Crónica entre bastidores de una velada en la que el cine sustituyó al 'bel canto' .
Plácido Domingo no inauguró el Teatro Real, lo desmentían anoche en los corrillos de la 25ª gala de los Premios Goya.
No fue la voz del tenor madrileño interpretando Divinas palabras la que primero sonó en la reapertura en 1997 del coliseo madrileño sino que fue un coro de cineastas que, de la mano de la entonces ministra de Cultura, Carmen Alborch, se marcaron a capela el repertorio de Miguel de Molina e Imperio Argentina en un escenario aún en obras y frente a un patio de butacas sin butacas.
Allí estaban Fernando Trueba, Ana Álvarez, Ariadna Gil, Penélope Cruz o José Luis García Sánchez y la voz cantante sobre el escenario la llevó Luis Alegre (escritor, cinéfilo insobornable y conciliador de tantas esquinas del cine español). Carmen Alborch se reía anoche confirmando la leyenda urbana: "Sí, fue el cine español el que inauguró este teatro.
Entonces ya nos temíamos que íbamos a perder las elecciones y se me ocurrió hacer aquí aquella reunión pensando que un elenco de gente del cine tenía que venir a ver el Real, fue una curiosa manera de crear complicidades con el mundo de la ópera".
La consagración de Agustí Villaronga
Aquel aquelarre bajo los imponentes techos de este edificio neoclásico selló ayer su pacto definitivo invocando esos eternos fantasmas (cuyas correrías incluyeron un misterioso apagón en el momento cumbre de la noche que dejó completamente a oscuras y sin comunicación la sala de prensa blindada en el sexto piso) que guarda todo teatro de ópera que se precie.
El patio de butacas del Real, más iluminado que de costumbre quizá para que nadie perdiera detalle, nunca albergó tantas historias por metro cuadrado, nunca vio tanto famoso en sus balcones y nunca sufrió tanta tensión por una gala festiva.
La seguridad se duplicó en las horas previas a la ceremonia, el temor a que los manifestantes convocados por Anonymous pudieran entrar en el teatro convirtió el acceso en una olla a presión.
Huevos e insultos, era una entrada inevitablemente tensa y desangelada porque el dispositivo policial se sumó a la lluvia y al frío.
Pocos salían a fumar, mejor hacerse una foto con el perro Pancho (mascota del patrocinador principal, Loterías del Estado), que, sentado en una butaca del vestíbulo principal, aguantó pacientemente los pellizcos y los achuchones nerviosos de buena parte de los invitados.
Hubo un control minucioso de documentos de identidad y de invitados, uno por uno, y quizá por eso muchos pensaron que la interrupción de Jaume Marquet Cuna, conocido como Jimmy Jump por su manera de burlar la seguridad de partidos de fútbol y de grandes acontecimientos, era un desafortunado gag y no un aún más desafortunado fallo en el control de seguridad.
Al final no fue un internauta el que rompió la noche sino un triste payaso.
Tenía que ser una gala diferente, quizá demasiado diferente.
Y por eso todo parecía poco, había rumores de invitados estrella que nunca llegaron (Salma Hayek y ¿Robert de Niro?) y ni las más impactantes invitadas (Ana Belén de un rojo intenso "a tono", explicó ella, con la noche; o Najwa Nimri, envuelta en un vestido de encaje de Dolce&Gabbana) parecían suficiente.
Eso que llaman el marco incomparable a veces es un arma de doble filo.
Quizá también por ello la jerarquía de la noche resultó algo confusa.
De todas las entradas, impactó la de Norman Foster y Elena Ochoa.
Él con una chaqueta de terciopelo berenjena y un jersey negro de cuello alto perfecto y ella con un collar-escultura de oro.
La estampa resultaba tan regia que inevitablemente contrastaba con demasiados brillantes alquilados y demasiadas galas tan reconocibles como impersonales.
Los candidatos al mejor documental (lo ganó la película de Pasqual Maragall sobre el alzhéimer) tenían un sitio de honor en el patio.
Las 600 butacas de la platea reunieron a todos los candidatos de la noche y en los palcos (muchos inutilizados por las cámaras) nunca se había visto tanto ídolo de la televisión. En el paraíso, como se llama al gallinero del Real, Luis Miñarro (un radical del cine de autor) buscaba su asiento.
