En el marco de la pasada Feria del Libro de Madrid dos editoriales canarias, Escalera y Baile del Sol, promovieron un debate que pretendía hacer reflexionar sobre los worstsellers, libros que independientemente de su calidad y del trabajo editorial (casi siempre excelente) que se esconde tras ellos, no parecen cuajar en los puntos de venta. En el debate participaron editoriales independientes como Errata Naturae, Artemisa y Salto de Página.
A continuación os dejamos un texto escrito a posteriori por los responsables de Escalera, en el que se recogen algunas de las conclusiones de aquel debate:
La idea surgió de una suerte de brainstorming cervecero en compañía de nuestros amigos de Artemisa, Mariam y Ulises, quienes a un cierto punto, agotada la veta del boom de las pequeñas editoriales del que se habla a cada tanto desde hace unos años en el panorama editorial español, sugirieron ir más allá para airear el reverso tenebroso de cualquier editorial: los libros menos vendidos.
En años como éste, con bombazos como Millenium, el regreso a los ruedos de Falcones, el filón vampírico abierto por Meyer o la apuesta siempre segura de Follet, venía muy a cuento que en la Feria del Libro de Madrid abriéramos este debate que incomoda más a los grandes que a los pequeños: la escasez de ventas.
Así que invitamos a participar en el evento a otras cuatro editoriales amigas (Salto de Página, Errata Naturae, Baile del Sol y la ya nombrada Artemisa). La idea era simple: cada editor escogería de su catálogo el título menos vendido y trataría de analizar su escaso volumen de ventas al tiempo que esgrimiría las razones por la cual en su momento decidió publicar dicho libro.
Se trataba de defender la calidad de esas obras, escritas muchas veces por autores desconocidos que, para desgracia de todos, pasan desapercibidas y se cubren de polvo en las naves de los distribuidores a las afueras de esas ciudades donde Follets, Falcones y Zafones maquillan las cifras de un sector altamente desequilibrado.
Una cosa teníamos muy clara, no queríamos otorgar a la iniciativa el más mínimo sentido de queja, de denuncia o de lloriqueo, pues bien sabida es por todos la natural tendencia al llanto de todos los que operamos en este mundillo: desde autores hasta libreros, y nosotros pretendíamos simplemente salvarle la vida a uno de nuestros libros.
En cuanto a resultados podemos decir que quedamos sorprendidos por la repercusión en los medios, y el inmediato incremento, en el entorno ferial, de las ventas de nuestro worstseller, La mujer por la ventana, un magnífico libro de relatos escrito por la autora venezolana Silda Cordoliani.
Las secuelas del worstseller se prolongaron durante todo el mes de junio en forma de asistencia a platós de televisión, como fue el caso de Carlos Jiménez Arribas, el worstseller de Artemisa, o Irene Antón en Las Noches Blancas de Dragó. Todo esto, unido a la generosidad de Eva Orúe en su papel de moderadora y oficial de enlace, hizo que los guarismos de La mujer por la ventana volvieran a lucir en positivo durante el verano y el ritmo de las devoluciones se atenuara para con este título.
Lo bueno es que esta iniciativa nos ha permitido, además de romper una lanza literaria, reforzar la imagen de marca de nuestros sellos y posicionarlos mejor en las librerías, como ha sido el caso admirable de Salto de Página, un infaltable ya en las mesas de novedades de cualquier librería.
También la aquiescencia de los autores con el tema a debatir ha sido fundamental, porque mal entendido, como ha sucedido en algunos blogs temerarios, podría parecer que se estaba haciendo leña del árbol (nunca mejor dicho) caído, justo lo contrario al espíritu de la iniciativa.
El problema es que ahora que La mujer por la ventana ha perdido el farolillo rojo, ha habido verdaderos codazos para ocupar tan codiciado lugar. Al día de hoy, y no sin cierto mérito, la segunda edición de Al margen, un libro que narra la singladura de los dos editores de Escalera, Talía Luis Casado y Daniel Ortiz Peñate, por tierras indias, justo antes de saber que de mayores queríamos ser editores de libros. Al margen se ha vendido muy poco en segunda edición, un poco debido al pudor de promocionar una autopublicación y pese al prologuista Juan Cruz Ruiz, que lo ha aireado todo lo que ha podido, y por lo cual le estaremos siempre profundamente agradecidos. Sin embargo, más allá de la calidad que pueda tener, no deja de ser para nosotros el punto de partida de nuestra actividad como editores y el principio de muchas cosas hermosas vividas desde que peinábamos las calles de La Latina y Lavapiés vendiendo la primera edición (una tiradita de 500 ejemplares en digital) por las terrazas veraniegas de la capital.
