HE comprado el libro del crítico con careto de hospicio.
Ha sido algo irrefrenable. Irrefrenable ya fue abrir la puerta de la librería de Diagonal, en la que entro cuando quiero ver las actualidades editoriales.
Había tanto de interés..., tanto desasosiego y jolgorio espiritual por mi parte, de curiosidad insaciable ante tanto tema (y, sobre todo, la paga ingresada en el banco...), que cuando vi el panfleto del hospiciano me dije: "¿Y por qué no? Comprémoslo también", junto a las prosas de Robert Frost...
El librillo del crítico con careto etcétera me lo habré pulido en una hora, a salto de mata, claro, porque es la cosa más sosa, previsible y bienpensante que me he echado en cara desde el última columna de opinión periodística que he leído.
He pensado en revenderlo en mi tienda, pero aun poniéndolo a la mitad de lo que me costó, tengo para mí que no habrá incauto que se haga con él.
La editorial de sesudo cuché que lo publica ya renquea desde hace tiempo, en su panorama de narrativas y en el de ensayo. Pero el desahogo de una noche del hospiciano es insuperable.
Se me dirá: Es que le tienes manía desde que te dijeron que había escrito contra tus diarios, aunque los del suplemento de cultura -no sé por qué, sinceramente- le negaron la publicación del artículo.
Es que le tienes tirria porque, a pesar de todo, en una panorámica del año memorialístico y diarístico, en ese mismo suplemento de El País, en dos líneas despachaba a Los que cruzan el mar con una patadita en la canilla: se metía con el título y notaba la incoherencia de citar a los clásicos cuando uno no sigue a los clásicos; en fin.
Pero a mí lo que me molesta ni siquiera es que sea el autor del reproche a Andrés Trapiello por la longuitud de sus diarios y de que tiene que retomar las dimensiones de El gato encerrado.
Tampoco que sea un trepa universitario. Es, nada más y nada menos, ese careto de orfelinato que arrastra con su sonrisa a los poderes. Esa reivindicación de unos orígenes vamos a suponer que humildillos, que suele ser la peor hez de la que beben los trepadores.
Eso. Nada más que eso.
Aunque también se le podría dar a leer a Epícteto -él que brinca tanto entre los clásicos como entre los cócteles culturales-, a ver si comprende que solo los moralmente débiles se sienten obligados a explicarse ante los otros.
Publicado por José Carlos Cataño
1 nov 2011
. Literatura de Todos los Santos
Ensayos y novelas que tratan sobre la pérdida de seres queridos llenan la mesa de novedades - ¿Puede servir la escritura para superar la melancolía del duelo? .
Para paliar el dolor insoportable de la pérdida, la escritora neoyorquina Joyce Carol Oates empezó a poner por escrito su propia historia frente a la muerte de su esposo. Como durante el proceso de duelo no podía escribir páginas largas, porque la pena y sus fantasmas recurrentes ocupaban la mayor parte de su energía, dedicó aquel periodo oscuro a vaciar su experiencia en textos breves, en una serie de entradas de diario que con el tiempo, y la perspectiva, fue convirtiéndose en Memorias de una viuda, una conmovedora obra literaria.
La pérdida y el duelo de Joyce Carol Oates la llevaron a construir una historia por un camino que no había recorrido antes, el de la narración construida a fuerza de fragmentos, y el proceso de escritura de esta obra la ayudó a sobreponerse a la muerte de su esposo.
Letras terapéuticas
Es curioso que la muerte se trate más en la ficción que en el psicoanálisis
Situada también en ese territorio terapéutico de la literatura está Meghan O'Rourke, poetisa nacida en Brooklyn que, a partir del duelo que sentía por la muerte prematura de su madre, escribió The long goodbye.
