1 jun 2011
Un regalo de California llamado Jonny Kaplan
Alguna vez ha dicho Jonny Kaplan que el mejor regalo de Estados Unidos al resto del mundo es su música. Con permiso del cine, la ciencia y la tecnología, es una afirmación difícil de rechazar a poco que se conozca el tremendo legado musical que ofrece la primera potencia del mundo.
Pero lo bueno de este asunto es que lo dice uno de sus mejores y más desconocidos embajadores en la actualidad. Al menos, uno de los más queridos por La Ruta Norteamericana.
Porque Jonny Kaplan es rock'n'roll estadounidense de los pies a la cabeza.
Natural de Filadelfia, Kaplan, fundador y líder de The Lazy Stars, es un músico a reivindicar. Apenas vende un puñado de discos, pero tiene los atributos de una verdadera rock star: ingenioso, alto, desgarbado como un Jim Morrison al uso, amante de los tejanos raídos y apasionado de California.
Características de un perfil propio del más fiel representante del rock estadounidense entre los sesenta y los setenta.
Pero, como todo compositor con categoría de artista, los puntos fuertes residen en su música.
Un vibrante rock de tintes sureños que se revuelve con un espíritu impetuoso de la Costa Oeste.
Cruce de caminos de una persona que vive a caballo entre Los Angeles y Nashville, y que dejó en su juventud Nueva York por California.
Una decisión acorde para alguien que a los 13 años ya se empapaba de los discos de Gram Parsons.
Jonny Kaplan es además muy querido en el mundillo de la música norteamericana.
Es íntimo amigo de Lucinda Williams.
La cantante de Luisiana se acerca siempre que puede a verle a sus actuaciones, e incluso Kaplan ha grabado con la mano derecha de Williams, Dough Pettibone, espléndido guitarrista que si da la bendición a un músico es para estar más que orgulloso.
También ha entrado a un estudio de grabación con Rami Jafee (Wallflowers), Ken Stringfellow (guitarrista de REM y The Posies) o Christopher Thorn (Blind Melon). Precisamente, tras sustituir a uno de los miembros de Blind Melon, Chiris Thorn le empujó para sacar su primer disco, California Heart.
La lista de colaboraciones sobre un escenario impone incluso más. Ha tocado en directo con Lucinda Williams, Keith Richards, Ben Harper, Norah Jones, Dee Dee Ramone, Dwight Yoakam, Kings Of Leon, Turbonegro, Shane McGowan o Wilco, entre otros.
El rockero ambulante regresa a España con una amplia gira por varias ciudades.
Empieza este viernes en Bilbao.
Yo estaré como un clavo el próximo 15 de junio en la Sala Sol de Madrid. Disfrutar de Kaplan es toda una motivación, pero también quiero ver a los teloneros, The Serpientes, una banda madrileña que mezcla rock americano con garage y a la que tengo un gran cariño.
Y una cosa está clara: músicos como Jonny Kaplan dignifican al rock’n’roll en la actualidad.
Con esas composiciones luminosas y ese feeling rock, muy Stone, tan contagioso, su sola existencia es razón suficiente para saber que todavía hay bares por descubrir, quedan obreros de los acordes, sin auras de estrella, por disfrutar.
Siempre al pie del escenario.
Pero lo bueno de este asunto es que lo dice uno de sus mejores y más desconocidos embajadores en la actualidad. Al menos, uno de los más queridos por La Ruta Norteamericana.
Porque Jonny Kaplan es rock'n'roll estadounidense de los pies a la cabeza.
Natural de Filadelfia, Kaplan, fundador y líder de The Lazy Stars, es un músico a reivindicar. Apenas vende un puñado de discos, pero tiene los atributos de una verdadera rock star: ingenioso, alto, desgarbado como un Jim Morrison al uso, amante de los tejanos raídos y apasionado de California.
Características de un perfil propio del más fiel representante del rock estadounidense entre los sesenta y los setenta.
Pero, como todo compositor con categoría de artista, los puntos fuertes residen en su música.
Un vibrante rock de tintes sureños que se revuelve con un espíritu impetuoso de la Costa Oeste.
Cruce de caminos de una persona que vive a caballo entre Los Angeles y Nashville, y que dejó en su juventud Nueva York por California.
Una decisión acorde para alguien que a los 13 años ya se empapaba de los discos de Gram Parsons.
Jonny Kaplan es además muy querido en el mundillo de la música norteamericana.
Es íntimo amigo de Lucinda Williams.
La cantante de Luisiana se acerca siempre que puede a verle a sus actuaciones, e incluso Kaplan ha grabado con la mano derecha de Williams, Dough Pettibone, espléndido guitarrista que si da la bendición a un músico es para estar más que orgulloso.
