Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

3 mar 2012

"Tony Soprano es mucho más complejo que Hamlet"

Cuando alguien es una empresa, jubilarse es casi como declararse en bancarrota, por eso Robert McKee ha de mantenerse erguido, mirada filosa, voz penetrante. A sus 71 años, el autor de El guion: sustancia, estructura, estilo y principios de la escritura de guiones (Alba) sigue dando vueltas por el mundo con sus célebres seminarios para contadores de historias, donde nunca ha prometido las claves del éxito sino algunos lineamientos formales para saber dónde comienzan y terminan las cosas.
El estadounidense fue uno de los invitados destacados del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias de este año, y se mostró genuinamente interesado en la producción local. Vio varias películas colombianas, habló con los directores y dejó claro que aún tiene muchos consejos para dar. Hollywood, dice, está en crisis porque la televisión entendió la importancia de darle poder y libertad a los escritores. Y dinero.
Pregunta. En El guion dice que las ciencias sociales ya no responden nuestras preguntas fundamentales y es ahí donde entra la ficción. Tras la crisis de estos últimos años, ¿cree que la ficción es aún más importante?
Las crisis de la vida moderna han destrozado la identidad de los individuos
Respuesta. La crisis viene de mucho antes, de hace 20 años al menos, y el cambio es irreversible. Hoy en día, si ves una película que no te gusta y tienes un amigo al que sí le gusta y le dices tu opinión, es muy probable que hayas insultado a tu amigo, no a la película. ¿Por qué? ¿Por qué tu amigo se puede sentir mal porque no te haya gustado lo que a él si? Lo que ha pasado en las últimas décadas es que el sentido de identidad de las personas viene dado por la producción creativa de otras y no creo que sea saludable. En el pasado la gente disfrutaba con las películas, con la música, con la moda, pero las crisis de la vida moderna han destrozado la identidad de los individuos a tal punto que necesitan encontrarla en la cultura, a un nivel superficial, de consumo.
P. Productos culturales, sí, pero eso no es nuevo.
R. Hace unas semanas estaba en la India y me invitaron a ver el Taj Mahal, que estaba a 1.500 kilómetros de mi ciudad y la verdad es que no necesitaba verlo. El Taj Mahal es otra prueba más de que los ricos siempre han tenido la posibilidad de contratar artistas para construirse monumentos. En ese sentido siempre ha habido materialistas que pagan por sus templos, sus pirámides...
P. Sus películas...
R. Sí, pero lo que importa es que las personas ordinarias no podían hacerse monumentos y su identidad no era materialista sino que dependía de las cosas significativas que hacían en sus vidas. Creo que una de las razones por las que los jóvenes de hoy tienen tantos problemas es porque sospechan que la vida no tiene sentido. Eso lo pensábamos nosotros a los 40 años, pero ahora ocurre a los 20 y es terrible. Entonces, ¿qué pasa? Que los artistas tienen una mayor responsabilidad. No sé si la asumen, pero actualmente contar historias es más importante que nunca, historias con significado, no superficiales.
P. Me parece una visión algo optimista, porque en este contexto de identidades construidas a partir del consumo, la industria cinematográfica está generando películas maniqueas. ¿No cree que se está abusando de la nostalgia?
R. ¡La nostalgia! ¡Sí! ¡Mira al director de El artista!
P. Precisamente quería hablar de esa película.
R. (Michel Hazanavicius) ha estado en dos de mis seminarios y le asegura a la gente que lleva mi libro allá a donde va, pero, ¿qué puedo decir? Si lo ves como un ejercicio de estilo, la película es brillante, pero es ante todo un ejercicio de nostalgia. No creo que eso esté mal, solo pienso que es insuficiente. ¿Viste la película que ganó la categoría de cine extranjero?
El nuevo estándar para las grandes historias será de cien horas
P. Una separación, sí, notable.
R. ¡Jodidamente fantástica! La narrativa de Una separación es brillante: momento crucial, tras momento crucial, tras momento crucial, y aunque está moviéndose permanentemente no deja de absorber todo el contexto político, social, religioso, cultural y claustrofóbico de Irán. 
Sin que nadie lo diga, claro. Formalmente, El artista y Una separación son casi idénticas: una para narrar la nostalgia, otra para narrar la dificultad de ser iraní y estar casado.
P. Y mire que es suficiente con estar casado.
R. ¡Sí! (Risas) En mi seminario de guión la palabra clave es dilema: nunca someter la historia a una sola opción.