Al margen nos recuerda un poco nuestro origen, la esencia de editar libros para estrechar vínculos con lugares o personas que un día influyeron en nuestras vidas: tal ha sido el caso de Silda Cordoliani, que apareció en la vida de Talía en forma de libro en su época universitaria y publicarla ha sido para ella un sueño hecho realidad, como lo ha sido para mí traducir a Kerouac y a John Clellon Holmes, o volver a India de la mano de Baby Halder o aún, invirtiendo el orden, viajar a Zimbabue este verano tras haber publicado Cenando con Mugabe, de Heidi Holland, todos ellos firmes aspirantes a worstsellers, todos ellos libros estupendos.
9 oct 2011
Ada o el Ardor, Nabokov
Qué placer produce la literatura en su estado más puro, ése que nos sumerge hasta la entraña de su concepción, hasta agotar todas las posibilidades de cada una de las palabras con las que está fabricada.
Esa literatura que arrastra al lector por la pura fuerza de su estilo, por la pujanza incontrovertible de cada una de las frases, de los párrafos.
Es difícil sustraerse al embrujo de una novela que parece escrita con una mágica capacidad de embeleso, como es “Ada o el ardor”.
No es nada nuevo que Vladimir Nabokov es uno de los escritores más preciosistas de todos los tiempos.
Epítome de la pasión por el estilo, su preocupación por la forma y por sus «divinos detalles» le convierte en un autor selecto y, en ocasiones, algo abstruso. Él mismo confesaba que escribía sin objetivo: «El libro que elaboro es algo subjetivo y específico. Cuando escribo mis cosas no tengo ningún propósito salvo escribirlas.»
Un detalle que no pasa desapercibido en “Ada o el ardor”, novela en la que el hilo conductor, de existir, es tan tenue como poderoso es el amor de sus protagonistas.
Sí es cierto que la pasión de Ada y Van, hermanastros que se enamoran desde que se conocen en los últimos coletazos de su niñez y que prolongan su historia de amor a lo largo del tiempo, es un motivo que otorga unidad y entidad al libro.
No obstante, la afirmación de Nabokov es muy ilustrativa, ya que las vicisitudes por las que pasan los dos amantes, los altibajos de su relación —que sufre algunas desgracias con el paso de los años, que se interrumpe y se retoma, que presencia separaciones y viajes, alejamientos y muertes—, no son tanto elementos de una trama definida, sino hitos estilísticos dentro de una vorágine formal.
Esto es al tiempo lo mejor y lo peor de la novela.
No hay duda de que atravesar más de quinientas páginas sin la brújula que otorga una trama es arduo: la sensación de que ni el mismo autor sabe bien hacia donde se dirige desconcierta en algunas ocasiones y exaspera en otras.
Hay partes del libro que desprenden tanta poesía que ésta se basta por sí misma para mantener la atención: como si de una composición musical se tratase, Nabokov puede mantener en vilo al lector simplemente gracias al embeleso que produce su hipnótica prosa; de hecho, los protagonistas basan buena parte de su encanto en el fabuloso despliegue verbal que el autor les concede.
El gusto del escritor por los juegos de palabras, por la inteligencia verbal, se traduce en una Ada exasperantemente sabia y en un Van apasionado por la esgrima estilística.
No obstante, la falta de rumbo termina por pasar factura y la parte final de la novela, después de tantos desencuentros y de tantos flemáticos episodios, se lastra con la inevitable sospecha de que tras la historia del amor entre Ada y su hermanastro Van no hay nada.
¿Y acaso importa (se podría preguntar más de uno)? No demasiado, porque el innegable genio del autor se basta y se sobra para hacer de su fútil epopeya un cuento de hadas que encandila al niño que se esconde dentro del lector.
