.Los príncipes de Asturias presidieron ayer el acto de entrega de los Premios Nacionales de Cultura, que otorga anualmente el Ministerio de Cultura y que se celebró en la catedral de la Seu Vella de Lleida.
La ceremonia contó con la presencia de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, y del consejero de Cultura de la Generalitat, Ferran Mascarell.
El diseñador Paco Rabanne recibió el Premio Nacional de la Moda como reconocimiento a "su innovación y aportación a todos los ámbitos de la cultura del siglo XX". El de las Letras Españolas fue para Josep Maria Castellet por el conjunto de su labor literaria. El de Narrativa recayó en el escritor Javier Cercas por su obra Anatomía de un instante, mientras que el de Poesía se lo llevó el canario José María Millares Sall, fallecido en 2009, por Cuadernos.
El de Ensayo fue para Anjel Letxundi por su obra Eskarmentuaren paperak, una reflexión sobre el sufrimiento y la muerte.
El acto estuvo marcado por la ausencia de algunos de los premiados más mediáticos, como el realizador Narciso Ibáñez Serrador, que no pudo acudir por una indisposición. Su hijo Alejandro Ibáñez recogió el Premio de Televisión, que se concede por segunda vez, compartido en esta ocasión con la miniserie 23-F, el día más difícil del Rey.
Tampoco estuvo presente el dúo Amaral, formado por Eva y Juan Aguirre, premiado en el apartado de Músicas Actuales por "su capacidad de trasladar al público los sentimientos de las jóvenes generaciones, su amor a la música y a su oficio".
Recogió el premio el director de la Fundación Vicente Ferrer, Jordi Folgado, a la que han donado los 30.000 euros del premio.
13 jul 2011
La atracción del abismo
Me entero por este mismo periódico -que es el suyo y el mío- que "España e Italia se asoman al abismo", un titular a cinco columnas ideal para que los ciudadanos de allí y de aquí salgamos a la calle a afrontar la bofetada canicular con el ánimo bien dispuesto y una canción en el corazón. Probablemente se trate de una metáfora realista, pero el realismo -ya lo decía Ray Bradbury en una de sus estupendas Crónicas marcianas- puede ser un infierno (quizás alfombrado de titulares como el citado).
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A ese reino de la oscuridad viajan, siguiendo las huellas de Orfeo, Ulises y Eneas para escudriñar sus respectivos destinos
Pensemos, pues, en el abismo, ese fecundo símbolo presente en el origen de todas las culturas y que, como explicaba Juan Eduardo Cirlot, posee una fascinante dualidad de sentido: de un lado, denota profundidad (también espiritual) y, de otro, es un trasunto de lo inferior, de lo, en cierto sentido, inhumano. El mundo surge precisamente del abismo: con él se inicia el Génesis ("Las tinieblas cubrían la haz del abismo"), que refunde antiquísimos mitos sumerios y babilonios, y a él será enviado el rebelde Satán a la primera de cambio. También para Hesiodo, el primer teólogo de Occidente, en el origen reinaba Caos, una personificación del "vacío que se produce en una abertura".
El abismo repele y atrae.
La literatura se hace muy tempranamente eco de esa paradoja, que elabora a partir de la fuente común de la mitología: al abismo se desciende como inevitable etapa en el desarrollo de todo héroe que se precie. Y es que todos los que consiguen regresar de allí, ascienden al mundo de la luz con algo: un tesoro o una revelación. El abismo adopta pronto la forma de Hades o Averno, el submundo donde moran los muertos y las divinidades ctónicas que les guardan.
A ese reino de la oscuridad viajan, siguiendo las huellas de Orfeo, Ulises y Eneas para escudriñar sus respectivos destinos.
A él desciende, para resucitar tres días más tarde, el Dios hecho hombre de la más extendida religión monoteísta.
Y a él, convertido ya en el Infierno del cristianismo, desciende Dante (acompañado de su maestro), elaborando la más detallada topología del sufrimiento humano, una especie de universo paralelo reflejado con todos sus matices en la imaginería medieval.
