Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

14 ago 2011

La urbe no le sienta bien al cerebro

Vivir en una ciudad no es malo pero favorece la enfermedad mental - Los investigadores buscan el porqué y llaman a los urbanistas a no olvidarlo .
Que vivir en la ciudad aumenta significativamente el riesgo de padecer depresión, ansiedad y sobre todo esquizofrenia se sabe hace décadas, y el vínculo es tan claro que los expertos aceptan que debe de haber una relación causal: en la vida urbana hay algo que no le sienta bien al cerebro humano.
La cuestión es encontrar qué.
Los culpables se buscan hace años: estrés, falta de apoyo social, mayor consumo de drogas... incluso un virus. Aún no hay una respuesta. La última pista llega de la neurociencia: un grupo de investigadores ha descubierto que el cerebro de quienes han crecido entre edificios reacciona de forma distinta al estrés social.






Los culpables se buscan hace años: estrés, drogas, incluso un virus



Hace 70 años que se sabe que los urbanitas sufren más esquizofrenia



La mejor salud urbana se ha ganado a base de mejoras sanitarias



"Conviene no dejarse llevar por el ritmo frenético", dice un psiquiatra

Las estadísticas apuntan al hábitat urbano, así sin más, como uno de los principales factores de riesgo para la esquizofrenia.
 Y el fenómeno debería ser tenido en cuenta -opinan los expertos- de cara a la planificación urbana de las megaciudades.
 Hoy en día las 500 ciudades de entre uno y 10 millones de habitantes que hay en el planeta albergan a más de la mitad de la población mundial, unos 3.300 millones de personas, y Naciones Unidas estima que hacia 2050 el porcentaje llegará al 70%.



Las primeras evidencias de que los habitantes de las ciudades sufren más esquizofrenia datan de los años cuarenta. Desde entonces no han dejado de explorarse hipótesis, peinando las estadísticas en busca de asociaciones que ayuden a enfocar el problema. Pero sigue faltando "el elemento clave para pasar de una mera asociación a un vínculo causal: el de un mecanismo plausible que describa las vías entre la exposición y la aparición de los síntomas psicóticos", dice Jim Van Os, del departamento de Psiquiatría y Neuropsicología de la Universidad de Maastricht (Holanda) y uno de los principales estudiosos en el área.



Se sabe ya que los sospechosos a los que apuntaría la intuición, aunque tal vez tengan un papel, no son los únicos culpables.
Factores como pertenecer a una minoría, contar con una mayor o menor red social, el acceso a los servicios médicos y sociales o un mayor consumo de drogas han sido restados de la variable vida urbana, y el resultado es que vivir en la ciudad sigue sobresaliendo como factor de riesgo.
Tampoco influyen cuestiones como malas condiciones prenatales o un parto complicado, ni la posición socioeconómica.
Y la idea de que el culpable sea un virus es poco probable: los hogares con muchos miembros -en los que un hipotético contagio sería más probable- no son "un factor de riesgo para la esquizofrenia", dice Van Os.



¿Y si el culpable fuera el estrés? Se admite que los sucesos estresantes son un desencadenante de los trastornos de tipo psicótico, como la esquizofrenia.
Y ese ha sido el punto de partida para los primeros neurocientíficos en abordar el misterio de las ciudades y la salud mental.



Andreas Meyer-Lindenberg, del Instituto Central de Salud Mental de la Universidad de Heidelberg, en Alemania, se propuso escanear el cerebro de voluntarios procedentes de entornos rurales y urbanos en situaciones de estrés social.
Diseñó un curioso experimento: mientras 32 estudiantes resolvían problemas aritméticos complejos, los experimentadores los estresaban con comentarios negativos y actitudes reprobatorias. "Les decíamos que sus resultados estaban siendo inferiores a la media, y les sugeríamos con impaciencia que se dieran un poco más de prisa...", ha contado Meyer-Lindenberg en Nature.



