Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

12 mar 2012

Desnudando Acordes

Desnudando acordes

Por: | 12 de marzo de 2012


Normalmente el reconocimiento verdadero solo puede darlo el tiempo.
 No digo que la gente que a tiempo real va recibiendo aplausos y premios no los merezcan, pero si es verdad que desde mi punto de vista solo con la perspectiva de los años se puede juzgar con cierto criterio la aportación de un individuo a la sociedad. Por lo menos en la cuestión artística.
No sé hasta que punto estoy de acuerdo con el párrafo anterior.
 A lo mejor es una vieja excusa que los músicos utilizamos para argumentar y explicar el no suficiente reconocimiento que algunos artistas merecen, pero el caso es que Josemi Carmona debe ser reconocido como lo que es.
 Uno de los más brillates productores, arreglistas y guitarristas que ha dado el flamenco.
Josemi es un tipo tremendo, hijo del genial Pepe Habichuela, uno de los grandes guitarristas del siglo XX. Desde el principio fue adolescente prodigio y destacó dentro del grupo de nuevos flamencos
. Era el más exquisito de todos y el que más rasgos vanguardistas poseía.
 Poco después su éxito brutal con Ketama le catapultó al estrellato mediático que la industria discográfica (tan decrépita y desprestigiada hoy en día) tanto valoraba.
 Y luego Ketama se separó.
Desde entonces Josemi ha grabado algunos discos siempre con un gusto y una calidad tremenda.
 Yo recomiendo su música siempre como una de las ventanas por las que el flamenco puede asomarse para crecer. Su premisa es hacer menos para decir más o al menos lo mismo, en este sentido a nivel armónico es un genio
. Capaz de ir quitando notas a los acordes hasta despojarlos de prácticamente todo pero seguir manteniendo el color, el tono y la tensión original.
 Es como un Picasso de la armonía, con tres líneas te cuenta lo que quiere decir.
Por supuesto, Josemi es además un maestro del toque para cantar, para eso es hijo de quien es, tiene una técnica digna y un sonido profundo y muy personal.
No se puede decir tanto con tan poco y eso en el flamenco que adolece siempre de sobreexcitación y sobreactuación, se agradece
. Metafóricamente podríamos decir que desnuda los acordes hasta dejarlos en su ensencia, con sólo la piel, listos para que la melodía coja su sitio placenteramente y nos susurre historias flamencas, puras y futuristas.
Recomiendo estos tangos que una noche escuchamos como 237 veces, aproximandamente.

11 mar 2012

El hombre que gritó puta.......por ELVIRA LINDO

Gallardón regala metáforas de altos vuelos, como "violencia estructural" para hablar del aborto.