Pero no se puede negar el hecho de que tanto circunloquio, tantas idas y venidas, tantas desventuras acaben por empobrecer el desarrollo de una trama que, aun endeble, podría haberse resuelto en menos espacio. Y no porque la extensión suponga un problema per se, sino porque la condensación de las experiencias de los protagonistas hubiera contribuido a la coherencia temática y otorgado al texto una profundidad y hondura que lo habrían enriquecido mucho.
Con todo, no hay más que releer el comienzo de esta reseña para comprender que la maestría de Nabokov contrarresta en buena medida esas deficiencias y hace de un detalle todo un asunto de capital importancia para construir una novela casi proustiana.
Cierto que hay pasajes extenuantes, y que el ritmo no se mantiene constante a lo largo de sus páginas, pero la magia de una prosa subyugante y unos personajes cincelados a golpe de imaginería verbal son elementos suficientes para hacer de “Ada o el ardor”, aun con sus deméritos, una novela excepcional.
Esa literatura que arrastra al lector por la pura fuerza de su estilo, por la pujanza incontrovertible de cada una de las frases, de los párrafos.
Es difícil sustraerse al embrujo de una novela que parece escrita con una mágica capacidad de embeleso, como es “Ada o el ardor”.
No es nada nuevo que Vladimir Nabokov es uno de los escritores más preciosistas de todos los tiempos.
Epítome de la pasión por el estilo, su preocupación por la forma y por sus «divinos detalles» le convierte en un autor selecto y, en ocasiones, algo abstruso. Él mismo confesaba que escribía sin objetivo: «El libro que elaboro es algo subjetivo y específico. Cuando escribo mis cosas no tengo ningún propósito salvo escribirlas.»
Un detalle que no pasa desapercibido en “Ada o el ardor”, novela en la que el hilo conductor, de existir, es tan tenue como poderoso es el amor de sus protagonistas.
Sí es cierto que la pasión de Ada y Van, hermanastros que se enamoran desde que se conocen en los últimos coletazos de su niñez y que prolongan su historia de amor a lo largo del tiempo, es un motivo que otorga unidad y entidad al libro.
No obstante, la afirmación de Nabokov es muy ilustrativa, ya que las vicisitudes por las que pasan los dos amantes, los altibajos de su relación —que sufre algunas desgracias con el paso de los años, que se interrumpe y se retoma, que presencia separaciones y viajes, alejamientos y muertes—, no son tanto elementos de una trama definida, sino hitos estilísticos dentro de una vorágine formal.
Esto es al tiempo lo mejor y lo peor de la novela.
No hay duda de que atravesar más de quinientas páginas sin la brújula que otorga una trama es arduo: la sensación de que ni el mismo autor sabe bien hacia donde se dirige desconcierta en algunas ocasiones y exaspera en otras.
Hay partes del libro que desprenden tanta poesía que ésta se basta por sí misma para mantener la atención: como si de una composición musical se tratase, Nabokov puede mantener en vilo al lector simplemente gracias al embeleso que produce su hipnótica prosa; de hecho, los protagonistas basan buena parte de su encanto en el fabuloso despliegue verbal que el autor les concede.
El gusto del escritor por los juegos de palabras, por la inteligencia verbal, se traduce en una Ada exasperantemente sabia y en un Van apasionado por la esgrima estilística.
No obstante, la falta de rumbo termina por pasar factura y la parte final de la novela, después de tantos desencuentros y de tantos flemáticos episodios, se lastra con la inevitable sospecha de que tras la historia del amor entre Ada y su hermanastro Van no hay nada.
¿Y acaso importa (se podría preguntar más de uno)? No demasiado, porque el innegable genio del autor se basta y se sobra para hacer de su fútil epopeya un cuento de hadas que encandila al niño que se esconde dentro del lector.
Pero no se puede negar el hecho de que tanto circunloquio, tantas idas y venidas, tantas desventuras acaben por empobrecer el desarrollo de una trama que, aun endeble, podría haberse resuelto en menos espacio. Y no porque la extensión suponga un problema per se, sino porque la condensación de las experiencias de los protagonistas hubiera contribuido a la coherencia temática y otorgado al texto una profundidad y hondura que lo habrían enriquecido mucho.
Con todo, no hay más que releer el comienzo de esta reseña para comprender que la maestría de Nabokov contrarresta en buena medida esas deficiencias y hace de un detalle todo un asunto de capital importancia para construir una novela casi proustiana.
