La exdirectora del Festival de Teatro Clásico de Mérida habla a fondo sobre su amarga experiencia al frente de un certamen lleno de irregularidades y mentiras.
"La oscuridad de los despachos". Eso es lo que más ha sorprendido a Blanca Portillo de su fugaz experiencia como directora del
Festival de Mérida, cuyas riendas abandonó en octubre al término de la última edición, que fue a la vez la de su debut y la de su adiós.
Se trata, en las propias palabras de la actriz, directora y productora, de la incursión profesional más frustrante de su carrera, a pesar de haber llegado a ella llena de una ilusión "casi infantil" cuando la nombraron directora del certamen junto a la productora Chusa Martín.
La actriz achaca por igual a PP y PSOE los errores en la gestión
"Se faltó a la verdad. Nos plantearon una realidad económica y estructural que resultó no ser cierta", dice esta mujer que no niega que se sintió honrada cuando la llamaron y creyó en el proyecto "con vehemencia". Y, sobre todo, creyó en la gente que la rodeó y en quienes no dudaron un segundo en mostrarle su apoyo.
"Si existe una estructura clara, limpia y saneada, dirigir el Festival de Mérida es sin duda una aventura maravillosa".
Pero no fue así. Se encontró una gestión económica absolutamente carente de transparencia, tal y como denunció a los pocos días de llegar allí, primero a los responsables políticos y después a quien la quiso oír: equipos artísticos, técnicos, colaboradores...
"Lo hice desde el primer momento en que empecé a descubrir que las cosas no eran como me habían contado.
Creo que nuestra actitud puso muy nerviosa a mucha gente, porque temían que saltara el escándalo con el perjuicio que eso hubiera supuesto para todos los implicados".
Llegaron a un festival en el que la dirección no tenía certeza alguna del dinero con el que contaba: "No podíamos gestionar el presupuesto, no teníamos firma legal, desconocíamos los mecanismos económicos y se nos negaba sistemáticamente la situación real del aspecto económico... eso era un festival inviable, por lo que no se puede programar sin saber la verdad".
Para Portillo, ocultar esa verdad es una agresión al ciudadano, al teatro y a quienes han creído en ese festival. "Quien aparece como responsable es la dirección, que es quien da la cara, quien aparece en las entrevistas, a quienes se les achacan todos los fallos, los errores. Los demás permanecen ocultos.
Y cuando tú no tienes la información real y no puedes dar datos fidedignos te conviertes en sospechosa.
La gente desconfía y cargas con un muerto que no te corresponde".
En ese contexto muestra su profunda preocupación por lo que intuye como un desprestigio que está padeciendo la clase artística: "Parece como si en la mente del ciudadano está que vivimos del cuento, que cobramos cantidades ingentes por rascarnos la barriga, porque hacemos algo que no se compra en el mercado, no se come, que no tiene valor, somos siempre sospechosos de algo y me parece injusto".
Portillo reivindica sin fisuras su condición de trabajadora, al igual que la de todos sus compañeros: "Un trabajador es un trabajador, sin categorías, mi oficio no es más importante que el de un cirujano cardiovascular, le doy el valor que tiene, pero una cosa es quitarle importancia y otra es no darle valor". A ella la nombró el gobierno socialista de Guillermo Fernández Vara y tuvo que trabajar desde el día de la inauguración de la muestra con la Junta de Extremadura gobernada por el PP, partido ganador en las últimas elecciones autonómicas. "Todos, los del anterior gobierno y los del actual, lo sabían, todos.
No ha podido pillarles de sorpresa y nadie lo destapó. Aunque creo que deberíamos hablar más de personas que de partidos. Y en cualquier caso habría que hablar de un PSOE y un PP extremeños".
La actriz piensa que cuando se lleva 28 años gobernando, uno siente que está en su casa: "Pero eso no es tu casa, es la casa de los contribuyentes, y no se puede perder de vista eso, lamento decirlo, pero es así", comenta esta mujer que, como directora, tiene su montaje de
La avería, de Dürrenmatt, de gira por España, trabajo por el que es finalista a los premios ADE de teatro.
"En ambos lados hubo quien apoyó nuestra gestión, y quien se desentendió, e incluso cuestionó desde el principio dicha gestión". Pero a Portillo le ha golpeado en la cabeza la misma pregunta una y otra vez desde que llegó a Mérida: "¡Si todo el mundo lo sabía por qué nadie hizo nada!".
Tanto ella como Martín se sienten orgullosas de haber dicho públicamente que había algo que estaba mal y que se iban, que si las cosas se hacían así de mal no podían seguir.