Es un clásico.
 Tan viejo es, que hasta pereza da encarar el asunto.
Cuando a los ultraconservadores se les acaban los temas estrella, que en EE UU consiste en prometer que se adelgazarán las ayudas del Estado para que los pobres sientan que son más libres y que ninguna autoridad se entromete en sus miserables vidas; cuando ya han conseguido una vez que la América más cazurra comulgue con el cínico discurso de la libertad, entonces, se ponen sentimentales y se sacan el último conejo de la chistera: el derecho a la vida.
Ese es el momento en que los políticos se convierten en abrazaniños y los mítines finalizan en un delirio de himnos, confetis y bebés que pasan de un brazo a otro.
 Sorprende que un imperio en crisis dedique tanta energía a la vida íntima de las mujeres, pero así es.
 El presidente se desvela ante la posibilidad de una guerra con Irán y por ahí andan a bastonazos los mosqueteros del republicanismo negándose a que la planificación familiar se incluya en los seguros médicos. Hubo una portada genial de la revista New Yorker en la que se veía a Obama, partido de risa, viendo la final de la Superbowl.
En la imagen no aparecían los jugadores reales, sino estos tres líderes de la América carca dándose de hostias como en un cuadro de Goya. La viñeta tenía su enjundia.
 Es cierto que en este país, dividido en dos, hay un componente fanático, pero también lo es que si los candidatos se pasan de rosca, pueden asustar al votante republicano más moderado.
Eso sucedió cuando el tal Santorum tuvo la ocurrencia de defender la desaparición de las escuelas públicas: “¿Por qué hemos de someter a nuestros niños a la educación del Estado?”.
 Miedo dan. Miedo porque de todo el catálogo de ideas que exportan nosotros solemos comprar lo más detestable.
 Como suele ocurrir, cuando la derecha no se atreve a decir una barbaridad, la pone en boca de un periodista. En este caso le tocó a Rush Limbaugh, un predicador del republicanismo, que se considera a sí mismo un creador de pensamiento.
 Tan inspirado estaba una mañana el señor Limbaugh con su discurso rabioso a favor de la vida que a Sandra Fluke, estudiante de Georgetown que había defendido el derecho a la asistencia ginecológica, la llamó, sin más, puta, sin eufemismos, puta, sin cortarse un pelo, como suena, y engolfado ya en su ataque animó a la señorita Fluke a grabar sus encuentros sexuales en vídeo para que el contribuyente disfrutara al menos de sus escarceos amorosos que paga con sus impuestos.
Yo no creo que el señor Limbaugh dijera algo distinto, en esencia, a lo que piensan muchos republicanos, su error fue expresarlo con palabras que aquí están proscritas
. Como resultado de llamar puta a una joven que apoya el plan de Obama de incluir la planificación familiar en la asistencia médica, algunos anunciantes, asustados por el tono, retiraron los anuncios del programa.
Y Limbaugh, pobre, tuvo que pedir disculpas.
 La señorita Fluke, por su parte, ha impartido una sabia lección al batallón de señores henchidos de razón que imaginan que al ginecólogo solo se va cuando se tienen interesantes perspectivas sexuales en mente y que la píldora anticonceptiva solo se toma para la consecución de dichas perspectivas.
Está claro que, por un lado, es un tema que a estos individuos no se les va de la cabeza un segundo, y que, por otro, no comparten demasiado con sus esposas el amplio abanico de razones por los que una mujer visita al médico.
Sus esposas.
 Ese es otro asunto interesante: un tanto por ciento elevadísimo de las mujeres que votan republicano han admitido servirse de algún tipo de método anticonceptivo.
El célebre Ogino, por cierto, no estaba entre los citados.
Sorprende que un imperio en crisis dedique tanta energía a la vida íntima de las mujeres, pero así es
Miedo me da, ya digo. Los españoles acabamos comprándoles todo.
 Quién nos dice que en el futuro un político, cargado de razón y falto de ideas para acabar con la crisis, no suelta por esa boca que la que quiera juerga que se la pague.
No lo dirá así, claro, envolverá su discurso en eufemismos, pero tendrá algún predicador en la tele o en la radio que le haga el trabajo sucio.
 De momento, ahí andan sus señorías a vueltas con el aborto, con el ministro Gallardón regalándonos metáforas de altos vuelos, como esa de “la violencia estructural” que aboca a las mujeres al aborto.
 Pues sí, no están los tiempos como para tener hijos.
 De cualquier manera, algunos se atreven y los tienen y, a pesar de la violencia estructural, los sacan adelante. Pero el aborto siempre ha existido, con estructural violencia o sin ella, y lo mínimo que se puede hacer es regularlo de la manera más segura posible y dejar a las mujeres que decidan sobre lo más íntimo de sus vidas.
Estoy convencida de que esto, tal cual, lo entiende Gallardón, pero en su posición de ministro se debe a unos votantes que nunca le han creído demasiado fiel al ideario conservador y tiene que mostrar su pureza de sangre. El trabajo de alcalde le permitía nadar entre dos aguas.
Ahora que no tiene más remedio que abordar asuntos como este se pone metafórico. Yo, al estilo Limbaugh, le veo una ventaja: la claridad.
 Tiene que haber por ahí un presentador valiente que traduzca el mensaje del ministro al lenguaje llano: las españolas deben volver a abortar a Londres.
 Como se ha hecho siempre.

