Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

11 jun 2012

La fanática moderación británica


La familia real británica se dirige en carroza a un almuerzo en Westminster Hall el 5 de junio. / MATTHEW LLOYD (REUTERS
Los agentes de la Komintern soviética en Londres mandaron un informe a Lenin sobre la huelga general británica de 1926. Se suponía que este iba a ser el hito decisivo en la históricamente inevitable victoria del proletariado en las islas
. No fue así. Los huelguistas y los policías, enfrentados durante días, resolvieron sus diferencias con un partido de fútbol, que los huelguistas ganaron
. Lenin, al recibir el informe, se indignó.
 Estos no eran revolucionarios serios.
 Ordenó en el acto que se suspendiera el envío de fondos al Partido Comunista británico.
El fervor patriótico y el buen humor con el que se han celebrado esta semana los sesenta años en el trono de la reina Isabel II ofrecen una explicación de por qué Reino Unido se mantuvo al margen de los enfrentamientos ideológicos, los sueños utópicos y los fanatismos varios que devoraron al continente europeo durante buena parte del siglo XX
. Y, también, de por qué se seguirá resistiendo a los cantos de sirena de los extremistas en estos tiempos de incertidumbre y crisis.
Tras la muerte de Lenin, Stalin insistió en el intento de evangelizar a los británicos pero, como los testimonios de sus discípulos en los años treinta demuestran, no hubo manera.
 Arthur Koestler, comunista convencido en aquella época, escribió que los pocos correligionarios del partido que había en Inglaterra exhibían “desviaciones” desconocidas entre los devotos del resto del continente, como la ironía y la excentricidad, y además se enfrentaban al reto imposible de convertir a la fe a un pueblo por naturaleza “sospechoso de toda causa, desdeñoso de todo sistema, aburrido por las ideologías, escéptico con las utopías”.
Los tiempos cambian, pero las cifras de apoyo entre los británicos a la institución real siempre se mantienen en el 80%
Igualmente frustrante fue el destino de la extrema derecha. Oswald Mosley (admirador de Franco, Mussolini y Hitler) fundó la Unión Británica de Fascistas en 1932, pero no conectó con la población. Como simpatizante declarado de los nazis, Mosley fue internado a principios de la Segunda Guerra Mundial.
 Pero, mientras en el resto de Europa el exterminio era la norma, no se le ocurrió al Gobierno británico llevarlo al paredón.
Considerado el resto de sus días más como una figura cómica que como una amenaza al Estado, Mosley murió en su cama en 1980.
¿Qué tiene que ver todo esto con el jubileo de la reina Isabel? Bastante.
 La Monarquía es la expresión y el reflejo del carácter británico.
 Es, al mismo tiempo, una anacrónica frivolidad y una garantía de estabilidad democrática; se la toma muy en serio y con sentido del humor.
 Como dijo el Financial Times en su crónica de los festejos reales sobre el río Támesis, el domingo pasado, se detectó en el millón y medio de personas que acudieron al espectáculo “un atisbo de triunfalismo”, pero, más todavía, el típico reflejo británico “de reírse de sí mismos”.
Ninguna Monarquía ha sido más ridiculizada por su propio pueblo, en siglos pasados y hasta hoy, que la inglesa. Isabel II y su familia han sido el objetivo de todo tipo de bromas y de parodias en televisión (sin excluir a la BBC) y los íntimos pormenores de sus vidas han sido narrados con fruición en los periódicos.
 El drama del heredero al trono, el príncipe Carlos, su esposa Diana y su amante Camilla fue la telenovela de más éxito (quizá en todo el mundo) de los años noventa.
 ¿Quién, en el uso de razón por aquella época, olvidará la anécdota de Carlos, Camilla y el tampón, relatada sin complejos en el supuestamente serio The Sunday Times?
Pero, simultáneamente, por curioso que parezca, los británicos sienten un manifiesto afecto por su reina. Reírse de ella es, precisamente, reírse de sí mismos, pero en el fondo la admiran y están orgullosos de lo que ella (y ellos) representan.
Se demostró en las fiestas patrias que se celebraron esta semana en todo el país y se ha demostrado en las encuestas hechas a lo largo de los últimos cincuenta años: los tiempos cambian, se pasa de ser un imperio a ser un pequeño país con problemas, de Winston Churchill a Tony Blair, de los Beatles a las Spice Girls, de la austeridad a la prosperidad y de vuelta a la austeridad, pero las cifras de apoyo entre los británicos a la institución de la Monarquía se mantienen siempre alrededor del 80%.
El sector republicano, compuesto principalmente por intelectuales de la clase media, es poco representativo del país.
La clase obrera (Lenin daría vuelcos en su tumba) es la más ferviente en su devoción a la reina; como también lo son las minorías étnicas y religiosas.
De los millones que han salido a las calles a festejar el jubileo con banderitas inglesas o gorritos pintados con los colores patrios, muchos han sido negros de origen caribeño o africano, o musulmanes, o sijs con turbantes, o judíos
. En una sinagoga londinense, el sábado de la semana pasada, un rabino propuso a la congregación que rezaran por la reina, que dieran gracias por haber tenido la fortuna de recalar en un país en el que, a diferencia de tantos otros, los judíos han podido convivir en un clima de respeto y paz.
Lo que el rabino quería decir era que Isabel II representaba el polo opuesto al fanatismo; que encarnaba el símbolo de una actitud nacional irónica y tolerante que combina, por un lado, un innegociable compromiso con el sistema democrático más antiguo que hay y, por otro, un reconocimiento de que la vida es cómica e indescifrable (incluso absurda) y que cualquiera que proponga odiar, matar y morir por una ideología que promete el paraíso en la tierra es un embustero, un payaso o un loco.
 Eso es, en el fondo, lo que es ser británico.
Y eso es lo que se celebró esta semana a través de una señora bajita, enigmática y algo fría de 86 años que, por los caprichos del destino, luce una corona en la cabeza, vive en un palacio y ostenta el título de reina.