De entre las áreas cerebrales que se activaban durante la prueba, dos variaban en función de la procedencia urbana o rural de los voluntarios. La amígdala, un área clave en el procesado de las emociones, se activó exclusivamente en quienes vivían en ciudades en el momento de la prueba. El córtex cingulado -la región PACC-, que contribuye a regular la amígdala y a procesar emociones negativas, se activó más intensamente en quienes crecieron en ciudades. Los investigadores detectaron variaciones incluso según el tiempo transcurrido en la ciudad durante la infancia, y según el tamaño de la ciudad en cuestión.



La asociación aparecía tan clara que Meyer-Lindenberg desconfió y repitió el experimento con más voluntarios, teniendo en cuenta factores como -entre otros- edad, nivel educativo, ingresos, situación familiar, estado de salud, personalidad y estado de ánimo. Pero "ninguno de ellos alteraba el efecto de la urbanicidad, lo que sugiere que vivir en un ambiente urbano cambia la respuesta del cerebro en situaciones de estrés social, por un mecanismo claro aunque misterioso", escriben en un comentario en la misma revista Daniel P. Kennedy y Ralph Adolphs, del Instituto Tecnológico de California.



"Mucha gente especulaba con que el problema tenía que ver con entornos sociales, pero no había ninguna evidencia directa", ha comentado Meyer-Lindenberg a Nature. "Este es el primer mecanismo que relaciona las ciudades con la salud mental por vía del estrés".



Para Van Os se trata de "un interesante primer paso". Kristina Sundquist, de la Universidad de Lund, también dice que "los hallazgos son importantes", aunque no definitivos. Sundquist publicó en 2004 los resultados de un seguimiento a todos los suecos de entre 25 y 64 años tras su primer ingreso hospitalario por psicosis o depresión. "La incidencia aumenta con el grado de urbanización", escribe en The British Journal of Psichiatry; los habitantes de las áreas más densamente pobladas "tenían un riesgo entre un 68% y un 77% mayor de desarrollar psicosis, y entre un 12% y un 20% mayor de desarrollar depresión".



Ningún investigador defiende, no obstante, que sea malo vivir en las ciudades. En realidad es al contrario. Históricamente "la urbanización va asociada a un descenso en la mortalidad", y a que la mayor carga de enfermedad se deba a las dolencias crónicas de los mayores en vez de a las infantiles, escribía en Science en 2008 el epidemiólogo de la OMS Chistopher Dye. "Los habitantes de las ciudades, de media, disfrutan de mejores condiciones de salud que los de áreas rurales", dice Dye, y esto es así incluso considerando las grandes diferencias entre las ciudades de países ricos y pobres, y también dentro de la misma ciudad -las cifras son distintas en una ciudad de América Latina y una europea, pero también en los suburbios y el centro de Río de Janeiro, por ejemplo-.



Sin embargo, no siempre fue así. La mejor salud urbana es un triunfo ganado a pulso a base de mejoras higiénicas y sanitarias a mediados del siglo XIX, entre ellas la instalación de alcantarillado y el transporte de agua potable a los hogares. Y lo que temen Dye y otros expertos es que si el crecimiento urbano actual no se planifica, las futuras megaciudades podrían recordar al Londres o París de hace apenas siglo y medio.



"En la Europa del 1800 solo entre el 10% y el 15% de la población vivía en las ciudades, en parte por las atroces condiciones de vida", escribe Dye. "El cólera, la disentería, la viruela, la tuberculosis, el tifus y otras infecciones, agravadas por la desnutrición, hacían que las muertes, especialmente de los niños de menos de un año, superaran a los nacimientos".



Y la planificación del crecimiento urbano debería tener en cuenta también la salud mental, opina Sundquist: "Es importante que los expertos en urbanismo sepan más sobre los mecanismos específicos que actúan sobre la salud mental, y esto podemos proporcionarlo los investigadores". Ella coincide con Van Os en que hay que estudiar más el papel de factores como el soporte social y el grado de estrés cotidiano, y profundizar en las diferencias entre estilos de vida dentro de la propia ciudad. No es lo mismo, suponen, un entorno urbano con muchas zonas verdes que una zona industrial.