 Debes crear dos males menores, dos bienes irreconciliables, y Una separación abre con un dilema absoluto, basado en posibilidades siempre buenas. Yo solo puedo enseñar la forma y esas dos películas entienden de forma, pero cada una eligió un contenido distinto.
 Todavía me pregunto dónde está el dilema en El artista: ¿qué creía el director?, ¿que sería revelado mágicamente? El romanticismo ha hecho mucho daño y creemos que los escritores son antenas que detectan los flujos constantes del universo. 
El resultado de eso es un número increíble de malas películas en ambos lados del Atlántico, no solo en Hollywood. 
Mira al gobierno de España, que hace poco (año 2010) financió 88 películas. De esas 88 tal vez ocho sean exhibidas y de esas ocho tal vez dos –probablemente de Almodóvar– duren más de tres semanas en el cine. ¿Qué les hace pensar que pueden hacerse 88 películas en un año? ¿En qué mundo ilusorio viven para creer que regando un poco de dinero van a cosechar flores? Es una locura, pero creo que viene precedida por la idea de que el talento es algo mágico que termina apareciendo.
P. ¿El artista le recordó la época en que comenzó a ver películas?
R. Cuando era pequeño había un cine de arte a dos cuadras de mi casa y proyectaba seis películas por semana, solo crème de la crème.
 Ahí vi el gran cine mudo alemán, francés, ruso, estadounidense y creo que lo más interesante de El artista es que en muchos sentidos es la mejor película muda jamás hecha, es el espíritu de todo ese cine en hora y media. ¿Es más profundo que El acorazado de Potemkim? No se trata de eso, simplemente capturó la idea de esa época.
P. Formalmente, ¿no?
R. Sí, porque en aquellos años los cineastas no pensaban que hacían una película muda, simplemente estaban contando una historia. El artista tiene la ventaja de estar completamente consciente de sí misma. Y tiene a esa mujer...
P. ¡Qué rostro!
R. También es bueno reconocer que gracias a esa película los jóvenes tendrán una idea de qué significa el cine mudo.
P. ¿Está de acuerdo con la idea de que en la última década el mejor cine se ha hecho en la televisión?
R. Sin duda.
P. ¿Y dónde está para usted la gran ventaja de ese cine televisivo ante el cine convencional? Para seguir con Una separación, esa película demuestra cuán complejo puede ser un personaje en menos de dos horas.
R. Sí, es complejo y compacto, maravilloso, pero no es Los Soprano, no es A dos metros bajo tierra. Hace poco hice un estudio sobre Tony Soprano para medir la complejidad de sus contradicciones... Vayamos al hombre de Una separación: ama a su esposa, pero ama a su padre; es un buen padre, pero no reconoce sus errores, es decir, tiene su contradicciones, pero, ¿cuántas tiene Tony Soprano? Cuando llegué a doce simplemente paré. Tony Soprano es mucho más complejo que Hamlet porque Hamlet solo dura cuatro horas.
 Y es más complejo que el protagonista de Una separación. Tal vez esa película podría llevarse a cien horas y veríamos la vida de ese hombre en su banco, con sus amigos, con una amante. En Los Soprano hay una vida amorosa, una profesional, están el hogar, el FBI, la esposa, el psiquiatra, las amantes, los enemigos y demás.
 Creo que el nuevo estándar para las grandes historias será de cien horas y para eso los escritores tendrán que desarrollar personajes muy complejos que sean capaces de sostenerse durante cinco temporadas, a tal punto que en el quinto año ese personaje tome decisiones que no hubiera podido tomar en los cuatro años anteriores.
 Eso no puede ser arbitrario, un buen personaje es aquel que toma una decisión a primera vista sorpresiva, pero cuyas motivaciones han estado latentes siempre, aunque no lo hayamos notado.
P. ¿Y cree que los escritores podrán mantener el poder que tienen hoy en día?
R. ¿Te refieres a los estadounidenses?
P. Sí.
R. Sí, porque se necesitarán no menos de diez escritores sentados en una mesa para desarrollar cien horas de historia. Hemos hablado de la identidad del consumo, ¿verdad? Bueno, la generación que viene no podría entenderse sin internet y ese es un fenómeno que los internacionaliza a todos. Los nuevos escritores comparten una cultura que no es local, que puede dialogar entre países, y eso abre nuevos espacios a audiencias más grandes.
P. ¿Cree que Hollywood está integrando este paradigma de internet?
R. Necesita hacerlo porque esa industria cae mientras la televisión sube y la única razón, como ha ocurrido en otros momentos, es la libertad para hacer cosas. Los escritores quieren escribir sin limitaciones y hoy en día solo la televisión les ofrece eso, además de poder y dinero. Yo me pregunto: ¿qué va a ser de Hollywood sin escritores?