Alex de la Iglesia (entre la ministra Ángeles González-Sinde y la vicepresidenta Elena Salgado) entró tarde y además tardó en sentarse.
Saludó a unos y a otros, subió y bajó por el pasillo mientras González-Sinde permanecía quieta en su asiento.
El nervio del cineasta contrastaba con la aparente tranquilidad de la ministra, que se entretenía ensimismada en la pantalla de su teléfono móvil.
Solo la interrumpió de su juego de pulgares el abrazo de Javier Bardem, que alargó la mano a Elena Salgado y charló con González-Sinde antes de sentarse con su madre en la primera fila.
El actor pasó fugaz por la carpa, por la alfombra roja y por el vestíbulo, y quizá le hubiera gustado también pasar fugazmente por una gala que se hizo tediosa y larga.
Una fiesta de la que se esperaban demasiadas emociones, demasiados gestos y acaso demasiadas ilusiones.
14 feb 2011
La consagración de Agustí Villaronga
'Pa negre' arrasa en los Goya con nueve premios - Alex de la Iglesia sentencia en su discurso de despedida de la Academia: "Internet es la salvación de nuestro cine" .
Agustí Villaronga se levantó de la butaca, ya de madrugada, sabiendo que le tocaba afrontar la deseable hora de la consagración. Dueño de una de las trayectorias más personales e intransferibles del cine español con títulos como El mar, 99.9 o Tras el cristal, el director mallorquín salió del Teatro Real como gran triunfador de la XXV edición de los premios Goya. Pa negre, salvaje reconstrucción de un feroz drama familiar en la Cataluña posterior a la Guerra Civil, se hizo con nueve estatuillas, incluidas las grandes guindas: Mejor película y mejor director. Balada triste de trompeta de Alex de la Iglesia (dos premios) y También la lluvia, de Iciar Bollain (tres), fueron las grandes perdedoras de la noche. La cuarta película en discordia, Buried (Enterrado), de Rodrigo Cortés, se alzó también con tres premios.
Álex de la Iglesia: "Internet es la salvación de nuestro cine"
Mucho galardonado primerizo en la corte del rey Bardem
Un simulacro de 'glamour'
Los fantasmas de la ópera
Entre Puccini y Berlanga
Y Anonymous dio la cara
Premios Goya: La alfombra roja
FOTOS - REUTERS/ Juan Medina - 13-02-2011
Sinde y de la Iglesia. El director y presidente de la Academia, Alex de la Iglesia, recibe a la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde.- REUTERS/ Juan Medina
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ENTREVISTA DIGITAL - 17-02-2011- 13:00h.
Crítico de cine y columnista de EL PAÍS - Desde Berlín.
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Habían asistido las muy engalanadas huestes del cine español a la noche de los Goya sin tener claro si, sobre el escenario del Real, se iba a representar una amable ópera bufa como L' elisir d' amore, algo estruendoso como El ocaso de los dioses o peor, algo trágico como Carmen, cruce de navajas incluido. Los últimos acontecimientos hacían pensar en una mezcla de lo segundo y de lo tercero. Pero no llegó la sangre al río. Aunque bufa sí que fue la noche, sí. ¿Cómo no iba a serlo con Buenafuente de sereno? Por cierto: dio toda la sensación de que, como ocurría en los tiempos de Rosa Maria Sardá, cada vez que el showman catalán aparecía en escena, la gala subía de tono. Al final, la cosa declinó bastante. Con media horita menos tampoco habría pasado nada...
Los Goya de la tormenta (la de lluvia y la otra) arrancaron con una fastuosa exhibición del mago de El Terrat, que se sacó de la chistera mil y una coñas brillantes, empezando por ese hilarante y surrealista cortometraje que mezclaba imágenes de algunas de las películas nominadas ayer con su propio one man show.
"Esto ha sido una descarga legal", dijo Buenafuente entre las risotadas del patio de butacas nada más descender de los cielos vestido de blanco celestial. Y luego pasó a reírse de la pareja de moda, Ángeles-Alex. "La ministra Ángeles González-Sinde... y Alex de la Iglesia... juntos... y creo que hasta han venido en el mismo taxi... con tanto roce, a ver si esto va a terminar...". A Javier Bardem, por su parte, le espetó: "Fantástico lo del niño, Javier... ¡es una lástima que lo hayas tenido el año en el que han quitado el cheque-bebé!".
