postcolonialismo
Que las grandes potencias descolonizaron mal no es ningún secreto; de ahí vienen todos los problemas que se han generado en todo el continente africano y en buena parte de Asia y América del Sur. Cuando Gran Bretaña y Francia descolonizaron la ribera sur del Mediterráneo y Oriente Medio trataron de mantener el control de la zona, y hasta ahora lo han conseguido, con la supervisión de Estados Unidos que, como protector de Israel, navega por el Mare Nostrum desde hace décadas. Las clases dirigentes de estos países han actuado como delegados del poder de las antiguas metrópolis, que cada vez están más representadas en las grandes corporaciones multinacionales que controlan las materias primas y el fluir del dinero. De alguna forma, era un modo diferido de colonialismo.
Lo que está sucediendo ahora no tiene precedentes.
Túnez ha encendido la mecha y Egipto se ha convertido en el espejo en el que sin duda van a mirarse todos los países ribereños de Mediterráneo y más allá. La gran disculpa de los últimos años ha sido que había que detener el ascenso del fundamentalismo islámico. Ahora no sabemos qué va a pasar, porque, si se habla de "Revolución democrática", en unas elecciones libres los más organizados son precisamente los partidos islamistas. Claro que no podemos confundir un partido islamista con Al Qaeda, aunque la verdad es que democracia y teocracia casan muy mal, como se ha visto en Irán, después de la caída del Sha.
En el río revuelto todos quieren pescar, pero lo cierto es que estamos ante unos momentos históricos.
Hay quien dice que es ahora cuando comienza el postcolonialismo. Lo negativo de todo esto es que no veo a grandes políticos en el mundo que puedan manejar una situación de esta envergadura.
Al final, los agentes que jugarán sus cartas serán Estados Unidos, Rusia y quien sabe si China, muy bien posicionada actualmente.
La UE irá a remolque, como siempre, y heredará todos los daños de Estados Unidos y ninguno de su beneficios. Al tiempo.
Publicado por Emilio González Déniz en Bardinia
7 feb 2011
Fama, alcohol y sexo, una combinación explosiva
A Hollywood le gustan los chicos malos y al público, también.- Fuera o dentro de la pantalla .
La larga lista de "chicos malos" de Hollywood tiene un comienzo, como recordó el actor Charlie Sheen en su carta abierta a sus seguidores al mencionar a Errol Flynn.
El galán nacido al principio del siglo XX fue tan conocido por sus películas como por sus tropelías sexuales (incluido un juicio por violación), sus borracheras y sus conquistas.
Pero estos excesos no se limitan al mundo de Hollywood.
En la música siguen siendo recordados los cargos de violencia de género de los que fue acusado Chris Brown tras la pelea que tuvo con su entonces novia Rihanna.
El cantante está ahora también en aguas turbulentas tras los comentarios homofóbicos que hizo en Twitter. ¿El resultado?
A la cabeza de las listas de ventas en iTunes por su nuevo tema, Look at Me Now, e invitado como presentador en el popular programa estadounidense de comedia SNL.
Y en el deporte Tiger Woods sigue siendo el rey.
Pasados los titulares sobre sus infidelidades amorosas y sus ataques violentos, el maestro del golf sigue en el juego. Incluso si su juego empieza a resentirse de un tumultuoso 2010 no así su fama, que sigue vendiendo.
Sólo incidentes tan violentos como las acusaciones de asesinato que recayeron sobre O.J.Simpson, absuelto por lo penal pero considerado culpable por lo civil, pudieron acabar con la fama del héroe del deporte.
A Hollywood le gustan los chicos malos y al público, también.
Fuera o dentro de la pantalla.
La fama, el alcohol, las drogas y el sexo son una combinación explosiva pero si no acaban contigo te hacen más fuerte.
Como dicen los expertos, Sheen se beneficia de que sus escándalos de chico malo en la vida real no hacen más que perpetuar la imagen de galán mujeriego que ofrece en la serie Dos hombres y medio y su combinación de alcohol, sexo y drogas es consistente con el tipo de ídolos que existen en la cultura actual.
Ahora se ha convertido en el último héroe de América.
Ese que muchos desearían ser.
Charlie Sheen, 45 años, rehabilitándose de su último escándalo en el cómfort de su casa, con un trabajo de dos millones de dólares por episodio esperándole, un Maybach de medio millón de dólares aparcado en su puerta, las estrellas del porno entre sus amistades más cercanas y Kelly Preston, Denise Richards o Winona Ryder entre las más conocidas de sus conquistas. ¿Qué es lo que no hay que envidiar?
