Un melancólico Karl Lagerfeld y un travieso Jean Paul Gaultier reinan en París .
Un combate entre luz y tinieblas se ha apoderado del final de la semana de la moda. Hay maestros a los dos lados, pero en el oscuro está Karl Lagerfeld. Y la demostración de poder del diseñador alemán empezaba ya con la hora elegida para presentar la colección de otoño/invierno 2011 de Chanel: las diez de la noche.
Con el atardecer cayendo sobre el Grand Palais, el visitante descubría la razón de la cita nocturna. En el interior del palacio acristalado, se había levantado una reproducción de la Place Vendôme.
En el centro se erigía un obelisco, pero encaramado a él no estaba Napoleón, sino Coco Chanel. La mitad del cielo estrellado que correspondía al decorado esperaba, paciente, que en la parte real se decidiera a aparecer la luna.
Cuando lo hizo, pudo empezar la función.
Fiesta en casa de Caperucita Roja
Gaultier, con plumas y a lo loco
El arte del ballet. El diseñador francés estrena socios, ya que desde el mes de abril Puig posee una porción mayoritaria de la compañía. El grupo catalán le compró su participación a Hermès en un movimiento que consolida la apuesta por la moda. Jean Paul Gaultier es la única firma de las que controla (Carolina Herrera, Paco Rabanne y Nina Ricci) que sigue haciendo alta costura. El terreno en el que la fantasía de Gaultier sigue dando mejores resultados. Esta colección estaba muy libremente inspirada por el ballet. Los zapatos de tacón invisible, por ejemplo, simulaban una bailarina de punta.- PATRICK KOVARIK (AFP)
Gaultier, con plumas y a lo loco - El arte del balletGaultier, con plumas y a lo loco - Moda y locuraGaultier, con plumas y a lo loco -
En el diseñador francés se abrazan lo masculino y lo femenino
Las calles de París servían como elegante continuación del suelo volcánico que se recreó, tres meses atrás, para presentar la colección de prêt-à-porter de la marca. Aquel apocalíptico desfile marcaba, según Lagerfeld, un punto de destrucción del que renacer. ¿Y dónde podría emerger mejor la nueva era de Chanel que en el corazón del lujo y de su ciudad? El simbolismo de la escenografía se remató cuando, en la más completa oscuridad, aparecieron las modelos con zapatos luminosos. Neón en las punteras para encontrar el camino.
Pero no hay optimismo en la búsqueda de Lagerfeld. Transmite un desasosiego y una melancolía impropios de un diseñador que aborrece la nostalgia. En enero, Lagerfeld entregó una colección de alta costura luminosa y juvenil cuya influencia trascendió mucho más allá de los salones. Después, se sumió en la oscuridad. En ella, brillan de forma mágica los bordados que reproducen la lluvia sobre el asfalto, es cierto. Pero las siluetas años 30 y las chaquetas de voluminosas caderas parecen más piedras que faros en el camino.
Tras el desfile, recorriendo las calles (de verdad) mojadas de París era imposible no oponer el sombrío talante de Lagerfeld con la angelical sensualidad de la colección que Givenchy había presentado unas horas antes. El día y la noche.
A la mañana siguiente, el duelo habría de librarse de forma más íntima.
Los diseñadores de Valentino, Maria Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli, empezaron a encontrar su lugar en la casa -que dirigen desde 2008- cuando se entregaron a una estética ingenua y trémula. Asentada su posición, ayer incorporaron algo de oscuridad a su receta. En su colección de ecos medievales triunfa la luz, pero su mujer ha perdido esa absoluta inocencia y ya conoce el placer decadente del terciopelo rojo sangre y del dorado. Un coqueteo con el lado oscuro que le hace ganar sensualidad e intención.
Puestos a enredar con luces y sombras, nadie más travieso que Jean Paul Gaultier. El audio de la película El cisne negro dejaba pocas dudas sobre su inspiración. Pero su revisión del ballet es todo menos obvia. Contiene, eso sí, abundantes plumas. Cisnes, gallos y otras aves poblaron su divertida y perversa colección, que incluyó a los hombres porque el acto servía para presentar el perfume masculino Kokoriko.
Más allá de los juegos, Gaultier conoce a la perfección su oficio y a sus maestros. Lo evidenció en el homenaje a Madame Grès, cuya obra se expone en París en una muestra imprescindible.
