Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

24 nov 2011

Amaia Montero - Te Voy A Decir Una Cosa

Una, grande y rica

Hace 36 años, el 20 de noviembre de 1975, los Franco perdieron todo el poder, pero retuvieron algo más importante: el dinero. Como icono, los Franco se desmoronaron con el franquismo. De la cúspide, de ser el perejil de cada cóctel y la escopeta de cada cacería, cayeron por unos años en el foso de los apestados sociales, aquellos a quienes conviene rehuir porque contaminan. Malas compañías. Lo peor en un país proclive a favorecer arribistas sociales. Golpeados por la súbita pérdida de privilegios, unos se dieron al victimismo, otros se replegaron discretamente y alguno hubo que jugó a la provocación, incapaz de admitir que la democracia les estaba tratando infinitamente mejor que el dictador a la democracia.
Carmen Franco está al frente de sociedades domiciliadas en su propia casa
Cuatro días de visita al Pazo de Meirás al mes es el único arañazo público a su patrimonio.
La Xunta de Galicia lo cerró en agosto para el veraneo de la familia
Su viuda, Carmen Polo, cobró hasta su muerte una pensión superior al sueldo de los presidentes Adolfo Suárez y Felipe González. Su única hija y su marido disfrutaron de pasaporte diplomático hasta que caducó en 1986. El Rey les obsequió con un nuevo título nobiliario: el ducado de Franco.
Hacienda no investigó sus cuentas.
No fueron empujados al exilio, ni su fortuna fue confiscada, como le ocurrió a la familia del dominicano Leónidas Trujillo tras su asesinato en 1961
. Ni siquiera aquellos bienes que Franco había recibido como jefe del Estado y que, en puridad, deberían engrosar el patrimonio nacional fueron reclamados por los nuevos gobernantes
. A diferencia de los descendientes de Pinochet -procesados por malversación en 2007-, nadie les molestó. Tampoco cuando jugaron con la extrema derecha y encabezaban nostálgicos actos el 20-N.
Los Franco se salvaron por uno de los sumideros conciliadores de la Transición.
Mañana se cumplirá el aniversario de la muerte de Franco sin actos de exaltación por vez primera en 36 años. Se han prohibido para que no interfieran en la jornada electoral. Habrá, sin embargo, la tradicional misa en el Valle de los Caídos en memoria del dictador, a la que, previsiblemente, asistirá su hija, Carmen Franco Polo, actual cabeza del emporio inmobiliario tejido por la que fuera primera familia española durante décadas. Precisar su patrimonio es complejo. En el guion de los ricos va escrito en letras mayúsculas la opacidad. Carmen Franco está al frente de sociedades domiciliadas en su propia casa de la calle de los Hermanos Bécquer (Madrid), que gestionan alquileres de pisos, explotan aparcamientos (Atocha 70, por ejemplo) y realizan actividades inmobiliarias y financieras, como Fiolasa, Montecopel, Sargo Consulting o Centro de Agentes Unidos del Calzado Español. Algunas nacieron en democracia, otras se arrastran de los opacos tiempos del régimen.
En los 36 años transcurridos desde la muerte del dictador, los Franco no han destacado como emprendedores o linces de los negocios. Hasta que la epidemia del ladrillo les engordó las cuentas gracias a la recalificación en 2003 de la finca Valdefuentes, cerca de Madrid, habían tenido que ir aligerándose de patrimonio para mantener su tren de vida. Lo describió gráficamente el marqués de Villaverde en 1989: "Llega un momento determinado en que una vaca se queda sin leche y hay que comerse la vaca". Noqueados seguramente con su nuevo papel en la vida, en las primeras décadas hubo sonadas pifias: a Francisco Franco lo detuvieron por furtivismo y le investigaron en Chile por estafa, Cristóbal picoteó en diversos entornos sin sentirse cómodo en ninguno (a los anales pasará su famosa frase, proferida cuando pertenecía al Ejército: "El uniforme me pone cara de gilipollas", dicho lo cual el teniente tardó dos telediarios en colgar los avíos) hasta que se casó con la modelo y presentadora Jose Toledo; y la madre del clan fue sorprendida en Barajas sacando monedas de oro e insignias para Suiza que juró en rueda de prensa que irían destinadas a un reloj. Un tribunal la exoneró de pagar la multa por contrabando de 6,8 millones de pesetas.