Sheen sólo es uno más en esa lista de galanes cuya fama y talento no están reñidos con el escándalo.
Muy al contrario, parecen alimentarse de ello. Mel Gibson parecía muerto y enterrado, desacreditado por su alcoholismo, por el racismo de sus insultos, por sexista y especialmente tras las acusaciones que presentó contra él su ex novia y madre de su último hijo, Oksana Grigorieva, que hablaban de un comportamiento abusivo por parte del protagonista de Arma Letal.
Pero en lugar de cavar su tumba, el actor, director y productor de Braveheart está a punto de estrenar The Beaver, filme sobre un ejecutivo incapaz de comunicarse de una forma normal que dirige su amiga, Jodie Foster.
Un suicidio de proyecto o el comeback de una estrella.
Hay opiniones para todo.
"Yo sólo puedo decir que Mel es un ejemplo de generosidad y elegancia.
Sé que no es lo que se escucha estos días de él y no sé por lo que está atravesando pero sólo siento simpatía por él", confesó recientemente el realizador Frank Darabont, entre los cada vez más numerosos defensores de Gibson.
En el caso de Christian Bale, han pasado unos dos años desde que el actor de El caballero oscuro fue acusado de amenazar a su familia o sufrió la vergüenza de que sus exagerados insultos a un cameraman se divulgaran en la Internet.
Ahora le espera la casi seguridad de ganar un Oscar por interpretar en The Fighter a un politoxicómano violento.
Y las correrías sexuales de Colin Farrell siempre están acompañadas de esa muletilla de "uno de los mejores actores de su generación" o por la más que discutible frase de "los chicos son chicos".
Como comentó recientemente la vicepresidenta del Centro de Estudios sobre la Mujer, Yana Walton, "son los medios de comunicación lo que glorifican el mal comportamiento".
Porque en la misma situación, las chicas malas como Lindsay Lohan o Britney Spears suelen recibir más severas reprimendas.
La combinación puede explotar en sus manos y los ejemplos son igualmente numerosos. Sean Penn, otro de los chicos malos de Hollywood, tuvo que acudir al entierro de su hermano Chris, también actor, fallecido por culpa de una sobredosis.
Michael Douglas demostró su temple superando con la misma fortaleza sus problemas con el alcohol, el sexo y el cáncer.
Sin embargo su hijo Cameron cumple sentencia de más de cuatro años de cárcel por narcotráfico.
River Phoenix era demasiado joven para ser considerado uno de los chicos malos aunque sí una de las estrellas más prometedoras de Hollywood cuando murió de una sobredosis a los 23 años a la puerta de un popular club de Los Ángeles.
Y Marilyn Monroe fue el mito femenino por excelencia, algo que no la excluyó de ser víctima de esa explosiva combinación de fama, alcohol y sexo.
La larga lista de "chicos malos" de Hollywood tiene un comienzo, como recordó el actor Charlie Sheen en su carta abierta a sus seguidores al mencionar a Errol Flynn.
El galán nacido al principio del siglo XX fue tan conocido por sus películas como por sus tropelías sexuales (incluido un juicio por violación), sus borracheras y sus conquistas.
Pero estos excesos no se limitan al mundo de Hollywood.
En la música siguen siendo recordados los cargos de violencia de género de los que fue acusado Chris Brown tras la pelea que tuvo con su entonces novia Rihanna.
El cantante está ahora también en aguas turbulentas tras los comentarios homofóbicos que hizo en Twitter. ¿El resultado?
A la cabeza de las listas de ventas en iTunes por su nuevo tema, Look at Me Now, e invitado como presentador en el popular programa estadounidense de comedia SNL.
Y en el deporte Tiger Woods sigue siendo el rey.
Pasados los titulares sobre sus infidelidades amorosas y sus ataques violentos, el maestro del golf sigue en el juego. Incluso si su juego empieza a resentirse de un tumultuoso 2010 no así su fama, que sigue vendiendo.
Sólo incidentes tan violentos como las acusaciones de asesinato que recayeron sobre O.J.Simpson, absuelto por lo penal pero considerado culpable por lo civil, pudieron acabar con la fama del héroe del deporte.
A Hollywood le gustan los chicos malos y al público, también.
Fuera o dentro de la pantalla.
La fama, el alcohol, las drogas y el sexo son una combinación explosiva pero si no acaban contigo te hacen más fuerte.