La ristra de estatuillas arrancó con el Goya al mejor actor de reparto para Karra Elejalde por su soberbia recreación de un actor haciendo de Cristóbal Colón en También la lluvia, de Iciar Bollain.
Acto seguido llegó el numerito musical de la noche, que versó sobre las indisimuladas ganas que todo actor tiene de ganar un Goya.
Lo protagonizaron Luis Tosar, Asier Etxeandia, Paco León, Hugo Silva, Fernando Guillén Cuervo, Inma Cuesta y Laura Pamplona, no sin algún que otro gallo altisonante.
Uno de los momentos más emotivos llegó de la mano de Pasqual Maragall.
"Perdonen los pitidos que salen de aquí sin parar, son felicitaciones", dijo el exalcalde de Barcelona y ex presidente de la Generalitat enseñando su teléfono móvil, cuando recogió junto a su esposa Diana Garrigosa el premio al Mejor documental para Bicicleta, cuchara, manzana, película que narra su día a día en manos del alzhéimer.
Y como no solo en Balada triste de trompeta salen payasos, saltó feliz y contento al escenario del Real -tocado con su barretina- el inefable Jimmy Jump, ese chisgarabís que lo mismo interrumpe un partido del Barça que un Festival de Eurovisión o unos premios de cine. Su performance duró segundos.
Fue interceptado por el servicio de seguridad y luego Buenafuente le llamó imbécil.
Su aparición estelar precedió al premio al mejor actor para Javier Bardem por su personaje de Uxbal en Biutiful, de Alejandro González Iñárritu. Bardem dio gracias a sus compañeros por el apoyo y brindó el premio a su mujer, Penélope Cruz, y a su hijo: "Por despertame todos los días el corazón y la sonrisa".
Fue una noche de unión. Imposible saber si en los días previos a la gala algún alma lúcida decidió impartir teórica a las atribuladas huestes de nuestro cine, con el fin de construir una unidad, aunque fuera una unidad de cartón piedra... ¿Fueron de cartón y de piedra esas imágenes de la ministra de Cultura deslizando su brazo por encima del de Alex de la Iglesia?
Fueron, en todo caso, las escenas de la noche.
Pese a salir cinematográficamante derrotado en el podio de los Goya, Alex de la Iglesia fue, con Villaronga, el hombre de la noche merced a su discurso como presidente de la Academia.
Un discurso de unidad y de adiós (dejará la presidencia en cuanto se convoquen elecciones, de aquí a tres meses como mucho). "Puede parecer que llegamos a este día separados, pero eso es el resultado de la lucha de cada uno por sus convicciones, porque todos estamos en lo mismo, que es la defensa del cine... yo felicito a todos por caminar juntos en la divergencia", dijo en un tono grave.
Ante la atenta mirada de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, y cuando hace unos días se conocían los desastrosos resultados del cine español en 2010, Alex de la Iglesia no dudó en lanzar un juicio sumarísimo: "Sin público, nada de esto tiene sentido". Tampoco quiso obviar los sucesos recientes en torno a la gestación de la ley Sinde (a la postre, el motivo de su inminente adiós a la Academia): "Las reglas del juego han cambiado (...) Internet no es el futuro como creen algunos, es el presente.
Ese público que hemos perdido no va al cine porque está en su casa delante de una pantalla de ordenador".
Y zanjó: "No tenemos miedo a Internet, es la salvación de nuestro cine".
La despedida llegó así: "Quiero despedirme en mi última gala como presidente: qué mas da ganar o perder si podemos hacer cine, somos cineastas, contamos historias para que la gente viva en ellas, creamos sueños".
Fueron más de tres horas de una noche en la ópera, de una noche de premios de cine que, pese a las lentejuelas y los mensajes de unidad, no borrarán la esperpéntica imagen ofrecida en el pasado reciente por un colectivo, el del cine español, mucho más capacitado para las guerras personales que para la reactivación de una industria maltrecha.
Preguntas básicas siguen sin ser respondidas: ¿por qué se producen tantas películas al año, si no caben en el parque de pantallas?, ¿alguien se cree en serio que es la piratería en Internet lo que está ocasionando daños tan gravísimos al cine español? ¿En qué nuevas fórmulas de negocio están pensando quienes hacen cine y lo venden y aquellos que tienen que procurar las condiciones idóneas para que eso se pueda hacer, es decir, el Ministerio de Cultura?
