Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

3 jul 2011

Michel Foucault: Filosofía y Psicología (1965) 1/3

la vida y andanzas de Patrick Leigh Fermor

Hoy viene en la tercera del diario Abc un texto muy bonito del marqués de Tamarón sobre la vida y andanzas de Patrick Leigh Fermor. Lo he leído en una terraza vacía, unas violetas de maceta en la mesa. Después de su lectura, he cerrado el periódico; ¿para qué continuar, ensuciando la bocanada de ánimo con noticias?



Pensaba, el texto es precioso y qué lástima que no sepa nada del fallecido recientemente. Me corrijo cuando busco datos de Fermor y descubro que es el autor del Viaje a través de las Antillas, un libro que usamos profusamente como documentación C. E. P. y yo cuando escribimos El Exterminio de la Luz.


Eso ocurrió -lo he contado varias veces- en el transcurso del mes de julio de 1974. Con las ventanas laterales de la buhardilla abierta y la cortina frontal echada, diviso el terroso cielo blanco de un día de julio caluroso. Como el de aquellos días.


Buscando divisas, entre la broma y el afán de referentes, durante un tiempo hice mía la de Joyce, Silencio, Astucia, Exilio. Pero antes, por los mismos días de la composición de la novela de Pórfido Santos John, en Jules Rock (1973), primera e inmadura plaquette de un solo poema secuenciado, puse al frente la divisa de los bucaneros, Gold, Love & Adventure.

A propósito de Patrick Leigh Fermor, el marqués de Tamarón habla de ver, vivir, escribir. No sé si ha sido consciente del valor de esa trinidad para el impulso del espíritu. Para mí lo subrayo como algo a lo que aspirar, así como la alegría, la generosidad y la simpatía que él destaca en el escritor británico.

Una vida que se precie debería de hacer gala de esos principios.

Publicado por José Carlos Cataño

Dos kilómetros cuadrados . BORIS IZAGUIRRE Bodas de 'glamour' y sangre azul

Hay que felicitar a Charlene Wittstock, la exnadadora sudafricana ya princesa de Mónaco, por su aparente intento de huida del pasado martes. ¿Qué mejor noticia para una boda del siglo que ponerla en jaque?
Si alguien pensaba en no sintonizarla, Charlene y su equipo le ofrecieron ese toque de morbo que una boda real agradece.
Antes del supuesto ataque de pánico, la boda era una excusa para recordar que Mónaco mide dos kilómetros cuadrados; Gibraltar, seis.
Y que en vez de oler a amor verdadero, la boda parecía destilar cloro.




Y charlene dijo: "Oui"

Mónaco, ¿capital de la moda?



Mónaco más que un paraíso, fiscal o aristocrático, es una escenografía sentimental. Su familia real fueron los personajes humanos en los que se recrearon ficciones como Dinastía.
Cuando los Grimaldi se reúnen, como lo harán para la boda de monseñor Alberto, transforman glamour en liquidez. Carolina y sus hijos, tan elegantes como ella, combinan perfectamente entre sí.
 Estefanía y su aire de mujer rebelde hasta con el botox, acompañada de los suyos, ponen el toque indie que necesita toda producción, calculado para que el cuento de hadas se adapte a los tiempos modernos.
 Incluso la filtración de la supuesta huida de la novia a los periódicos serios de Francia.
Si una cosa saben los Grimaldi es administrar noticias y escándalo.
 Queda claro ahora que los rumores sobre la sexualidad de Alberto eran una tapadera para ocultar su rocoso complejo de Edipo, que quizás sirva de explicación a su vocación de engendrar hijos de diferentes colores.
Casi como justicia poética, Madrid, la ciudad cuyas olimpiadas boicoteó el hijo de Grace con una pregunta sobre la seguridad ante el Comité Olímpico, celebra el Orgullo Gay y pasea sus carrozas al mismo tiempo que Charlene y Alberto desfilan como matrimonio en una limusina híbrida.
Recordaremos también de esta boda la resurrección de The Eagles, los millonarios roqueros de Hotel California, más que águilas, dinosaurios voladores que anidaban cómodamente en las cumbres rocosas de Mónaco.



Hay en este presunto ataque de pánico de Charlene una demostración de humanidad. Todos quisiéramos huir. De Europa y sus deudas. De esta implacable incertidumbre en la que no sabemos si Vasile aparecerá en algún plató cantando junto a Pantoja. De si Strauss-Khan es ahora inocente y más tarde futuro presidente. De si el entorno de Carla Bruni está involucrado en esta fea trampa.
¿Es solo coincidencia que el coche de los Strauss-Khan en Nueva York y el de los Grimaldi en Montecarlo fueran Lexus? ¿Estamos ante una nueva estrategia de ventas?
"Blindamos tu matrimonio" podría ser la frase promocional.