Como dicen los expertos, Sheen se beneficia de que sus escándalos de chico malo en la vida real no hacen más que perpetuar la imagen de galán mujeriego que ofrece en la serie Dos hombres y medio y su combinación de alcohol, sexo y drogas es consistente con el tipo de ídolos que existen en la cultura actual.
Ahora se ha convertido en el último héroe de América.
Ese que muchos desearían ser.
Charlie Sheen, 45 años, rehabilitándose de su último escándalo en el cómfort de su casa, con un trabajo de dos millones de dólares por episodio esperándole, un Maybach de medio millón de dólares aparcado en su puerta, las estrellas del porno entre sus amistades más cercanas y Kelly Preston, Denise Richards o Winona Ryder entre las más conocidas de sus conquistas. ¿Qué es lo que no hay que envidiar?
Sheen sólo es uno más en esa lista de galanes cuya fama y talento no están reñidos con el escándalo.
Muy al contrario, parecen alimentarse de ello. Mel Gibson parecía muerto y enterrado, desacreditado por su alcoholismo, por el racismo de sus insultos, por sexista y especialmente tras las acusaciones que presentó contra él su ex novia y madre de su último hijo, Oksana Grigorieva, que hablaban de un comportamiento abusivo por parte del protagonista de Arma Letal.
Pero en lugar de cavar su tumba, el actor, director y productor de Braveheart está a punto de estrenar The Beaver, filme sobre un ejecutivo incapaz de comunicarse de una forma normal que dirige su amiga, Jodie Foster.
Un suicidio de proyecto o el comeback de una estrella.
Hay opiniones para todo.
"Yo sólo puedo decir que Mel es un ejemplo de generosidad y elegancia.
Sé que no es lo que se escucha estos días de él y no sé por lo que está atravesando pero sólo siento simpatía por él", confesó recientemente el realizador Frank Darabont, entre los cada vez más numerosos defensores de Gibson.
En el caso de Christian Bale, han pasado unos dos años desde que el actor de El caballero oscuro fue acusado de amenazar a su familia o sufrió la vergüenza de que sus exagerados insultos a un cameraman se divulgaran en la Internet.
Ahora le espera la casi seguridad de ganar un Oscar por interpretar en The Fighter a un politoxicómano violento.
Y las correrías sexuales de Colin Farrell siempre están acompañadas de esa muletilla de "uno de los mejores actores de su generación" o por la más que discutible frase de "los chicos son chicos".
Como comentó recientemente la vicepresidenta del Centro de Estudios sobre la Mujer, Yana Walton, "son los medios de comunicación lo que glorifican el mal comportamiento".
Porque en la misma situación, las chicas malas como Lindsay Lohan o Britney Spears suelen recibir más severas reprimendas.
La combinación puede explotar en sus manos y los ejemplos son igualmente numerosos. Sean Penn, otro de los chicos malos de Hollywood, tuvo que acudir al entierro de su hermano Chris, también actor, fallecido por culpa de una sobredosis.
Michael Douglas demostró su temple superando con la misma fortaleza sus problemas con el alcohol, el sexo y el cáncer.
Sin embargo su hijo Cameron cumple sentencia de más de cuatro años de cárcel por narcotráfico.
River Phoenix era demasiado joven para ser considerado uno de los chicos malos aunque sí una de las estrellas más prometedoras de Hollywood cuando murió de una sobredosis a los 23 años a la puerta de un popular club de Los Ángeles.
Y Marilyn Monroe fue el mito femenino por excelencia, algo que no la excluyó de ser víctima de esa explosiva combinación de fama, alcohol y sexo.
La provocadora esposa del presidente de la Cámara británica
Sally Bercow pone en un aprieto a su marido posando desnuda tapado solo con una sábana ante el Westminster .
Mucho deben haber cambiado las cosas en el reino de Isabel II para que la mismísima esposa de John Bercow, el speaker (presidente) de la Cámara de los Comunes acceda a posar cubierta con una mera sábana al tiempo que presume de los efectos afrodisíacos de vivir en el palacio de Westminster a cargo del erario público.
El escándalo provocado por la sesión fotográfica y picantes declaraciones de Sally Bercow, de 41 años, ha sido mayúsculo ante una comportamiento que, según la mayoría de reacciones, socava la dignidad del cargo de su marido en el Parlamento.
"Desde que John fue nombrado speaker hay muchas más mujeres que le persiguen, pero no estoy celosa porque lo mismo ha ocurrido en mi caso con los hombres", declaró Rally Bercow en sus sorprendentes declaraciones a la revista del vespertino Evening Standard (ES).