Tras el cansancio racionalista de las Luces, triunfa el abismo. A los románticos les atrae el lado oscuro de ese precipicio o sima espiritual en el que, más tarde, beberán insaciablemente Baudelaire y los poetas llamados malditos.
De esa dual atracción que ejerce el abismo dan buena cuenta dos libros muy distintos publicados el mismo año: Las memorias del subsuelo (de Dostoyevski), que nos sumerge en la espeleología de las profundidades del alma humana antes de que lo haga Freud, y Viaje al centro de la Tierra, de Verne, en el que el descenso es el motor de una aventura con los pies en el (sub)suelo.
La literatura contemporánea también explota profusamente tan socorrido motivo: Leopoldo Bloom sigue en el Dublín de sus días los pasos abismales de Odiseo, y también lo hacen a su modo, Hans Castorp en su montaña mágica y hasta el mago Gandalf de El señor de los anillos, que cae a la sima (para resurgir más tarde) mientras combate con el demoníaco balrog.
La lista de descensos al abismo contemporáneo se haría interminable.
Claro que, en cuestiones como estas, la literatura contemporánea ha encontrado un durísimo competidor en el periodismo.
Si, como afirma el titular, nos asomamos al abismo, quizás convendría que, aunque sea en recuadro y en cuerpo menor, sus autores nos proporcionen -además de un manual de instrucciones- algunas notas acerca de lo que nos podemos encontrar en él tanto si nos caemos por nuestro propio pie, como si alguien (quizás alguna agencia de calificación de riesgo) nos empuja dentro.
Entre tanto, y a falta de otra cosa, crucemos los dedos.
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A ese reino de la oscuridad viajan, siguiendo las huellas de Orfeo, Ulises y Eneas para escudriñar sus respectivos destinos
Pensemos, pues, en el abismo, ese fecundo símbolo presente en el origen de todas las culturas y que, como explicaba Juan Eduardo Cirlot, posee una fascinante dualidad de sentido: de un lado, denota profundidad (también espiritual) y, de otro, es un trasunto de lo inferior, de lo, en cierto sentido, inhumano. El mundo surge precisamente del abismo: con él se inicia el Génesis ("Las tinieblas cubrían la haz del abismo"), que refunde antiquísimos mitos sumerios y babilonios, y a él será enviado el rebelde Satán a la primera de cambio. También para Hesiodo, el primer teólogo de Occidente, en el origen reinaba Caos, una personificación del "vacío que se produce en una abertura".
El abismo repele y atrae.
La literatura se hace muy tempranamente eco de esa paradoja, que elabora a partir de la fuente común de la mitología: al abismo se desciende como inevitable etapa en el desarrollo de todo héroe que se precie. Y es que todos los que consiguen regresar de allí, ascienden al mundo de la luz con algo: un tesoro o una revelación. El abismo adopta pronto la forma de Hades o Averno, el submundo donde moran los muertos y las divinidades ctónicas que les guardan.
A ese reino de la oscuridad viajan, siguiendo las huellas de Orfeo, Ulises y Eneas para escudriñar sus respectivos destinos.
A él desciende, para resucitar tres días más tarde, el Dios hecho hombre de la más extendida religión monoteísta.
Y a él, convertido ya en el Infierno del cristianismo, desciende Dante (acompañado de su maestro), elaborando la más detallada topología del sufrimiento humano, una especie de universo paralelo reflejado con todos sus matices en la imaginería medieval.
Tras el cansancio racionalista de las Luces, triunfa el abismo. A los románticos les atrae el lado oscuro de ese precipicio o sima espiritual en el que, más tarde, beberán insaciablemente Baudelaire y los poetas llamados malditos.
De esa dual atracción que ejerce el abismo dan buena cuenta dos libros muy distintos publicados el mismo año: Las memorias del subsuelo (de Dostoyevski), que nos sumerge en la espeleología de las profundidades del alma humana antes de que lo haga Freud, y Viaje al centro de la Tierra, de Verne, en el que el descenso es el motor de una aventura con los pies en el (sub)suelo.