Sus vestidos Alix eran un guiño literal, pero su influencia se notaba también en los excepcionales híbridos de gabardina y drapeados en los que el pícaro Gaultier consigue que Grès y Saint Laurent se den la mano.
Seguramente es Gaultier quien tiene la mejor solución para la pelea entre la luz y la oscuridad. La dejó traslucir en un traje pantalón negro que descubre un tutú bajo la chaqueta. "¿Estás preparada para ser los dos cisnes?", pregunta la voz de Vincent Cassel. Claro.
En Gaultier lo puro y lo perverso -como lo masculino y lo femenino- no están peleados, sino sensualmente abrazados
7 jul 2011
HUELLAS
La literatura no es El Dorado al que huir de la miseria del mundo, ni tampoco la tribuna desde la que juzgarlo.
La literatura es el lugar del mundo, el horizonte en el que mundar y construir más mundo, y multiplicarlo y masmundar.
Mundar y mundanidad son, en esta lucha, antagonistas. Masmundar, en cambio, exige que la vieja fe en la trascendencia se mundanice. No hay más (o hay todo lo demás)
La literatura es el lugar del mundo, el horizonte en el que mundar y construir más mundo, y multiplicarlo y masmundar.
Mundar y mundanidad son, en esta lucha, antagonistas. Masmundar, en cambio, exige que la vieja fe en la trascendencia se mundanice. No hay más (o hay todo lo demás)
El Laberinto
El laberinto es la defensa mágica de un centro, de un tesoro, de una significación. Sólo se puede entrar en él mediante un rito mágico, tal como nos los propone la leyenda de Teseo.
Este simbolismo es el modelo de la existencia humana que se enfrenta a numerosas pruebas para avanzar hacia su propio centro, hacia sí misma hacia el atman, como dicen en la India.
Muchas veces he tenido consciencia de salir de un laberinto después de haber encontrado su hilo conductor en medio de la adversidad. Todos hemos conocido esa experiencia. Pero debo añadir que la vida no está hecha de un solo laberinto. La prueba se repite una y otra vez.
Este simbolismo es el modelo de la existencia humana que se enfrenta a numerosas pruebas para avanzar hacia su propio centro, hacia sí misma hacia el atman, como dicen en la India.
Muchas veces he tenido consciencia de salir de un laberinto después de haber encontrado su hilo conductor en medio de la adversidad. Todos hemos conocido esa experiencia. Pero debo añadir que la vida no está hecha de un solo laberinto. La prueba se repite una y otra vez.
Claude Lanzmann.
Jan Karski fue testigo del exterminio judío en Polonia. Se desesperó denunciando durante meses los crímenes nazis ante Roosevelt y el Gobierno inglés. Nadie le escuchó.
Yo informé de lo que vi". Lo decía, con rostro grave, el hombre que intentó detener el Holocausto, el polaco Jan Karski, en una de las escenas de la devastadora películaShoah, de Claude Lanzmann. "Dios me ha permitido ver y decir lo que he visto, me ha permitido dar testimonio", decía. Él fue testigo del horror, de la caza al judío, pero no fue escuchado.
Jan Karski, el hombre que se deshizo en lágrimas ante Lanzmann, vivió unos años frenéticos como emisario del horror durante la Segunda Guerra Mundial. Jan Kozielevski, su nombre real (Lodz, Polonia, 1914-Washington, 2000), procedía de una familia católica de clase media. En 1931, su país y su juventud fueron arrasados por Hitler, aunque sus excepcionales cualidades para el análisis y la memorización lo convirtieron en un mirlo blanco para el Gobierno polaco -en la clandestinidad tras ser invadidos por Hitler-, que no dudó en reclutarlo para la Resistencia. "Soy un disco de gramófono que se graba, se transmite, se escucha", decía de sí mismo un lúcido Karski.
