Siempre escribes y como recuerdo decias hilvanabas versos y haces poesía,
que no falten nunca, porque sin tus versos no podría seguir.
13 jun 2011
Acaricié tus palabras como si fuesen seda
Acaricié tus palabras como si fuesen seda y como un batihoja hace panes de oropensando recubrir con ellos el tesorode tu presencia, los años, la herida más aceda.
Si era cierto el encanto de las sirenas
que nos saludaban desde el mar a coro,¿no será que sus cantos se nos convirtieron en lloros y, en los sueños, la piel se les quedó seca?
Bajo las palabras que me escribieras hace años
escondí con cuidado pasiones no cumplidas,fallidas ilusiones, la expulsión del edén.
Hoy de nuevo se muestran, y me enseñan el daño que con su ocultamiento le hice a mi vida;panes de metal frío con que apresé a tu ser.
Si era cierto el encanto de las sirenas
que nos saludaban desde el mar a coro,¿no será que sus cantos se nos convirtieron en lloros y, en los sueños, la piel se les quedó seca?
Bajo las palabras que me escribieras hace años
escondí con cuidado pasiones no cumplidas,fallidas ilusiones, la expulsión del edén.
Hoy de nuevo se muestran, y me enseñan el daño que con su ocultamiento le hice a mi vida;panes de metal frío con que apresé a tu ser.
Brecha DAVID TRUEBA
.A menudo se habla de la brecha digital como esa distancia entre los restos del paleolítico que persisten entre nosotros y los últimos avances tecnológicos.
Es un abismo cotidiano.
Ninguno de nosotros era capaz de explicarse cómo funcionaba un fax, pero asumíamos su uso con alegría.
También nos resulta complicado entender el reparto de radiofrecuencias y el espacio televisivo y nos conformamos con las concesiones sin preguntarnos si no sería más justo una emisión libre por caótica que fuera.
El contraste entre lo moderno y lo de toda la vida pervive entre nosotros, como las chapas perviven junto a la Wii y las velas junto a la iluminación por leds.
El ser humano es acumulativo y anota en cuadernos mientras escribe en archivos almacenados en una nube virtual.
El mejor ejemplo de esta convivencia entre dos mundos sigue colgado en las páginas de vídeos de la Red.
Se trata de una señora que se llama pertinentemente Maruja y que telefonea a una televisión local para participar en un cutre sacaperras tipo el Eurobote.
La presentadora, una joven sin paciencia y autoritaria, como casi todos los presentadores que no se educaron en la escuela de amabilidad extrema de un Joaquín Prats, urge a la señora para que elija algunos números de un panel.
La señora, que se llama Maruja con la coherencia con que un portero de fútbol se podría apellidar Parada, comienza a escuchar su propia voz en el retorno.
El retardo la lleva a pensar que hay otra concursante por otra línea que le copia sus elecciones. Así que comienza a crisparse con ella.
Por más que la presentadora trata de hacerle entender que la voz que escucha es ella misma con unos segundos de desincronía, la mujer entra en una espiral paranoica.
Se cabrea con su propia voz, se odia a sí misma, como un personaje delirante en una fantasía breve de Borges.
Si no han visto la pieza corran a disfrutarla, merece más visitas que un vídeo de Lady Gaga.
No existe explicación más tierna de la velocidad a la que el mundo avanza, sin detenerse a esperar a quien se queda atrás, convertido en un neandertal en la era del iPhone. Nuestros abuelos, nuestros padres, nosotros mismos en algunos años.
Es un abismo cotidiano.
Ninguno de nosotros era capaz de explicarse cómo funcionaba un fax, pero asumíamos su uso con alegría.
También nos resulta complicado entender el reparto de radiofrecuencias y el espacio televisivo y nos conformamos con las concesiones sin preguntarnos si no sería más justo una emisión libre por caótica que fuera.
El contraste entre lo moderno y lo de toda la vida pervive entre nosotros, como las chapas perviven junto a la Wii y las velas junto a la iluminación por leds.
El ser humano es acumulativo y anota en cuadernos mientras escribe en archivos almacenados en una nube virtual.
El mejor ejemplo de esta convivencia entre dos mundos sigue colgado en las páginas de vídeos de la Red.
Se trata de una señora que se llama pertinentemente Maruja y que telefonea a una televisión local para participar en un cutre sacaperras tipo el Eurobote.
La presentadora, una joven sin paciencia y autoritaria, como casi todos los presentadores que no se educaron en la escuela de amabilidad extrema de un Joaquín Prats, urge a la señora para que elija algunos números de un panel.
La señora, que se llama Maruja con la coherencia con que un portero de fútbol se podría apellidar Parada, comienza a escuchar su propia voz en el retorno.
El retardo la lleva a pensar que hay otra concursante por otra línea que le copia sus elecciones. Así que comienza a crisparse con ella.
Por más que la presentadora trata de hacerle entender que la voz que escucha es ella misma con unos segundos de desincronía, la mujer entra en una espiral paranoica.
Se cabrea con su propia voz, se odia a sí misma, como un personaje delirante en una fantasía breve de Borges.
Si no han visto la pieza corran a disfrutarla, merece más visitas que un vídeo de Lady Gaga.
No existe explicación más tierna de la velocidad a la que el mundo avanza, sin detenerse a esperar a quien se queda atrás, convertido en un neandertal en la era del iPhone. Nuestros abuelos, nuestros padres, nosotros mismos en algunos años.
La caída en desgracia de Gwyneth Paltrow
Una búsqueda en Internet basta para comprobar la caída en desgracia en Estados Unidos de Gwyneth Paltrow (Los Ángeles, 1972).
