9 mar 2012
No digan recortes, llámenlo amor
La corrección política en el lenguaje ha alumbrado también eufemismos como “país en vías de desarrollo, en vez de país subdesarrollado”, apunta en este sentido Darío Villanueva, y especifica el mecanismo: “Una forma de afirmar algo malo es negar algo positivo”.
El uso de lenguaje económico con determinados fines viene de antiguo, abunda Fernando Esteve. “Fíjese que, de toda la riqueza que crea una empresa, a los beneficios empresariales, se les llama excedentes empresariales, que significa algo bueno, y al beneficio del trabajador se le considera coste laboral unitario”, apunta. “Nadie quiere subir costes, por sentido común, y todos estaremos de acuerdo en que cuanto más excedentes tenga una empresa, mejor”, añade.
“Eso ya lo tenemos incorporado a nuestro lenguaje [y, por tanto, a nuestro subconsciente]”, explica Esteve.
Cuando se habla de educación o sanidad gratis, por ejemplo, se puede llegar a olvidar que ya se paga con impuestos.
El profesor también encuentra un sesgo o fin muy persuasivo o en el uso de algunas metáforas. “Cuando un político o economista se mete a dietista, échese a temblar”, alerta, “como cuando dicen:
‘Tenemos mucha grasa, debemos hacer dieta y entonces volveremos a estar bien’.
Si logras trasladar esa imagen a unos ciudadanos que no saben de economía, confiarán ciegamente en que, en efecto, han estado comiendo demasiado y ahora les toca adelgazar, y que esa dieta, aunque les duela, es lo mejor que les puede pasar”.
Lo mismo ocurre con la resaca.
Utilizar esa imagen para la crisis es, de alguna forma, llevar a la culpa a quien la sufre, por haberse emborrachado. “Para mí una de las cosas más cretinas de esta crisis es eso, hablar de resaca. Implica que ahora lo pasas mal porque has cometido excesos, y no podemos caer en la trampa de estas metáforas”, remata. Los periodistas, critica, “también se dejan llevar por la metáfora facilona”.
Los tecnicismos pueden convertirse también en grandes aliados del lenguaje edulcorado.
Los expedientes de regulación de empleo (ERE) como forma de referirse a los despidos colectivos de una empresa son un buen ejemplo.
Otro es el “concurso de acreedores”, que fue la forma que la ley de 2003 escogió para referirse a la antigua suspensión de pagos de las empresas, mucho más cruda y explícita.
La jerga financiera, que tan intrincada resulta a veces, también acaba teniendo un efecto nebuloso en la comunicación. “Exposición” a la deuda o “activos adjudicados”, para referirse muchas veces a los inmuebles que han embargado porque sus propietarios no podían pagar el crédito.
Y, hace poco, la compañía aérea Spanair anunció que dejaba de operar por “falta de visibilidad financiera”, es decir, que no tenía dinero y no lograban que nadie se lo diera.
En este capítulo de la interminable crisis, no deja de oírse la palabra “sacrificio” cuando se habla de programas de recortes (los que buscan la “consolidación fiscal”).
El proyecto europeo se tambalea a cuenta de los desequilibrios presupuestarios y la crisis de deuda soberana.
Es interesante acudir ahora a un análisis de Javier Pradera, publicado en este mismo periódico el 1 de agosto de 1993. Más allá del eufemismo recogía las negociaciones de Gobierno y agentes sociales para un plan de empleo.
“Los bizantinos distingos del Ejecutivo para convencer a los españoles de que la convergencia con Europa exigiría esfuerzos pero no sacrificios casi agotó sus reservas de pólvora verbal”, escribía Pradera. “La inútil pugna semántica para determinar si el rigor de la política presupuestaria del nuevo Gobierno llevará a cabo un recorte de los gastos sociales o procederá sólo a su contención tal vez distraiga los ocios veraniegos, pero apenas ayudará a que la negociación progrese”, continuaba.
Y así presentó Miguel Boyer los presupuestos el 17 de mayo de 1983: “La lucha contra la inflación debe verse facilitada por una actitud de moderación salarial”.
Este tipo de lenguaje no habita solo en la boca de los poderes públicos, apunta Antón Costas.
“También los sindicatos lo asumen cuando tiene que defender algunos pactos, como, por ejemplo los de moderación salarial”. Y es que moderación viene de moderar: templar, ajustar, arreglar algo evitando el exceso.