2 mar 2012

SABRINA TRAILER 1954 AUDREY HEPBURN

Pensando............

Ha cumplido un montón de años y tiene la perentoria necesidad de hacer algo en esta circunstancia de su vida, porque no saber qué dirección tomar queda absolutamente descartado. Necesita vivir con intensidad determinados sentimientos y a la vez respirar un aire de paz que no altere el entorno de su existencia. No sabe ser feliz de otra manera. Hace tiempo que el romanticismo le fue inoculado como un veneno y aprendió que solo hay una forma de vivir: Esa. Pero a la vez aspira sin remedio a mejorar el hábitat de los demás, porque una cosa es ocuparse de la propia felicidad y otra olvidar en ese empeño la de los demás.

Hay otras cosas, claro. Como disfrutar del sabor tirando a agrio de una naranja, del mismo modo que del calor de la cama aunque la mayoría de las veces sólo sea el suyo. Saborear los paisajes inesperados y el tacto en el bolsillo de una entrada para el cine. Hay siempre un momento en que cierra los ojos al té humeante y se siente en el cielo. Y sonríe mucho, aunque le puedan doler los ojos de tanto llover por dentro. Aún así, está convencido de su suerte, porque ya ninguna contrariedad le parece tan fundamental como para empujarlo a la tristeza durante demasiado tiempo. Supone que serán la ventaja de los años. Quizás se refieran a eso cuando hablan de experiencia y sea lo que le vuelve a uno casi un filósofo, aunque realmente no lo sea: Así que el tiempo se le vuelve relativo en cuanto se siente triste y pega un acelerón a fondo hasta encontrar la salida de nuevo a la luz. También se ha licenciado en apreciar. En percibir. En percatarse. En advertirlo todo... Y escribir luego sobre ello.

Camina por la vida intentando sonreír, porque de alguna manera ha de devolverle al mundo el don de sentirse bien querido. Hasta llega a conmoverle la ceguera ajena porque nadie conoce su secreto: Siempre hay alguien le quiere bien. Es tan simple como eso. El amor puede ser un sentimiento voluble, pero qué más da si bien le quieren. Es su fortuna, algo de valor inigualable que le hace llegar cuando se lo propone una deflagración inmensa de ternura manifestada a manos llenas. Desearía expresar todo esto que le late en las tripas, traspasarlo a los demás para que lo aprovechen. Le gustaría ir rozando a todos los que se le crucen con caricias casuales, sembrando una realidad simple en sus complejos corazones. Tan fácil. Tan sencillo. Como debería ser la vida... Claro que él juega con ventaja porque jamás renuncia a sus sueños, ya sea mientras respira dormido o le grita a pleno pulmón un reto a la existencia.

Sí... Ya ningún fracaso le afecta tanto porque ha aprendido a mirarlo con perspectiva. La misma que utiliza para valorar sus victorias. En consecuencia sonríe mientras deja que la ilusión invada sus venas y que el corazón impulse una determinada sensación hasta su cerebro, que lo acepta con la alegría infinita de reconocer una bendición hecha amistad o el reconocimiento de la belleza en las cosas más simples y cotidianas. Y por último está el afán por compartirlo con quien lo necesita.

