“Occidente es occidente y oriente es oriente”, reza la primera frase del catálogo de la exposición En un absoluto desorden. Arte contemporáneo ruso. Premio Kandinski (2007-2012), que desde hoy viernes ocupa las cuatro plantas del Arts Santa Mònica, en Barcelona.
Fue Kipling quien lo dijo, y también que Rusia tiene un pie a cada lado, aunque Vladimir Putin —sorprendentemente encarnado ayer por el artista Vladislav Mamishev-Monroe— sostenga que es un país europeo “normal”.
Algo que los artistas contemporáneos rusos desmienten.
No porque formen parte de una u otra geografía, sino porque su frescura, descaro, corrosividad, politización, humor, violencia y, en definitiva, su enorme potencia visual e ideológica, no tiene mucho que ver con la escena artística occidental.
La exposición recoge a los ganadores del Premio Kandinski desde su creación hace ya seis años; un galardón independiente que en poco tiempo se ha convertido en uno de los referentes de la vida cultural rusa y que se mantiene “alejado del control paternalista del Estado”, según aseguraba su creador, el mecenas Shalva Breus, presidente de la Fundación ArtChronika, presente ayer en Barcelona.
La muestra, que podrá verse hasta finales de septiembre, solo ha visitado dos capitales europeas y en cada una de ellas con variaciones que la hacen única.
Según Vicenç Altaió, director del Arts Santa Mònica, es “la exposición más importante y relevante sobre arte ruso contemporáneo que se ha organizado en España”.
“Para un país que durante 20 años ha conocido una turbulencia increíble, acompañada de un resurgimiento de la violencia, las posibilidades de que la cultura tenga un papel de liderazgo son muy bajas.
El arte existe a distancia de la realidad de la acción, y esta distancia se expresa a menudo a través del humor. Este humor es negro, cínico y seco”, señala en el catálogo uno de los dos comisarios de la muestra, el francés Jean-Hubert Martin.
“Los artistas ven el caos y el desorden como una gran oportunidad, como el caldo de cultivo de la creatividad”, añadía ayer el otro comisario: Andrei Erofeev, de la Galeria Tretiakov, de Moscú.
Y Altaió incidía: “Es la búsqueda del orden en el desorden a través y muestra las turbulencias de los últimos años de la vida política, social y cultural rusa”.
Por su parte, Mamishev-Monroe, cuyo trabajo se centra en mimetizarse con figuras públicas, como Putin, Hitler o Marilyn Monroe, sin abandonar ni por un instante su papel de presidente de la Federación Rusa, se limitó, con parsimonia, a mostrar su “agradecimiento” al poder ruso por los conflictos que ha generado, que le han servido a él y a sus colegas de “gran fuente de inspiración”.
La exposición está estructurada en cuatro grandes temas que ocupan las cuatro plantas del viejo convento de La Rambla: Dimitri Prigov, el último conceptualista; Caos material.
La estética de las cosas malas, o el arte contextualista; Desorden social. Performance tiranicida y reportaje artístico y El derrumbamiento de los sistemas simbólicos de la iglesia.
La mayoría son piezas grandes, montajes de dimensiones importantes y de difícil realización, pero también hay pintura, escultura, vídeo arte y prácticamente todos los géneros del arte contemporáneo.
Dentro de una caja de embalaje una pantalla nos muestra a la momia de Lenin.
Está inquieta, como si estuviera harta de mantener todo el tiempo la misma postura hierática ante los visitantes y se mueve, se da la vuelta a un lado y al otro, como en un sueño deslavazado.
Es una de las piezas de la parte de la muestra dedicada a Dmytri Prigov, “el último conceptualista”.
Precisamente del orden dentro del caos surge otra de las instalaciones más impactantes, la titulada He olvidado dónde he dejado mis llaves, del colectivo Mish-Mash, formado por Mijail Leikin y Maria Sumnina. Cuatro mesas de escritorio idénticas, en absoluto desorden, llenas de objetos, con ceniceros, papeles, restos de comida y con una silla a punto de caer, se colocan ordenadas, una al lado de la otra, reproduciendo cuatro veces hasta el más mínimo detalle, incluido un calcetín que cuelga de una esquina.
La estética del caos.
Impactante es la instalación de Alexander Brodski La celda; una habitación desestructurada, en la que los muebles se sitúan aleatoriamente en las paredes.
Una cocina, un lavabo y un estudio están conectados por escaleras y pasillos. En lugar de techo hay una salida directa al espacio, y en lugar de suelo un agujero negro.
En el cielo un vídeo muestra nubes que flotan alegremente y debajo, en el agua oscura con reflejos aceitosos, se encuentra el habitante de la casa.
Es una vida “en los márgenes”.
Lev Tolstoi y las gallinas, de Oleg Kulik consta de una escultura hiperrealista a tamaño natural del escritor dentro de un gallinero
. Las aves defecan sobre el autor de Ana Karenina, que está prácticamente cubierto por sus deposiciones, aunque sigue escribiendo, embutido en su batín escarlata.
Según Kulik, las capas de excremento encarnan el olvido de la cultura y la historia rusas bajo la capa caótica de la existencia humana
. La vida humana es un proceso de humillación continua, pero los excrementos son la única vida posible y genuina, añade.
El cuarto piso alberga una crítica feroz al poder que ha adquirido la religión en la nueva-vieja Rusia, un fenómeno que los artistas desmontan con lucidez, como en el montaje Ábaco, de Serguei Shutov, en el que decenas de oscuros popes sin cara se postran ante un dios ausente.