Estas dos historias y otras que tratan la pérdida de los seres queridos y pueblan la mesa de novedades justamente hoy, Día de Todos los Santos, son parientas de El año del pensamiento mágico, que la escritora californiana Joan Didion publicó en 2005, una historia sobre la muerte, que es un tema tabú en Estados Unidos y que empieza con estas líneas contundentes: "La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conoces se acaba". Didion nos cuenta, en este libro sobrecogedor, la crónica de sus propias acciones, reacciones y reflexiones frente a la muerte súbita e inesperada de su marido.
Estas obras de pérdida y duelo, que además son memorias de una etapa negra y salvavidas de quien las escribe, funcionan también para los lectores que consiguen encontrar en ellas elementos con los cuales encuadrar mejor, y eventualmente reconducir, la onda expansiva de una pérdida.
Reflexionando sobre esto, la poetisa Meghan O'Rourke sostiene, en una entrevista reciente, que este tipo de historias son, entre otras cosas, un espacio público donde se puede conversar, sin ningún riesgo, sobre la pérdida y el duelo, son "una respuesta orgánica a la pérdida".
Estas historias escritas desde el dolor que produce la muerte de alguien muy querido, cuyo filón terapéutico no tiene nada que ver con los libros de autoayuda, han ido llegando en los últimos meses a las librerías, como una versión actual de esa escritura de duelo que ha existido siempre en la literatura, comenzando por Hamlet, ese melancólico arquetípico que va arrastrando la muerte de su padre, una pena que lo parte en dos y que tiene que purgar solo, con una intensidad que es la sustancia de la historia, porque Gertrude, su madre, ya se ha ido con su tío Claudio.
Entre los libros de "respuesta orgánica a la pérdida", para utilizar la terminología de Meghan O'Rourke, que han ido apareciendo en los últimos tiempos están Vidas ajenas, del desasosegante escritor francés Emanuelle Carrere; El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, de Patricio Pron; Correr el tupido velo, donde Pilar Donoso disecciona su historia con José Donoso, su padre; Azul serenidad o la muerte de los seres queridos, de Luis Mateo Díez; Diario del duelo, el oscuro lamento de Roland Barthes por la pérdida de su madre, o Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente.
El psicoanalista inglés Darian Leader aborda el tema de la pérdida y el duelo en un ensayo, de muy reciente aparición, titulado La moda negra y con el subtítulo Duelo, melancolía y depresión.
Leader se puso a trabajar a partir del ensayo Duelo y melancolía de Freud y, desconcertado ante la poca información que encontraba en los libros de sus colegas, recurrió a la literatura y ahí encontró una gran cantidad de obras que lo hicieron formularse la pregunta que dio origen a su ensayo: "¿Podrían las artes ser de hecho una herramienta vital que nos permita dar sentido a las inevitables pérdidas en nuestras vidas?".
Darian Leader, en sintonía con Meghan O'Rourke, la poetisa de Brooklyn que escribió The long goodbye, ve en este tipo de obras un elemento terapéutico: "El lugar de las artes en nuestra cultura adquiere un nuevo sentido: como un conjunto de instrumentos que nos ayudan a vivir el duelo.
Las artes existen para permitirnos acceder al dolor y hacen esto mostrando públicamente cómo la creación puede emerger de la turbulencia de una vida humana. En nuestro uso inconsciente de las artes, tenemos que ir fuera de nosotros para volver adentro".
La autora de Memorias de una viuda, Joyce Carol Oates, dice que el duelo es la más humana de las emociones, pero que se trata de una emoción que va rigurosamente en un solo sentido, porque no puede ser recíproca.
Darian Leader cita en La moda negra a la psicoanalista Ginette Raimbault, y redondea, de una manera involuntaria, la idea de Joyce Carol Oates: "El trabajo de escritores, artistas, poetas y músicos es muy importante para ayudar a sacar a la luz la naturaleza universal de lo que siente una persona en duelo, pero no en el sentido de que todos sentirán lo mismo. Por el contrario: lo que nadie puede entender de mi dolor, alguien puede expresarlo en tal forma que yo pueda reconocerme a mí misma en lo que no puedo compartir".