A ni una sola de esas cuestiones respondió ayer nadie en la gala de los premios Goya. Eso sí, todo resultó muy bonito.
También largo.
Agustí Villaronga se levantó de la butaca, ya de madrugada, sabiendo que le tocaba afrontar la deseable hora de la consagración. Dueño de una de las trayectorias más personales e intransferibles del cine español con títulos como El mar, 99.9 o Tras el cristal, el director mallorquín salió del Teatro Real como gran triunfador de la XXV edición de los premios Goya. Pa negre, salvaje reconstrucción de un feroz drama familiar en la Cataluña posterior a la Guerra Civil, se hizo con nueve estatuillas, incluidas las grandes guindas: Mejor película y mejor director. Balada triste de trompeta de Alex de la Iglesia (dos premios) y También la lluvia, de Iciar Bollain (tres), fueron las grandes perdedoras de la noche. La cuarta película en discordia, Buried (Enterrado), de Rodrigo Cortés, se alzó también con tres premios.
Álex de la Iglesia: "Internet es la salvación de nuestro cine"
Mucho galardonado primerizo en la corte del rey Bardem
Un simulacro de 'glamour'
Los fantasmas de la ópera
Entre Puccini y Berlanga
Y Anonymous dio la cara
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Sinde y de la Iglesia. El director y presidente de la Academia, Alex de la Iglesia, recibe a la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde.- REUTERS/ Juan Medina
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Habían asistido las muy engalanadas huestes del cine español a la noche de los Goya sin tener claro si, sobre el escenario del Real, se iba a representar una amable ópera bufa como L' elisir d' amore, algo estruendoso como El ocaso de los dioses o peor, algo trágico como Carmen, cruce de navajas incluido. Los últimos acontecimientos hacían pensar en una mezcla de lo segundo y de lo tercero. Pero no llegó la sangre al río. Aunque bufa sí que fue la noche, sí. ¿Cómo no iba a serlo con Buenafuente de sereno? Por cierto: dio toda la sensación de que, como ocurría en los tiempos de Rosa Maria Sardá, cada vez que el showman catalán aparecía en escena, la gala subía de tono. Al final, la cosa declinó bastante. Con media horita menos tampoco habría pasado nada...
Los Goya de la tormenta (la de lluvia y la otra) arrancaron con una fastuosa exhibición del mago de El Terrat, que se sacó de la chistera mil y una coñas brillantes, empezando por ese hilarante y surrealista cortometraje que mezclaba imágenes de algunas de las películas nominadas ayer con su propio one man show.
"Esto ha sido una descarga legal", dijo Buenafuente entre las risotadas del patio de butacas nada más descender de los cielos vestido de blanco celestial. Y luego pasó a reírse de la pareja de moda, Ángeles-Alex. "La ministra Ángeles González-Sinde... y Alex de la Iglesia... juntos... y creo que hasta han venido en el mismo taxi... con tanto roce, a ver si esto va a terminar...". A Javier Bardem, por su parte, le espetó: "Fantástico lo del niño, Javier... ¡es una lástima que lo hayas tenido el año en el que han quitado el cheque-bebé!".
La ristra de estatuillas arrancó con el Goya al mejor actor de reparto para Karra Elejalde por su soberbia recreación de un actor haciendo de Cristóbal Colón en También la lluvia, de Iciar Bollain.
Acto seguido llegó el numerito musical de la noche, que versó sobre las indisimuladas ganas que todo actor tiene de ganar un Goya.
Lo protagonizaron Luis Tosar, Asier Etxeandia, Paco León, Hugo Silva, Fernando Guillén Cuervo, Inma Cuesta y Laura Pamplona, no sin algún que otro gallo altisonante.
Uno de los momentos más emotivos llegó de la mano de Pasqual Maragall.
"Perdonen los pitidos que salen de aquí sin parar, son felicitaciones", dijo el exalcalde de Barcelona y ex presidente de la Generalitat enseñando su teléfono móvil, cuando recogió junto a su esposa Diana Garrigosa el premio al Mejor documental para Bicicleta, cuchara, manzana, película que narra su día a día en manos del alzhéimer.