También ha entrado a un estudio de grabación con Rami Jafee (Wallflowers), Ken Stringfellow (guitarrista de REM y The Posies) o Christopher Thorn (Blind Melon). Precisamente, tras sustituir a uno de los miembros de Blind Melon, Chiris Thorn le empujó para sacar su primer disco, California Heart.
La lista de colaboraciones sobre un escenario impone incluso más. Ha tocado en directo con Lucinda Williams, Keith Richards, Ben Harper, Norah Jones, Dee Dee Ramone, Dwight Yoakam, Kings Of Leon, Turbonegro, Shane McGowan o Wilco, entre otros.
El rockero ambulante regresa a España con una amplia gira por varias ciudades.
Empieza este viernes en Bilbao.
Yo estaré como un clavo el próximo 15 de junio en la Sala Sol de Madrid. Disfrutar de Kaplan es toda una motivación, pero también quiero ver a los teloneros, The Serpientes, una banda madrileña que mezcla rock americano con garage y a la que tengo un gran cariño.
Y una cosa está clara: músicos como Jonny Kaplan dignifican al rock’n’roll en la actualidad.
Con esas composiciones luminosas y ese feeling rock, muy Stone, tan contagioso, su sola existencia es razón suficiente para saber que todavía hay bares por descubrir, quedan obreros de los acordes, sin auras de estrella, por disfrutar.
Siempre al pie del escenario.
Leonard Cohen, el guardián sentimental del alma
La vida es caprichosa. Justo cuando Bob Dylan, el último músico en recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, andaba celebrando sus 70 años de vida, Leonard Cohen, tal vez el compositor que más se ha acercado a esa etiqueta de poeta tan apropiada para la obra de Dylan en la música anglosajona, y uno de los pocos que ha podido rivalizar con él en composiciones trascendentales, recibe este mismo galardón, en su sección de las Letras, que el año pasado recayó en el escritor libanés Amin Maalouf.
Aunque son artistas diferentes, con evoluciones distintas, existen paralelismos que no se pueden obviar entre Cohen y Dylan, y que sirven para situar al recién galardonado. En la cultura popular, ambos representan al cantautor cum-laude, al músico que sobrepasa la frontera de lo estrictamente musical para acampar con su obra en la literatura. Aunque mayor que Dylan, Cohen, de 77 años, empezó más tarde en el negocio que el cantante de Minnesota. Para cuando publicó su primer disco, Songs of Leonard Cohen, en 1967, Dylan había hecho la revolución en el pop-rock. Andaba alejado del ruido y el mundo, componiendo baladas de country y folk en Nashville, a su bola, como siempre.
Cohen, por su parte, siempre fiel a su papel y lápiz, dejaba los escenarios de folk para pisar por primera vez un estudio de grabación. Iba de la mano del gran John Hammond, un cazatalentos sin igual en la música norteamericana, que años antes había hecho lo mismo con Dylan.
Ambos debutaban en Columbia Records, una de las grandes compañías discográficas de EE UU.
Fue un bautizo musical sobresaliente.
Pocos álbumes de debut han sido tan excepcionales como Songs of Leonard Cohen, una obra maestra que ofrecía ya todas las claves que ilustran al nuevo Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
Aunque se reconocía escritor antes que cantante –había publicado poemas y libros-, Cohen estructuró un disco maravilloso, inolvidable, de arreglos sencillos y una magnética profundidad lírica.
El cantante canadiense se erigía como un retratista del alma, planeando con ambición por un mundo dominado por el amor y el deseo.
Bajo una resonancia similar al Code of Silence de Simon & Garfunkel, publicado poco antes, Songs of Leonard Cohen se caracterizaba por su gran impacto emocional y psíquico.
Aquellos susurros eran la desnudez de la vida en formato disco. Delicadeza como seña de identidad para la música de autor que ha representado siempre Cohen.
Con este premio, el valor de la música de autor como expresión artística vuelve adquirir relevancia, aunque habrán tenido en cuenta sus libros de poesía y novelas.
Aún sin ser tan prolífico como Dylan u otros compañeros del gremio, Cohen es guardián de una labor creadora exquisita, donde se cosechan tesoros compositivos.
Desde sus comienzos, el músico canadiense ha mostrado un asombroso talento y arrojo para cruzar música y literatura, una envidiable capacidad para crear poemas musicados o canciones con certeza poética.
Hace años se supo que quedó enamorado de Federico García Lorca y fue parte del homenaje de Enrique Morente en el magnífico Omega.
De una pureza impura, canciones como Suzanne, Hallelujah, The Stranger, Chelsea Hotel No. 2, I’m your man, Sisters of Mercy o Avalanche alcanzan un clímax místico difícil de encontrar en el trepidante y campechano mundo del rock y el pop.