José Fariña Tojo, del departamento de Urbanística y Ordenación del Territorio de la Universidad Politécnica de Madrid, admite la relación entre vida urbana y salud mental, y coincide en la necesidad de identificar el mecanismo subyacente: "Para planificar adecuadamente deberíamos saber cosas en este campo que todavía desconocemos". Director de un curso sobre Planificación Urbana Saludable de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), en Menorca en septiembre, y colaborador de la Red Española de Ciudades Saludables, Tojo cree que "los planificadores urbanos se han dormido un poco en los laureles" y no están considerando los nuevos retos: "Por supuesto se tiene en cuenta la contaminación del aire o el ruido. Pero también hay temas nuevos, como el estrés, el hecho de que se vaya a una sociedad de mayores, la necesidad del ejercicio físico o la de estar en un entorno con un cierto grado de naturaleza".



Ana Dolado, del estudio Araujo-Dolado Arquitectos, reflexiona sobre lo que considera un exceso de estímulos en el espacio urbano actual: "La ciudad es un soporte que cambia a una velocidad difícil de procesar. La gente reconoce el entorno pero no se identifica con él. El ritmo es tal que a los habitantes no les da tiempo a establecer vínculos con su espacio".



Conviene no dejarse llevar por ese ritmo frenético, dice Enrique Baca, jefe del servicio de Psiquiatría de la Fundación Jiménez Díaz.
Y recuerda que, incluso en el entorno social urbano actual, "cada vez más exigente con el individuo" y que "cambia más rápido que nunca" -por ejemplo, con nuevas formas de comunicación instantánea y horarios laborales distintos a los tradicionales-, "hay elementos culturales protectores de la salud mental".
 Resume uno de ellos: "En vez de pasarte cuatro horas en Facebook, queda con un amigo a tomar una caña".

Mad city JUAN CRUZ

. .Hubo en Inglaterra un político conservador, sir Keith Joseph, que le abrió los ojos a Margaret Thatcher y la llevó a hacer la revolución conservadora de la que vienen estos lodos. Aquel hombre causó un escándalo cuando explicó que la sociedad británica había que dividirla en 10 o 12 clases sociales, según su tradición o comportamiento. Ahora que vemos lo que pasa en Londres me acuerdo de sir Keith Joseph porque me lo ha traído a la memoria David Cameron, que debe tener esas lecciones en su biblioteca.
 Cuando Cameron le echó la culpa a los padres, y por supuesto a los padres pobres, incapaces de educar adecuadamente a sus hijos, pensé en el líder tory como un alumno aventajado de aquellas sugerencias que unían discriminación a desprecio. La televisión te ofrece explicaciones demasiado sucintas de las cosas.
Y, claro, lo que explican los protagonistas del lado de allá del conflicto (el lado en el que no está el primer ministro), es que lo que ocurre, hooligans aparte, es consecuencia de una política discriminatoria que tenía que explotar (otra vez) algún día. Los incidentes incluyen barbaridades que cometen los ladrones de ahí y de cualquier parte, pero reducir a la nada la responsabilidad política debe ser un capítulo más de lo que hubiera querido sir Keith Joseph en su vademécum discriminatorio.






Pero ninguna explicación de las que ha dado la televisión es tan representativa de lo que sucede como esa película que puso TCM la noche del jueves, en la que Dustin Hoffman actúa como la conciencia del periodismo advirtiendo a la sociedad de que con las personas no deben jugar ni el periodismo ni los políticos.
 La película es Mad city, y narra la historia de un empleado en crisis (económica) que secuestra a los niños que van al museo del que había sido guardián hasta que lo dejaron sin empleo. La sociedad quiere incidente, y la televisión se lo sirve; nadie se pregunta (lo denuncia el periodista) qué sucede para que ese hombre se haya vuelto un bandolero.
Al final todo salta por los aires, el individuo se ha vuelto loco, destroza el museo mientras la policía lo acorrala dándole órdenes y la televisión lo persigue para narrar en directo hasta su suicidio.
La película es de 1997, la dirigió Costa-Gavras y explica más que un telediario de la BBC.