El mundo nos organiza al mismo tiempo que nosotros lo observamos.
Allí están los comandantes convalecientes, Fidel y Chávez, empeñados en aparecer leyendo Gramma, un periódico donde su salud no es noticia.
La noticia son ellos vestidos con esos chándales de tactel que en los ochenta pusieron de moda precisamente Pantoja y Jurado en sus viajes a las Américas.
El tactel es un polímero de tacto suave y sedoso, como los hombros de Charlene pero súper sintético, como el corazón de Mónaco.
Lo visten tanto los jugadores de la NBA como los comandantes.
Fidel no tiene reparos en ostentar el logo de Adidas, la marca alemana que arropa la convalecencia de los revolucionarios.
La multinacional de equipamiento deportivo podría decidirse a lanzar una línea para comandantes y en vez de usar a Gasol o Nadal, poner a Hugo, Fidel y Gadafi, utilizando las imágenes de los comandantes enchandados para aliviar nuestros sudores por la crisis económica.
 Y dejar claro que, hagas lo que hagas, confíate a Alemania.



Kate Moss es una modelo millonaria con una carrera espectacular. No da puntada sin hilo. De todas las personas rehabilitadas de Occidente, ella rehabilitó cabeza y cartera, porque salió de su escándalo con las drogas reforzada.
 Cual Merkel del planeta fashion, ha ejercido otro golpe de mando en la cultura de la celebridad. Recuperó para la moda a John Galliano, que firmó su traje de novia, entre marfil y plateado como el Rolls que junto a su hija la acercó a su flamante marido. Moss ha vendido los derechos de este reportaje al Vogue americano, y a su editora, Anna Wintour, una de las invitadas, aprovechando el fin de semana largo del 4 de julio. Naomi, culo inquieto, hizo gala de su capacidad de desplazamiento: fue a la de Moss y hoy estará en la de Charlene.
Al casarse con el guitarrista de esa banda súper cool, The Kills, Moss entronca con la tradición británica de unir súpermodelos con estrellas del rock. Así fue Simon Le Bon con la modelo Jasmine. Jerry Hall y Mick Jagger, Iman y Bowie, y Lucy Helmore con Bryan Ferry, otro de los invitados a la boda de Kate que, en definitiva, fue un encuentro de moda y rock, dos industrias que ocupan poco más de dos kilómetros cuadrados.



Así como Charlene y Alberto parecen nuevos miembros de la banda de dinosaurios Eagles, Kate y James Hince son la estampa de los enamorados en esta época de incertidumbres.
La imagen de Moss asomada a la ventana del Rolls muestra una mujer ligeramente asustada, arriesgándose a perder su condición de femme fatale al contraer matrimonio. Preocupada por la recuperación de Strauss-Khan o la salud del comandante venezolano. En realidad, sabe que al igual que Charlene, Dominic y nosotros, ya no puede escapar.

Una boda de todo, menos real

Alberto de Mónaco y Charlene Wittstock contraen matrimonio en una ceremonia exenta de sentimiento pero con aire hollywoodiense .
. .El futuro del Principado de Mónaco ya está asegurado.
Alberto de Mónaco y Charlene Wittsstock han sellado su relación con dos bodas, una civil celebrada el viernes y de carácter familiar, y otra eclesiástica esta tarde, a la que han asistido 3.500 invitados, entre ellos representantes de las casas reales de medio mundo, jefes de Estado, y un buen puñado de famosos.
Todos contribuyeron a ensalzar ese pequeño Estado de dos kilómetros cuadrados en el que se combina tradición, lujo, espectáculo un tanto hortera y un poco de exhibicionismo.
Entre los actores estaba Nicolas Sarkozy, presidente de la República Francesa, alguien con el poder suficiente como para fagocitar Mónaco si los Grimaldi no aseguran su dinastía. Alberto ha tardado en hacerlo.
 Se ha casado a los 53 años, tras diez de relación con Charlene, cinco de convivencia, uno de compromiso y después de llevar sentado en el trono seis años, al que accedió tras la muerte de Raniero.




Y Charlene dijo: "Oui"

Charlene y Alberto, ante el altar

Alberto de Mónaco se casa a los 52 años

Charlene, una nueva Grace

Charlene Wittstock se convierte al catolicismo

Mónaco, ¿capital de la moda?



