11 abr 2011
Faltan 18 días para su enlace
Para los que deseen acordarse de la ciudad de la boda, una idea es este portafotos, uno de los muchos souvenirs con los que Londres ya hace caja. (TEXTOS: MARÍA PORCEL)
Vidas rebeldes, la leyenda fotográfica del último 'western'
A algunos rodajes les persigue la leyenda.
Al de Vidas rebeldes (The Misfits, en inglés) además, le persigue la mayor melancolía. Había tanto dolor acumulado en aquel set que todavía hoy, medio siglo después de que John Huston reuniera en el desierto de Nevada a tres estrellas en su ocaso -Clark Gable, Marilyn Monroe y Montgomery Clift- se puede palpar la fatal deriva en la que estaban sus célebres intérpretes.
Vidas rebeldes no era un western al uso.
Era, en palabras de su escritor, Arthur Miller, un western del este. Un oxímoron que él resolvía a lo grande: "¡El último western¡".
The Misfits: la historia de un rodaje (Phaidon) es el libro que recoge, con textos de Serge Toubiana y una larga entrevista a Miller, gran parte de las 200 imágenes capturadas, entre otros, por Eve Arnold, Henri Cartier Bresson, Elliot Erwitt, Dennis Stock e Igne Morath. Es decir, palabras mayores de la historia de la fotografía.
Todos ellos quisieron buscar la verdad detrás de los protagonistas de una película en la que -quizá porque se intuía el adiós- se apoderaron como nunca de sus personajes hasta hacerlos más suyos que nunca.
Vidas rebeldes (The Misfits) fue la última película de Gable, que la rodó gravemente enfermo y que moriría pocos días después de rodar su último plano; también fue la última de Marilyn, la actriz pasaba por uno de sus ciclos autodestructivos y que veía que su matrimonio con Miller naufragaba;
y fue unas de las últimas de Clift, cuya adicción a las drogas estaban terminando de romper el rostro de cristal que pocos años antes se había desfigurado en un accidente de tráfico.
En definitiva, se mascaba la tragedia cuando la agencia Vidas rebeldes Magnum decidió enviar a nueve de sus mejores cámaras a retratar la vida de aquella producción.
Un filme de leyenda
El trabajo de aquellos reporteros ha contribuido a agigantar la leyenda del filme.
No solo porque Igne Morath (a la que debemos algunas de las imágenes más hermosas de una Marilyn tan inmensa como desquiciada) acabara casada con Miller sino porque pocas veces unas estrellas del cine han parecido tan de carne y hueso.
La identificación con lo que rodaban de Gable, Monroe y Clift (que crearon entre ellos una extraña relación de padre-hija-hermano) era tan poderosa que vida-rodaje y película forman hoy parte de la misma verdad o, si se quiere, la misma ficción.
Evidentemente, a esa identificación contribuyó que el escritor de la película era Miller, el hombre que mejor conocía la inseguridad que acechaba a la mujer más deseada del planeta y el hombre que había buscado el reparto perfecto y al director perfecto para su mujer y para su historia.
En su entrevista con Toubiana, el autor de Muerte de un viajante reconoce sus sentimientos encontrados con la película.
Fue concebida como un regalo para su mujer pero se convirtió en la película que provocó su definitivo colapso.
Era, explica Miller, su gran oportunidad para demostrar que podía ser una actriz dramática. Y eso, al menos, quedó claro.
Pero la incurable inseguridad de la actriz pudo con todo lo demás.
La historia de una chica que viaja a Reno para divorciarse y del grupo de vaqueros que allí conoce, cazadores furtivos de caballos salvajes, estaba llena de diálogos que hoy es imposible leer sin sentir un escalofrío.
Una de esas historias de perdedores que ya no tienen nada que perder.
Gable (Gay Langland, el viejo vaquero del que es imposible no enamorarse hasta los huesos) le dice a Marilyn (Roslyn, esa chica triste capaz de hacer feliz al más miserable de los hombres):
"Algunas veces tenemos que irnos, con motivo o sin él.
Morir es tan natural como vivir. Y un hombre que tiene miedo a morir tiene miedo a vivir". Resulta difícil no intuir algo perverso en la mano de Miller, el hombre que movía los hilos de la ficción sabiendo demasiado de su trastienda.
Como resulta imposible no ver que todo aquello fue posible porque allí estaba un director que amaba la vida mucha más de lo amaba las películas.
John Huston se comportó con su célebre cinismo, pero también con una sabiduría y elegancia que ojalá no hubieran perecido con los de su raza.
Marilyn rodó una escena semidesnuda para ganar audiencia y Huston decidió cortarla ("siempre he sabido que las chicas tienen pechos", dijo el director justificando su renuncia al plano).
Solo es una pequeña decisión, pero de esas que agrandan una figura.
Un día, fuera del rodaje, el director se fue al casino con su actriz, y allí le dio el único consejo que un hombre como él podía darle: "Cariño, no lo pienses, solo tira los dados. Esa es la historia de tu vida. No lo pienses, hazlo".
Muero
¿Quién soy yo al final?
¿Quién fui?
¿Fui algo, no fui nada, o lo fui todo?
Ahora puedee que sea un rey destronado
que siente la tristeza de estar vencido.
Sí, eso soy soy: un rey apresado
al que no le mereció la pena
de reinar como reinó,
ni de dar lo que dió,
ni de recibir tanto,
porque poco disfrutó
lo que nunca compartió.
¿Muero aquí?
Sí, desde luego.
Es el final.
Escucho el trotar
de los caballos desbocados
que se suben por las paredes
inmaculadas del hospital.
Están ahí, cercándome,
llenándome la garganta
del amargo sabor del aceite
y secándome la lengua
con el miedo.
Es el sabor a mi carne.
Todo acaba, sí.
Sus jinetes clavan
en las profundidades frías
donde duerme mi alma,
silencios de vida.
Ellos sonríen
y yo me muero
mientras los amarillos
visten mi rostro
como si besaran
atardeceres.
¿Muero?
Sí, y no gustoso.
Tristeza
Debó empezar a escribir sobre la tristeza,
sobre la nostalgia o sobre la melancolía,
pero dudo mil veces sobre un cuaderno negro
sintiendo como no me ha quedado ni un ángel
ni una musa dorada para la sonrisa.
Mis labios se mueren. Ya no miran para adelante
ni para atrás. Ni los sueños y sus rosas
florecen entre tus voces.
Así que recogeré mis papeles,
o los tiraré por la ventana para verlos ir.
Que no vuelvan, para qué,
quizás lo mejor, y lo más razonable,
es que yo me marchase con ellos
tras las musas y los ángeles.