La corrección política en el lenguaje ha alumbrado también eufemismos como “país en vías de desarrollo, en vez de país subdesarrollado”, apunta en este sentido Darío Villanueva, y especifica el mecanismo: “Una forma de afirmar algo malo es negar algo positivo”.
El uso de lenguaje económico con determinados fines viene de antiguo, abunda Fernando Esteve. “Fíjese que, de toda la riqueza que crea una empresa, a los beneficios empresariales, se les llama excedentes empresariales, que significa algo bueno, y al beneficio del trabajador se le considera coste laboral unitario”, apunta. “Nadie quiere subir costes, por sentido común, y todos estaremos de acuerdo en que cuanto más excedentes tenga una empresa, mejor”, añade.
“Eso ya lo tenemos incorporado a nuestro lenguaje [y, por tanto, a nuestro subconsciente]”, explica Esteve.
Cuando se habla de educación o sanidad gratis, por ejemplo, se puede llegar a olvidar que ya se paga con impuestos.
El profesor también encuentra un sesgo o fin muy persuasivo o en el uso de algunas metáforas. “Cuando un político o economista se mete a dietista, échese a temblar”, alerta, “como cuando dicen:
‘Tenemos mucha grasa, debemos hacer dieta y entonces volveremos a estar bien’.
Si logras trasladar esa imagen a unos ciudadanos que no saben de economía, confiarán ciegamente en que, en efecto, han estado comiendo demasiado y ahora les toca adelgazar, y que esa dieta, aunque les duela, es lo mejor que les puede pasar”.
Lo mismo ocurre con la resaca.
Utilizar esa imagen para la crisis es, de alguna forma, llevar a la culpa a quien la sufre, por haberse emborrachado. “Para mí una de las cosas más cretinas de esta crisis es eso, hablar de resaca. Implica que ahora lo pasas mal porque has cometido excesos, y no podemos caer en la trampa de estas metáforas”, remata. Los periodistas, critica, “también se dejan llevar por la metáfora facilona”.
Los tecnicismos pueden convertirse también en grandes aliados del lenguaje edulcorado.
Los expedientes de regulación de empleo (ERE) como forma de referirse a los despidos colectivos de una empresa son un buen ejemplo.
Otro es el “concurso de acreedores”, que fue la forma que la ley de 2003 escogió para referirse a la antigua suspensión de pagos de las empresas, mucho más cruda y explícita.
La jerga financiera, que tan intrincada resulta a veces, también acaba teniendo un efecto nebuloso en la comunicación. “Exposición” a la deuda o “activos adjudicados”, para referirse muchas veces a los inmuebles que han embargado porque sus propietarios no podían pagar el crédito.
Y, hace poco, la compañía aérea Spanair anunció que dejaba de operar por “falta de visibilidad financiera”, es decir, que no tenía dinero y no lograban que nadie se lo diera.
En este capítulo de la interminable crisis, no deja de oírse la palabra “sacrificio” cuando se habla de programas de recortes (los que buscan la “consolidación fiscal”).
El proyecto europeo se tambalea a cuenta de los desequilibrios presupuestarios y la crisis de deuda soberana.
Es interesante acudir ahora a un análisis de Javier Pradera, publicado en este mismo periódico el 1 de agosto de 1993. Más allá del eufemismo recogía las negociaciones de Gobierno y agentes sociales para un plan de empleo.
“Los bizantinos distingos del Ejecutivo para convencer a los españoles de que la convergencia con Europa exigiría esfuerzos pero no sacrificios casi agotó sus reservas de pólvora verbal”, escribía Pradera. “La inútil pugna semántica para determinar si el rigor de la política presupuestaria del nuevo Gobierno llevará a cabo un recorte de los gastos sociales o procederá sólo a su contención tal vez distraiga los ocios veraniegos, pero apenas ayudará a que la negociación progrese”, continuaba.
Y así presentó Miguel Boyer los presupuestos el 17 de mayo de 1983: “La lucha contra la inflación debe verse facilitada por una actitud de moderación salarial”.
Este tipo de lenguaje no habita solo en la boca de los poderes públicos, apunta Antón Costas.
“También los sindicatos lo asumen cuando tiene que defender algunos pactos, como, por ejemplo los de moderación salarial”. Y es que moderación viene de moderar: templar, ajustar, arreglar algo evitando el exceso.
Algunos debates y sus recursos lingüísticos perduran con el tiempo.
Vendrán más años malos, diría algún poeta melancólico. Los hombres de negocios, en cambio, esquivan los “problemas” en las entrevistas y suelen hablar más de “retos” o “desafíos”. Vendrán recortes, para unos, o ajustes, o reformas, o medidas de consolidación fiscal.
Y otros lo llamarán amor.
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