Entusiasma la idea de Leader, que comparten las dos escritoras, de que estos libros donde un autor exorciza la muerte sirven también de exorcismo para el lector; la literatura, que, como todas las artes, forma parte de las cosas que no sirven para nada, cobra aquí una dimensión terapéutica.
La idea es, desde luego, opinable, pero, de entrada, no está mal que en este milenio en donde todo debe tener una utilidad, y producir algún tipo de ganancia, aparezcan de pronto estas obras que tienen, desde el punto de vista de Leader, una utilidad añadida a sus méritos literarios.
No deja de ser curioso que un tema tan grave como la muerte, y el duelo, se trate con más amplitud y generosidad en la literatura que en el mundo del psicoanálisis, donde Leader buscó ideas infructuosamente; quizá se deba a que estos libros escritos desde el duelo son obras que rozan la ficción y que, aunque sean rigurosamente verdad, utilizan recursos narrativos propios de las novelas.
Probablemente la muerte, la pérdida y el duelo, son una realidad tan real, tan insoportablemente puntual y veraz, que termina tocándose con la ficción, con ese mundo de mentiras donde las cosas no existen, hasta el día en que se convierten en verdad.
Para paliar el dolor insoportable de la pérdida, la escritora neoyorquina Joyce Carol Oates empezó a poner por escrito su propia historia frente a la muerte de su esposo. Como durante el proceso de duelo no podía escribir páginas largas, porque la pena y sus fantasmas recurrentes ocupaban la mayor parte de su energía, dedicó aquel periodo oscuro a vaciar su experiencia en textos breves, en una serie de entradas de diario que con el tiempo, y la perspectiva, fue convirtiéndose en Memorias de una viuda, una conmovedora obra literaria.
La pérdida y el duelo de Joyce Carol Oates la llevaron a construir una historia por un camino que no había recorrido antes, el de la narración construida a fuerza de fragmentos, y el proceso de escritura de esta obra la ayudó a sobreponerse a la muerte de su esposo.
Letras terapéuticas
Es curioso que la muerte se trate más en la ficción que en el psicoanálisis
Situada también en ese territorio terapéutico de la literatura está Meghan O'Rourke, poetisa nacida en Brooklyn que, a partir del duelo que sentía por la muerte prematura de su madre, escribió The long goodbye.
Estas dos historias y otras que tratan la pérdida de los seres queridos y pueblan la mesa de novedades justamente hoy, Día de Todos los Santos, son parientas de El año del pensamiento mágico, que la escritora californiana Joan Didion publicó en 2005, una historia sobre la muerte, que es un tema tabú en Estados Unidos y que empieza con estas líneas contundentes: "La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conoces se acaba". Didion nos cuenta, en este libro sobrecogedor, la crónica de sus propias acciones, reacciones y reflexiones frente a la muerte súbita e inesperada de su marido.
Estas obras de pérdida y duelo, que además son memorias de una etapa negra y salvavidas de quien las escribe, funcionan también para los lectores que consiguen encontrar en ellas elementos con los cuales encuadrar mejor, y eventualmente reconducir, la onda expansiva de una pérdida.
Reflexionando sobre esto, la poetisa Meghan O'Rourke sostiene, en una entrevista reciente, que este tipo de historias son, entre otras cosas, un espacio público donde se puede conversar, sin ningún riesgo, sobre la pérdida y el duelo, son "una respuesta orgánica a la pérdida".
Estas historias escritas desde el dolor que produce la muerte de alguien muy querido, cuyo filón terapéutico no tiene nada que ver con los libros de autoayuda, han ido llegando en los últimos meses a las librerías, como una versión actual de esa escritura de duelo que ha existido siempre en la literatura, comenzando por Hamlet, ese melancólico arquetípico que va arrastrando la muerte de su padre, una pena que lo parte en dos y que tiene que purgar solo, con una intensidad que es la sustancia de la historia, porque Gertrude, su madre, ya se ha ido con su tío Claudio.