"Nunca imaginé lo sexy que sería vivir bajo el Big Ben y oír las campanadas", añade quien ya ha sido calificada de "la Carla Bruni de la política británica".
El singular matrimonio, él conservador y ella de centroizquierda, ha sido objeto de polémica desde que John Bercow fue nombrado presidente de la Cámara baja gracias al apoyo de la oposición laborista, lo que irritó a sus propios correligionarios.
Los tories sencillamente no pueden ver a Sally Bercow, quien nunca se ha mordido la lengua a la hora de criticar al gobierno de David Cameron, contradiciendo de ese modo la imparcialidad que se espera del speaker (y por extensión, de su mujer).
"Parezco una completa idiota", admitía la protagonista del escándalo a la BBC, horas después de que toda la prensa nacional reprodujera las sorprendentes fotografías, en las que aparece semidesnuda frente a una ventana abierta por la que asoma el Big Ben.
En sus declaraciones de esta mañana a la radio pública, Bercow ha defendido el "buen gusto" de las imágenes, pero reconoce que "fui una estúpida" al acceder al posado y que "realmente no pensé en las implicaciones" de la decisión.
Su pretensión, ha rematado, no fue otra que buscar un poco de "diversión inofensiva". El problema para el speaker John Bercow es que el atrevimiento de su pareja no ha divertido a nadie.
Mucho deben haber cambiado las cosas en el reino de Isabel II para que la mismísima esposa de John Bercow, el speaker (presidente) de la Cámara de los Comunes acceda a posar cubierta con una mera sábana al tiempo que presume de los efectos afrodisíacos de vivir en el palacio de Westminster a cargo del erario público.
El escándalo provocado por la sesión fotográfica y picantes declaraciones de Sally Bercow, de 41 años, ha sido mayúsculo ante una comportamiento que, según la mayoría de reacciones, socava la dignidad del cargo de su marido en el Parlamento.
"Desde que John fue nombrado speaker hay muchas más mujeres que le persiguen, pero no estoy celosa porque lo mismo ha ocurrido en mi caso con los hombres", declaró Rally Bercow en sus sorprendentes declaraciones a la revista del vespertino Evening Standard (ES).
"Nunca imaginé lo sexy que sería vivir bajo el Big Ben y oír las campanadas", añade quien ya ha sido calificada de "la Carla Bruni de la política británica".
El singular matrimonio, él conservador y ella de centroizquierda, ha sido objeto de polémica desde que John Bercow fue nombrado presidente de la Cámara baja gracias al apoyo de la oposición laborista, lo que irritó a sus propios correligionarios.
Los tories sencillamente no pueden ver a Sally Bercow, quien nunca se ha mordido la lengua a la hora de criticar al gobierno de David Cameron, contradiciendo de ese modo la imparcialidad que se espera del speaker (y por extensión, de su mujer).
"Parezco una completa idiota", admitía la protagonista del escándalo a la BBC, horas después de que toda la prensa nacional reprodujera las sorprendentes fotografías, en las que aparece semidesnuda frente a una ventana abierta por la que asoma el Big Ben.
En sus declaraciones de esta mañana a la radio pública, Bercow ha defendido el "buen gusto" de las imágenes, pero reconoce que "fui una estúpida" al acceder al posado y que "realmente no pensé en las implicaciones" de la decisión.
Su pretensión, ha rematado, no fue otra que buscar un poco de "diversión inofensiva". El problema para el speaker John Bercow es que el atrevimiento de su pareja no ha divertido a nadie.
El copago sanitario ya está en los impuestos
La idea de cobrar por receta o visita al médico toma fuerza ante el fantasma de nuevos ajustes -
El sistema está en marcha en Francia y Alemania - El gran riesgo es extender la desigualdad .
Al sistema sanitario español le aprietan las costuras. Instaurado hace 25 años, y tras el revulsivo que supuso la descentralización que acabó en 2003, arrastra un déficit que ronda los 10.000 millones de euros.
Gratuito y casi universal, supone el 6,2% del PIB español.
Con esos números, el objetivo de ahorrar es una constante.
Y, periódicamente, llegan las propuestas de implantar un copago o tique moderador: que los usuarios paguen una cantidad simbólica, por ir al médico o al hospital, o que participen en gastos como la comida que se les da cuando están ingresados.
La idea no es nueva.
Ya en 1991 el informe Abril lo sugirió, pero nadie se ha atrevido a aplicarlo.