Y como no solo en Balada triste de trompeta salen payasos, saltó feliz y contento al escenario del Real -tocado con su barretina- el inefable Jimmy Jump, ese chisgarabís que lo mismo interrumpe un partido del Barça que un Festival de Eurovisión o unos premios de cine. Su performance duró segundos.
Fue interceptado por el servicio de seguridad y luego Buenafuente le llamó imbécil.
Su aparición estelar precedió al premio al mejor actor para Javier Bardem por su personaje de Uxbal en Biutiful, de Alejandro González Iñárritu. Bardem dio gracias a sus compañeros por el apoyo y brindó el premio a su mujer, Penélope Cruz, y a su hijo: "Por despertame todos los días el corazón y la sonrisa".
Fue una noche de unión. Imposible saber si en los días previos a la gala algún alma lúcida decidió impartir teórica a las atribuladas huestes de nuestro cine, con el fin de construir una unidad, aunque fuera una unidad de cartón piedra... ¿Fueron de cartón y de piedra esas imágenes de la ministra de Cultura deslizando su brazo por encima del de Alex de la Iglesia?
Fueron, en todo caso, las escenas de la noche.
Pese a salir cinematográficamante derrotado en el podio de los Goya, Alex de la Iglesia fue, con Villaronga, el hombre de la noche merced a su discurso como presidente de la Academia.
Un discurso de unidad y de adiós (dejará la presidencia en cuanto se convoquen elecciones, de aquí a tres meses como mucho). "Puede parecer que llegamos a este día separados, pero eso es el resultado de la lucha de cada uno por sus convicciones, porque todos estamos en lo mismo, que es la defensa del cine... yo felicito a todos por caminar juntos en la divergencia", dijo en un tono grave.
Ante la atenta mirada de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, y cuando hace unos días se conocían los desastrosos resultados del cine español en 2010, Alex de la Iglesia no dudó en lanzar un juicio sumarísimo: "Sin público, nada de esto tiene sentido". Tampoco quiso obviar los sucesos recientes en torno a la gestación de la ley Sinde (a la postre, el motivo de su inminente adiós a la Academia): "Las reglas del juego han cambiado (...) Internet no es el futuro como creen algunos, es el presente.
Ese público que hemos perdido no va al cine porque está en su casa delante de una pantalla de ordenador".
Y zanjó: "No tenemos miedo a Internet, es la salvación de nuestro cine".
La despedida llegó así: "Quiero despedirme en mi última gala como presidente: qué mas da ganar o perder si podemos hacer cine, somos cineastas, contamos historias para que la gente viva en ellas, creamos sueños".
Fueron más de tres horas de una noche en la ópera, de una noche de premios de cine que, pese a las lentejuelas y los mensajes de unidad, no borrarán la esperpéntica imagen ofrecida en el pasado reciente por un colectivo, el del cine español, mucho más capacitado para las guerras personales que para la reactivación de una industria maltrecha.
Preguntas básicas siguen sin ser respondidas: ¿por qué se producen tantas películas al año, si no caben en el parque de pantallas?, ¿alguien se cree en serio que es la piratería en Internet lo que está ocasionando daños tan gravísimos al cine español? ¿En qué nuevas fórmulas de negocio están pensando quienes hacen cine y lo venden y aquellos que tienen que procurar las condiciones idóneas para que eso se pueda hacer, es decir, el Ministerio de Cultura?
A ni una sola de esas cuestiones respondió ayer nadie en la gala de los premios Goya. Eso sí, todo resultó muy bonito.
También largo.
La RAE acoge a la primera filóloga de su historia
Inés Fernández-Ordóñez analiza en su discurso la formación del español
Con todo su rigor y sus protocolos, la erudición esconde a veces peripecias de más enjundia que muchas novelas.
Una de ellas resonó ayer en el salón de actos de la Real Academia Española durante el ingreso en la institución de Inés Fernández-Ordóñez (Madrid, 1961), la primera filóloga en ocupar un sillón en una casa que en 2013 será tricentenaria.
Nuestra lengua no puede identificarse sin más con el castellano, afirma
La nueva académica ocupa la vacante que dejó el poeta Ángel González
La peripecia comenzó en los años veinte de siglo pasado cuando Ramón Menéndez Pidal, el padre de la moderna filología española, impulsó la elaboración del Atlas lingüístico de la Península Ibérica, al que los especialistas llaman por su sigla ALPI.