Algunos debates y sus recursos lingüísticos perduran con el tiempo.
Vendrán más años malos, diría algún poeta melancólico. Los hombres de negocios, en cambio, esquivan los “problemas” en las entrevistas y suelen hablar más de “retos” o “desafíos”. Vendrán recortes, para unos, o ajustes, o reformas, o medidas de consolidación fiscal.
Y otros lo llamarán amor.
El uso de lenguaje económico con determinados fines viene de antiguo, abunda Fernando Esteve. “Fíjese que, de toda la riqueza que crea una empresa, a los beneficios empresariales, se les llama excedentes empresariales, que significa algo bueno, y al beneficio del trabajador se le considera coste laboral unitario”, apunta. “Nadie quiere subir costes, por sentido común, y todos estaremos de acuerdo en que cuanto más excedentes tenga una empresa, mejor”, añade.
“Eso ya lo tenemos incorporado a nuestro lenguaje [y, por tanto, a nuestro subconsciente]”, explica Esteve.
Cuando se habla de educación o sanidad gratis, por ejemplo, se puede llegar a olvidar que ya se paga con impuestos.
El profesor también encuentra un sesgo o fin muy persuasivo o en el uso de algunas metáforas. “Cuando un político o economista se mete a dietista, échese a temblar”, alerta, “como cuando dicen:
‘Tenemos mucha grasa, debemos hacer dieta y entonces volveremos a estar bien’.
Si logras trasladar esa imagen a unos ciudadanos que no saben de economía, confiarán ciegamente en que, en efecto, han estado comiendo demasiado y ahora les toca adelgazar, y que esa dieta, aunque les duela, es lo mejor que les puede pasar”.
Lo mismo ocurre con la resaca.
Utilizar esa imagen para la crisis es, de alguna forma, llevar a la culpa a quien la sufre, por haberse emborrachado. “Para mí una de las cosas más cretinas de esta crisis es eso, hablar de resaca. Implica que ahora lo pasas mal porque has cometido excesos, y no podemos caer en la trampa de estas metáforas”, remata. Los periodistas, critica, “también se dejan llevar por la metáfora facilona”.
Los tecnicismos pueden convertirse también en grandes aliados del lenguaje edulcorado.
Los expedientes de regulación de empleo (ERE) como forma de referirse a los despidos colectivos de una empresa son un buen ejemplo.
Otro es el “concurso de acreedores”, que fue la forma que la ley de 2003 escogió para referirse a la antigua suspensión de pagos de las empresas, mucho más cruda y explícita.
La jerga financiera, que tan intrincada resulta a veces, también acaba teniendo un efecto nebuloso en la comunicación. “Exposición” a la deuda o “activos adjudicados”, para referirse muchas veces a los inmuebles que han embargado porque sus propietarios no podían pagar el crédito.
Y, hace poco, la compañía aérea Spanair anunció que dejaba de operar por “falta de visibilidad financiera”, es decir, que no tenía dinero y no lograban que nadie se lo diera.
En este capítulo de la interminable crisis, no deja de oírse la palabra “sacrificio” cuando se habla de programas de recortes (los que buscan la “consolidación fiscal”).
El proyecto europeo se tambalea a cuenta de los desequilibrios presupuestarios y la crisis de deuda soberana.
Es interesante acudir ahora a un análisis de Javier Pradera, publicado en este mismo periódico el 1 de agosto de 1993. Más allá del eufemismo recogía las negociaciones de Gobierno y agentes sociales para un plan de empleo.
“Los bizantinos distingos del Ejecutivo para convencer a los españoles de que la convergencia con Europa exigiría esfuerzos pero no sacrificios casi agotó sus reservas de pólvora verbal”, escribía Pradera. “La inútil pugna semántica para determinar si el rigor de la política presupuestaria del nuevo Gobierno llevará a cabo un recorte de los gastos sociales o procederá sólo a su contención tal vez distraiga los ocios veraniegos, pero apenas ayudará a que la negociación progrese”, continuaba.
Y así presentó Miguel Boyer los presupuestos el 17 de mayo de 1983: “La lucha contra la inflación debe verse facilitada por una actitud de moderación salarial”.
Este tipo de lenguaje no habita solo en la boca de los poderes públicos, apunta Antón Costas.
“También los sindicatos lo asumen cuando tiene que defender algunos pactos, como, por ejemplo los de moderación salarial”. Y es que moderación viene de moderar: templar, ajustar, arreglar algo evitando el exceso.