La vida privada de la mayor, Carmen Martínez-Bordiú, alimentó grandes morbos, teniendo en cuenta que mientras que el país optaba por la vía reformista de la Transición, ella se inclinaba por el rupturismo sin contemplaciones. Abandonó a su primer marido, Alfonso de Borbón, y a sus dos hijos para irse a vivir en París con el anticuario Jean-Marie Rossi, con quien tuvo una hija, Cynthia. Hoy, casada con el cántabro José Campos, sigue siendo la que tiene el perfil más público del clan por sus amoríos y sus exclusivas. Tal vez sea la menos esclava del pasado, ya que ha ido poniéndose la vida por montera a la vista de todos. Es el polo opuesto al grupo de hermanos que eligió la discreción como seña de identidad: Mariola, arquitecta sin ejercicio, casada con Rafael Ardid, nieto de un republicano represaliado; Mery (sin doble erre), que huyó de lo público como un hurón después de la terrible experiencia de estar casada con Jimmy Giménez-Arnau, y Arancha, casada con el abogado coruñés Claudio Quiroga. De forma sorprendente, en los últimos años ha irrumpido con brío en el mundo de la carnaza del entretenimiento Jaime, el benjamín, abogado, exmarido de la modelo Nuria March, denunciado por malos tratos por su novia Ruth Martínez, vendedor de exclusivas en programas basura, adicto a la cocaína y contumaz protagonista de trifulcas violentas.
Para Mariano Sánchez Soler, el periodista que mejor conoce el devenir de los negocios de la familia (publicó un libro, Los Franco S. A., en la editorial Oberon, que es obligada biblia para cualquiera que esté interesado en el tema), las propiedades de los Franco superaban con creces los mil millones de pesetas en 1975. En las siguientes décadas se comieron "algunos trocitos de vaca" y vendieron varios inmuebles, incluido el palacio del Canto del Pico o el chalé que Carmen Martínez-Bordiú transmitió a los embajadores de Venezuela por 150 millones de pesetas. Otra estimación de su fortuna fue ofrecida por Joan Herrera (IU-Iniciativa per Catalunya Verds) en el Congreso de los Diputados el 25 de septiembre de 2007: "Con un sueldo de humilde general, la familia atesoró más de 60.000 millones de las antiguas pesetas". Herrera había presentado una iniciativa para reclamar un inventario de las propiedades en manos de los Franco que eran patrimonio del Estado y que se estudiasen las vías jurídicas para recuperarlas. "Mucha gente que no entiende cómo la familia Franco puede tener tanta fortuna y el Estado quedarse de brazos cruzados, no entenderá que no aprobemos algo de sentido común: que auditemos lo que tienen, que intentemos recuperar lo que era del Estado y que ayudemos a la Xunta a conseguir entrar en el pazo de Meirás". No prosperó.
La petición de Herrera se había tramitado al calor de lo que estaba ocurriendo con el pazo de la escritora Emilia Pardo Bazán en Sada (A Coruña), comprado mediante colecta forzosa y regalado a Franco en 1937. Un Gobierno bipartito gallego (PSOE-BNG) lo declaró en 2008 bien de interés cultural y obligó a abrirlo al público. Aunque la familia se resistió todo lo que pudo, los tribunales finalmente ordenaron a Carmen Franco que permitiese las visitas cuatro días al mes. Hay lista de espera para pasear por estancias atiborradas de piezas de caza, donde la esencia de Franco se ha comido la de Pardo Bazán. El refuerzo de la seguridad privada en esos días recae sobre el bolsillo de la Xunta, que además permitió cerrar el pazo el pasado agosto para que la familia veranease en él sin contratiempos. Cuatro días de visita al mes al literario pazo es, pues, el único arañazo de lo público sobre el patrimonio privado de los Franco.
La confusión entre una cosa y otra fue total durante el régimen. Franco exhibía la austeridad propia de un africanista, mientras de su familia podríamos decir que no había hecho la mili. Su mujer compraba pisos en las zonas más selectas de Madrid, como el citado edificio de la calle de los Hermanos Bécquer o apartamentos en el paseo de la Castellana, con el objetivo de regalarle uno a cada nieto. El marqués de Villaverde participaba en decenas de empresas por el mero hecho de ser el yernísimo (entre otras: MKT Plasco, Waimer, Metalúrgica Santa Ana, Sanitas, Climesa, Siderúrgica del Norte...). Los españoles inundaban de regalos al general. De todo tipo. Banales y valiosos. Un día, un rebaño de ovejas; otro, el palacio del Canto del Pico, en Torrelodones.