Tenaz y tozudo, Karski se empeñó en revelar al mundo la verdad sobre el exterminio nazi. En 1944 escribió un libro, Historia de un Estado clandestino (ahora se edita por primera vez en España por la editorial Acantilado), donde contaba su lucha por la libertad de Polonia y el estremecedor testimonio de los judíos del gueto de Varsovia y los campos de exterminio. Fue un éxito. Vendió más de medio millón de ejemplares en pocos meses en Estados Unidos. Cuando se convirtió en un personaje incómodo para Stalin y los aliados, enmudeció. En 1981, Jan Karski rompió su silencio de cuarenta años dando público testimonio de lo que había visto: "Al terminar la guerra supe que ni los Gobiernos ni los líderes, ni los eruditos, ni los escritores declaraban haber estado al corriente de lo acaecido a los judíos. Se mostraban sorprendidos. La muerte de seis millones de seres inocentes era un aterrador secreto. Aquel día me convertí en judío. Soy polaco, norteamericano, judío cristiano, católico practicante. Y aunque no soy un hereje, declaro que la humanidad ha cometido un segundo pecado original: por obediencia o por negligencia, por ignorancia autoimpuesta o por insensibilidad, por egoísmo o por hiprocresía, o incluso por frío cálculo. Ese pecado atormentará a la humanidad hasta el fin del mundo".
Movilizado en 1939, escapó de los alemanes sin siquiera combatir y se enroló en la Resistencia. "No sentía más que odio por los alemanes, odio por los bolcheviques... Por aquel entonces, yo era una conciencia enferma". Witold Kuckarski, el teniente Witold, su primer nombre de guerra, fue destinado en 1940 al servicio de enlaces con otros países. Los nazis lo apresaron en Eslovaquia, lo entregaron a la Gestapo y lo torturaron salvajemente. Intentó quitarse la vida cortándose las venas y consiguió escapar. En el verano de 1942, el delegado del Gobierno de Varsovia decidió enviarlo a Londres en calidad de "emisario político de la resistencia civil". Había nacido Jan Karski. Antes de partir, el Gobierno le pidió que se reuniera con otros ciudadanos polacos, los judíos. Fue testigo de la "gran acción" contra el gueto de Varsovia y la verdad inconfesable sobre los campos de exterminio.
Siempre recordó cómo, vestido con un traje andrajoso, se adentró un día en la ciudad de la muerte, el gueto de Varsovia, donde los nazis habían confinado a miles de judíos. "No era un cementerio porque los cuerpos se movían, aunque aparte de la piel, los ojos, la voz, no existía nada de humano en esas palpitantes figuras. Por todas partes había hambre, miseria, la atroz pestilencia de cuerpos en descomposición, los lastimeros gemidos de los niños agonizantes, los gritos desesperados de un pueblo que mantenía una espantosa y desigual lucha por la vida". Un infierno creado por el hombre. Los líderes judíos lo dejaron claro: "Los alemanes no intentan esclavizarnos como hacen con otros pueblos, estamos sistemáticamente exterminados. Esa es la diferencia... Creen que exageramos, que somos unos histéricos, pero millones de judíos están condenados al exterminio. Toda la responsabilidad gravita sobre las potencias aliadas". Aquel era el mensaje que debía transmitir al mundo: "La victoria de los aliados en un año, en dos, en tres, no nos servirá de nada porque ya no existiremos". Un grito desesperado.
No lo había visto todo. Días después, Karski viajó hasta Izbica, una pequeña ciudad cercana a Varsovia. Vestido con el uniforme de los guardias ucranios que custodiaban el campo de exterminio de Belzec, recorrió los barracones y presenció la llegada de cientos de deportados. Olió la carne quemada y vio cómo hombres uniformados metían a presión a los judíos en coches abarrotados que descargaban su carga humana en cámaras de gas. "Recuerde esto, recuérdelo siempre", musitaba a su oído el guía.
Yo informé de lo que vi". Lo decía, con rostro grave, el hombre que intentó detener el Holocausto, el polaco Jan Karski, en una de las escenas de la devastadora películaShoah, de Claude Lanzmann. "Dios me ha permitido ver y decir lo que he visto, me ha permitido dar testimonio", decía. Él fue testigo del horror, de la caza al judío, pero no fue escuchado.
