sobre ello, sobre él, que es una forma de proseguir su lectura. Y de revivirnos.

EL JUGADOR

EL JUGADOR, por Fiódor Mijáilovich Dostoievski


Vale la pena dar una pequeña semblanza de este escritor por antonomasia, pues su vida fue digna de la historia de cualquiera de sus novelas:
A los veintidós años, apenas graduado de ingeniero, Fiódor Dostoievski comenzó a trabajar en el Departamento de Ingenieros de Petesburgo, y ese mismo año, 1843, tradujo al ruso Eugenia Grandet, del escritor francés Honorato de Balzac, que se publicaría al año siguiente en el diario Repertorio y Panteón. Pese a su precaria situación económica, un año después, decidió consagrarse por entero a la literatura; ya el gusanillo de las letras había infestado su ser. Antes de cumplir los veintitrés trabajó en su primera obra: Pobres Gentes. El manuscrito llegó a manos del director de El contemporáneo; lo dio a leer al santón de la crítica, Bielinski, quien con enorme entusiasmo puso a Dostoievski la etiqueta de «creador de la novela social». Pobres gentes se publicó dos años después en Almanaque Petesburgués, cuando ya Fiódor estaba en plena elaboración de El doble, La patrona y Nietochka Nezvanona. A partir de allí su carrera fue imparable, a la par que su vida sufrió toda clase de vaivenes: se salvó de la pena capital por ataques a la Iglesia y al Estado. Se había unido a un grupo de jóvenes intelectuales que leían y debatían las teorías de escritores socialistas franceses, por aquel entonces prohibidos en la Rusia zarista de Nicolás I. En sus reuniones secretas se infiltró un informador de la policía, y todo el grupo fue detenido y enviado a prisión. La pena de muerte fue conmutada por cuatro años de presidio en Siberia, tras lo cual fue reclutado como soldado raso en el ejército; se enamoró apasionadamente de María Dmitrievna, (acababa de enviudar, era tuberculosa y tenía un hijo) y el mismo día de la boda, Fiódor sufrió un ataque de epilepsia y aquello marcó irreversiblemente las relaciones de la pareja. Estos datos son solo algunos de la cantidad de eventos que poblaron su existencia, que al mismo tiempo, pienso yo, son las que dan lugar a obras inmortales como Crimen y Castigo, Los hermanos Karamzov, El idiota, El jugador, entre muchas otras.
Tenemos a un escritor que empezó muy joven, fue un lector empedernido desde pequeño, admirador de Balzac, Gogol, Walter Scott, Byron, Víctor Hugo y sobre todo Pushkin, y que sin embargo su etapa más creativa se dio en la medianía de su vida: Tenía cuarenta y cinco años cuando escribió Crimen y Castigo y Los hermanos Karamzov, poco antes de su muerte, casi a los sesenta años de edad, lo cual nos da una idea aproximada del tiempo que toma madurar literariamente hablando.
La novela que concierne a esta entrada, El jugador, fue escrita por Fiódor mientras terminaba una de sus obras capitales, Crimen y Castigo. Acosado por las deudas y las angustias económicas a pesar de ser un escritor consagrado y famoso, se había comprometido con el editor Stellovski a entregarle un manuscrito antes del 1 de noviembre de 1866 para cobrar un anticipo. ¿Se imaginan ustedes el trance? Una obra tan demoledora como Crimen y castigo, y Fiódor en medio de las profundidades abismales de la conclusión de la novela, ¡tiene que escribir otra para evitar ir a la cárcel por incumplimiento de contrato! 
El editor Stellovski estaba despechado por el éxito de Crimen y Castigo en entregas sucesivas en una revista, así que a Fiódor no le queda más remedio que apelar a su enorme creatividad y surge así El jugador, una novela relativamente corta, doscientas páginas a lo sumo, dependiendo del formato, que Dostoievski dicta a una taquígrafa llamada Anna Griegorevna Snitkina durante veinticinco días. ¿No les parece asombroso? Lo cierto es que él ya tenía dentro el germen de la obra, pues él mismo era un jugador, y la novela trataría de un hombre atrapado por el embrujo fatal de la ruleta. Pienso que en momentos así se acude a experiencias autobiográficas, lo cual ayuda a profundizar en personajes que de otra manera resultarían lejanos.
El jugador es una novela que se mueve en los umbrales de la intensa pasión psicológica que lleva a un hombre a convertirse en jugador empedernido.
 Está escrita en primera persona; Alexei Ivánovich, nos sirve de ventana a través de la cual nos situamos como fisgones y observamos el mundo que lo rodea, las pasiones y los deseos de la gente que lo trata como si fuese un ser anónimo, y que yo creo, es la única manera de infiltrarse sin ser un estorbo. 
 Cada personaje lo utiliza como confidente, cada mujer se dirige a él como si fuese un ayudante de cámara ante el cual puede descubrir no solo su cuerpo sino su alma. Y cada hombre ve en él al ser insignificante que no proporciona mayor peligro pues no es un rival a tomar en cuenta. 
 De esta manera, Alexei va enterando al lector de toda la trama en la que se basa la novela, que no es en realidad una historia extraordinaria, yo diría que más bien llega a rozar la caricatura de los amores imposibles de la época, en la que el amor más que un sentimiento, es un fin en sí mismo.
La obra se centra en un personaje anodino, Alexei, supremamente enamorado de un amor imposible, preceptor de dos niños pertenecientes a la clase rusa acomodada; un hombre a quien todos, incluyéndose él, tratan con condescendencia, y en la magistral descripción de su pasión por el juego, que ocupa la última parte de la novela.
Fiódor Dodtoyevski nació el 11 de julio de 1821 y falleció el 28 de enero de 1881, a los sesenta años, treinta y ocho de los cuales los dedicó con pasión a la escritura.
B. Miosi