La literatura contemporánea también explota profusamente tan socorrido motivo: Leopoldo Bloom sigue en el Dublín de sus días los pasos abismales de Odiseo, y también lo hacen a su modo, Hans Castorp en su montaña mágica y hasta el mago Gandalf de El señor de los anillos, que cae a la sima (para resurgir más tarde) mientras combate con el demoníaco balrog.
La lista de descensos al abismo contemporáneo se haría interminable.
Claro que, en cuestiones como estas, la literatura contemporánea ha encontrado un durísimo competidor en el periodismo.
Si, como afirma el titular, nos asomamos al abismo, quizás convendría que, aunque sea en recuadro y en cuerpo menor, sus autores nos proporcionen -además de un manual de instrucciones- algunas notas acerca de lo que nos podemos encontrar en él tanto si nos caemos por nuestro propio pie, como si alguien (quizás alguna agencia de calificación de riesgo) nos empuja dentro.
Entre tanto, y a falta de otra cosa, crucemos los dedos.
Sting seduce en el lago Leman
.A lo largo de la historia del rock muchos artistas sintieron la necesidad de medirse con "la madre de todos los instrumentos musicales", a saber: la orquesta sinfónica. Esta fusión se ha saldado con resultados desiguales, y no han sido pocos los músicos que salieron escaldados de la experiencia.
Pero a juzgar por las rendidas ovaciones que el Auditorio Stravinski dedicó a Sting, el intento de traducir su repertorio al formato orquestal parece haber dado buen resultado. Y es que es muy difícil equivocarse cuando se cuenta con un puñado de canciones que son ya parte de la historia de la música popular.
Gordon Matthew Summer salió a matar con una ajustada camiseta gris que le permitía presumir de una forma física envidiable, a pesar de sus casi 60 años. Abrió el fuego con el clásico (uno entre tantos) Every little thing she does is magic, acompañado por la Bochumer Symphoniker bajo la batuta de la centelleante directora Sarah Hicks. Daba así comienzo la noche de las Symphonicities, proyecto que Sting trae a España hoy con un concierto en Las Palmas, para presentarse luego en Granada (15) y Cataluña (17).
Acompañado a la guitarra por su eterno compañero de ruta Dominic Miller y la voz de la australiana Jo Lawry, Sting desgranó esperados éxitos como Roxanne o Fields of Gold junto a canciones menos conocidas como la arabizante Desert Rose.
A pesar de tener al público en el bolsillo desde el primer minuto, varios especialistas comentaron que las orquestaciones se prestan de manera desigual al repertorio del cantante de Newcastle.
Si bien los arreglos sientan de maravilla a la muy operática Moon over Bourbon Street o la balada Shape of my Heart, los violines parecen funcionar menos en los temas más rítmicos y cercanos al espíritu del rock.
Pero a pesar de las sutilezas de los análisis de los críticos, Sting sentó cátedra y arrancó un suspiro general con los primeros arpegios del himno pop Every breath you take. Llegaba así al tramo final de un concierto extenso, que cerró con una delicada versión acústica de Fragile y una intimista Message in a bottle. Sting, acompañado solo de una guitarra española y miles de voces cantando a coro, cerró su gran noche en el lago Leman.
Antes del británico fue la hora de una propuesta inusual en Montreux.
Se trataba de la banda madrileña The Monomes, una de las raras formaciones de rock ibéricas que tuvo el privilegio de ser invitada al legendario festival.
En el camerino, poco antes del concierto en el que presentaron ante el exigente público suizo Sweet champagne, su segundo disco, Rafa, baterista y portavoz oficioso del grupo, comentaba: "Tocar aquí impone mucho respeto y representa un gran paso para nosotros". Los españoles salieron a defender su trabajo en plena puesta de sol ante un público relajado y bien dispuesto. Desgranaron temas de su disco, como All Aloner o una balada de sabor country titulada Dreamkiller, producida por Javier Limón. Uno de los temas en los que el grupo tiene depositada su confianza.