Bromas divinas

Un encuentro internacional en Italia reivindica el humor en las obras gráficas .
. .El Joker ya está derrotado.
 El Pingüino se pudre entre rejas y cuando Catwoman salga de prisión le quedará muy poco de la ladrona atractiva que le creaba dilemas éticos al caballero oscuro. El que fue un superhéroe aguarda sentado y cansado a que la vida le pase por delante.
Su disfraz que desvelaba unos músculos perfectos ahora muestra la herencia de años y kilos de inactividad.
El hombre que fue capaz de acabar con cientos de criminales mira impotente el helado de chocolate que se derrite en su mano y cuelga de su boca.
Parece el final de la esperanza para Gotham.
Pero para suerte de sus ciudadanos, esta versión melancólica de Batman se llama Fatman, es una estatua y protagoniza la 26ª edición de la Bienal Internacional del Humor en el Arte que Tolentino (centro de Italia) celebra hasta el 2 de octubre.






La idea nació, en esta ciudad de 21.000 habitantes, de un médico y caricaturista por afición: Luigi Mari.
 En la primera edición, en 1961, participaron 53 artistas, todos italianos. Hoy los seleccionados proceden de 23 países distintos, aunque el mensaje sigue siendo el mismo. "Encontrar la clave de lectura irónica es la manera mejor de quitarle al arte su cortina de autorreferencialidad", asegura Andrea Gualandri, director artístico de la Bienal.



La muestra reúne 58 piezas con el objetivo de hacer sonreír al visitante e intentar que el mundo del arte se tome menos en serio.
 "En muchas exposiciones hay obras incomprensibles, como si los artistas hablaran entre ellos en código", afirma Gualandri.
 Las piezas de esta bienal en cambio intentan transmitir un mensaje directo, un chiste bien contado: un papa Ratzinger alado y feroz castiga sin piedad a los pecadores, mientras que El grito de Munch observa extasiado las proezas de su equipo de fútbol.
Al límite de la simpatía del creador solo se le añade otro: el arte del novecento (tema de la Bienal 2011).
Casi 600 creadores de 61 países aceptaron el desafío: buscar la risa del jurado.
Entre las 1.295 piezas enviadas había vídeos, instalaciones, esculturas, pero sobre todo cuadros.
 En todo caso, el género daba igual.
"Los criterios eran la cercanía al tema y la habilidad artística", detalla Gualandri. Ganó El fetiche, un cuadro de Anastasia Kurakina que denuncia la falta de innovación de los artistas contemporáneos: un asunto polémico.
 "El arte cómico no es solo entretenimiento, puede transmitir un mensaje serio", sostiene Luca Beatrice, jurado de la muestra.
 En efecto, un cuadro que retrata al primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, en un burdel acompañado por Hitler, Stalin y Mussolini alude con dureza a la realidad. "El artista es el bufón que puede decir que el rey está desnudo sin que le detengan", asegura Beatrice.
Aunque no siempre las obras esconden un mensaje profundo. Fucked bird no es más que el Correcaminos, aplastado por un yunque. O "la revancha de los neuróticos que siempre hemos apoyado al Coyote", cuenta divertido Beatrice.
Salvo excepciones, las obras no provocan carcajadas, sino más bien sonrisas. Debe de ser que, como dice Gualandri, "es mucho más complicado hacer reír que hacer llorar".



La situación de la cultura en Italia posiblemente logre provocar ambas reacciones. Para Beatrice, el Ejecutivo debería haber tenido más valor a la hora de recortar y reorganizar los gastos culturales: "Hay que optimizar los fondos con apuestas claras".



Pese al desplome económico de Italia, Gualandri anima a sus compatriotas a no renunciar al sentido del humor:
"Perderíamos nuestro lado mejor, el que tal vez pueda salvarnos". Como un superhéroe. Toda la UE espera que no sea Fatman.