Yo, Unamuno, me confieso


Miguel de Unamuno. / AGUSTIN SCIAMMARELLA
A punto de cumplir 40 años, Miguel de Unamuno (1864-1936) atraviesa una racha accidentada.
 Fallece su hijo Raimundo, el niño enfermo que le acompañaba mientras escribía.
Se descubre una malversación de fondos en la Universidad de Salamanca, cometida por alguien de su confianza, que, además del disgusto, le cuesta 5.000 pesetas de su bolsillo y le asfixia las cuentas.
Por si no bastara con ello, en abril de 1903 se viven en Salamanca escenas que, visto lo ocurrido días atrás en Valencia, se encuentran bien arraigadas en la tradición española.
 Un enfrentamiento entre guardias y estudiantes que finaliza con el asalto del claustro universitario por parte de la policía a caballo y la muerte de dos jóvenes.
Miguel de Unamuno, el rector salmantino, que había tratado de serenar a sus alumnos diciendo: “Contra la razón de la fuerza, oponed vosotros, muchachos, la fuerza de la razón”, pierde un botón de la chaqueta en la refriega y —mucho menos anecdótico— se gana varias enemistades. Sumadas a las que ya tenía, acrecientan la campaña para expulsarle del rectorado.
 El periódico El Lábaro le ataca día sí, día también. El obispo de Salamanca le reprocha que quiera “descatolizar” a la juventud —Unamuno repetía que “España necesita que la cristianicen descatolizándola”— y, en una carta al presidente del Gobierno Antonio Maura, exige la cabeza del rector (muy bíblico, por otra parte).
¿Qué hace Unamuno? En primer lugar coquetear con la idea de irse a Argentina, aunque tal vez sea una osadía moderna atribuir a la mente unamuniana el verbo coquetear. Presume que, al otro lado del Atlántico, sus hijos crecerán en un mundo más tolerante (“ya sé que a nadie se tuesta, ya no se hacen autos de fe, pero se hace algo peor: combatir las ideas con la burla”, dirá ante una asamblea de artesanos coruñeses, a la que acudió junto a Emilia Pardo Bazán por aquellas fechas). Y escribe, escribe como siempre en varios proyectos simultáneos, entre ellos un manuscrito sorprendente, que titula Mi confesión y que ha permanecido oculto más de un siglo, despistado entre otros papeles en la Casa-Museo Miguel de Unamuno, de la Universidad de Salamanca.
Es probable que Alicia Villar, catedrática de Filosofía Moderna en la Universidad Pontificia de Comillas, haya sido la primera lectora de estos folios de Unamuno, que ahora han sido publicados por la editorial Sígueme en un libro, que se complementa con el estudio de la experta y algunas cartas de Unamuno escritas entre 1902 y 1904 hasta ahora dispersas, que ayudan a entender las circunstancias adversas que afrontaba el pensador. “He pasado una temporada de disgustos, sinsabores y algo más”, le revela en una misiva a Pedro Jiménez Ilundáin en mayo de 1902.
Como tantas otras veces, fue un hallazgo fortuito. Alicia Villar investigaba la vinculación entre Pascal y el autor Del sentimiento trágico de la vida en la Casa-Museo, cuando encontró una carpeta donde se guardaba el Tratado del amor de Dios y 19 folios numerados, escritos por las dos caras, sobre los que no había oído hablar jamás. “Unamuno tiene tanto escrito que tardé un tiempo en comprobar que no había sido publicado nunca”, explica Villar, especialista en las obras de Pascal, Rousseau y Unamuno.
En Mi confesión se incluyen tres ensayos con algunas de las cuestiones esenciales que acompañarán al intelectual vasco durante el resto de su vida y que dieron lugar a una de sus obras más célebres: Del sentimiento trágico de la vida.
 Hay incluso párrafos (los relacionados con la inmortalidad), según la comparación de la catedrática Villar, desarrollados en la conocida obra que se anticipan en el manuscrito.
 “Asimismo coinciden las referencias a Platón, Spinoza, Nietzsche y Kierkegaard”. Y añade: “Hay otros temas recurrentes como el cainismo y la crítica al intelectualismo que ya había planteado en El mal del siglo”.
Un aspecto que aborda inicialmente el manuscrito y que luego perderá fuelle en sus preocupaciones es el afán de perpetuarse eternamente de los escritores, una inclinación que acuña como “erostratismo”, en honor de Eróstrato, que incendió el templo de Éfeso para inmortalizar su nombre. “¡Mi nombre! ¿Y qué importa mi nombre? (…) Siembro las ideas que me vienen a las mientes —sean propias o ajenas— al azar de mi marcha por el mundo, a boleo, y el mismo ahínco pongo en una carta que será trizada no bien leída, que en un escrito público que se archive y empolve mañana en uno de esos cementerios que llamamos bibliotecas”, expone el escritor, que clama contra “la avaricia espiritual” como “raíz de todo decaimiento”.
En Mi confesión se asiste al desgarro de Unamuno, que parecía brotar de una paradoja: un apasionado rehén de la razón, o viceversa: un intelectual en busca de la fe.
“No quiero poner paz entre mi corazón y mi cabeza, entre mi fe y mi razón, sino quiero que se peleen y se nieguen recíprocamente, pues su combate es mi vida”, escribe en un adelanto de lo que absorberá su pensamiento en unos años.
Sospechaba de la docencia que se arrodillaba ante los ideales —políticos o económicos— y le atemorizaba la “sequedad intelectual, sin fondo de sentimiento”. Ese alejamiento del sectarismo le condena a cierta soledad.
“Tiene dificultades en todos los frentes, muchos intelectuales no entienden sus problemas con la fe y los conservadores le consideran un heterodoxo”, analiza Alicia Villar.
En la pugna y la duda vive cómodo. Nunca fue el autor de La tía Tula un hombre de ideas excluyentes
. “Los que lo ven todo claro son espíritus oscuros”, le dijo una tarde el poeta portugués Guerra Junqueiro. Lo suscribió plenamente: “No leo a los escritores agresivos, cortantes, afirmativos, de batalla. Creo que hacen su obra, pero que es obra muy pasajera.
Y como no me siento un luchador de avanzada ni un propagandista, me quedo aquí en este retiro”.