Gloria y peligro del eufemismo

Gloria y peligro del eufemismo

Por: | 11 de junio de 2012
Ahora España vive la dudosa gloria del reino del eufemismo; pero eso es pan para hoy y hambre para mañana, pues la vida actual, asaltada violentamente por la globalidad, destapa en seguida las vergüenzas de la ocultación.
Así que los intentos del Gobierno y de algunos medios que le son rabiosamente afines por despejar la idea de que Europa ha establecido una maniobra de rescate sobre la actividad financiera española ha sido ridiculizada de inmediato primero por algunos medios (como el Time, usted dice Tomate, yo digo Rescate) e inmediatamente por las propias autoridades europeas, que no han sentido que la desviación de la realidad sea buena para las relaciones de España con la actual metrópoli del euro.
A España la fiebre de la realidad le ha entrado en un momento crucial de sus finanzas, pero, como si hubiera en el cataplasma del eufemismo alguna cura, los gobernantes y sus portavoces (queridos o espontáneos) se han lanzado a la piscina para hacer olas y evitar que se vea el tamaño del elefante.
Es cierto que en economía, como en los toros, en el fútbol y en la religión, una buena metáfora alivia una terrible derrota, y de eso están llenos los campos y las hemerotecas, pero ese recurso no es infinito.
 Tendría que tener el Gobierno, trabajando día y noche, a cientos de guionistas del cine o de la televisión, y a un número igual de poetas, para mantener hasta el fin de sus días (o de los días de esta incertidumbre) para nutrir de metáforas, de paradojas, de eufemismos en fin, la realidad tozuda de las frases que hay en los comunicados europeos, secos y terminantes como los versos con los que José Hierro termina algunos de sus poemas de desesperanza.
Es cierto que, como dice la canción ye ye, no nos queremos enterar de lo que pasa de veras, pero quizá los que deben usar menos las maniobras que el lenguaje permite para llamar mentiras a la verdad, los gobernantes, deben regresar al lenguaje real, deben dejar a un lado el lenguaje metafórico, pues el dinosaurio es muy tozudo, y cuando nos despertemos del sueño con que nos duermen estos días ese animalejo prehistórico va a seguir ahí hurgándonos la planta de los pies con su risita sin misericordia.
 Que se dice Rescate, que no se dice Tomate.
Muchos guionistas harán falta para cambiar de sentido la trama, y además no merece la pena.
La realidad es tozuda como los dinosuarios.

10 jun 2012

Simpleza con Simpleza de Jose Carlos Cataño

Siempre hemos celebrado las necrológicas del poeta Sánchez. 
Normalmente iba conduciendo y escuchando la radio, y cuando escuchaba el deceso de turno, nos temíamos un golpe de volante, un súbito poético que arramblara con los eucaliptos de la carretera de Tegueste, que de todos modos ya no están.
 Otras veces la radio la tenía encendida en casa y, como en el caso de Yurkiévich, el arrebato tenía algo de misticismo girófago, pues escribió que le mandaba a su muerte siete abrazos en el aire.
Ahora a Tàpies le ha endosado unas líneas: "Llegaste hasta el umbral y dibujaste / un signo simple, rápido, secreto. // Ya estás en el umbral. // Y, frente a ti, la puerta del misterio. // Un signo, un solo signo / en el muro del tiempo."
Simpleza con simpleza, estoy seguro de que Tàpies bajará del muro para agradecerle que haya visto adonde ha llegado.

Ya nada se inenta, todo es reciclaje pererso