Con el sencillo View entraron en la recta final y pusieron a bailar a los más jóvenes, convenciendo con su rock guitarrero.
A medianoche, los integrantes de The Monomes se relajaban con una cerveza en el histórico Harry's Bar y comentaban la jugada. "Ha sido un bolo de guerra", valoraba Edward, cantante del grupo.
A pesar de ello, esta banda formada en los años de instituto y que confiesa la influencia de White Stripes o Pearl Jam, se mostraba satisfecha con su visita a la Riviera suiza. La reválida les llegará cuando actúen como teloneros de Bon Jovi en Rock in Rio de Brasil...
Pero a juzgar por las rendidas ovaciones que el Auditorio Stravinski dedicó a Sting, el intento de traducir su repertorio al formato orquestal parece haber dado buen resultado. Y es que es muy difícil equivocarse cuando se cuenta con un puñado de canciones que son ya parte de la historia de la música popular.
Gordon Matthew Summer salió a matar con una ajustada camiseta gris que le permitía presumir de una forma física envidiable, a pesar de sus casi 60 años. Abrió el fuego con el clásico (uno entre tantos) Every little thing she does is magic, acompañado por la Bochumer Symphoniker bajo la batuta de la centelleante directora Sarah Hicks. Daba así comienzo la noche de las Symphonicities, proyecto que Sting trae a España hoy con un concierto en Las Palmas, para presentarse luego en Granada (15) y Cataluña (17).
Acompañado a la guitarra por su eterno compañero de ruta Dominic Miller y la voz de la australiana Jo Lawry, Sting desgranó esperados éxitos como Roxanne o Fields of Gold junto a canciones menos conocidas como la arabizante Desert Rose.
A pesar de tener al público en el bolsillo desde el primer minuto, varios especialistas comentaron que las orquestaciones se prestan de manera desigual al repertorio del cantante de Newcastle.
Si bien los arreglos sientan de maravilla a la muy operática Moon over Bourbon Street o la balada Shape of my Heart, los violines parecen funcionar menos en los temas más rítmicos y cercanos al espíritu del rock.
Pero a pesar de las sutilezas de los análisis de los críticos, Sting sentó cátedra y arrancó un suspiro general con los primeros arpegios del himno pop Every breath you take. Llegaba así al tramo final de un concierto extenso, que cerró con una delicada versión acústica de Fragile y una intimista Message in a bottle. Sting, acompañado solo de una guitarra española y miles de voces cantando a coro, cerró su gran noche en el lago Leman.
Antes del británico fue la hora de una propuesta inusual en Montreux.
Se trataba de la banda madrileña The Monomes, una de las raras formaciones de rock ibéricas que tuvo el privilegio de ser invitada al legendario festival.
En el camerino, poco antes del concierto en el que presentaron ante el exigente público suizo Sweet champagne, su segundo disco, Rafa, baterista y portavoz oficioso del grupo, comentaba: "Tocar aquí impone mucho respeto y representa un gran paso para nosotros". Los españoles salieron a defender su trabajo en plena puesta de sol ante un público relajado y bien dispuesto. Desgranaron temas de su disco, como All Aloner o una balada de sabor country titulada Dreamkiller, producida por Javier Limón. Uno de los temas en los que el grupo tiene depositada su confianza.
Con el sencillo View entraron en la recta final y pusieron a bailar a los más jóvenes, convenciendo con su rock guitarrero.
A medianoche, los integrantes de The Monomes se relajaban con una cerveza en el histórico Harry's Bar y comentaban la jugada. "Ha sido un bolo de guerra", valoraba Edward, cantante del grupo.
A pesar de ello, esta banda formada en los años de instituto y que confiesa la influencia de White Stripes o Pearl Jam, se mostraba satisfecha con su visita a la Riviera suiza. La reválida les llegará cuando actúen como teloneros de Bon Jovi en Rock in Rio de Brasil...
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