El lunes pasado, en una entrevista a EL PAÍS, el secretario de Estado de Hacienda, Carlos Ocaña, volvió a mencionar la idea: "En este momento, a 31 de enero de 2011 [el copago], no está en la agenda inmediata, por más que se utiliza en muchos países.
No será en este momento, pero es algo que habrá que reconsiderar en el futuro", dijo.
La declaración encendió las alarmas en el Gobierno.
Al día siguiente el presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, le desmintió. El ahorro que representa el copago "es muy escaso" y "no merece la pena", dijo.
También la ministra de Sanidad es tajante. "La postura del Gobierno sobre este asunto no es una postura dogmática, ni siquiera ideológica.
Es una postura después de haber estudiado el modelo sanitario de otros países europeos y de ver si merece la pena o no introducir una medida que recaiga directamente en el bolsillo de los ciudadanos en función, no ya de su renta, sino de si necesitan más la sanidad o no.
Y en eso no estoy de acuerdo por varias razones: primero, porque no ahorra lo suficiente para garantizar la sostenibilidad del sistema.
En segundo lugar, porque puede producir un riesgo serio de inequidad, ya que un ciudadano que tenga que pagarse una radiografía y que tenga problemas económicos puede dejar de hacérsela".
Debe de ser una de las pocas propuestas sanitarias que despierta unanimidad en los partidos mayoritarios.
La exministra de Sanidad y secretaria de Política Social del PP, Ana Pastor, es tajante en su rechazo: "Rotundamente, no", dice cuando se le pregunta. "Los ciudadanos ya pagan la sanidad con sus impuestos", afirma.
"Lo que se necesita son reformas estructurales, para las que ya están las dos hojas de ruta: la ley de ordenación de las profesiones sanitarias y la de cohesión y calidad [ambas se aprobaron siendo ella ministra]", afirma.
IU va más allá. Su único diputado, Gaspar Llamazares, que es además presidente de la Comisión de Sanidad del Congreso y médico, cree que las declaraciones como las del secretario de Estado de Hacienda, Carlos Ocaña, "no son gratuitas ni improvisadas".
"Por el contrario, el equipo económico del Gobierno, con la vicepresidenta segunda Salgado al timón [también exministra de Sanidad], realizan manifestaciones de estas características de forma intencionada y en momentos puntuales de la crisis económica", añade.
"Pretenden marcar así el rumbo a otros Ministerios, como el de Sanidad, sin importarles tampoco ignorar al Congreso de los Diputados, que ya ha rechazado en esta legislatura esta fórmula por unanimidad, tras una iniciativa registrada por Izquierda Unida.
Y esa unanimidad, por supuesto, incluyó el voto de los diputados socialistas".
El mismo día 2, el grupo parlamentario IU-ICV-ERC presentó una proposición en la que se afirma que el Congreso de los Diputados reitera su "rechazo de la introducción de fórmulas de copago (euro, tique, etcétera) por parte de los usuarios del Sistema Nacional de Salud, al entender que afectarían gravemente a principios básicos del derecho constitucional a la salud, como la accesibilidad, la universalidad y la gratuidad de la atención integral de salud sin aportar, a cambio, avances significativos en la organización de la demanda y mucho menos en la financiación del Sistema Nacional de Salud".
Los mismos argumentos son los repetidos por organizaciones como el Foro Español de Pacientes o la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Salud Pública.
Pero detrás de esta postura firme, se atisban fisuras.
Prueba de que hay una corriente favorable, aunque no lo suficientemente fuerte como para imponerse, ha sido el debate en Cataluña.
El melón del copago lo abrió en 2004, durante la primera legislatura del tripartito, la consejera de Salud, Marina Geli.
Ya entonces se hablaba de que la época de vacas gordas había tocado fin y que la endeudada sanidad catalana (2.900 millones de euros) necesitaba de "sacrificios individuales", que se vaticinaban añadidos a la implantación del céntimo sanitario por litro de gasolina.
Semanas después, el Gobierno catalán rectificó y aseguró que "nunca impondría" el sistema de copago para financiar el sistema.
Pero no había pasado ni un mes cuando Geli anunció que estudiaría el pago de un euro por visita para regular la demanda. Un grupo de sabios consultado por la Generalitat lo descartó. Tanto cambio de opinión responde, en parte, a la disparidad de opiniones en el seno del tripartito. La idea se retomó y se volvió a rechazar en 2008 entre presiones de oposición y pacientes. Con la llegada de Convergència i Unió al poder, el actual consejero, Boi Ruiz, sostiene que no es el momento. "Son medidas a tomar en su momento, pero no ahora", dijo ante el Parlamento, y defendió que no se puede exigir un sobrecoste a colectivos como los parados o los jubilados.