Entre los libros de "respuesta orgánica a la pérdida", para utilizar la terminología de Meghan O'Rourke, que han ido apareciendo en los últimos tiempos están Vidas ajenas, del desasosegante escritor francés Emanuelle Carrere; El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, de Patricio Pron; Correr el tupido velo, donde Pilar Donoso disecciona su historia con José Donoso, su padre; Azul serenidad o la muerte de los seres queridos, de Luis Mateo Díez; Diario del duelo, el oscuro lamento de Roland Barthes por la pérdida de su madre, o Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente.
El psicoanalista inglés Darian Leader aborda el tema de la pérdida y el duelo en un ensayo, de muy reciente aparición, titulado La moda negra y con el subtítulo Duelo, melancolía y depresión.
Leader se puso a trabajar a partir del ensayo Duelo y melancolía de Freud y, desconcertado ante la poca información que encontraba en los libros de sus colegas, recurrió a la literatura y ahí encontró una gran cantidad de obras que lo hicieron formularse la pregunta que dio origen a su ensayo: "¿Podrían las artes ser de hecho una herramienta vital que nos permita dar sentido a las inevitables pérdidas en nuestras vidas?".
Darian Leader, en sintonía con Meghan O'Rourke, la poetisa de Brooklyn que escribió The long goodbye, ve en este tipo de obras un elemento terapéutico: "El lugar de las artes en nuestra cultura adquiere un nuevo sentido: como un conjunto de instrumentos que nos ayudan a vivir el duelo.
Las artes existen para permitirnos acceder al dolor y hacen esto mostrando públicamente cómo la creación puede emerger de la turbulencia de una vida humana. En nuestro uso inconsciente de las artes, tenemos que ir fuera de nosotros para volver adentro".
La autora de Memorias de una viuda, Joyce Carol Oates, dice que el duelo es la más humana de las emociones, pero que se trata de una emoción que va rigurosamente en un solo sentido, porque no puede ser recíproca.
Darian Leader cita en La moda negra a la psicoanalista Ginette Raimbault, y redondea, de una manera involuntaria, la idea de Joyce Carol Oates: "El trabajo de escritores, artistas, poetas y músicos es muy importante para ayudar a sacar a la luz la naturaleza universal de lo que siente una persona en duelo, pero no en el sentido de que todos sentirán lo mismo. Por el contrario: lo que nadie puede entender de mi dolor, alguien puede expresarlo en tal forma que yo pueda reconocerme a mí misma en lo que no puedo compartir".
Entusiasma la idea de Leader, que comparten las dos escritoras, de que estos libros donde un autor exorciza la muerte sirven también de exorcismo para el lector; la literatura, que, como todas las artes, forma parte de las cosas que no sirven para nada, cobra aquí una dimensión terapéutica.
La idea es, desde luego, opinable, pero, de entrada, no está mal que en este milenio en donde todo debe tener una utilidad, y producir algún tipo de ganancia, aparezcan de pronto estas obras que tienen, desde el punto de vista de Leader, una utilidad añadida a sus méritos literarios.
No deja de ser curioso que un tema tan grave como la muerte, y el duelo, se trate con más amplitud y generosidad en la literatura que en el mundo del psicoanálisis, donde Leader buscó ideas infructuosamente; quizá se deba a que estos libros escritos desde el duelo son obras que rozan la ficción y que, aunque sean rigurosamente verdad, utilizan recursos narrativos propios de las novelas.
Probablemente la muerte, la pérdida y el duelo, son una realidad tan real, tan insoportablemente puntual y veraz, que termina tocándose con la ficción, con ese mundo de mentiras donde las cosas no existen, hasta el día en que se convierten en verdad.
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