Algún valiente tiene que traducir el mensaje de Gallardón: las españolas deben volver a abortar a Londres
Después de una lucha de mas de 30 años por las mujeres que pidimos una ley que nos proteja en nuestras decisiones, y conseguir avanzar en la Ley bajo los tres Supuestos, estamos otra vez como antes, vaya que si te violan y te quedas embarazada de ese psicopata, si el feto viene mal y de nacer será sufrirá cualquier enfermedad, y que el Estado ya no dará por discapacitado, si tu vida peligra, pues aparte de que Londres volverá a ser el pais más visitado por mujeres españolas repetimos un proceso a todas luces imposible. Que una Mariposa se convierta en Crísalida, así que mujeres de toda España cuando de Jóvenes saliamos en Manifestació por Solidaridad con aquellas clinicas y médicos que saltandose la Ley eran detenidos, tendremos
que volver a manifestarnos contra esa Ley del PP, porque crisis no será la justificación de no dejar la Ley del Aborto, Así que entre Gallardón y La Botella que no casará a ninguna pareja del mismo sexo hemos retrocedido más de 30 años. Y entonces nos acordaremos de Felipe González y tb de Zapatero, porque las leyes sociales son las que no brillan salvo cuando las necesitamos. Pues anda que estamos otra vez bien.

 

La vida oculta de M.