Nadie duda de la fuerza innata de su música pese a no necesitar de contundentes ropajes sonoros ni fuegos pirotécnicos.
Con esa voz grave, que parece surgir del fondo de una caverna, la sensibilidad ha sido siempre el motor de su obra, y el rasgo fascinante de su cancionero.
Como un caballero de la triste figura, con su sombrero y su flaqueza estilística, Cohen ha aportado sex-appeal al noble arte de componer canciones y cantarlas. Su monotonía vocal, muchas veces criticada y entendida como una especie de ser un anticantante, es vista por sus seguidores como un consuelo. Acuden a Cohen para curar las heridas o tener un hogar entre las ruinas de la vida. Como el farolero en la noche oscura, Cohen, íntimo y humano, ilumina el camino para los sinuosos trazos sentimentales del alma.
Los premios Príncipe de Asturias vuelven a reconocer el valor de la composición musical. Su trascendencia mucho más allá del hilo musical y el mero entretenimiento irrelevante y soez al que nos tienen abocados las radiofórmulas y el negocio dominado por los ejecutivos y especuladores del sonido.
Allí donde no suena la música monótona del anticantante Leonard Cohen. Allí donde sus letras son literatura.
Antes fue Dylan. Hoy es Cohen. Gana la música. Ganamos todos. Por una vez, aleluya, y enhorabuena al guardián Cohen.
Aunque son artistas diferentes, con evoluciones distintas, existen paralelismos que no se pueden obviar entre Cohen y Dylan, y que sirven para situar al recién galardonado. En la cultura popular, ambos representan al cantautor cum-laude, al músico que sobrepasa la frontera de lo estrictamente musical para acampar con su obra en la literatura. Aunque mayor que Dylan, Cohen, de 77 años, empezó más tarde en el negocio que el cantante de Minnesota. Para cuando publicó su primer disco, Songs of Leonard Cohen, en 1967, Dylan había hecho la revolución en el pop-rock. Andaba alejado del ruido y el mundo, componiendo baladas de country y folk en Nashville, a su bola, como siempre.
Cohen, por su parte, siempre fiel a su papel y lápiz, dejaba los escenarios de folk para pisar por primera vez un estudio de grabación. Iba de la mano del gran John Hammond, un cazatalentos sin igual en la música norteamericana, que años antes había hecho lo mismo con Dylan.
Ambos debutaban en Columbia Records, una de las grandes compañías discográficas de EE UU.
Fue un bautizo musical sobresaliente.
Pocos álbumes de debut han sido tan excepcionales como Songs of Leonard Cohen, una obra maestra que ofrecía ya todas las claves que ilustran al nuevo Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
Aunque se reconocía escritor antes que cantante –había publicado poemas y libros-, Cohen estructuró un disco maravilloso, inolvidable, de arreglos sencillos y una magnética profundidad lírica.
El cantante canadiense se erigía como un retratista del alma, planeando con ambición por un mundo dominado por el amor y el deseo.
Bajo una resonancia similar al Code of Silence de Simon & Garfunkel, publicado poco antes, Songs of Leonard Cohen se caracterizaba por su gran impacto emocional y psíquico.
Aquellos susurros eran la desnudez de la vida en formato disco. Delicadeza como seña de identidad para la música de autor que ha representado siempre Cohen.
Con este premio, el valor de la música de autor como expresión artística vuelve adquirir relevancia, aunque habrán tenido en cuenta sus libros de poesía y novelas.
Aún sin ser tan prolífico como Dylan u otros compañeros del gremio, Cohen es guardián de una labor creadora exquisita, donde se cosechan tesoros compositivos.
Desde sus comienzos, el músico canadiense ha mostrado un asombroso talento y arrojo para cruzar música y literatura, una envidiable capacidad para crear poemas musicados o canciones con certeza poética.
Hace años se supo que quedó enamorado de Federico García Lorca y fue parte del homenaje de Enrique Morente en el magnífico Omega.
De una pureza impura, canciones como Suzanne, Hallelujah, The Stranger, Chelsea Hotel No. 2, I’m your man, Sisters of Mercy o Avalanche alcanzan un clímax místico difícil de encontrar en el trepidante y campechano mundo del rock y el pop.
Nadie duda de la fuerza innata de su música pese a no necesitar de contundentes ropajes sonoros ni fuegos pirotécnicos.
Con esa voz grave, que parece surgir del fondo de una caverna, la sensibilidad ha sido siempre el motor de su obra, y el rasgo fascinante de su cancionero.