"Todos los que lo sabían son cargos públicos y, si hay algo que es ilegal, que no está bien, '¡váyase!', me tiene comida la cabeza que nadie lo ha dicho". Ellas sí. Portillo cree que ha sido un acto de valentía: "Callarse y seguir, solo hubiera servido para alimentar al monstruo y ¿hasta cuándo? Además, mi conciencia no me lo hubiera permitido, y hay que tener conciencia, ¡porque sino a dónde vamos!".
Autocrítica
También tiene espacio para la autocrítica, después de recordar que dejó tirados todos sus proyectos durante ocho meses por trabajar, todos los días, en el festival. "¿Mis errores?
No voy a entrar en gustos y aspectos subjetivos, pero claro que hubo. No calculé que no era el mejor año con la crisis y que hay que acostumbrar al público a que no solo vaya a ver reconstrucciones históricas de grecolatinos, que hay que hacer otras cosas, aunque no se rentabilice en ese momento, pero a la larga dará beneficios, como ocurrió con Avignon o Stradford Upon Avon", dice Portillo, que tiene claro que sí fue un error hacer una programación tan amplia, en un año que estaban mal las cosas. "Cuando me nombraron propuse sanearlo, pagar las deudas, empezar de cero, que se redujera a tres semanas, y me dijeron que era imposible, cuando hacer un festival de dos meses es impensable en estos tiempos".
También vive con estupor el que aún no hayan cobrado muchos profesionales, entre otros las propias directoras. "Cuando me llamaron para dirigir la muestra recordé a los políticos que no iba a permitir que una situación como la de aquella edición se repitiera...y...bueno...se repitió. Los impagos se arrastran desde hace años y es muy complicado deshacer eso, porque es una comunidad pequeña, donde todo el mundo depende de todos".
Pero los problemas no fueron sólo de índole económica. Una de las crisis más serias que vivió en su pequeño reinado fue cuando se vio obligada a retirar la foto de Sergio Parra, porque en ella el actor Asier Etxeandia se tapaba los genitales con una postal de
El Cristo de Valázquez, y hubo protestas.
"Fue un momento realmente triste. La retiré por respeto a los ciudadanos que se quejaron.
Pero tuve que escuchar y leer que no había sufrido presiones. ¡Claro que las tuvimos y muchas! Pero fue un momento en que todo el mundo tiró la piedra y escondió la mano. Asumimos la decisión y nadie dio la cara más que nosotras y aun así se nos criticó, unos por quitarla y otros por haberla puesto".
Ante todo, ella cree que lo que el festival necesita es que se haga bien, con gente que sepa que en un año o dos se irá, "que no busque ponerse medallas ni enriquecerse, sino elevar el nivel cultural de nuestro país por encima del rendimiento económico y del entretenimiento", señala de un proyecto en el que sembró propuestas para futuras ediciones, que sospecha que se han destruido.
Toda esta aventura, en muchos momentos profundamente desazonadora y desagradable, le ha servido a Portillo para darse cuenta de que no le interesa una cultura que obedece a intereses de partido.
"La cultura es un bien social, no debería existir una cultura de izquierdas o de derechas.
No puede servir como arma arrojadiza entre partidos. Es un espacio de libertad. Y ahora más que nunca soy consciente de que me interesan las personas, no los partidos".
De ahí que afirme rotundamente a la pregunta de qué necesita el teatro en estos momentos: "¡Libertad!, por encima de todo. Y espacios donde hacerse, y gente que le guste y le interese el teatro de verdad".
Lectura dramatizada
Desde que dejó el festival ha participado en la lectura dramatizada de
La señorita malcriada, de Tomás de Iriarte, bajo la dirección de Juan Antonio Hormigón, ha grabado un capítulo de
Frágiles, y los dos últimos episodios de
Hospital central, y a partir de la semana que viene se la puede ver en
La chispa de la vida, película de Álex de la Iglesia.
En su futuro inmediato está rodar en febrero, bajo las órdenes de Laura Mañá, la vida de Concepción Arenal y poco después participar en el proyecto del director francés Jean Baptiste Sastre, que quiere hacer
Fedra en varios países.
Y en pocas semanas empieza el ensayo de uno de los grandes proyectos de su carrera como actriz, ya que se convertirá, de la mano de la directora Helena Pimenta y la Compañía Nacional de Teatro Clásico, en el Segismundo calderoniano de
La vida es sueño.
"Es mucha responsabilidad, creo que cualquier actor o actriz sueña con hacer ese personaje que representa un arquetipo, como Hamlet [que ya hizo]".
Paralelamente a estos proyectos está perfilando de manera muy seria su gran empeño: la creación de una fundación, que vendría a ser como una compañía estable de teatro, no comercial, con un equipo fijo de creadores y artistas, con los que trabajar en una línea de investigación similar a la que ha iniciado con
La avería, sin ánimo de lucro y cuyos beneficios, sin dejar de pagar sueldos dignos, vayan a parar a nuevos proyectos: "Vamos a ver si es verdad que amamos tanto el teatro".