"Me prostituí durante mucho tiempo solo por las tardes”, recuerda la autora / GEORGE DOYLE  (STOCKBYT)
Yo pertenecía al grupo de putas de nivel medio.
 No era ni de las de lujo ni de las baratas. Porque no es como muchas personas creen, que solo existe la prostitución de alto nivel y luego la esclavitud, sino que hay mucho más.
 Una de las cosas que he comprobado a lo largo de los años es el increíble desconocimiento que la sociedad en general tiene de cuántas mujeres se dedican a la prostitución de manera oculta, aunque lo hagan esporádicamente. El puterío es como la sombra psíquica. Todos creen que “de eso” no tienen, pero rascas un poco y en todas las familias asoma.
 Además, el puterío no existiría sin la sombra, y crece en la sombra.
Yo lo hice durante mucho tiempo solo por las tardes y ni siquiera durante muchos meses seguidos.
 No aguantaba tanto, lo dejaba y regresaba cuando se me acababa el dinero ahorrado.
Otras lo hacían solo a ratos; eran las “chicas de contactos”, una categoría diferente.
 Otras eran putas de fin de semana; otras, de a diario durante ocho horas, como en cualquier curro de oficina. Muchas estaban casadas, o tenían familia con la cual convivían, y les contaban un cuento
. Decían que cuidaban abuelos, niños, o que limpiaban, o que estaban en una agencia inmobiliaria, o... auténticas películas... y colaban. Lo dicho: esto es como la sombra. Cuesta ver esa realidad en “tu” familia (...).
En mi caso, y por lo menos en la superficie, lo que me catapultó al puterío fue el desengaño hacia los hombres, unido a una dificultad económica, en un momento en que mi proyecto de vida hizo agua.
 Tenía 21 años y era una chica culta, universitaria y normalita en todo lo demás. Vivía en casa de mis padres (...). Pero hoy sé que los problemas con los hombres y con mi manutención, en mi caso, eran temas directamente relacionados.
Y esto nos lleva a otras razones más profundas para que yo terminara siendo puta, razones no evidentes y escondidas hasta para mí misma (...).
Tenía 30 años cuando regresé a casa de mis padres y aún tuve suerte porque me aceptaron sin poner pegas. Pudo haber sido peor; hay mujeres que no tienen adónde regresar, dónde caerse muertas un tiempo mientras intentan empezar otra vez de cero.
 Afronté una nueva etapa de búsqueda de trabajo e inicié nuevos estudios. Por estudiar que no quedara.
Sin embargo, aún tuve que seguir trabajando de puta, aunque durante menos horas, para pagar mis gastos y mantener un mínimo de independencia. Era aceptable comer y dormir en casa de mis padres, pero con 30 años pedirles dinero para comprarme un libro, salir el fin de semana o pagarme unos nuevos estudios, pues no.
“Ya no obtenía ninguna satisfacción de mi ‘oficio’. Hasta el dinero que ganaba me daba asco. Pero no ganarlo era peor”
Aquella fue la etapa más dura, porque ya no soportaba prostituirme más y me enfermaba cada dos por tres. No veía la manera de terminar con mi situación, porque además parecía que no había modo de encontrar otro trabajo. Enviaba currículos, pero nadie me llamaba ni para decirme que no. Muchas veces llegaba hasta el lugar de mi trabajo como puta y sentía que no podía llamar al timbre.
Entrar en el edificio, subir en el ascensor y encerrarme en aquellas cuatro paredes para ser follada otra vez se me antojaba insoportable, superior a mis fuerzas. Entonces daba media vuelta, me iba al parque cercano, me sentaba en un banco y tomaba aire. A veces lloraba de impotencia.
 Luego me enfadaba por llorar y me repetía a mí misma: “Piensa, piensa, piensa. ¿No eres tan lista? Algo se te tiene que ocurrir”.
Pero no sabía qué más pensar. Era como si mi cerebro no supiera funcionar correctamente en lo relativo a encontrar un empleo.
 Al final razonaba que de momento tenía que ir a trabajar de puta un día más. La jefa y los clientes me estaban esperando unas calles más allá, se trataba de no pensar tanto, era mejor ir a trabajar y dejar las reflexiones para otro momento. Al final iba.