Como un caballero de la triste figura, con su sombrero y su flaqueza estilística, Cohen ha aportado sex-appeal al noble arte de componer canciones y cantarlas. Su monotonía vocal, muchas veces criticada y entendida como una especie de ser un anticantante, es vista por sus seguidores como un consuelo. Acuden a Cohen para curar las heridas o tener un hogar entre las ruinas de la vida. Como el farolero en la noche oscura, Cohen, íntimo y humano, ilumina el camino para los sinuosos trazos sentimentales del alma.
Los premios Príncipe de Asturias vuelven a reconocer el valor de la composición musical. Su trascendencia mucho más allá del hilo musical y el mero entretenimiento irrelevante y soez al que nos tienen abocados las radiofórmulas y el negocio dominado por los ejecutivos y especuladores del sonido.
Allí donde no suena la música monótona del anticantante Leonard Cohen. Allí donde sus letras son literatura.
Antes fue Dylan. Hoy es Cohen. Gana la música. Ganamos todos. Por una vez, aleluya, y enhorabuena al guardián Cohen.
Leonard Cohen, Príncipe de Asturias de las Letras
La poesía cantada, esas novelas de seis minutos y pico, la prosa mecida por inconfundibles melodías folk le han valido al músico Leonard Cohen (Montreal, 1934) el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
Por sus canciones de marcado carácter literario, sí, pero también por su obra no cantada, libros como Flores para Hitler, Los hermosos vencidos, Comparemos mitologías, o la novela El juego favorito.
Leonard Cohen, el susurro feroz
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"Oigo música actual con gran placer, sin reconocer a nadie"
Dos viejos amigos en Benicàssim
Leonard Cohen inicia triunfalmente en León su gira española
Con esta decisión, el jurado de los galardones hace realidad una vieja amenaza de la Academia Sueca: conceder su máxima distinción literaria a un simple cantante de rock. A lo mejor el Nobel nunca acaba por recaer en Bob Dylan, pero sí ha merecido un Príncipe de Asturias el cantautor canadiense cuyas letras (Suzanne, Last year's man, So long Marianne, Joan of Arc. Famous Blue Raincoat o I'm your man) son leídas con la reverencia debida a las grandes obras de la literatura por generaciones de oyentes.
El jurado ha destacado el "imaginario sentimental" creado por Leonard Cohen en el que "la poesía y la música se funden en un valor inalterable".
Posiblemente ahora cobre todo su sentido el hecho de que la carrera de Cohen, fenomenal recitador de voz grave y ascendencia lituana, comenzase en los cenáculos literarios en aquellos años 60 en los que la generación que revisó las tradiciones del folk introdujo la sensibilidad poética de autores estadounidenses como Walt Whitman o Henry David Thoreau.
Su novela de debú, El juego favorito, tomó la forma de un libro de aprendizaje.
Después vendría el fichaje por Columbia Records, auspiciado por John Hammond. Y su estreno discográfico, Songs of Leonard Cohen, acaso uno de los mejores álbumes de la historia del rock.
Se abría con Suzanne, una letra dedicada platónicamente a una bailarina canadiense que ya daba idea de unas inquietudes poéticas nada común en la industria de la música: "Y cuando tratas de decirle / que careces de amor para ofrecer / te coge y te mece entre sus brazos / dejando que el río conteste / que siempre fuiste su amante".
La pulsión estilística de Cohen nunca desapareció desde entonces, en discos como Songs from a Room (1969), Songs of Love and Hate (1971), Death of a Ladies' Man (1977, con producción de Phil Spector), I'm Your Man (1988) o su último álbum de estudio Dear Heather(2004).
Cohen visitó España por última vez en 2010 en una gira enmarcada en un tour monumental, espoleado por la pertinaz ruina en la que se quedó tras el último divorcio. El tour le llevó por todo el mundo desde 2009 (en realidad, eran dos giras enlazadas). Una prueba de lo que se pudo ver en aquellos conciertos está contenida en Live in London (2009).
Cohen firmó un brillante capítulo en su relación con España cuando colaboró con sus composiciones para un disco de Enrique Morente, Omega (1996). El Festival Internacional de Benicàssim fue testigo del reencuentro entre ambas leyendas de la música.
El galardón, que el año pasado recayó en el escritor libanés Amin Maalouf, reconoce a las personas cuya labor creadora o de investigación represente una contribución relevante a la cultura universal en los campos de la literatura o de la lingüística.
De los ocho galardones que convoca la Fundación Príncipe de Asturias, el de las Letras ha sido el quinto en fallarse en la presente edición.
La entrega de los premios será en otoño en el teatro ovetense Campoamor, presidida por Don Felipe de Borbón.
Cada premio está dotado con 50.000 euros y la escultura creada expresamente por Joan Miró.
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