Cierto que hay pasajes extenuantes, y que el ritmo no se mantiene constante a lo largo de sus páginas, pero la magia de una prosa subyugante y unos personajes cincelados a golpe de imaginería verbal son elementos suficientes para hacer de “Ada o el ardor”, aun con sus deméritos, una novela excepcional.
La duquesa del pueblo ELVIRA LINDO
Hay mañanas en las que todos los periódicos se parecen.
Los carcas, los amarillistas, los beatos y los socialdemócratas. Todos ellos, tan habituados a discrepar en titulares y fotos de portada, en ocasiones se dan la mano en el empeño de señalar lo que ha sido una fecha histórica.
Son mañanas felices esas en las que los directores de uno y otro signo, de su padre y de su madre, escorados a la izquierda, al centro o a la derecha, se ponen de acuerdo en que hay un acontecimiento que sobresale por encima de todos los demás.
Todos los periódicos parecían iguales la mañana siguiente al asesinato de Kennedy, al de Martin Luther King, a la caída del muro de Berlín, al atentado de las Torres Gemelas, al de los trenes de Atocha, la liberación de Ortega Lara, la muerte de Franco, el golpe de Tejero, la llegada a la Luna, el terremoto en Japón, el triunfo de Obama, la invasión de Irak, el ahorcamiento de Sadam Husein, el trío de las Azores, la ministra embarazada pasando revista a las tropas, el No a la guerra, la acampada de los indignados, la huelga de profesores, y, por supuesto, la mañana de este jueves pasado, en la que los periódicos, saltándose barreras ideológicas y estúpidos orgullos locales, se pusieron de acuerdo para ofrecer a sus lectores el indescriptible baile de la duquesa de Alba después de un sí quiero que se pronunció, como dicen las revistas del ramo, en la más estricta intimidad. Seamos precisos: no todas las fotos de portada fueron iguales.
En honor a la verdad, tenemos que distinguir entre las imágenes en las que aparece la duquesa bailando con manoletinas y aquellas otras en las que, rompiendo con las reglas del estricto protocolo, se las quita y deja a la vista dos entrañables tiritas en los dedos del pie que vienen a simbolizar, según he leído, el espíritu libre de esta duquesa del pueblo. No hablo por hablar (o desde la ignorancia), hablo por boca de los expertos.
Les he leído que entre los méritos de la duquesa está el de acumular más títulos nobiliarios que nadie, ¡toma ya!; que la Reina se tendría que inclinar ante ella, ¡eso es mucho!; que podría bailar rumbas (con o sin manoletinas) por toda España sin tener que pisar un solo metro de tierra que no fuera suyo, ¡hala!; que tiene palacios por un tubo y obras de arte como para parar un tren, ¡qué fuerte!; que posee una colección de joyones que supera a la de la reina de Inglaterra, pero que a ella le pierden a la par que la humanizan las baratijas de mercadillo, ¡viva la campechanía!
He leído que Sevilla la adora, que ella adora a Sevilla, y a los toreros y a los gitanos, porque tiene alma de zíngara; he oído con estas orejas que se han de comer la tierra los gritos de la muchedumbre enfervorecida gritándole ¡guapa, guapa!
Esa masa entusiasta que en las épocas feudales se llamaba el populacho.
He leído que el pueblo se identifica con ella porque es un espíritu libre que desde jovencita hizo de su capa un sayo.
Y he leído (también) entre líneas. Y hasta he escuchado a la bella presentadora de Corazón, corazón decir que el novio se quedó perplejo cuando vio a la novia en la puerta de la iglesia. Perplejo.
Yo creo que o el redactor es un cachondo o en el momento de escribir el adjetivo le llamó su novia por teléfono. De cualquier manera, soy humana y me resulta imposible no dejarme arrastrar por la perplejidad del novio, si me permiten los de Corazón, corazón hacer uso del término. Da la impresión de que doña Cayetana ha sentado un precedente histórico, que a partir de este momento todas esas ancianas que tenemos postradas en sillas de ruedas, que no reciben la debida atención de sus hijos y languidecen dando paseítos escoltadas por unas Carmen Tello de origen latinoamericano, van a levantarse y a decir ¡basta!