Algunos debates y sus recursos lingüísticos perduran con el tiempo.
Vendrán más años malos, diría algún poeta melancólico. Los hombres de negocios, en cambio, esquivan los “problemas” en las entrevistas y suelen hablar más de “retos” o “desafíos”. Vendrán recortes, para unos, o ajustes, o reformas, o medidas de consolidación fiscal.
Y otros lo llamarán amor.
CALLAR Y ACALLAR
Callar y acallar
Por: Ángel Gabilondo | 09 de marzo de 2012
Hacemos bien en cuidar lo que decimos y cómo lo decimos.
Pero no está de más que cuidemos lo que silenciamos, ya que hay muchas maneras de hacerlo.
Una, desde luego, es callar, pero otra no menos infrecuente es acallar. Milorad Pavić subraya en Paisaje pintado con té: “lo que más me gusta es el árbol que habla, es el único que da un fruto doble.
En él se puede distinguir entre el silencio y el mutismo.
Porque un hombre con el corazón henchido de mutismo y otro con el corazón henchido de silencio no se parecen en nada.”
Hay una manera de proceder que consiste en impedir que algo venga a ser palabra.
El silencio elegido es un modo de decir, pero el silenciar es tanto un modo de callar como de acallar.
No siempre acallar requiere una intervención tan explícita como la de no dejar hablar. Michel Foucault nos recuerda en El orden del discurso que, además de vedando lo que cabe decirse o impidiendo el acceso, a través del control y de la delimitación, hay otros mecanismos y procedimientos para evitar que la voz venga a ser palabra.
Pero no está de más que cuidemos lo que silenciamos, ya que hay muchas maneras de hacerlo.
Una, desde luego, es callar, pero otra no menos infrecuente es acallar. Milorad Pavić subraya en Paisaje pintado con té: “lo que más me gusta es el árbol que habla, es el único que da un fruto doble.
En él se puede distinguir entre el silencio y el mutismo.
Porque un hombre con el corazón henchido de mutismo y otro con el corazón henchido de silencio no se parecen en nada.”
Hay una manera de proceder que consiste en impedir que algo venga a ser palabra.
El silencio elegido es un modo de decir, pero el silenciar es tanto un modo de callar como de acallar.
No siempre acallar requiere una intervención tan explícita como la de no dejar hablar. Michel Foucault nos recuerda en El orden del discurso que, además de vedando lo que cabe decirse o impidiendo el acceso, a través del control y de la delimitación, hay otros mecanismos y procedimientos para evitar que la voz venga a ser palabra.
Hay discursos erigidos sobre silencios, silencios elocuentes que dan que hablar, pero no siempre se trata sólo de un modo de decir, sino a veces de un modo de obstaculizar que se diga algo otro.
No sólo mediante la exclusión o la prohibición, también mediante la clausura de los ámbitos y la escisión de las competencias, a través de los registros y tonos del lenguaje, o de acuerdo con las capacidades sociales y lingüísticas que, de una u otra manera, hacen más o menos inviable participar con la propia palabra.
También es determinante cómo el saber es puesto en escena, revalorizado, distribuido, repartido y atribuido. En este sentido, Foucault considera que la educación es una manera política de mantener o de modificar la apropiación de los discursos, con los saberes y los poderes que llevan consigo.
Y de ahí también su importancia decisiva.
Valgan estas consideraciones para no estimar inocente ni la organización de las disciplinas, ni la distribución de sus competencias, como si en sí mismas fueran inocuas.
Ello resulta tan inadecuado como proclamar su perversidad. Simplemente permite comprender que hay una historia de las disciplinas, como hay una historia de las ideas, o de los conceptos, o una historia del pensamiento.
No hay una asepsia teórica y práctica, lo cual no impide valorar en cada una de ellas lo que cabe denominarse científico.
La determinación de las materias, de las disciplinas, su definición y sus competencias es asimismo objeto de debate. La pluralidad y diversidad de los modos de vida se muestra en ellas, así como la complejidad social. En concreto, al respecto, el lenguaje hace su trabajo.
Y dice también por su modo de tratar el silencio, por su modo de callar y por su manera de acallar. La lengua es una escuela, un aula de convivencia, de ideas y de personas, pero no hemos de pedirle que ella sola haga lo que nosotros no siempre estamos dispuestos a realizar. Sí que corresponda a nuestros quehaceres, a nuestras convicciones sociales y a objetivos compartidos. Y que nos acompañe. La lengua es nuestra lengua.