La inspiración literaria del otoño

Dieciséis escritores en español que protagonizarán la temporada, recuerdan cuándo, cómo y dónde brilló el primer fulgor de su nuevo libro

Gamoneda, Cercas, Puértolas, Landero, Rivas, Goytisolo y Pérez-Reverte son algunos.

 

Novedades de narrativa en español

W. M. S.
Federico en su balcón. Carlos Fuentes (Alfaguara)
Mala índole. Cuentos aceptados y aceptables. Javier Marías (Alfaguara)
Las leyes de la frontera. Javier Cercas (Mondadori)
Cabeza en llamas. Luis Mateo Díez (Galaxia Gutenberg)
Mi amor en vano. Soledad Puértolas (Anagrama)
El tanto de la guardia vieja. Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara)
El río del Edén. José María Merino (Alfaguara)
Cruces de piedra. Domingo Villar (Siruela)
Absolución. Luis Landero (Tusquets)
Misión olvido. María Dueñas (Temas de hoy)
El lago en las pupilas. Luis Goytisolo (Siruela)
Papeles en el viento. Eduardo Sacheri (Alfaguara)
Lo que no está escrito. Rafael Reig (Tusquets)
Las voces bajas. Manuel Rivas (Alfaguara)
Los sordos. Rodrigo Rey rosa (Tusquets)
Hot sur. Laura Restrepo (Planeta)
Me hallará la muerte. Juan Manuel de Prada (Destino)
Medusa. Ricardo Menéndez Salmón (Seix Barral)
Muerte en primera clase. José María Guelbenzu (Destino)
Donde se alzan los tronos. Ángeles Caso (Planeta)
El lenguaje del juego. Daniel Sada (Anagrama)
Lo que cuenta es la ilusión. Ignacio Vidal-Folch (Destino)
Hablar solos. Andrés Neuman (Alfaguara)
Ayer no más. Andrés Trapiello (Destino)

Blancanieves oscura

La España de los años veinte, con sus corridas y sus mantillas, ambienta una nueva versión cinematográfica del cuento clásico. El director Pablo Berger tardó cinco años en dar vida a esta obra silente y en blanco y negro con Maribel Verdú como madrastra.