Y el día del espectador estarán mirando en la cola de un cine a que se les aparezca un Alfonso treinta años menor que ellas, que les pida una cita y las haga reír y las quiera por lo que son y no por lo que representan ni por lo que tienen.
Bueno, esto último no constituye un problema, porque las abuelas viudas de España, básicamente, ni tienen ni representan nada.
Pero al igual que cada vez que una joven princesa se casa inocula en el corazón de muchas muchachas humildes el deseo de una boda aristocrática, quién no nos dice que el enlace de la duquesa no habrá servido para que en la mente de las ancianas se vuelva a abrir una puerta que hacía treinta años que permanecía cerrada a cal y canto.
Sé que algunos varones (amigos míos), en estos días que podríamos definir como mágicos, les han preguntado a sus madres con cierta aprensión si no han acariciado la idea, a raíz de este significativo ejemplo, de liarse la manta a la cabeza y meter a un hombre en casa para cerrar con un buen redoble de tambor el tercer acto de su vida.
Las madres (las de estos amigos míos de los que hablo) les han contestado a sus hijos con total honestidad: qué asco, hijo mío, meter a un tío en casa.
Podría parecer esta afirmación un poco ordinaria en boca de una madre, pero no les falta razón: ellas querrían un Alfonso, no un desecho de tienta.
Un Alfonso como el de la duquesa, que las quisiera por lo que son y no por lo que tienen o representan. Como el de la duquesa.
Los hijos en general son Egoistas y los de la Duquesa más.
Aceptan el capricho de su soberana madre porque no les queda más remedio y porque una vez repartida la fortuna se quedan ya superaliviados.
La sacará Don Alfonso, la paseará y se la lleva de viaje, mientras ella va comprando lo que le apetece. Ese señor que podía ser cualquiera será Duque consorte de la Casa de Alba, y qué más da? Nunca vi a los hijos viajando con su madre, y lo siento por esos amigos que preguntan a sus madres si pondrían a los ochentaypico un hombre en su vida, pueden estar tranquilos si sus madres no tienen fabolusas fortunas y un rango que aportar, no existe la más mínima posibilidad de que ellos tengan que "sacar a su madre" Con D. Alfonso el chollo se ha acabado para todas las familias y serán los hijos los que apechugen pagando a señoras que las cuide, no es que yo en este lio me posicione, nada que objetar, si la Duquesa se infla de botox y esas cosas que estiran, ella se las paga, !!Cuantas señoras querrán estirarse con arreglillos alguna de sus imperfecciones? Los hijos se lo van a pagar? Pues no.
Deberían haber intervenido para no ponerse tan desfigurada, pero a ellos les da igual, pues que se fastidien, Entiendo que a ese señor le debe parecer bien los gustos de su ya esposa, total, lo que me intranquiliza, es un decir, que ella haya tenido 2 maridos y ahora este, es posible que igual vuelva a quedarse viuda, mientras la gente se escandaliza porque lleve bailarinas, aqui no decimos esa cursilería de "manoletinas".
La Duquesa no es más libre , es más caprichosa porque todo lo puede comprar como la vida laboral de su actual esposo, anda que no estará contento ni nada. Pues dejemos que sean felices, a mi no me van a invitar nunca a una corrida de Toros, por ejemplo. Son personas de casta y de casta le viene al Galgo. Mientras hagan algo, esos que todo lo critican para sacarnos de la Crisis, por qué no se casan Sarkozí con Angela Merkel,? por ejemplo???
He leído que entre sus méritos está el de poder bailar por toda España sin pisar un metro que no sea suyo
El enlace hará soñar a muchas ancianas con un Alfonso que las quiera por lo que son, no por lo que tienen
Los carcas, los amarillistas, los beatos y los socialdemócratas. Todos ellos, tan habituados a discrepar en titulares y fotos de portada, en ocasiones se dan la mano en el empeño de señalar lo que ha sido una fecha histórica.
Son mañanas felices esas en las que los directores de uno y otro signo, de su padre y de su madre, escorados a la izquierda, al centro o a la derecha, se ponen de acuerdo en que hay un acontecimiento que sobresale por encima de todos los demás.