Pidal puso al frente de la obra a su discípulo Tomás Navarro Tomás, que, con un equipo de dialectólogos realizó encuestas de campo entre entre 1931 y 1936.
Como tantas otras cosas, la Guerra Civil truncó un proyecto para el que, por suerte, ya se había encuestado la mayoría del territorio previsto.
Navarro Tomás, que había marchado al exilio con los materiales del ALPI, los devolvió tiempo después.
La fatalidad, sin embargo, volvió a jugar contra la ciencia.
Cuando se había publicado uno solo de los 10 volúmenes previstos, aquellos materiales desaparecieron en los años sesenta para no aparecer hasta 2001.
Partiendo de esos mismos documentos, Inés Fernández-Ordóñez, catedrática de lengua española de la Universidad Autónoma de Madrid, ha llegado a algunas de las conclusiones que ayer desgranó en su discurso de ingreso en la RAE, La lengua de Castilla y la formación del español.
La paradoja es que los datos atesorados en el ALPI han servido para matizar la teoría de su impulsor sobre la expansión del castellano.
Contra lo que, asumiendo acríticamente lo escrito por Menéndez Pidal, se ha dado por bueno durante décadas, el español no puede identificarse sin más con el castellano ni siempre estuvo en Castilla el origen de los rasgos lingüísticos que lo caracterizan en la actualidad.
"Habrá palabras nuevas para la nueva historia".
Ese verso de Ángel González sirvió ayer a Fernández-Ordóñez como introducción a su brillante discurso de ingreso en una corporación en la que pasa a ocupar el sillón P, vacante desde la muerte del poeta asturiano en enero de 2008.
Esa nueva historia deberá, pues, tener en cuenta que el español es un crisol de rasgos lingüísticos de diversa procedencia (asturleoneses, navarroaragoneses, gallegoportugueses, catalanes) que confluyeron sobre el territorio del centro peninsular, lo que impide, según la nueva académica, que pueda identificarse solo con la lengua de Castilla, que, lejos de ser uniforme, tenía a su vez diversas variedades.
En una intervención que ocupa más de 100 páginas -mapas incluidos-, la filóloga fue contundente al reconocer el papel de Ramón Menéndez Pidal como faro de su disciplina, un árbol frondoso que se prolongó en la figura de Diego Catalán, su propio maestro.
Pero idéntica contundencia puso a la hora de matizar el "castellanismo ideológico" que llevó a Pidal a establecer que el castellano se extendió desde el norte hacia el centro y el sur de la Península acompañando a la conquista de las tierras de Al-Andalus durante la Edad Media.
Dicha extensión, en la que la lengua iba de la mano de la espada, habría determinado la castellanización de las tierras conquistadas por Castilla.
Para Inés Fernández-Ordóñez, la visión de Pidal es la propia de un intelectual de la generación del 98, alguien para el que Castilla representaba la esencia de lo hispánico. Triunfante durante décadas, esa visión condicionó la historia de la lengua, pero los datos del ALPI, la matizan rotundamente.
Entre otras cosas, esos datos demuestran que el español tiene unos márgenes más amplios que los de Castilla.
Aunque el origen de muchos de sus rasgos fue indudablemente castellano, el origen de muchos otros fue, por el oeste, asturleonés, gallego o portugués; y, por este, navarro, aragonés o catalán.
El primero sería el caso de la distinción entre quien y que, o el del indefinido alguien (el castellano utilizaba alguno).
El segundo, el de pronombres tan habituales como nosotros y vosotros.
Experta en dialectología y literatura medieval -es una autoridad en la obra de Alfonso X-, Inés Fernández-Ordóñez dirige el Corpus Oral y Sonoro del Español Rural.
Su oficio quedó claro en una lección que fue, con más datos que metáforas, "un acto de amor al español".
Así lo calificó en su discurso de contestación José Antonio Pascual, el académico que, junto a Margarita Salas y Álvaro Pombo, propuso a la institución el nombre de su nueva compañera.
Pascual agradeció también su ejercicio de libertad científica y su capacidad para demostrar que en ese viaje que es la historia del español -"una lengua mestiza"- tanto o más que el origen, importa el recorrido.
"Pasó ya el tiempo en que 'creer con fuerza tal lo que no vimos / nos invita a negar lo que miramos",
había dicho Fernández-Ordóñez citando, de nuevo, a Ángel González. Menéndez Pidal estableció la imagen de la cuña invertida para explicar el avance del español de norte a sur.