‘Blancanieves’ es un puñetazo.
  Brutal, contundente. Berger inventa y lee cuentos por las noches a su hija; con esas sensaciones que nacen del asombro infantil, fue madurando el proyecto.
 “Es mi versión libre del cuento, aunque están sus elementos característicos: la niña huérfana de madre, la madrastra, los enanos, la manzana… y algo parecido al espejo”.
Y Cristina García Rodero, e Ignacio Zuloaga, y Julio Romero de Torres, y la guía musical del guitarrista Chicuelo. Para quienes busquen comparaciones con The artist, más allá de ese blanco y negro y de ser muda, no hay paralelismos. “Con su estreno, pasé algo de miedo
. Cuando la vi, me di cuenta de que no se parecían en nada. The artist es una película deliciosa, aunque alejada de lo que yo he rodado.
 Eso sí, ha servido como rompehielos en las salas, ha derrotado muchos prejuicios sobre este formato cinematográfico”
. Su Blancanieves es racial –con rostros perfectos para ese tono como los de Ángela Molina (la abuela con la que se cría la protagonista), Inma Cuesta (la madre), Daniel Giménez Cacho (el padre torero) o Maribel Verdú (la madrastra)–, es gótica –al estilo de los hermanos Grimm, refundadores de la leyenda germana original– y a su vez es Carmen como la de la ópera de Georges Bizet: tanto que en el filme Blancanieves en realidad se llama Carmen.
Tenía en la cabeza las fotos de 'España oculta' de Cristina García Rodero, con sus
enanos toreros
Y es un constante goteo de referencias para cinéfilos: “A mediados de los ochenta, en San Sebastián, vi una proyección de Avaricia, el gran clásico del cine mudo de Erich von Stroheim, con una orquesta sinfónica en directo. Me creó unas sensaciones como pocas veces he tenido en una sala.
Quiero recrear en el público todas esas emociones, que se sien­tan como cuando le leo el cuento a mi hija de siete años. Y para eso vuelvo a los orígenes, a su aspecto gótico, aunque a una época diferente, a los años en los que surgieron obras maestras como Napoleón, de Abel Gance, o La pasión de Juana de Arco, de Carl Theodor Dreyer, cuando comenzaba la Universal a filmar sus clásicos del cine de terror”.
 Berger se emociona hablando de cine, de planos de Juana de Arco, de Dreyer, con su intérprete protagonista, María Falconetti; del cineasta Victor Sjöström; de poder estrenar su película en alguna ciudad con orquesta en directo… “Antes que director soy cuentista, así que elijo crear sensaciones”.
Que nacen en este drama de los rostros ajados y marcados de los años veinte, de esos caretos de pueblo sin dientes que lo mismo estallan en risotadas histéricas que se retuercen ante el sufrimiento de la niña protagonista.
 Era la España de hace 90 años y aún sigue ahí, porque es parte de lo que somos.
Si en los ochenta una proyección de Avaricia desarmó a Berger, a inicios de los noventa España oculta, la serie de fotografías de Cristina García Rodero, le empujó en la misma dirección:
“Hay una mirada muy humana y a la vez muy esteta en García Rodero. Ahí estaban los enanos toreros, y todo empezó a encajar”. El caldo de cultivo bullía, pero se cruzaron por el camino muchas otras cosas: sus años como profesor, el rodaje y el estreno de Torremolinos 73 (2003), su primer largometraje. “Escribí el guion de Blancanieves, y cuando me llamó el productor Ibon Cormenzana para ver qué proyectos tenía, se lo pasé con un ‘a ver qué te parece’.
Al día siguiente me dijo: ‘Es el mejor guion que he leído en mi vida’. Pero también intuimos lo complicado que iba a ser el puzle financiero, que teníamos que defender su esencia silente y en blanco y negro. Vamos, que nos iba a costar”.