Tal vez así comprendamos bien a Susan Sontag, quien en Yo, etcétera nos dice bien expresivamente: “Mi problema es idéntico a mi lenguaje. O sea, si no tuviera este lenguaje, no tendría este problema. Si no tuviera este problema, no tendría este lenguaje. No necesitaría ayuda.”
(Imágenes: Jean Baptiste Simeon Chardin, Retrato de mujer y Vilhelm Hammershøi, La burbuja del jabón)El ‘Titanic’ desvela algunos de sus secretos en el centenario de su hundimiento
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El Titanic se hundió en el Atlántico hace un siglo y allí yace a 4.000 metros de profundidad, pero su leyenda sigue a flote e incluso navega a toda máquina como prueba la avalancha de publicaciones, documentales y noticias que trae consigo el aniversario del desastre, al que el suplemento EPS de EL PAÍS dedica este domingo un amplio reportaje.
La conmemoración de aquella tragedia que sacudió las conciencias de la época de una manera parecida a como lo hizo el 11-S y nos dejó una manera de adjetivar la catástrofe llega acompañada también de algunos descubrimientos y de nuevas teorías sobre lo que sucedió aquella noche terrible del 14 al 15 de abril de 1912, en la que se ahogaron más de 1.500 personas de las cerca de 2.230 que iban a bordo.
Un especialista, el historiador Tim Maltin, sugiere en un nuevo libro que el iceberg asesino que chocó contra el Titanic era prácticamente invisible a causa de las excepcionales condiciones meteorológicas.
Desde su descubrimiento por Robert Ballard en 1985, los restos del Titanic han sido visitados en diversas ocasiones y se han extraído del barco numerosos objetos para su exposición y venta.
Con el centenario ha aumentado la controversia entre los partidarios de explotar los restos y el interés que despiertan y los que, como el propio Ballard, exigen respetar el buque hundido como un museo submarino y un cementerio.
Hay estudiosos que advierten de que los restos del barco se están degradando de manera imparable por circunstancias naturales, pero también por la acción humana.
Entre las novedades del aniversario también está el relanzamiento del filme Titanic (1997) en 3D y un documental de National Geographic Channel en el que el director de la película, James Cameron, que realizó numerosas inmersiones en sumergibles al buque hundido, regresa al lugar en que este descansa para recordar su dramática historia.
La conmemoración de aquella tragedia que sacudió las conciencias de la época de una manera parecida a como lo hizo el 11-S y nos dejó una manera de adjetivar la catástrofe llega acompañada también de algunos descubrimientos y de nuevas teorías sobre lo que sucedió aquella noche terrible del 14 al 15 de abril de 1912, en la que se ahogaron más de 1.500 personas de las cerca de 2.230 que iban a bordo.
Un especialista, el historiador Tim Maltin, sugiere en un nuevo libro que el iceberg asesino que chocó contra el Titanic era prácticamente invisible a causa de las excepcionales condiciones meteorológicas.
Otra nueva hipótesis es que una rara alineación del Sol y la Luna causó mareas inusitadamente elevadas que enviaron los icebergs más al sur de lo acostumbrado, a la ruta del Titanic.
Un minucioso estudio cartográfico de la zona del lecho marino en que reposan los restos del Titanic —véase la imagen (una parte del mapa), realizada por sónar y compuesta por más de 100.000 fotos tomadas por robots subacuáticos— sugiere que la proa giró como las aspas de un helicóptero mientras se hundía el transatlántico –partido en dos— en lugar de descender directamente al fondo.Una teoría es que una rara alineación del Sol y la Luna causó mareas elevadas que enviaron icebergs a la ruta del buque
Con el centenario ha aumentado la controversia entre los partidarios de explotar los restos y el interés que despiertan y los que, como el propio Ballard, exigen respetar el buque hundido como un museo submarino y un cementerio.
Hay estudiosos que advierten de que los restos del barco se están degradando de manera imparable por circunstancias naturales, pero también por la acción humana.
Entre las novedades del aniversario también está el relanzamiento del filme Titanic (1997) en 3D y un documental de National Geographic Channel en el que el director de la película, James Cameron, que realizó numerosas inmersiones en sumergibles al buque hundido, regresa al lugar en que este descansa para recordar su dramática historia.
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