Jan Karski, el hombre que se deshizo en lágrimas ante Lanzmann, vivió unos años frenéticos como emisario del horror durante la Segunda Guerra Mundial. Jan Kozielevski, su nombre real (Lodz, Polonia, 1914-Washington, 2000), procedía de una familia católica de clase media. En 1931, su país y su juventud fueron arrasados por Hitler, aunque sus excepcionales cualidades para el análisis y la memorización lo convirtieron en un mirlo blanco para el Gobierno polaco -en la clandestinidad tras ser invadidos por Hitler-, que no dudó en reclutarlo para la Resistencia. "Soy un disco de gramófono que se graba, se transmite, se escucha", decía de sí mismo un lúcido Karski.
Tenaz y tozudo, Karski se empeñó en revelar al mundo la verdad sobre el exterminio nazi. En 1944 escribió un libro, Historia de un Estado clandestino (ahora se edita por primera vez en España por la editorial Acantilado), donde contaba su lucha por la libertad de Polonia y el estremecedor testimonio de los judíos del gueto de Varsovia y los campos de exterminio. Fue un éxito. Vendió más de medio millón de ejemplares en pocos meses en Estados Unidos. Cuando se convirtió en un personaje incómodo para Stalin y los aliados, enmudeció. En 1981, Jan Karski rompió su silencio de cuarenta años dando público testimonio de lo que había visto: "Al terminar la guerra supe que ni los Gobiernos ni los líderes, ni los eruditos, ni los escritores declaraban haber estado al corriente de lo acaecido a los judíos. Se mostraban sorprendidos. La muerte de seis millones de seres inocentes era un aterrador secreto. Aquel día me convertí en judío. Soy polaco, norteamericano, judío cristiano, católico practicante. Y aunque no soy un hereje, declaro que la humanidad ha cometido un segundo pecado original: por obediencia o por negligencia, por ignorancia autoimpuesta o por insensibilidad, por egoísmo o por hiprocresía, o incluso por frío cálculo. Ese pecado atormentará a la humanidad hasta el fin del mundo".
Movilizado en 1939, escapó de los alemanes sin siquiera combatir y se enroló en la Resistencia. "No sentía más que odio por los alemanes, odio por los bolcheviques... Por aquel entonces, yo era una conciencia enferma". Witold Kuckarski, el teniente Witold, su primer nombre de guerra, fue destinado en 1940 al servicio de enlaces con otros países. Los nazis lo apresaron en Eslovaquia, lo entregaron a la Gestapo y lo torturaron salvajemente. Intentó quitarse la vida cortándose las venas y consiguió escapar. En el verano de 1942, el delegado del Gobierno de Varsovia decidió enviarlo a Londres en calidad de "emisario político de la resistencia civil". Había nacido Jan Karski. Antes de partir, el Gobierno le pidió que se reuniera con otros ciudadanos polacos, los judíos. Fue testigo de la "gran acción" contra el gueto de Varsovia y la verdad inconfesable sobre los campos de exterminio.
Siempre recordó cómo, vestido con un traje andrajoso, se adentró un día en la ciudad de la muerte, el gueto de Varsovia, donde los nazis habían confinado a miles de judíos. "No era un cementerio porque los cuerpos se movían, aunque aparte de la piel, los ojos, la voz, no existía nada de humano en esas palpitantes figuras. Por todas partes había hambre, miseria, la atroz pestilencia de cuerpos en descomposición, los lastimeros gemidos de los niños agonizantes, los gritos desesperados de un pueblo que mantenía una espantosa y desigual lucha por la vida". Un infierno creado por el hombre. Los líderes judíos lo dejaron claro: "Los alemanes no intentan esclavizarnos como hacen con otros pueblos, estamos sistemáticamente exterminados. Esa es la diferencia... Creen que exageramos, que somos unos histéricos, pero millones de judíos están condenados al exterminio. Toda la responsabilidad gravita sobre las potencias aliadas". Aquel era el mensaje que debía transmitir al mundo: "La victoria de los aliados en un año, en dos, en tres, no nos servirá de nada porque ya no existiremos". Un grito desesperado.
No lo había visto todo. Días después, Karski viajó hasta Izbica, una pequeña ciudad cercana a Varsovia. Vestido con el uniforme de los guardias ucranios que custodiaban el campo de exterminio de Belzec, recorrió los barracones y presenció la llegada de cientos de deportados. Olió la carne quemada y vio cómo hombres uniformados metían a presión a los judíos en coches abarrotados que descargaban su carga humana en cámaras de gas. "Recuerde esto, recuérdelo siempre", musitaba a su oído el guía.
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