Esta unanimidad contra el copago contrasta con lo que sucede en otros países. En 2004, con Jacques Chirac en la presidencia de la República, Francia impuso el copago sanitario en las consultas médicas.
A partir de entonces, los franceses pagan un euro cada vez que acuden al médico, al especialista, se hacen un análisis o una radiografía.
La medida tenía dos objetivos: concienciar a la población de que la medicina pública debía usarse con moderación y aliviar algo las exhaustas arcas de la Seguridad Social francesa.
Hay pocas excepciones a esta medida.
Solo se libran los afectados por una enfermedad de larga duración, los que sufren una baja laboral permanente, los titulares de una pensión por invalidez, los jubilados o las mujeres embarazadas a partir del sexto mes.
En su tiempo, las asociaciones de pacientes -muy poderosas en Francia-, los consumidores y los sindicatos médicos se opusieron con fuerza a este copago.
Igual que ahora en España, por cierto.
Con el tiempo, aquella medida pionera se ha revelado como la primera de una serie de pequeños recortes en la sanidad pública francesa. "Aquello fue el principio", recuerda el periodista especializado en asuntos médicos Cyril Dupuis.
Es cierto: ya con Nicolas Sarkozy como jefe del Estado, se han producido modificaciones: desde 2008 cada francés debe pagar también 50 céntimos de euro por cada medicamento, cada visita al fisioterapeuta, y para los médicos de enfermería. También tienen que pagar 50 céntimos para el transporte al hospital o al centro médico. Nunca, en cualquier caso, el usuario debe pagar más de 50 euros al año.
Francia no está sola.
El copago rige para servicios proporcionados por la asistencia publica, como por ejemplo la consulta de un médico especializado (dermatólogo, ortopeda, etcétera).
Y es eje central de la reforma que se aprobó en noviembre pasado.
Hasta entonces, el paciente pagaba un 10% del servicio, que suele corresponder a un mínimo de cinco y un máximo de 10 euros.
El pago del servicio vale para tres meses, en los que el paciente puede acudir a la misma consulta las veces que quiera sin pagar más.
Esta suma, sin embargo, puede ahora ser aumentada por las mutuas, según sus necesidades.
"El problema es que esos costes ulteriores los tendrá que soportar únicamente el empleado sin participación alguna del dueño de la empresa", añade Karl Lauterbach, experto en sanidad del Partido Socialdemócrata, en la oposición, quien condena además la reforma por ser demasiado poco transparente.
El Gobierno defendió la reforma en particular porque permitía ahorrar y porque permitiría bajar los precios de los fármacos. "Esta ley hará el sistema sanitario mejor y más justo", argumentó el ministro de Sanidad Philipp Rösler.
Quizá la postura que mejor defina lo que piensan los políticos sea la de otro exministro, Bernat Soria, que ha presentado un informe sobre el sistema sanitario patrocinado por el laboratorio Abbott.
Soria, como sus excompañeros, recuerda que "el copago ya existe" en los medicamentos, que los trabajadores en activo pagan en parte (el 40% si están en el régimen general de la Seguridad Social).
Por eso cree que si se implanta, "sería un repago, un pago adicional e individualizado". "Parece más razonable plantear una gestión más eficiente y la corresponsabilidad de todos los agentes, por ejemplo, reforzando la figura del personal sanitario".
Hasta aquí, todo en línea. Pero Soria matiza todo esto con un "de momento".
Lo mismo que dijo el secretario de Estado de Hacienda -"no será en este momento"- o el consejero catalán Boi Ruiz.
O subyace en las opiniones de Ana Pastor o Leire Pajín, cuando dicen que "antes" hay muchas cosas por hacer.
Lo que no está claro es qué pasará después. Seguro que se vuelve a hablar de copago.
Con información de Clara Blanchar (Barcelona), Antonio Jiménez Barca (París) y Laura Lucchini (Berlín).
El sistema está en marcha en Francia y Alemania - El gran riesgo es extender la desigualdad .
Al sistema sanitario español le aprietan las costuras. Instaurado hace 25 años, y tras el revulsivo que supuso la descentralización que acabó en 2003, arrastra un déficit que ronda los 10.000 millones de euros.
Gratuito y casi universal, supone el 6,2% del PIB español.
Con esos números, el objetivo de ahorrar es una constante.