13 ago 2011

Giò Stajano, el primer icono transexual de Italia

Participó en 'La dolce vita' de Fellini como hombre y acabó sintiendo la llamada de la vida monástica como mujer .
MARIANGELA PAONE.
.Giò Stajano sumó varias vidas en una.
 Y no fue solo por su propia voluntad.
El azar le hizo nacer en el profundo sur de la fascistísima Italia de 1931; además, en el seno de una de las familias más afines al régimen.
 Su abuelo, Achille Starace, era el secretario del Partido Nacional Fascista y uno de los hombres fuertes de Benito Mussolini.
Cuando el dictador le vio, primer nieto de su fiel mano derecha, le cogió en sus brazos y celebró "al joven hijo de la masculina juventud itálica".
Nadie podía prever que, 20 años más tarde, Giò rompería los tabúes de un país santurrón declarándose transexual.
Fue a mediados de los años cincuenta y desde entonces Stajano, fallecido a finales del mes pasado, fue para las crónicas el primer transexual declarado de Italia.




Por aquel entonces ya había abandonado Sannicola, el pequeño pueblo de Apulia donde, como su abuelo, había nacido, y vivía en Roma todas las luces y las sombras de la dolce vita.
 Llegó a la capital en 1952 como estudiante universitario, aunque más adelante probaría fortuna como pintor.
 Recién instalado en la ciudad, encontró alojamiento en Via Margutta, la mítica calle de artistas y bohemios, donde conoció a la pintora Novella Parigini, que le introducirá en la jet set romana.



Gracias a Parigini y a las buenas relaciones que consiguió entablar entró en contacto con todos los nombres célebres de la época, convirtiéndose en uno de los personajes de las glamurosas noches romanas que Federico Fellini retrataría en su celebérrima película La dolce vita. Stajano participó en el filme, pero su personaje fue eliminado y no apareció en los títulos de crédito de la obra hasta muchos años después. Según una de las múltiples leyendas que rodean la película, la inolvidable escena de la voluptuosa Anita Ekberg adentrándose en la Fontana de Trevi se inspiró en el baño que Stajano y su amiga Parigini se dieron en la Barcaccia, la fuente de la plaza de España. Pero no fue esta anécdota la que le dio fama. En 1959, un año antes de la presentación de la película de Fellini, había publicado Roma capovolta, el relato de sus alocadas noches romanas: el texto no sobrevivió a la censura, pero le convirtió en el transexual más famoso de Italia. Sin declararse activista de los derechos de los homosexuales se convirtió en un icono del movimiento gay italiano. Suyo fue también el primer espacio dedicado a los homosexuales en una revista italiana, Men.






En 1982 dio otro giro a su vida.
 Siguiendo el célebre ejemplo del transexual francés Jacques-Charles Dufresnoy, Coccinelle, cogió un vuelo a la ciudad marroquí de Casablanca y se sometió a una intervención para cambiar de sexo.
Conservó el apelativo de Giò pero su nombre completo pasó a ser Maria Gioacchina Stajano Starace. "Para mi familia



[la misma que de adolescente le sometió a tratamientos hormonales para fortaceler su masculinidad] fue casi una liberación", contó años más tarde. Empezó entonces, ya como mujer, una carrera de estrella de la pornografía y prostituta de lujo y fue cayendo en el olvido.
Una condición poco llevadera para quien estaba tan acostumbrado a los focos mediáticos.



Fue así como, con ya 60 primaveras, Stajano se las ingenió para volver a dar de qué hablar.
 Se retiró a un monasterio en Piamonte, en el norte de Italia, y organizó el anuncio de su conversión de pecadora a monja.
Pero, según declaró, acabó sintiendo de verdad la llamada de la vida monacal.
No llegó a hacer los votos, pero en la "lucha contra las tentaciones" decidió retirarse a su pequeño pueblo de Apulia, donde acabó sus días.