Todos los periódicos parecían iguales la mañana siguiente al asesinato de Kennedy, al de Martin Luther King, a la caída del muro de Berlín, al atentado de las Torres Gemelas, al de los trenes de Atocha, la liberación de Ortega Lara, la muerte de Franco, el golpe de Tejero, la llegada a la Luna, el terremoto en Japón, el triunfo de Obama, la invasión de Irak, el ahorcamiento de Sadam Husein, el trío de las Azores, la ministra embarazada pasando revista a las tropas, el No a la guerra, la acampada de los indignados, la huelga de profesores, y, por supuesto, la mañana de este jueves pasado, en la que los periódicos, saltándose barreras ideológicas y estúpidos orgullos locales, se pusieron de acuerdo para ofrecer a sus lectores el indescriptible baile de la duquesa de Alba después de un sí quiero que se pronunció, como dicen las revistas del ramo, en la más estricta intimidad. Seamos precisos: no todas las fotos de portada fueron iguales.
En honor a la verdad, tenemos que distinguir entre las imágenes en las que aparece la duquesa bailando con manoletinas y aquellas otras en las que, rompiendo con las reglas del estricto protocolo, se las quita y deja a la vista dos entrañables tiritas en los dedos del pie que vienen a simbolizar, según he leído, el espíritu libre de esta duquesa del pueblo. No hablo por hablar (o desde la ignorancia), hablo por boca de los expertos.
Les he leído que entre los méritos de la duquesa está el de acumular más títulos nobiliarios que nadie, ¡toma ya!; que la Reina se tendría que inclinar ante ella, ¡eso es mucho!; que podría bailar rumbas (con o sin manoletinas) por toda España sin tener que pisar un solo metro de tierra que no fuera suyo, ¡hala!; que tiene palacios por un tubo y obras de arte como para parar un tren, ¡qué fuerte!; que posee una colección de joyones que supera a la de la reina de Inglaterra, pero que a ella le pierden a la par que la humanizan las baratijas de mercadillo, ¡viva la campechanía!
He leído que Sevilla la adora, que ella adora a Sevilla, y a los toreros y a los gitanos, porque tiene alma de zíngara; he oído con estas orejas que se han de comer la tierra los gritos de la muchedumbre enfervorecida gritándole ¡guapa, guapa!
Esa masa entusiasta que en las épocas feudales se llamaba el populacho.
He leído que el pueblo se identifica con ella porque es un espíritu libre que desde jovencita hizo de su capa un sayo.
Y he leído (también) entre líneas. Y hasta he escuchado a la bella presentadora de Corazón, corazón decir que el novio se quedó perplejo cuando vio a la novia en la puerta de la iglesia. Perplejo.
Yo creo que o el redactor es un cachondo o en el momento de escribir el adjetivo le llamó su novia por teléfono. De cualquier manera, soy humana y me resulta imposible no dejarme arrastrar por la perplejidad del novio, si me permiten los de Corazón, corazón hacer uso del término. Da la impresión de que doña Cayetana ha sentado un precedente histórico, que a partir de este momento todas esas ancianas que tenemos postradas en sillas de ruedas, que no reciben la debida atención de sus hijos y languidecen dando paseítos escoltadas por unas Carmen Tello de origen latinoamericano, van a levantarse y a decir ¡basta!
Y el día del espectador estarán mirando en la cola de un cine a que se les aparezca un Alfonso treinta años menor que ellas, que les pida una cita y las haga reír y las quiera por lo que son y no por lo que representan ni por lo que tienen.
Bueno, esto último no constituye un problema, porque las abuelas viudas de España, básicamente, ni tienen ni representan nada.
Pero al igual que cada vez que una joven princesa se casa inocula en el corazón de muchas muchachas humildes el deseo de una boda aristocrática, quién no nos dice que el enlace de la duquesa no habrá servido para que en la mente de las ancianas se vuelva a abrir una puerta que hacía treinta años que permanecía cerrada a cal y canto.
Sé que algunos varones (amigos míos), en estos días que podríamos definir como mágicos, les han preguntado a sus madres con cierta aprensión si no han acariciado la idea, a raíz de este significativo ejemplo, de liarse la manta a la cabeza y meter a un hombre en casa para cerrar con un buen redoble de tambor el tercer acto de su vida.
Las madres (las de estos amigos míos de los que hablo) les han contestado a sus hijos con total honestidad: qué asco, hijo mío, meter a un tío en casa.