Y, periódicamente, llegan las propuestas de implantar un copago o tique moderador: que los usuarios paguen una cantidad simbólica, por ir al médico o al hospital, o que participen en gastos como la comida que se les da cuando están ingresados.
La idea no es nueva.
Ya en 1991 el informe Abril lo sugirió, pero nadie se ha atrevido a aplicarlo.
El lunes pasado, en una entrevista a EL PAÍS, el secretario de Estado de Hacienda, Carlos Ocaña, volvió a mencionar la idea: "En este momento, a 31 de enero de 2011 [el copago], no está en la agenda inmediata, por más que se utiliza en muchos países.
No será en este momento, pero es algo que habrá que reconsiderar en el futuro", dijo.
La declaración encendió las alarmas en el Gobierno.
Al día siguiente el presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, le desmintió. El ahorro que representa el copago "es muy escaso" y "no merece la pena", dijo.
También la ministra de Sanidad es tajante. "La postura del Gobierno sobre este asunto no es una postura dogmática, ni siquiera ideológica.
Es una postura después de haber estudiado el modelo sanitario de otros países europeos y de ver si merece la pena o no introducir una medida que recaiga directamente en el bolsillo de los ciudadanos en función, no ya de su renta, sino de si necesitan más la sanidad o no.
Y en eso no estoy de acuerdo por varias razones: primero, porque no ahorra lo suficiente para garantizar la sostenibilidad del sistema.
En segundo lugar, porque puede producir un riesgo serio de inequidad, ya que un ciudadano que tenga que pagarse una radiografía y que tenga problemas económicos puede dejar de hacérsela".
Debe de ser una de las pocas propuestas sanitarias que despierta unanimidad en los partidos mayoritarios.
La exministra de Sanidad y secretaria de Política Social del PP, Ana Pastor, es tajante en su rechazo: "Rotundamente, no", dice cuando se le pregunta. "Los ciudadanos ya pagan la sanidad con sus impuestos", afirma.
"Lo que se necesita son reformas estructurales, para las que ya están las dos hojas de ruta: la ley de ordenación de las profesiones sanitarias y la de cohesión y calidad [ambas se aprobaron siendo ella ministra]", afirma.
IU va más allá. Su único diputado, Gaspar Llamazares, que es además presidente de la Comisión de Sanidad del Congreso y médico, cree que las declaraciones como las del secretario de Estado de Hacienda, Carlos Ocaña, "no son gratuitas ni improvisadas".
"Por el contrario, el equipo económico del Gobierno, con la vicepresidenta segunda Salgado al timón [también exministra de Sanidad], realizan manifestaciones de estas características de forma intencionada y en momentos puntuales de la crisis económica", añade.
"Pretenden marcar así el rumbo a otros Ministerios, como el de Sanidad, sin importarles tampoco ignorar al Congreso de los Diputados, que ya ha rechazado en esta legislatura esta fórmula por unanimidad, tras una iniciativa registrada por Izquierda Unida.
Y esa unanimidad, por supuesto, incluyó el voto de los diputados socialistas".
El mismo día 2, el grupo parlamentario IU-ICV-ERC presentó una proposición en la que se afirma que el Congreso de los Diputados reitera su "rechazo de la introducción de fórmulas de copago (euro, tique, etcétera) por parte de los usuarios del Sistema Nacional de Salud, al entender que afectarían gravemente a principios básicos del derecho constitucional a la salud, como la accesibilidad, la universalidad y la gratuidad de la atención integral de salud sin aportar, a cambio, avances significativos en la organización de la demanda y mucho menos en la financiación del Sistema Nacional de Salud".
Los mismos argumentos son los repetidos por organizaciones como el Foro Español de Pacientes o la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Salud Pública.
Pero detrás de esta postura firme, se atisban fisuras.
Prueba de que hay una corriente favorable, aunque no lo suficientemente fuerte como para imponerse, ha sido el debate en Cataluña.
El melón del copago lo abrió en 2004, durante la primera legislatura del tripartito, la consejera de Salud, Marina Geli.
Ya entonces se hablaba de que la época de vacas gordas había tocado fin y que la endeudada sanidad catalana (2.900 millones de euros) necesitaba de "sacrificios individuales", que se vaticinaban añadidos a la implantación del céntimo sanitario por litro de gasolina.
Semanas después, el Gobierno catalán rectificó y aseguró que "nunca impondría" el sistema de copago para financiar el sistema.