No me daba cuenta de que en realidad no “tenía” que ir más, y que lo que pasaba es que no sabía dejarlo. Toda mi estructura mental relativa a la supervivencia material estaba dañada o distorsionada desde su raíz, desde mi infancia. Por eso, aunque veía que mi vida iba mal por ese camino, no sabía cambiar. Para remate, ya no obtenía ninguna satisfacción de mi oficio. A esas alturas de mi historia, hasta el dinero que ganaba me daba asco.
Pero no ganarlo era aún peor. Estaba hecha un lío.
Finalmente, conocí a una mujer terapeuta, pero desde que la conocí hasta que empezó a tratarme aún pasaría un año. Durante ese tiempo trabajaba cada vez menos y peor, porque ya no podía más. Tenía síntomas raros, médicamente no explicables, porque en las analíticas no veían nada. Cistitis crónica no infecciosa, inflamación en los ovarios, vaginitis inespecífica, vértigos, contracturas aquí y allá sin razón aparente.
 O sensaciones extrañas, como notar un frío gélido que me envolvía la cintura, el vientre, las lumbares.
 Y no se aliviaba con nada: ni con baños calientes, ni envolviéndome telas de lana alrededor del cuerpo, ni metiéndome en la cama. Me dolía todo el cuerpo, casi no podía follar, porque cada penetración me dolía como si me golpearan el cuello del útero con una barra de hierro.
Sentía que perdía energía, que mi cuerpo era como un vaso rajado desde el que se escapaba el agua
. A veces me sentía vieja y agotada, y andaba como zombi. Me medicaba constantemente para los espasmos musculares, las contracturas, las migrañas, las anginas crónicas, los resfriados, los hongos, qué sé yo. Estaba harta de recurrir al Gine-Canestén o a los óvulos de blastoestimulina en el coño para poder trabajar. Ya no sabía cómo era mi cuerpo en estado natural.
El colmo fue cuando empecé a tener pequeños sangrados rectales, unidos a dolores internos extraños. Sentía como si tuviera púas metálicas atravesándome el colon y me acojoné. ¿Qué cuernos me estaba pasando? Tuve miedo, no de morirme, que hubiera sido un alivio, sino de mal morirme.
Porque los médicos no veían nada superficial.
Debía de ser algo escondido, profundo. Tenían que hacerme pruebas a fondo en el hospital y el pavor me invadió. Me vi entrando en una espiral de médicos, pensé en tumores, cáncer, qué sé yo.
 No fui capaz de decirlo en casa.
He aquí una muestra de la gran confianza que ha existido entre mis padres y yo. Todo lo escondí. Aparentemente yo era feliz, todo estaba bajo control, pero mi vida hacía agua.
En ese estado de pánico y agobio, al fin me entregué a las sesiones de terapia. Pensé que tal vez fuera a morir, pero al menos quería hacerlo del mejor modo posible.
No quería meterme en un hospital sin más y dejar que me llevaran de aquí para allá, que todos empezaran a decidir por mí, sin haber tenido ni tiempo de detenerme, de descansar de mi vida, de revisar mi interior, de reflexionar. Entonces, gracias a la terapia descubrí... Ah, ¡no puedo resumirlo!
 Tengo que utilizar una metáfora. Tengo que decir que fue como en la película de Matrix. Vi. Y lo que vi, aunque me dejó KO, me hizo despertar, cambiar.
Pero ahora digamos, para acabar, que dejé la prostitución gracias a dos cosas: una, a haber cuidado mis relaciones humanas y amistosas ajenas al ambiente de trabajo, gracias a las cuales ciertas personas finalmente me ayudaron (terapeuta incluida).
 Dos, a haberme atrevido a ver, a elegir siempre consciencia frente a inconsciencia.
Por duro que sea lo que descubras acerca de tu vida o de la vida en general, por mucho que al destapar la caja de Pandora te parezca que la realidad es horrorosa o un espanto, es mejor saber. Eso te permite afrontar el verdadero origen de tus males y dejar de odiarte; además, te capacita para entender mejor la realidad en que vivimos.
De otro modo, no puedes buscar caminos de vida diferentes. Estás atrapado, como en la matrix, en inercias, programas mentales, etcétera.
Tal vez lo más difícil sea lo segundo: asumir ser conscientes, elegir siempre saber frente a no saber. No es un camino que todos deseen andar. Mi mejor amiga de la prostitución murió, en parte, porque no quiso andarlo. Le daba más miedo afrontar su realidad y pedir ayuda como puta confesa que sufrir una larga y penosa enfermedad, como finalmente sucedió.