Paremos en él. Legado por el conde de las Almenas a Franco por haber puesto a España en el camino del que nunca debería haberse apartado, fue declarado museo del Estado en 1955, en buena parte fruto de la rapiña de otros monasterios y castillos (esa es otra historia). En este edificio, donde Antonio Maura murió y el general Miaja dirigió la batalla de Brunete, se almacenaron durante años los presentes entregados a Franco. Hasta que la Transición trajo consigo el saqueo anónimo de su contenido, el desinterés de la familia y finalmente su conversión en liquidez. Carmen Franco lo vendió por 320 millones de pesetas a un empresario hotelero en 1988.
El Canto del Pico es el perfecto ejemplo del ventajismo de la familia, que aprovechó la nula separación de la esfera pública de la privada durante el régimen. El dictador derogó la ley de patrimonio de la Segunda República, que en 1931 se había incautado de bienes privados de la familia real, y dictó en su lugar una vaga norma. Según los expertos, no decía ni blanco ni negro, no establecía fronteras entre lo que debía ir a parar al bolsillo de Franco o al del Estado. Y donde no hablaba la ley, actuó la familia: los regalos al jefe del Estado de cuatro décadas han cimentado parte de la fortuna personal de los Franco. Similar trato recibieron todos los documentos del militar, que sus descendientes se llevaron consigo hasta que se depositaron en la Fundación Francisco Franco, donde durante años vetaron el acceso a los investigadores de fidelidad no acreditada. La digitalización de los fondos, pagada con una subvención del Gobierno en tiempos del PP, permitió que el Estado se hiciese con una copia que puede consultarse en el Centro Documental de la Memoria Histórica, en Salamanca, aunque sin la certeza de saber si el material ha sido expurgado respecto al original.
En su día, el dictador había temido por los suyos. Desconfió que, tras su muerte, peligrase su fortuna y se curó en salud. Jamás lo sabría, pero ató con más eficacia el destino de su familia que el de su país.
Mariano Sánchez Soler asegura que Franco legó en su testamento dos millones de pesetas (12.000 euros) a cada nieto (Carmen, Mariola, Francisco, Mery, Cristóbal, Arancha y Jaime), la cantidad resultante de sus ingresos como militar. El chocolate del loro. Lo jugoso estaba en manos de su hija, Carmen Franco Polo, y sociedades controladas por testaferros como José Luis Sanchiz, tío del yerno del dictador, el marqués de Villaverde, desde antes de 1975. Otras propiedades, como el palacio coruñés de Cornide, figuraban a nombre de su esposa desde que Pedro Barrié de la Maza, pagado con el título de conde de Fenosa, acudió a una subasta amañada para comprar el edificio y regalárselo a Carmen Polo.
Incluso su nieto Francisco Franco Martínez-Bordiú confiesa su sorpresa al descubrir la extraña maniobra legal que ejecutó el dictador para blindar la titularidad de su hija sobre la finca Valdefuentes, una explotación de 850 hectáreas entre Móstoles y Arroyomolinos, comprada en 1952 a Luis de Figueroa, conde de Romanones, mediante un intermediario (el citado Sanchiz).
La propiedad, adquirida originalmente para alojar un rebaño de ovejas que alguien donó a Franco, se convirtió, gracias a la última juerga inmobiliaria de la democracia, en el maná del clan, feliz ante la decisión del Ayuntamiento de Arroyomolinos de recalificar 3,3 millones de metros cuadrados rústicos como urbanizables para construir viviendas, un centro comercial y un polígono industrial junto al complejo Xanadú.
En vida, el dictador prohibió su desarrollo urbanístico y experimentó con cultivos, uno de sus pasatiempos predilectos por su cercanía a Madrid, incapaz de imaginar que la Transición la mudaría en plató de películas eróticas y de terror por decisión de su nieto favorito, Francisco, y que la explosión inmobiliaria de comienzos del siglo XXI la convertiría en un gigantesco pelotazo.
El futuro familiar, a la postre, quedó bien atado.

