La Dama del Armiño - Leonardo Da Vinci - Se exhibe en Madrid
Todo está vivo, la luz es el pulso de las formas.
Bajo el velo de las carnes, en el aire misterioso,
todo está en calma
(Leonardo Da Vinci)
Desde el pasado día 3 de junio y hasta el 4 de septiembre, puede verse en España una obra del genial artista italiano Leonardo Da Vinci: La dama del armiño, datada en 1490.
Esta valiosa obra, uno de los cuatro retratos femeninos que pintara Da Vinci, es la estrella de la gran exposición “Polonia, tesoros y colecciones artísticas”, que puede verse en el Palacio Real de Madrid y que reune 195 obras de diversa tipologia
La dama del armiño, un óleo sobre tabla, representa a Cecilia Gallerani, una joven de 17 años, hermosa y culta, que fue la amante oficial de Ludovico Sforza, el Moro, con quien tuvo un hijo. Este lienzo es innovador en su tiempo, así lo afirma Carmen Cabeza responsable del Patrimonio Nacional, institución que ha montado la gran muestra junto al Museo Nacional de Cracovia, Acción cultural de España y la Fundación Banco de Santander.
Hasta ese momento, las figuras renacestistas se mostraban de perfil para acentuar sus rasgos. Leonardo rompe con la tradición renacestista y realiza un retrato con perspectiva tres cuartos, donde se destaca ese movimiento giratorio. En este cuadro podemos apreciar los estudios de Leonardo sobre la anotomía, sus profundos conocimientos en psicología humana y de las propiedades de la luz.
Janusz Watek, conservador del Museo Nacional de Cracovia, ha señalado que al retrato
de la dama con la cabeza girada en sentido contrario al cuerpo, Leonardo dotó a la composición de un dinamismo que no existe en otro retrato, la luz proviene de un único foco superior, proporcionando mayor relieve a la figura en una retrato que da la sensación de ser tridimensional.
El lienzo fue restaurado a principio del siglo XIX y ligeramente modificado. El original
no presentaba ese fondo negro sino que tenía un tono gris-azulado con una ventana a la izquierda de la dama.
La resonancia visual de un genio
Cuando Leonardo fue pintor de corte con Ludovico el Moro, duque de Milán, tuvo que realizar obras de encargo, como los retratos de las amigas del duque Cecilia Gallerani
y Lucrezia Crivilli, a las que trataba habitualmente en la corte milanesa. Quizás por ello no envolvió estos trabajos en el esfumato que le haría famoso. No hay nada en esta La dama del armiño del misterio de La Gioconda, aquella mujer que, según Walter Pater "como el vampiro ha muerto muchas veces y conoce los secretos del sepuncro, ha buceado en mares profundos y guarda en torno a ella sus luces apagadas".
Esta señora sonríe satisfecha y acaricia su sofisticada mascota símbolo del lujo, la realeza y quizás la fidelidad, su mirada se pierde en la lejanía más con dejadez que con misterio. El valor de este cuadro reside en su perfección formal y en el hecho de que Leonardo pintó pocos óleos y la mitad han desapecido. Perdido El Paraiso que pintó para el rey de Portugal, el Neptuno para el rey de Hungría, la Medusa con que asustó a los amigos de su padre o la Leda de la que vemos diversas copias. Quedan cuatro Leonardos excelsos en París porque fue a morir en la corte de Francisco I, dos en Londres, otros dos en San Petersburgo y este de Cracovia, que ahora se exhibe en Madrid.
Leonardo dejó muy claro su dieario en el tratado de la pintura y en esas notas maravilosas de sus diarios: "Todo está vivo, la luz es el pulso de las formas. Bajo el velo de las carnes, en el aire misterioso, todo está en calma"
Cuando se comparan los leonardos con la obra de cualquier otro pintor se reconocen enseguida. Creo que su método irrepetible consiste en la resonancia visual, sus ecos coloreados de tonos que se depositan unos en otros y se responden entre ellos.
Para él todo está en todo y cada cosa es, a la vez, efluvio y reflejo, espejo y llama.
Así como sus paisajes son temperamentos de la naturaleza, sus figuras son estados de ánimo.
La expresión de emociones interiores por medio de los movimientos del cuerpo la había aprendido del innovador Massacio. Él lo elevó a un nivel no superado en la Última Cena.
Lo primero a considerar, según él, es que el movimiento sea adecuado a los estados de ánimo, que el mayor o menor relieve de los objetos en sombra se ajuste a la distancia, que la elección de poses sea apropiada al decoro de las acciones y que los detalles correspondan al prototipo representado.
En este retrato que se expone en el Palacio Real de Madrid, el modelo es una dama de la corte favorita del déspota de turno y que el versátil Leonardo tenía que dejar bien porque,
como él mismo escribió: "Io servo chi mi paga".
La dama del armiño no es una de las grandes obras de Leonardo, es más bien un ejercicio de oficio, pero como al genio casi todo le sale por encima del nivel de los demás motales, esta obra es como todas las suyas,
una obra maestra. Resulta tan real y tan cercana que la leyenda le atribuye al pintor un romance con la elegante, altarena y bellísima mujer.
Luis Racionero