Los invitados a la boda de Mónaco



Victoria de Suecia y su esposo. Victoria de Suecia y su esposo Daniel, duque de Västergötland, llegan a la boda de Alberto de Mónaco y Charlene.-


Los invitados a la boda de Mónaco - Victoria de Suecia y su esposoLos invitados a la boda de Mónaco - Grandes Duques de LuxemburgoLos invitados a la boda de Mónaco - Los herederos de BélgicaLos invitados a la boda de Mónaco -
Reyes de BélgicaLos invitados a la boda de Mónaco -
Los duques de WessexLos invitados a la boda de Mónaco - Federico y Mary de Dinamarca.




Fue una boda poco común, como poco común es la historia de esta pareja. No se casaron en la iglesia de Santa Devota, la más importante del Principado, sino en el patio del palacio Grimaldi, acondicionado para la ocasión.
 Un gran toldo blanco protegía del sol y una inmensa alfombra roja daba al espacio un carácter un tanto hollywoodiense. Por ella desfiló una bellísima novia, vestida con un traje impresionante diseñado por Giorgio Armani, el gran artífice de la transformación de Charlene, antes nadadora y ahora princesa.
Y un novio, también vestido de blanco porque lo hizo con el uniforme de gala de la guardia de Mónaco.



Fue una ceremonia correcta, diseñada para la televisión pero exenta de emoción y sentimiento.
 Charlene se mostró como una novia tímida, contenida, mientras que Alberto estuvo como ausente. Por si fuera poco, la televisión ofrecía imágenes de la pareja a pantalla partida como si de una radiografía de la situación se tratara.






En esos instantes apareció el fantasma de los rumores como lo ha venido haciendo toda la semana.
Y es que resulta muy difícil correr una cortina y pasar por alto las informaciones aparecidas en medios tan prestigiosos como L'Express y Le Figaro, que atribuyen dos hijos más a Alberto, nacidos cuando ya había iniciado su relación con Charlene, además de los ya reconocidos anteriormente.
A estas noticias se suma ahora el anuncio de que la madre de uno de estos dos pequeños está preparada para aguarle la luna de miel al nuevo matrimonio contándolo todo vía exclusiva millonaria.






Pero esta boda era necesaria para asegurar el futuro del Principado y de sus 30.500 residentes -que gozan de importantes exenciones fiscales- y para acallar rumores sobre la vida privada de Alberto y no solo de él. Hubo un tiempo en que, cuando el príncipe se resistía a casarse, los consejeros de palacio trazaron un plan B para que Andrea, el hijo mayor de Carolina, sucediera a su tío. Poco duró ya que el joven se mostró más dispuesto a la fiesta que a los negocios. Fue entonces cuando Carolina, hasta ayer primera dama del principado desde la muerte de su madre, emprendió la tarea de apoyar la candidatura de Charlene, la joven nadadora que su hermano conoció tiempo atrás en una competición deportiva.






Charlene se ha convertido en una princesa de diseño, esculpida por los mejores estilistas y algún que otro cirujano. Ahora, obtenido el físico, le falta ganarse el prestigio real y lo que es más difícil: dar credibilidad a su matrimonio. Tarea parecida a la que hace 57 años emprendió una actriz de Hollywood llamada Grace Kelly convertida en princesa de Mónaco, en cuyo modelo se inspira la recién llegada.




Hizo falta media hora de ceremonia para que los novios se mostraran algo más cercanos, más sentimentales, más reales.
 Coincidió con el momento en que Charlene pronunció su segundo y rotundo "oui" en 24 horas, que el improvisado templo palaciego recibió con una gran ovación.
Las sonrisas aparecieron con los problemas para que la alianza encajara en el dedo del novio.
Y las lágrimas brotaron en los ojos de los Wittssock cuando sonó un canto tradicional de Sudáfrica interpretado por Pumela Matshikiza.



Todo ello ante los rostros hieráticos de los reyes de Suecia y Bélgica, los únicos soberanos presentes, y los príncipes herederos de las casas reales europeas, que no paraban de abanicarse para aplacar el sofocante calor de Mónaco en julio.
Ninguno de ellos pasó inadvertido porque, a diferencia de la boda de Guillermo y Catalina, había órdenes de palacio para que todos los invitados de importancia fueran exhibidos, corroborando el carácter de espectáculo de esta boda en la que hubo poca pompa y tradición y mucho de treatalidad.




Ni tan siquiera el Ave María en la voz de Andrea Boccelli logró que la boda de Mónaco alcanzara la categoría de real en el rango y el sentimiento.