La nueva académica demostró que la formación de nuestra lengua debe mucho a su contacto con otras variedades lingüísticas.
Y demostró, de paso, que no hay, con permiso de los maestros, mejor cuña que la de la misma madera.
La RAE siempre ha demstrado ser machista, quizás ha querido cubrir ese tanto por ciento femenino y nombra a esta señora, ahí anda Ana María Matutes, que si no es por el premio Cervantes nos vamos olvidando que está en la RAE, no sé que opinaran algunos sabios como Javier Marias o Arturo Pérez Reverte, que vende mucho, si, pero no sé que demuestra entrando en la RAE salvo que sus palabras soeces e insultos están creando escuela, y no es lo más aconsejable, creo yo.
Habla de la Realización del Castellano en Comunidades Peninsulares pero no menciona el "Habla Canario" que precisamente es una de esas realizaciones, de eso el Sr. D. Gregorio Salvador Caja sabe mucho, ya que estuvo dando clases y fue Decano de la Universidad de la La Laguna en aquellos tiempos revueltos y se dió el lujo de echar de la Universidad por hacer Huelga a tres excelentes profesores que eran PNNs.
El mismo a uno de ellos en el Doctorado aparte de calificarlo de Brillante en su tesis lo hizo como profesor, y unos meses más tarde se permite expulsarlos, entonces la Huelga no era un Derecho, era un delito.
Las cosas que nadie rompe pero se rompieron Juan Cruz
Las cosas que nadie rompe pero se rompieron
Andreu Buenafuente hizo un esfuerzo extraordinario por hacer de la Gala de los Goya un acontecimiento integrador del mundo del cine.
Lo hizo también Álex de la Iglesia, en su última intervención como presidente de la Academia; su discurso integró a la gente del oficio en un solo abrazo; supuso una apuesta, otra vez, por el futuro que viene con Internet, y no hubo alusiones, en ningún caso, a las heridas abiertas en este oficio a raíz de la llamada ley Sinde.
La gala terminó con un nombre especialmente integrador en la historia del cine español del último medio siglo, Rafael Azcona, evocado por Andreu en su despedida.
De modo que, independientemente de los premios, de que gustaran más o menos, e independientemente de los discursos de gratitud, innecesariamente largos casi siempre, falsamente ingeniosos en otras ocasiones, y excesivamente emotivos en algunos casos, pues el cine es un arte de contención sabia de las emociones, esta fue una gala sobria en la que los partícipes del oficio cumplieron a rajatabla lo que subyacía debajo del guión: tengamos una fiesta, y que ésta se desarrolle en paz.
Andreu hizo todo lo que pudo, desde el excelente guión de su muerte y resurrección, hasta aquella ascensión a los cielos en busca de su amigo Azcona.
Hubo mejores momentos y peores momentos, pero Andreu condujo magistralmente esta balsa que salía con rachas muy salvajes de viento y de oleaje.
Pero no niego que durante todo este larguísimo rato que viví ante la pantalla sentí que era ya definitivamente evidente que algo se había roto, que había zonas en las que se notaba que la armonía se había interrumpido, que se cumplía aquí, una vez más, aquel verso que incrusta Pablo Neruda en su Oda a las Cosas Rotas, "las cosas que nadie rompe pero se rompieron".
Ahí se notan los fragmentos de una ruptura; ahora corresponde, desde la ministra a Álex, y desde éste al último de los partícipes del oficio (Andreu los enumeró en uno de sus parlamentos), la reconstrucción de esos pedazos que, sutilmente dispersos, afectó a las comisuras de los labios de muchos de los que fueron enfocados por las cámaras que retransmitieron la fiesta del cine.
A lo mejor, lo primero que había que conseguir es que Álex siguiera un rato, que ayudara a reconstruir los trozos rotos y que luego se vaya, si es que quiere irse entonces.
Ah, y enhorabuena a los ganadores, sobre todo a los que hicieron Pa Negre, que ha sido el pan en el que se mojó la salsa de este año de cine.
Al director Villaronga y al escritor Emili Teixidor, que dio de sí, primero, el libro emocionante en el que se basa esta historia conmovedora de la memoria más terrible de la España reciente.
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