Fue con una mujer alemana, horrible y fea. Fue justo después de que se marcharan los comunistas, tal vez solo una semana desde la caída del Muro
. Ella vestía un jersey amarillo que era medio transparente. Sus tetas eran enormes y llevaba un sujetador negro.
Me dijo: ‘Es de mala educación. Quítese las gafas de sol’. Le respondí: ‘¿Le pido yo que se quite el sujetador?”.
En 2007, la revista Vice tenía la brillante idea de mandar al pornógrafo arty Bruce LaBruce a entrevistar a Karl Lagerfeld (Hamburgo, 1933).
Una inocente pregunta alrededor de la pasión de ambos por el lucimiento de gafas de sol bajo techo desembocaba en esta anécdota narrada por el káiser.
Para más inri, pertenecía a la época, principios de los noventa, en la que “la ropa que se llevaba era muy ancha. Decidí que no importaba engordar”.
Si esta ya era su actitud durante su fase oronda, ¿cómo iba a ser este personaje el día que pudiese embutirse en un traje de Dior?
La respuesta llegaría una década después –y 30 kilos menos– en forma de inabarcable catálogo de salidas de tono.
Así, el último éxito del diseñador de Chanel no ha sido su colección para Macy’s, ni tampoco la línea Karl, que se vende a través del portal Net-a-Porter, sino unas declaraciones realizadas al diario Metro en las que demostraba todo su amor por Adele calificándola de “un poco demasiado gorda”.
Y, ya lanzado, se despachaba también a gusto con los hombres rusos: “Son tan feos que si fuera yo una mujer rusa, me haría lesbiana”, afirmaba el inventor de la nueva modestia.
Uno de los elementos clave para entender el devenir de la pasada década ha sido el advenimiento de la industria de la moda como fuerza de inusitada centralidad cultural, económica y social.
Hoy, todo el mundo sabe que Anna Wintour es la editora de Vogue USA. Hasta la madre naturaleza lloró cuando se le fue la cabeza a John Galliano y terminó fuera de Dior.
Tom Ford provoca disturbios en centros comerciales cuando presenta su línea de cosméticos.
Si algo resulta bello o, al menos, extravagante, lo llamamos fashion, y jamás estamos a más de un par de módems de alguien que tiene un blog de moda. En todo este desbarajuste, la figura de Karl Lagerfeld ha sido clave
. Nadie como él ha aprovechado la naturaleza gregaria de una industria y el desarrollo de un modelo de público cautivo que ha comprado incluso sus discos –colecciones de canciones seleccionadas por el tipo, que posee, hay que admitirlo, un gusto exquisito– y se ha atrevido a calificarlo de gran fotógrafo.
Las perlas del káiser
• “Los estampados florales son para mujeres gordas de mediana edad”. • “La mitad de la prensa la forman guapas tontas; la otra mitad, mujeres embarazadas”. • “La clase media no tiene suficiente clase”. • “El cuerpo debe ser algo impecable; si no lo es, come menos y cómprate ropa de tallas menores”. • “Jamás fui feminista porque no soy lo suficientemente feo”. • “No me interesa la historia; es muy infantil, muy orgullo gay”. • “En esencia, soy la persona más superficial del planeta”. • “Odio a los niños”. • “Hay gente que me dice que estoy demasiado delgado, pero esto siempre me lo dice alguien a quien no le sentaría mal perder unos kilos”.“Es imposible separar al hombre del mito”, comentaba LaBruce tras su encuentro con el diseñador alemán.
Pero algo está cambiando.
Hasta el mes pasado, las únicas críticas que podían verterse sobre el hombre que no tuvo pudor en utilizar versos del Corán en una de sus colecciones para Chanel a mediados de los noventa tenían que ver con algunas de sus salidas de tono, aunque el resultado final de la controversia siempre era más publicitario o cómico que punitivo.
Ser un bocazas siempre le ha salido gratis.
Después de todo, en la era de la universalización de la moda y del “opine usted sobre esta colección en su blog o en su peluquería preferida”, Lagerfeld se ha erigido en el bastión de la verdadera idiosincrasia de este exclusivo negocio ante las embestidas de una democratización que él ha gestionado desde el desprecio y con resultados sorprendentemente exitosos.
Si caía en la tentación de diseñar para H&M –con éxito masivo de ventas, por cierto–, se arrepentía inmediatamente, convencido de que diseñar para pobres o siluetas poco canónicas era el equivalente a meterse en una bañera con agua hirviendo. Si le preguntaban sobre su compatriota la supermodelo Heidi Klum, declaraba no saber quién es. ¿Milán? Le falta glamour.
Pero, como decíamos, algo parece estar cambiando.
En las últimas semanas han aparecido prácticamente tantos artículos censurando sus declaraciones al respecto de la cantante Adele (a los hombres rusos nadie parece querer defenderlos) como cuestionando su vigencia como creador, e incluso el legado que puede dejar en Chanel.
Ellen Grace Jones, editora de The Real Runway, escribía en The Huffington Post al respecto de su línea Karl, publicitada por el diseñador como su intento “de dotar de clase a la clase media”:
“Si saliera de su torre de marfil, descubriría que esa clase media a la que se dirige se halla en declive. Sus alucinaciones no tienen límites”.
A renglón seguido, Jones procedía a enumerar algunas de las piezas de la colección y sus precios.
“Su calzado es realmente poco inspirado. Ahorraré cien euros más y me haré con unos Louboutin”.
Lo peor que le puede pasar al diseñador que crea una línea supuestamente económica es que le digan que no solo es fea, sino que resulta cara.
Más dura incluso era la pieza escrita por Robin Ghivan en Newsweek.
Aquí, la ganadora de un Pulitzer se preguntaba si Lagerfeld está sobrevalorado y si, después de todo, no ha llegado la hora de que la prensa de moda se emancipe y se decida de una vez por todas a cuestionar el consenso alrededor de figuras como las de Tom Ford o el propio Lagerfeld.
“Si un diseñador se juzga por la silueta que popularizó, la sensibilidad que desarrolló o unos preceptos estéticos que le son propios, entonces Lagerfeld ha fracasado”.
Un día después de haber llamado gorda a Adele, el teutón ensayaba una suerte de disculpa. “Sé lo mal que sienta que la prensa sea cruel contigo por culpa de tu aspecto”, declara obviando el hecho de que los comentarios sobre el peso de Adele los había hecho él, no un periodista.
Menos amable era con Ghivan. “No sé quién es esta periodista. Leí algo que escribió sobre la señora Obama y me hizo odiarla, a ella, no a la señora Obama”.
Todo indica que el genio creador Lagerfeld desaparecerá antes que el genio cómico.