Amor a tres bandas

La última película de Emilio Martínez Lázaro, ‘La montaña rusa’, coquetea con esta fantasía.

Nos adentramos en un mundo que bascula entre el morbo, el deseo y el amor libre.

 

La historia comienza como otras muchas: chica conoce chico. Se gustan, se acuestan, se enamoran.
 Un amor tierno con un solo problema: ella es frígida y vive obsesionada con la obtención de ese placer que se le escabulle desde la adolescencia. Cuando está a punto de resignarse, descubre el increíble magnetismo del orgasmo acostándose a escondidas con el mejor amigo de su pareja.
 Entonces comienza la verdadera historia, una de amor y sexo a tres bandas, de esas que todos conocemos porque pueblan los hogares, las calles y la buena y mala literatura, y en la que ninguno de los vértices quiere renunciar a su parte y por eso mismo es probable que lo acabe perdiendo todo. Porque el tres es un número con una enorme capacidad destructiva.
El sol va cayendo a media tarde y se filtra a través de las cortinas del salón de Emilio Martínez Lázaro, en la planta baja de un chalé en Arturo Soria. A esa hora suspendida, la entrevista recuerda en algunos momentos a una sesión de terapia. Pasada ya la frontera de los 65, el cineasta se recuesta en el sofá con gesto de andar de vuelta de casi todo. Habla él y también Daniela Féjerman, dos décadas más joven, sentada a su lado. Entre los dos escribieron a cuatro manos la anterior trama a tres bandas, el guion de su última película, La montaña rusa, dirigida por Martínez Lázaro.
Una comedia de esas que te clavan varios puñales por la espalda.
Una mujer incapaz de elegir entre el hombre perfecto (pero soso) y el amante volcánico (pero loco).
“No se puede tener todo, esa es la premisa de la película”, dice uno de los creadores. “La pareja ideal, aquella en la que se une el amor y el sexo, no existe”, completa el otro.
Martínez Lázaro, aficionado a Freud y a psicoanalizar a sus personajes, añade que quizá “una mujer sensata, lo que hubiera hecho es sacar el máximo partido” a una relación imperfecta. Asumir el fracaso, la vida incompleta. Otros en su situación, quizá, hubieran buscado pasar del triángulo irregular al trío. El tres, a veces, es el único equilibrio.
La actriz Verónica Sánchez / OUTUMURO
“Puede que las parejas necesiten de un aliciente, algo que les sirva de vitaminas”, cuenta la sexóloga y socióloga de Barcelona Marian Ponte. Hay casos: “Recuerdo a un señor emparejado con una modelo. Como él era mayor y deseaba que ella disfrutase, porque era muy joven y él no tenía tanto apetito sexual, seleccionaba a las personas que tenían que estar con su mujer.
Hay personas que pueden tener la madurez de no ser posesivos y, por circunstancias de la vida, aceptar un vínculo a tres bandas”.
El cantautor canadiense Leonard Cohen, por ejemplo, escribió en 1971 una canción críptica titulada Famous blue raincoat (Famoso chubasquero azul) en la que, más que aceptar una convivencia a tres, asumía y perdonaba la relación de su mujer, Jane, con un tercero. Lo llamaba “mi hermano, mi asesino”, y le daba las gracias por haberle devuelto a su mujer una mirada serena. El tema era además un cuidado tributo al tres: la letra, escrita como si fuera una carta dirigida al tercero, la estructuró en versos de pies anfíbracos, compuestos por tres sílabas, una larga entre dos breves; la prolongó durante tres estrofas, con tres puentes y tres estribillos, y la guitarra acompañaba su voz oscura también con un ritmo ternario.
El tres, en la música, suele ser una invitación al baile, a salirse de la rigidez de una estructura binaria. Y así prosigue la sexóloga Ponte: “Recuerdo otro caso donde dos personas tenían mucho miedo al compromiso después de salir muchos años y tontearon con una tercera persona.
Se enamoraron los dos de ella.
Se estableció un trío y acabaron mudándose los tres a una casa. Todos decían tener el equilibrio que no encontraban en una sola persona”.
 El mismo equilibrio del que hablaba la cantante mallorquina Concha Buika, una mujer “bisexual, trifásica y tridimensional”, a lo largo de una divertida entrevista realizada en 2006 por Manuel Cuéllar en EL PAÍS, en la que reconocía dos años de convivencia en trío junto a un músico con el que tuvo un hijo y a África Gallego, la excantante de Mojo Project.
Decía Buika: “Que el matrimonio es de dos se lo inventó un tío, y como yo soy una tía, me invento que es de tres (…). Es lo más cómodo, coherente y emocionalmente divertido que he encontrado”. Primero halló a su marido, luego tropezó con su mujer.
“Me la encontré y lo primero que hice fue agarrarla de la mano y llevarla a casa. Si yo veo una cosa tan bonita, lo que quiero es que la persona que más quiero también la pueda disfrutar. ¿Por qué lo voy a esconder?”. A los dos años, sin embargo, se les agotó el cuajo que los mantenía unidos, según la cantante, “porque se establecía, de repente, la individualidad”.