Pero no había pasado ni un mes cuando Geli anunció que estudiaría el pago de un euro por visita para regular la demanda. Un grupo de sabios consultado por la Generalitat lo descartó. Tanto cambio de opinión responde, en parte, a la disparidad de opiniones en el seno del tripartito. La idea se retomó y se volvió a rechazar en 2008 entre presiones de oposición y pacientes. Con la llegada de Convergència i Unió al poder, el actual consejero, Boi Ruiz, sostiene que no es el momento. "Son medidas a tomar en su momento, pero no ahora", dijo ante el Parlamento, y defendió que no se puede exigir un sobrecoste a colectivos como los parados o los jubilados.
Esta unanimidad contra el copago contrasta con lo que sucede en otros países. En 2004, con Jacques Chirac en la presidencia de la República, Francia impuso el copago sanitario en las consultas médicas.
A partir de entonces, los franceses pagan un euro cada vez que acuden al médico, al especialista, se hacen un análisis o una radiografía.
La medida tenía dos objetivos: concienciar a la población de que la medicina pública debía usarse con moderación y aliviar algo las exhaustas arcas de la Seguridad Social francesa.
Hay pocas excepciones a esta medida.
Solo se libran los afectados por una enfermedad de larga duración, los que sufren una baja laboral permanente, los titulares de una pensión por invalidez, los jubilados o las mujeres embarazadas a partir del sexto mes.
En su tiempo, las asociaciones de pacientes -muy poderosas en Francia-, los consumidores y los sindicatos médicos se opusieron con fuerza a este copago.
Igual que ahora en España, por cierto.
Con el tiempo, aquella medida pionera se ha revelado como la primera de una serie de pequeños recortes en la sanidad pública francesa. "Aquello fue el principio", recuerda el periodista especializado en asuntos médicos Cyril Dupuis.
Es cierto: ya con Nicolas Sarkozy como jefe del Estado, se han producido modificaciones: desde 2008 cada francés debe pagar también 50 céntimos de euro por cada medicamento, cada visita al fisioterapeuta, y para los médicos de enfermería. También tienen que pagar 50 céntimos para el transporte al hospital o al centro médico. Nunca, en cualquier caso, el usuario debe pagar más de 50 euros al año.
Francia no está sola.
El copago rige para servicios proporcionados por la asistencia publica, como por ejemplo la consulta de un médico especializado (dermatólogo, ortopeda, etcétera).
Y es eje central de la reforma que se aprobó en noviembre pasado.
Hasta entonces, el paciente pagaba un 10% del servicio, que suele corresponder a un mínimo de cinco y un máximo de 10 euros.
El pago del servicio vale para tres meses, en los que el paciente puede acudir a la misma consulta las veces que quiera sin pagar más.
Esta suma, sin embargo, puede ahora ser aumentada por las mutuas, según sus necesidades.
"El problema es que esos costes ulteriores los tendrá que soportar únicamente el empleado sin participación alguna del dueño de la empresa", añade Karl Lauterbach, experto en sanidad del Partido Socialdemócrata, en la oposición, quien condena además la reforma por ser demasiado poco transparente.
El Gobierno defendió la reforma en particular porque permitía ahorrar y porque permitiría bajar los precios de los fármacos. "Esta ley hará el sistema sanitario mejor y más justo", argumentó el ministro de Sanidad Philipp Rösler.
Quizá la postura que mejor defina lo que piensan los políticos sea la de otro exministro, Bernat Soria, que ha presentado un informe sobre el sistema sanitario patrocinado por el laboratorio Abbott.
Soria, como sus excompañeros, recuerda que "el copago ya existe" en los medicamentos, que los trabajadores en activo pagan en parte (el 40% si están en el régimen general de la Seguridad Social).
Por eso cree que si se implanta, "sería un repago, un pago adicional e individualizado". "Parece más razonable plantear una gestión más eficiente y la corresponsabilidad de todos los agentes, por ejemplo, reforzando la figura del personal sanitario".
Hasta aquí, todo en línea. Pero Soria matiza todo esto con un "de momento".
Lo mismo que dijo el secretario de Estado de Hacienda -"no será en este momento"- o el consejero catalán Boi Ruiz.
O subyace en las opiniones de Ana Pastor o Leire Pajín, cuando dicen que "antes" hay muchas cosas por hacer.
Lo que no está claro es qué pasará después. Seguro que se vuelve a hablar de copago.
Con información de Clara Blanchar (Barcelona), Antonio Jiménez Barca (París) y Laura Lucchini (Berlín).
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