La España de los años veinte, con sus corridas y sus mantillas, ambienta una nueva versión cinematográfica del cuento clásico. El director Pablo Berger tardó cinco años en dar vida a esta obra silente y en blanco y negro con Maribel Verdú como madrastra.
‘Blancanieves’ es un puñetazo.Brutal, contundente. Berger inventa y lee cuentos por las noches a su hija; con esas sensaciones que nacen del asombro infantil, fue madurando el proyecto.
“Es mi versión libre del cuento, aunque están sus elementos característicos: la niña huérfana de madre, la madrastra, los enanos, la manzana… y algo parecido al espejo”.
Y Cristina García Rodero, e Ignacio Zuloaga, y Julio Romero de Torres, y la guía musical del guitarrista Chicuelo. Para quienes busquen comparaciones con The artist, más allá de ese blanco y negro y de ser muda, no hay paralelismos. “Con su estreno, pasé algo de miedo
. Cuando la vi, me di cuenta de que no se parecían en nada. The artist es una película deliciosa, aunque alejada de lo que yo he rodado.
Eso sí, ha servido como rompehielos en las salas, ha derrotado muchos prejuicios sobre este formato cinematográfico”
. Su Blancanieves es racial –con rostros perfectos para ese tono como los de Ángela Molina (la abuela con la que se cría la protagonista), Inma Cuesta (la madre), Daniel Giménez Cacho (el padre torero) o Maribel Verdú (la madrastra)–, es gótica –al estilo de los hermanos Grimm, refundadores de la leyenda germana original– y a su vez es Carmen como la de la ópera de Georges Bizet: tanto que en el filme Blancanieves en realidad se llama Carmen.
Y es un constante goteo de referencias para cinéfilos: “A mediados de los ochenta, en San Sebastián, vi una proyección de Avaricia, el gran clásico del cine mudo de Erich von Stroheim, con una orquesta sinfónica en directo. Me creó unas sensaciones como pocas veces he tenido en una sala.
Quiero recrear en el público todas esas emociones, que se sientan como cuando le leo el cuento a mi hija de siete años. Y para eso vuelvo a los orígenes, a su aspecto gótico, aunque a una época diferente, a los años en los que surgieron obras maestras como Napoleón, de Abel Gance, o La pasión de Juana de Arco, de Carl Theodor Dreyer, cuando comenzaba la Universal a filmar sus clásicos del cine de terror”.
Berger se emociona hablando de cine, de planos de Juana de Arco, de Dreyer, con su intérprete protagonista, María Falconetti; del cineasta Victor Sjöström; de poder estrenar su película en alguna ciudad con orquesta en directo… “Antes que director soy cuentista, así que elijo crear sensaciones”.
Que nacen en este drama de los rostros ajados y marcados de los años veinte, de esos caretos de pueblo sin dientes que lo mismo estallan en risotadas histéricas que se retuercen ante el sufrimiento de la niña protagonista.
Era la España de hace 90 años y aún sigue ahí, porque es parte de lo que somos.
Si en los ochenta una proyección de Avaricia desarmó a Berger, a inicios de los noventa España oculta, la serie de fotografías de Cristina García Rodero, le empujó en la misma dirección:
“Hay una mirada muy humana y a la vez muy esteta en García Rodero. Ahí estaban los enanos toreros, y todo empezó a encajar”. El caldo de cultivo bullía, pero se cruzaron por el camino muchas otras cosas: sus años como profesor, el rodaje y el estreno de Torremolinos 73 (2003), su primer largometraje. “Escribí el guion de Blancanieves, y cuando me llamó el productor Ibon Cormenzana para ver qué proyectos tenía, se lo pasé con un ‘a ver qué te parece’.
Al día siguiente me dijo: ‘Es el mejor guion que he leído en mi vida’. Pero también intuimos lo complicado que iba a ser el puzle financiero, que teníamos que defender su esencia silente y en blanco y negro. Vamos, que nos iba a costar”.
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