El actor Ernesto Alterio. / OUTUMURO
Algo parecido les ocurría a los protagonistas de Castillos de cartón (2002), de la escritora Almudena Grandes. “El tres es un número impar”, comienza el libro, una obra sobre el descubrimiento del arte, el amor y el sexo en el Madrid catártico de los ochenta. Un número impar que se les vuelve par a tres estudiantes de bellas artes, dos hombres y una mujer en efervescencia sentimental y creativa. “Seguían siendo dos personas distintas y habían empezado a ser una sola persona al mismo tiempo, un amante memorable, el más impotente y el más feroz, el más brusco y el más dulce, el más divertido y el más silencioso, el más intenso siempre de cuantos había conocido”, narra en un momento la protagonista.
Y la cifra se vuelve una suma muy práctica en las cuestiones cotidianas. “Éramos tres, los tres iguales, y eso implicaba mayorías absolutas de dos contra uno en los pequeños conflictos de todos los días”. Pero esto también será el origen del conflicto.
Dice Almudena Grandes que escribió aquel libro en plena mayoría absoluta de Aznar, cuando comenzó a notar a su alrededor “un espejismo de retroceso” y sintió nostalgia de aquellos primeros años de democracia, de libertad y búsqueda de nuevos límites; y por eso relató, en sus palabras, “una historia de amor de tres personas, como un intento de recordar la capacidad de vivir el exceso sin culpa de los ochenta”.
 Los tres protagonistas eran capaces de vivir su trío, vinculado al lado perverso, con la inocencia de toda una época, pero a la vez de forma salvaje y feroz.
 No es que hoy no existan este tipo de historias a tres bandas, intuye Grandes, sino que probablemente no supongan el mismo desafío. “Quizá se encuentren más vinculadas al sexo y menos a la idea de escupir sobre los retratos de nuestros abuelos”.
“Los tríos son una declaración de guerra a 2.000 años de tradición marital”, resume el doctor y psicoanalista Paul Jaonnides en su extenuante A guide to getting it on! (¡Una guía para montárselo!), una obra de casi mil páginas. En ella, el autor dedica un capítulo a la búsqueda de placer y el equilibrio a través de una tercera persona (o siendo esa tercera persona). Y avisa: “Un trío revuelve las emociones de tres personas, en lugar de las dos habituales. El potencial de todo se incrementa, desde el nivel de excitación, hasta el grado de daño y de angustia”. Es frecuente que una de las personas que en un principio se desgañitaba por compartir una relación a tres bandas –una de las fantasías más recurrentes–, de pronto se vea relegada al segundo plano de la acción. Es más, puede llegar a convertirse en el espectador pasivo de una actuación en la que su pareja parece obtener mayor placer de una persona distinta. No es fácil calibrar este tipo de emociones. Por eso, el doctor Jaonnides recomienda: “Da igual lo mucho que hayas disfrutado del trío, asume que a la mañana siguiente te levantarás lleno de preocupaciones.
 Después de todo, acabas de violar las expectativas de una sociedad que valora la monogamia”.
Lorena, nombre ficticio para una madrileña treintañera, compartió un noviazgo de nueve meses con una pareja preestablecida (llamémosles Alicia y Fede) y dice: “Para lo bueno y para lo malo, un trío no cuenta con referentes de ningún tipo”.
Lo cual, por un lado, es una ventaja, pues sus miembros se acercan a él sin prejuicios sobre lo que es o ha de ser la relación; pero a la vez implica reinventarse el trinomio cada día. Todo surgió a partir de una atracción entre Lorena y Fede.
 No quisieron saltar a escondidas por encima de una pareja. Pero a los dos o tres meses fue Alicia quien propuso que se fueran los tres a su casa. Aquella vez Lorena dijo que no. A la siguiente les respondió que mejor en la suya.
 Y ocurrió. “Simplemente se presentó, dejamos que pasara”, dice Lorena. “No fue algo sucio, ni oculto. No hubo malicia. Los primeros cuatro meses fueron muy bonitos.
 Desaparecía el factor de posesión, había una enorme sensación de generosidad”. Quedaban como cualquier pareja. Solo que a tres. Hubo una vez en que Lorena se quedó un paso atrás, sin participar en el nudo de cuerpos. “Y tener algo tan real así, tan cerca…”. Luego llegó un momento en que sintió la necesidad de relacionarse con cada uno a solas.
 E intuyó el primer bache. Las circunstancias se dieron en verano.
 Primero fue a visitar a Alicia, que pasaba una temporada fuera de Madrid. Notó cierta frialdad. De vuelta en la ciudad, cuando Lorena quedó con Fede, Alicia llamó y dijo que no estaba tranquila si quedaban los otros dos a solas.
 Comenzaba a romperse el equilibrio del tres.
 “Habían tomado una decisión entre ellos, sin contar con mi opinión”. Una decisión por mayoría. Dos contra uno. Nones. La relación duró aún unos meses, pero los relojes marcaban ya la hora con cierto desfase. “De pronto empiezas a dudar, te preguntas a quién de los dos…”, concluye Lorena. “Ellos me querían, me quieren. Pero llevábamos distinto ritmo”.