ENTREVISTA: VIGGO MORTENSEN Actor

Viéndole caminar por la calle, gorro de lana, chupa con el escudo de su querido San Lorenzo y una bolsa de plástico con libros, andar pausado y mirada amable, nadie diría que es toda una estrella del cine de Hollywood. Viggo Mortensen (Nueva York, 1958) ha aparcado de momento las grandes producciones cinematográficas para encerrarse en un teatro de Madrid, en las naves del Matadero, y poner en marcha junto a Carme Elías Purgatorio, la obra sobre el perdón y la culpa escrita por Ariel Dorfman y que ya ha colgado el cartel de no hay entradas.
Supone su vuelta al teatro tras más de 20 años y es la primera vez que lo hace en español, idioma que aprendió en su infancia en Argentina.
Además de en la cartelera teatral su nombre ejerce irresistible magnetismo desde la cinematográfica. Mañana estrena en España su tercera colaboración con David Cronenberg en la película Un método peligroso, en la que da atribulada vida a Sigmund Freud.
Tiene una obra en cartel y estrena un filme a las órdenes de Cronenberg
El de Purgatorio no ha sido un proceso fácil. Ni mucho menos rápido. La obra no se pudo representar hace dos años debido a un problema familiar de Mortensen -la enfermedad de su madre- y los ensayos se tuvieron que suspender. "Me dolió entonces defraudar a la actriz, al teatro, al público.
Tenía necesidad de cerrar este círculo. Me alegro de haberlo hecho, me siento bien. El texto de Purgatorio es complicado, endiablado, difícil y creo que ahora lo hemos ido afinando, perfeccionando.
Está claro que a veces vale la pena esperar por las cosas buenas". Mortensen, de hablar tranquilo y reflexivo, considera un honor pisar el escenario del Matadero, ese en el que ha disfrutado con "estupendos actores y buenas producciones".
¿Qué le ha llevado al teatro? "El miedo
. He hecho teatro porque me daba miedo. Me atrae todo aquello que me da miedo. No es como en el cine, que haces una toma y luego puedes hacer otra y otra.
El teatro es una única toma en directo de una hora y 40 minutos, depende de la función. Es una aventura nueva cada noche. Si te sales del carril a ver cómo vuelves". Esa sensación de miedo y aventura es la que también se empeña en llevar al cine, donde acaba de terminar el rodaje de Todos tenemos un plan, de la novel argentina Ana Piterbarg.
Tiene la sensación de que nunca se había topado con dos personajes, el de Freud y el de Purgatorio, que hablaran tanto. "Pero hay que contarlo todo", defiende. "Es muy útil y sano hablar de todo, como hacía Freud, descifrar las cosas, buscar vinculaciones, confesar sin ser juzgado, que se permita decir todo, sentir. Me parece genial". Y él lo hace y habla del perdón que late detrás de Purgatorio y del arrepentimiento. "Todo se puede perdonar, otra cosa es que se haga o no. No es fácil el perdón y entiendo que haya gente que no pueda perdonar, pero poderse se puede con todo. Es interesante comprobar cómo gente muy conservadora y católica, por ejemplo, me hayan criticado y hayan comentado que era imperdonable que yo dijera que se podía perdonar a ETA, cuando el perdón es, creo, el sentimiento más cristiano que hay".
El intérprete de Aragorn en El señor de los anillos, el perverso Alatriste de la película de Agustín Díaz Yanes, el malvado de Una historia de violencia o el padre angustiado de La carretera. Todos los personajes que aborda este actor nacen de un exhaustivo y obsesivo trabajo.
¿Es parte de su éxito? "No lo sé. Cada uno tiene su manera de hacer las cosas A mí me encanta el periodo de preparación, imaginarme los personajes y jugar como cuando era niño. En mi profesión creo que es muy útil preservar esa afición, ese gusto por jugar". Y así para enfrentarse a Freud ha viajado a Viena, ha leído centenares de libros, buscado fotos, estudiado. Solo centrándose en los puros que se fumaba el psicoanalista vienés ha compartido decenas de correos electrónicos con Cronenberg. "Con otros muchos directores, por no decir la mayoría, no tengo la seguridad de que ese proceso de preparación tan personal y privado lo pueda compartir.
Con Cronenberg es diferente, entiende ese proceso y le gusta. Ya sé de antemano que el rodaje va a ser divertido y bueno y que la película está bien. Es una garantía".
Esa obsesión de Mortensen le lleva a buscar el lado poético de todo lo que hace -"siempre hay algo tierno en las personas, todos han sido niños y un niño no empieza siendo malo, eso no desaparece nunca del todo"- y se apunta a la frase de Freud: "No importa donde yo vaya, allí siempre me encuentro que me ha precedido un poeta".
Al salir a la calle no se encuentra con un poeta, sino con un chico argentino. "¿Eres Viggo? "Sí".
"Me lo he imaginado cuando he visto el escudo de San Lorenzo". Su querido San Lorenzo.
Y entonces, sí: el rostro de Mortensen es pura poesía.

