6 ene 2011
Dia de Los Reyes Magos en Las Palmas de Gran Canaria
Tras la Nochebuena y el Día de Navidad, y sin olvidar otras pequeñas celebraciones como el «Día de los Inocentes», la fiesta más esperada, con zapatos en los balcones y salones —e incluso raciones de alfalfa y cubos de aguas para los camellos, aparte de algún vasito de aguardiente para reconfortar a los propios Magos de Oriente—, era la del Día de Reyes cuando, según el testimonio del cronista Domingo J. Navarro, en sus «Recuerdos de un Noventón» (1895), «…había que calafatear los oídos para sufrir los interminables redobles con que la banda del regimiento felicitaba, hasta que recibía la propina». Y es que antiguamente en Gran Canaria, como señala el gran memorialista isleño del siglo XX José Miguel Alzola, si «…la despedida del año viejo y el nacimiento del nuevo no se celebraba como ahora, pasaba por debajo de la mesa sin pena ni gloria, la festividad de Reyes, en cambio, sí tenía su ritual, muy diferente de la locura consumista que hoy embarga a la gente las vísperas del 6 de enero…».
Unas costumbres isleñas de las que el cronista Eduardo Benítez Inglott dejó constancia en enero de 1935 en un magnífico trabajo titulado «La fiesta de los Reyes». Costumbres que han evolucionado hoy tanto que el propio periódico ABC, en su edición del 6 de enero del año 2000, al informar como «Los Reyes Magos repartieron ilusión por toda España» resaltó que «…mucho mas modernos fueron los Magos en Las Palmas de Gran Canaria donde aparecieron en jet foil…».
La celebración del Día de Reyes evolucionó poco a poco en la capital grancanaria y en muchas localidades de la isla, donde a lo largo del siglo XX se introdujeron celebraciones y festejos, algunos provenientes de antiguos rituales que se retomaban aunque con otras formas mas actuales, y se consolidó una fiesta que siempre tuvo sonora presencia en las calles y en el corazón de los insulares.
De aquellas celebraciones de íntimo regocijo e ilusión en familia, en la espera de los soñados regalos que los Reyes pudieran dejar, o de la bulla en la calle de bandas y ranchos de cantadores, de aquella celebración veguetera de la procesión de la Virgen de los Reyes, que salía con motivo de esta festividad de su ermita al final de la calle de su nombre —hoy rotulada equívocamente con el de «Reyes Católicos»—, o de la repetición de la «Misa Pastorella» del maestro Valle en la Catedral cada mediodía del 6 de enero, y de las primeras cabalgatas de los años 1936 a 1938, mucho mas sencillas y espontáneas, se ha pasado a una verdadera fiesta multitudinaria en las calles de Triana y del Puerto, a una cabalgata espectacular, a una bulla que se extiende a sociedades y clubes que organizan bailes con roscón de Reyes, pero también una celebración que no olvida tradiciones ya tan arraigadas y esperadas como la representación pública de «Autos de Reyes Magos» en Agüimes y Gáldar.
Sin embargo, en esta hora de recuerdos seríamos injustos sino recordáramos como también en aquel año 1936 el comerciante Miguel Jorge Rodríguez organizó una particular y pionera cabalgata de Reyes la misma mañana del día 6 de enero, que partió de su comercio en la calle Buenos Aires y se dirigió hasta el Asilo de los Desamparados a través de diversas calles del Barrio de Triana para llevarles algunos regalos y alegrarles la festividad.
La antigua tradición de representaciones de «Autos de nacimiento» y de «Autos de Reyes Magos», para recrear en las iglesias estas escenas del nacimiento y primeros días de vida del Redentor, que tuvo también presencia siglos atrás en Gran Canaria, se concretó en el siglo XX en la representación por plazas y calles de Agüimes después de 1955 gracias al texto obra del escritor y autor teatral Orlando Hernández Martín, al que José María Alfaro dedicó en ABC en noviembre de 1975 un extenso, meditado y elogioso artículo a propósito de su novela «Catalina Park».
En Gáldar, tras la celebración de la tradicional cabalgata de Reyes, tiene lugar también la puesta en escena del «Auto de los Reyes Magos», como es costumbres desde las primeras décadas del siglo pasado, aunque ahora en los últimos años ha estado bajo la dirección de Pascual Ruiz.
Otras localidades de la isla también mantienen esta tradición, como es el caso de La Aldea, que en las vísperas, antes el día 5 de enero, luego el 4, escenifica su Auto de Reyes Magos, con textos extraídos de la tradición oral y completados por Francisco Navarro Artiles, que también se remitió al «Auto de San Lorenzo», pero adaptando personajes y escenografía de forma que se facilitara su puesta en escena y una mejor comprensión dramática.