Fue Kipling quien lo dijo, y también que Rusia tiene un pie a cada lado, aunque Vladimir Putin —sorprendentemente encarnado ayer por el artista Vladislav Mamishev-Monroe— sostenga que es un país europeo “normal”.
Algo que los artistas contemporáneos rusos desmienten.
No porque formen parte de una u otra geografía, sino porque su frescura, descaro, corrosividad, politización, humor, violencia y, en definitiva, su enorme potencia visual e ideológica, no tiene mucho que ver con la escena artística occidental.
La exposición recoge a los ganadores del Premio Kandinski desde su creación hace ya seis años; un galardón independiente que en poco tiempo se ha convertido en uno de los referentes de la vida cultural rusa y que se mantiene “alejado del control paternalista del Estado”, según aseguraba su creador, el mecenas Shalva Breus, presidente de la Fundación ArtChronika, presente ayer en Barcelona.
La muestra, que podrá verse hasta finales de septiembre, solo ha visitado dos capitales europeas y en cada una de ellas con variaciones que la hacen única.
Según Vicenç Altaió, director del Arts Santa Mònica, es “la exposición más importante y relevante sobre arte ruso contemporáneo que se ha organizado en España”.
“Para un país que durante 20 años ha conocido una turbulencia increíble, acompañada de un resurgimiento de la violencia, las posibilidades de que la cultura tenga un papel de liderazgo son muy bajas.
El arte existe a distancia de la realidad de la acción, y esta distancia se expresa a menudo a través del humor. Este humor es negro, cínico y seco”, señala en el catálogo uno de los dos comisarios de la muestra, el francés Jean-Hubert Martin.
“Los artistas ven el caos y el desorden como una gran oportunidad, como el caldo de cultivo de la creatividad”, añadía ayer el otro comisario: Andrei Erofeev, de la Galeria Tretiakov, de Moscú.
Y Altaió incidía: “Es la búsqueda del orden en el desorden a través y muestra las turbulencias de los últimos años de la vida política, social y cultural rusa”.
Por su parte, Mamishev-Monroe, cuyo trabajo se centra en mimetizarse con figuras públicas, como Putin, Hitler o Marilyn Monroe, sin abandonar ni por un instante su papel de presidente de la Federación Rusa, se limitó, con parsimonia, a mostrar su “agradecimiento” al poder ruso por los conflictos que ha generado, que le han servido a él y a sus colegas de “gran fuente de inspiración”.
La exposición está estructurada en cuatro grandes temas que ocupan las cuatro plantas del viejo convento de La Rambla: Dimitri Prigov, el último conceptualista; Caos material.
La estética de las cosas malas, o el arte contextualista; Desorden social. Performance tiranicida y reportaje artístico y El derrumbamiento de los sistemas simbólicos de la iglesia.
La mayoría son piezas grandes, montajes de dimensiones importantes y de difícil realización, pero también hay pintura, escultura, vídeo arte y prácticamente todos los géneros del arte contemporáneo.
Dentro de una caja de embalaje una pantalla nos muestra a la momia de Lenin.
Está inquieta, como si estuviera harta de mantener todo el tiempo la misma postura hierática ante los visitantes y se mueve, se da la vuelta a un lado y al otro, como en un sueño deslavazado.
Es una de las piezas de la parte de la muestra dedicada a Dmytri Prigov, “el último conceptualista”.
Precisamente del orden dentro del caos surge otra de las instalaciones más impactantes, la titulada He olvidado dónde he dejado mis llaves, del colectivo Mish-Mash, formado por Mijail Leikin y Maria Sumnina. Cuatro mesas de escritorio idénticas, en absoluto desorden, llenas de objetos, con ceniceros, papeles, restos de comida y con una silla a punto de caer, se colocan ordenadas, una al lado de la otra, reproduciendo cuatro veces hasta el más mínimo detalle, incluido un calcetín que cuelga de una esquina.
La estética del caos.
Impactante es la instalación de Alexander Brodski La celda; una habitación desestructurada, en la que los muebles se sitúan aleatoriamente en las paredes.
Una cocina, un lavabo y un estudio están conectados por escaleras y pasillos. En lugar de techo hay una salida directa al espacio, y en lugar de suelo un agujero negro.
En el cielo un vídeo muestra nubes que flotan alegremente y debajo, en el agua oscura con reflejos aceitosos, se encuentra el habitante de la casa.
Es una vida “en los márgenes”.
Lev Tolstoi y las gallinas, de Oleg Kulik consta de una escultura hiperrealista a tamaño natural del escritor dentro de un gallinero
. Las aves defecan sobre el autor de Ana Karenina, que está prácticamente cubierto por sus deposiciones, aunque sigue escribiendo, embutido en su batín escarlata.
Según Kulik, las capas de excremento encarnan el olvido de la cultura y la historia rusas bajo la capa caótica de la existencia humana
. La vida humana es un proceso de humillación continua, pero los excrementos son la única vida posible y genuina, añade.
El cuarto piso alberga una crítica feroz al poder que ha adquirido la religión en la nueva-vieja Rusia, un fenómeno que los artistas desmontan con lucidez, como en el montaje Ábaco, de Serguei Shutov, en el que decenas de oscuros popes sin cara se postran ante un dios ausente.