Podría parecer esta afirmación un poco ordinaria en boca de una madre, pero no les falta razón: ellas querrían un Alfonso, no un desecho de tienta.
Un Alfonso como el de la duquesa, que las quisiera por lo que son y no por lo que tienen o representan. Como el de la duquesa.
Los hijos en general son Egoistas y los de la Duquesa más.
Aceptan el capricho de su soberana madre porque no les queda más remedio y porque una vez repartida la fortuna se quedan ya superaliviados.
La sacará Don Alfonso, la paseará y se la lleva de viaje, mientras ella va comprando lo que le apetece. Ese señor que podía ser cualquiera será Duque consorte de la Casa de Alba, y qué más da? Nunca vi a los hijos viajando con su madre, y lo siento por esos amigos que preguntan a sus madres si pondrían a los ochentaypico un hombre en su vida, pueden estar tranquilos si sus madres no tienen fabolusas fortunas y un rango que aportar, no existe la más mínima posibilidad de que ellos tengan que "sacar a su madre" Con D. Alfonso el chollo se ha acabado para todas las familias y serán los hijos los que apechugen pagando a señoras que las cuide, no es que yo en este lio me posicione, nada que objetar, si la Duquesa se infla de botox y esas cosas que estiran, ella se las paga, !!Cuantas señoras querrán estirarse con arreglillos alguna de sus imperfecciones? Los hijos se lo van a pagar? Pues no.
Deberían haber intervenido para no ponerse tan desfigurada, pero a ellos les da igual, pues que se fastidien, Entiendo que a ese señor le debe parecer bien los gustos de su ya esposa, total, lo que me intranquiliza, es un decir, que ella haya tenido 2 maridos y ahora este, es posible que igual vuelva a quedarse viuda, mientras la gente se escandaliza porque lleve bailarinas, aqui no decimos esa cursilería de "manoletinas".
La Duquesa no es más libre , es más caprichosa porque todo lo puede comprar como la vida laboral de su actual esposo, anda que no estará contento ni nada. Pues dejemos que sean felices, a mi no me van a invitar nunca a una corrida de Toros, por ejemplo. Son personas de casta y de casta le viene al Galgo. Mientras hagan algo, esos que todo lo critican para sacarnos de la Crisis, por qué no se casan Sarkozí con Angela Merkel,? por ejemplo???
He leído que entre sus méritos está el de poder bailar por toda España sin pisar un metro que no sea suyo
El enlace hará soñar a muchas ancianas con un Alfonso que las quiera por lo que son, no por lo que tienen
8 oct 2011
HAN vuelto las mariposas.
HAN vuelto las mariposas. No se lo creen: con sus pequeños latidos quebrados van reconociendo el verano en octubre.
Los árboles, perplejos, no saben qué hacer con sus oros. Las nubes se han ido. Las nubes se arremolinan en un azul tenue y remoto y desde allá preguntan qué es este calor. Nada responde. Todo resplandece. Una luna viene de lejos creciendo con la frente ardiendo.
-
Puro azul de octubre, ya estamos aquí. ¿Y por qué se hinchan las palabras, cuando al nombrar tu azul salvaje quisieran ser solamente como ese golpe de minutos, esa intensidad que tiembla en oro contra las hojas todavía verdes de los árboles, ese apuramiento que observamos en la aurora y en el anochecer, ser tan sólo esa duda en alto e intensa antes de ceder a la claridad o a la noche?
Publicado por José Carlos Cataño
Los árboles, perplejos, no saben qué hacer con sus oros. Las nubes se han ido. Las nubes se arremolinan en un azul tenue y remoto y desde allá preguntan qué es este calor. Nada responde. Todo resplandece. Una luna viene de lejos creciendo con la frente ardiendo.
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Puro azul de octubre, ya estamos aquí. ¿Y por qué se hinchan las palabras, cuando al nombrar tu azul salvaje quisieran ser solamente como ese golpe de minutos, esa intensidad que tiembla en oro contra las hojas todavía verdes de los árboles, ese apuramiento que observamos en la aurora y en el anochecer, ser tan sólo esa duda en alto e intensa antes de ceder a la claridad o a la noche?
Publicado por José Carlos Cataño
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