ENTREVISTA: ALMUERZO CON... ÁNGELES BLANCAS

"En la ópera hay también flirteo y promiscuidad".

 

Es difícil encontrar ciertos grados de franqueza en el mundo de la ópera. Pero el efecto que la ensalada de tomate con ventresca produce en Ángeles Blancas es de una transparencia indiscutible. O quizás sea el aceite del aliño que no se priva de untar lo que la lleva a sincerarse.
También puede que se lo produzca un autorreconocido repelús a las relaciones públicas. El caso es que esta soprano española de sólida carrera internacional, habla con soltura: "Hoy ves cosas muy tremendas en mi mundo".

La soprano critica que no se busquen voces, sino glamur y negocio
"¿Cuáles?", pregunta uno, vigilante de que nunca quede vacía su copa de Hacienda Monasterio (Ribera del Duero). "La gente no entiende de voces, busca otras cosas: juventud, glamur, negocio...". No es como en la época de sus padres. Cuando Ángeles Gulín, su madre, y Antonio Blancas, su padre, andaban por esos escenarios, todo era más lento, pero se guardaban esencias hoy diluidas.
Ella creció, "con mucha naturalidad ante la música", en una casa lírica con clara conciencia de esfuerzo. "Mi madre era hija de un músico de Ribadavia (Ourense) que tocaba a Wagner por las iglesias", cuenta.
"Pero pasaron mucha hambre, como me contaba ella, no fueron pocos los días que se vio yendo al murallón del pueblo a buscar cáscaras de naranja".
La Gulín tenía una voz que era un don. "Yo, en cambio, he debido adaptar la mía a mis propias necesidades. He debido transformar mi manera de cantar a lo que me apetece hacer y a lo que mi cerebro busca", confiesa mientras degusta unos tersos corazones de calabacín a la plancha.
Pero los cantantes de hoy, además, se adentran en un mundo mucho más sofisticado. "Nosotros debemos ser buenos actores, estar en forma, luchar contra una competencia absolutamente especializada. Es un mundo más complejo". Con tensión y desahogos. "Como en todas partes, se flirtea mucho, hay mucha promiscuidad y mucho de todo, pero igual que en otros trabajos, me imagino. La gente se inquieta".
Pero sin despistarse en la preparación de los papeles. Y ahí, los boletus con yema le confieren un halo de responsabilidad para hablar de lo que hará en enero en la Fenice, de Venecia. "Interpretaré Lou Salomé, la ópera que compuso Giuseppe Sinopoli -el músico muerto de un ataque al corazón mientras dirigía- sobre la amante de Rilke".
Su agenda internacional le lleva al mítico teatro italiano igual que este verano la acercó al Festival de Bregenz para hacer esa Andrea Chenier, de Umberto Giordano, de espectacular escenografía en mitad del lago, donde habían hundido un busto de Marat propio de Los viajes de Gulliver.
"Muy espectacular, sí, pero a punto estuve de estrellarme por esas escaleras. No creas que me va mucho la parafernalia".
A ella le van otras cosas. Pero no idealiza. A excepción de algunos sueños que no se priva de comentar en alto.
"Lo sublime, para mí, hubiese sido que Carlos Kleiber me dirigiera mirándome con esos ojos penetrantes. Pero la realidad no es esa en este mundo. La realidad algunas veces son orquestas vagas y directores que pasan de todo. No son Mutis, ni Abbados, pero hay que contar con eso...", afirma apurando su última copa de vino.