El actor Alberto San Juan. / OUTUMURO
Dice la exhibicionista Venus O’Hara, bloguera de sexo fetish (www.venusohara.org) y colaboradora del blog Eros de El País, que amar a dos personas a la vez es complicado. “Si estuviera enamorada, no creo que pudiera participar en un trío”.
Otra cosa es el chispazo, las historias de una noche. O’Hara ha vivido dos escenas de este tipo y disfrutó sobre todo de la segunda, más madura: “Era como tener lo mejor de ambos mundos: la suavidad de la mujer debajo, y encima al hombre, más brusco”.
Miguel, un madrileño casado con estilo de vida swinger (intercambio de parejas), trata de explicar esa misma sensación, pero más masculina: “Nosotros siempre buscábamos el trío. Cuando una mujer se encuentra entre dos hombres, su placer se potencia… Se vuelve un paraíso”.
Clara y él formaron cientos de tríos a lo largo de los años.
Hoy la pareja vive dividida por el océano Atlántico. Pero en 2011, cuando El País Semanal compartió una noche con ellos, para esta pareja el número dos era sencillamente el punto de partida
. Entre ambos formaban una base que completaba un tercero, y este último vértice funcionaba a modo de interruptor en el cerebro de ambos que activaba ese campo magnético que los swingers suelen llamar morbo.
Lo anterior son historias reales.
 Pero la ficción suele nutrirse de este tipo de situaciones a tres bandas. Dice Eduardo Ladrón de Guevara, el veterano guionista de la serie Cuéntame, que los tríos funcionan bien porque ayudan a revelar las contradicciones de los personajes.
 Por poner un ejemplo histórico y de peso, no es lo mismo la relación entre Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir así, a primera vista, que la relación de dos de los pensadores más importantes del siglo XX cuando se supo que habían trastornado a una joven llamada Bianca Lamblin, a la que ambos sedujeron y con la que se acostaron durante unos años
. En la última temporada de la serie de TVE-1, el guionista introdujo a Carlitos, al que hemos visto crecer desde hace una década, en un trío (dos hombres, una mujer), dando entrada a lo que este tipo de convivencia tenía de iniciático y subversivo en los estertores del franquismo y los primeros pasos de la democracia. Y mostrando también el pulso entre tradición y ruptura de la burguesía española de la época. Ladrón de Guevara no participó en ningún triángulo entonces.
 Pero sí conoció alguno de cerca, normalmente de corte trotskista. “La gente se acercaba a ellos desde la teoría y les acababa devolviendo siempre la cruda realidad: la angustia, los celos, la competición”.
De esto último hay bastante en La montaña rusa, de Emilio Martínez Lázaro.
Pero sus tres protagonistas se resisten al tres puro, se quedan en triángulo imperfecto.
 No hay trío, salvo en las fotos que acompañan estas páginas.
Dice el director de Las trece rosas y El otro lado de la cama que esa no es su historia, ni podría serlo. “Cada uno de los implicados quiere ocupar el lugar del otro, tenerlo todo”, añade. Ernesto Alterio, uno de los actores protagonistas, el amante volcánico, se encoge de hombros y dice que, en el fondo, los intérpretes son marionetas que dan vida a las obsesiones de sus creadores.
 Él, que tiene la mirada de quien ha mirado muy dentro, improvisó en un receso de la sesión fotográfica una reflexión contradictoria sobre los triángulos: “El tres representa lo impar. Rompe la simetría, el equilibrio. Pero a la vez, tres patas ya pueden sostener algo”. Luego dibujó sobre la mesa el símbolo religioso de la trinidad, y prosiguió: “En cuanto entra un tercero, se activa el deseo. Uno desea algo en la medida en que otro también lo desea”. Al menos, es lo que le ocurre a él con Alberto San Juan, su mejor amigo en la película.
San Juan, a su vez, ensayó una explicación más libertaria:
 “Las formas del amor pueden ser infinitas, mientras las partes implicadas actúen por propia voluntad. En las películas de Martínez Lázaro siempre hay una invitación a la libertad, y sobre todo al amor libre. Aunque libre no significa necesariamente polígamo”.
 Él se acababa de marcar un desnudo frontal frente a Outumuro, como para dejar claro lo que opina de los tabúes. Verónica Sánchez, que es quien interpreta a la chica, dijo en cambio que el tres tiene algo de huida hacia delante, de puerta a lo desconocido, de caos, de ruptura de la costumbre.
“Tiene que ver con el espíritu de conquista, con hacer tambalear tu vida para saber que estás vivo”.
 Pero no quedó muy claro si se refería al triángulo, al trío o a ambos.
 Poco antes, los tres actores se habían abrazado desnudos ante la cámara. Era la tercera película que rodaba cada uno con Emilio Martínez Lázaro.
‘La montaña rusa’ se estrena el 16 de marzo en España.