Lo tiene todo -físico, estilo, carrera, voz y hasta un Oscar- y, sin embargo, no ha podido evitar un inexorable rechazo, que se comenzó a fraguar en España en 2006.
Salon, una respetada revista de Internet, se preguntaba recientemente: "¿Por qué cae tan mal Paltrow?".
Las dudas comenzaron, precisamente, en España, en una rueda de prensa en 2006, en la que Paltrow insinuó que en Europa se vivía mejor que en EE UU.
Aquello circuló por todos los diarios estadounidenses hasta forzar una aclaración de la actriz: "No soy antiamericana".
Si una estrella tiene que aclarar eso en EE UU, puede dar su carrera por herida de gravedad.
Para solucionarlo, Paltrow hizo algo todavía peor: victimizarse.
En una entrevista en enero para la edición británica de Harper's Bazaar dijo: "Ha habido un par de veces en que pensé: voy a dejarlo aquí. ¡La gente es muy mala conmigo!".
La fama ha sido dura con ella.
Después del gran éxito de Shakespeare enamorado (1998), que le brindó el Oscar, Paltrow no recabó ni un solo éxito rotundo en el cine.
Optó por una gran diversificación en aventuras empresariales de moda, alimentación y espiritualidad.
Y por mantener un blog, Goop, en el que da consejos de estilo.
Entre sus detractores es un hazmerreír por sugerir el modo de contratar a un entrenador personal o a un estilista.
En abril presentó un libro de cocina.
Entonces, The New Yorker publicó un perfil, titulado El mundo de Gwyneth, en el que, con finura, reflejaba lo desconectada que está la actriz de la realidad.
"Una vez estaba cocinando un pato y se le quemó. ¡Lo tiró a la piscina!", dijo su marido, el cantante de Coldplay, Chris Martin.
"Ella lo hace todo, ¡incluso matar las langostas!", añadió su amiga, la modelo Christy Turlington. ¿Patos? ¿Langostas? ¿Piscina? ¿Christy Turlington? A Paltrow le va a costar quitarse la imagen de chica fabulosa ajena a la vida de los estadounidenses.
Y le conviene porque en los últimos años ha intentado recobrar el éxito entre un público que no aprecia esos lujos: la gran base rural y blanca de los Estados sureños norteamericanos.
A ellos les dedicó su película, estrenada en enero, Country strong, donde cantaba diversos temas country.
Interpretaba a una estrella alcohólica, infiel y algo pérfida.
Fingió un acento sureño que tenía el mismo efecto ridículo que la impostación británica de su amiga Madonna, que tampoco es popular en su país.
Fue un fracaso.
Ahora tiene la oportunidad de redimirse: actuará junto a Matt Damon y Jude Law en la película Contagio.
La última vez que trabajó con ellos fue en El talento de Mr. Ripley. Una de las últimas veces en que la suerte le sonrió.
Lo tiene todo -físico, estilo, carrera, voz y hasta un Oscar- y, sin embargo, no ha podido evitar un inexorable rechazo, que se comenzó a fraguar en España en 2006.
Salon, una respetada revista de Internet, se preguntaba recientemente: "¿Por qué cae tan mal Paltrow?".
Las dudas comenzaron, precisamente, en España, en una rueda de prensa en 2006, en la que Paltrow insinuó que en Europa se vivía mejor que en EE UU.
Aquello circuló por todos los diarios estadounidenses hasta forzar una aclaración de la actriz: "No soy antiamericana".
Si una estrella tiene que aclarar eso en EE UU, puede dar su carrera por herida de gravedad.
Para solucionarlo, Paltrow hizo algo todavía peor: victimizarse.
En una entrevista en enero para la edición británica de Harper's Bazaar dijo: "Ha habido un par de veces en que pensé: voy a dejarlo aquí. ¡La gente es muy mala conmigo!".
La fama ha sido dura con ella.
Después del gran éxito de Shakespeare enamorado (1998), que le brindó el Oscar, Paltrow no recabó ni un solo éxito rotundo en el cine.
Optó por una gran diversificación en aventuras empresariales de moda, alimentación y espiritualidad.
Y por mantener un blog, Goop, en el que da consejos de estilo.
Entre sus detractores es un hazmerreír por sugerir el modo de contratar a un entrenador personal o a un estilista.
En abril presentó un libro de cocina.
Entonces, The New Yorker publicó un perfil, titulado El mundo de Gwyneth, en el que, con finura, reflejaba lo desconectada que está la actriz de la realidad.
"Una vez estaba cocinando un pato y se le quemó. ¡Lo tiró a la piscina!", dijo su marido, el cantante de Coldplay, Chris Martin.
"Ella lo hace todo, ¡incluso matar las langostas!", añadió su amiga, la modelo Christy Turlington. ¿Patos? ¿Langostas? ¿Piscina? ¿Christy Turlington? A Paltrow le va a costar quitarse la imagen de chica fabulosa ajena a la vida de los estadounidenses.
Y le conviene porque en los últimos años ha intentado recobrar el éxito entre un público que no aprecia esos lujos: la gran base rural y blanca de los Estados sureños norteamericanos.
A ellos les dedicó su película, estrenada en enero, Country strong, donde cantaba diversos temas country.
Interpretaba a una estrella alcohólica, infiel y algo pérfida.
Fingió un acento sureño que tenía el mismo efecto ridículo que la impostación británica de su amiga Madonna, que tampoco es popular en su país.
Fue un fracaso.
Ahora tiene la oportunidad de redimirse: actuará junto a Matt Damon y Jude Law en la película Contagio.
La última vez que trabajó con ellos fue en El talento de Mr. Ripley. Una de las últimas veces en que la suerte le sonrió.
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