Si la estampa del «Niño Arquero» de Néstor Martín Fernández de la Torre, publicada por ABC el 22 de mayo de 1915, pudiera ser una singular y curiosa tarjeta navideña, también estampa sugerente del día de Reyes pudo ser la información de ABC del 9 de enero de 1964 que daba cuenta de cómo los Reyes Magos llegaron ese año a Fuerteventura «…en un avión plateado, llenando de ilusión y alegría a los 1.300 niños de la isla…», y de cómo «…la sustitución de los tradicionales camellos por el avión tuvo su origen en el programa de Los Formidables, radiado por la cadena de emisoras de la S.E.R. que permitió recaudar casi un millón de pesetas hace poco mas de una semana…», y que «.... todo ese dinero y los regalos depositados en los distintos centros abiertos al efecto han servido para endulzar la jornada de Reyes a estos niños…».
Y como no podía ser de otra forma, según resaltaba ABC el 6 de enero de 1996 al pie de una foto de la Playa de El Inglés en Gran Canaria, «Canarias recibe a los Reyes Magos con mucho sol».
Unas costumbres isleñas de las que el cronista Eduardo Benítez Inglott dejó constancia en enero de 1935 en un magnífico trabajo titulado «La fiesta de los Reyes». Costumbres que han evolucionado hoy tanto que el propio periódico ABC, en su edición del 6 de enero del año 2000, al informar como «Los Reyes Magos repartieron ilusión por toda España» resaltó que «…mucho mas modernos fueron los Magos en Las Palmas de Gran Canaria donde aparecieron en jet foil…».
La celebración del Día de Reyes evolucionó poco a poco en la capital grancanaria y en muchas localidades de la isla, donde a lo largo del siglo XX se introdujeron celebraciones y festejos, algunos provenientes de antiguos rituales que se retomaban aunque con otras formas mas actuales, y se consolidó una fiesta que siempre tuvo sonora presencia en las calles y en el corazón de los insulares.
De aquellas celebraciones de íntimo regocijo e ilusión en familia, en la espera de los soñados regalos que los Reyes pudieran dejar, o de la bulla en la calle de bandas y ranchos de cantadores, de aquella celebración veguetera de la procesión de la Virgen de los Reyes, que salía con motivo de esta festividad de su ermita al final de la calle de su nombre —hoy rotulada equívocamente con el de «Reyes Católicos»—, o de la repetición de la «Misa Pastorella» del maestro Valle en la Catedral cada mediodía del 6 de enero, y de las primeras cabalgatas de los años 1936 a 1938, mucho mas sencillas y espontáneas, se ha pasado a una verdadera fiesta multitudinaria en las calles de Triana y del Puerto, a una cabalgata espectacular, a una bulla que se extiende a sociedades y clubes que organizan bailes con roscón de Reyes, pero también una celebración que no olvida tradiciones ya tan arraigadas y esperadas como la representación pública de «Autos de Reyes Magos» en Agüimes y Gáldar.
Sin embargo, en esta hora de recuerdos seríamos injustos sino recordáramos como también en aquel año 1936 el comerciante Miguel Jorge Rodríguez organizó una particular y pionera cabalgata de Reyes la misma mañana del día 6 de enero, que partió de su comercio en la calle Buenos Aires y se dirigió hasta el Asilo de los Desamparados a través de diversas calles del Barrio de Triana para llevarles algunos regalos y alegrarles la festividad.
La antigua tradición de representaciones de «Autos de nacimiento» y de «Autos de Reyes Magos», para recrear en las iglesias estas escenas del nacimiento y primeros días de vida del Redentor, que tuvo también presencia siglos atrás en Gran Canaria, se concretó en el siglo XX en la representación por plazas y calles de Agüimes después de 1955 gracias al texto obra del escritor y autor teatral Orlando Hernández Martín, al que José María Alfaro dedicó en ABC en noviembre de 1975 un extenso, meditado y elogioso artículo a propósito de su novela «Catalina Park».
En Gáldar, tras la celebración de la tradicional cabalgata de Reyes, tiene lugar también la puesta en escena del «Auto de los Reyes Magos», como es costumbres desde las primeras décadas del siglo pasado, aunque ahora en los últimos años ha estado bajo la dirección de Pascual Ruiz.
Otras localidades de la isla también mantienen esta tradición, como es el caso de La Aldea, que en las vísperas, antes el día 5 de enero, luego el 4, escenifica su Auto de Reyes Magos, con textos extraídos de la tradición oral y completados por Francisco Navarro Artiles, que también se remitió al «Auto de San Lorenzo», pero adaptando personajes y escenografía de forma que se facilitara su puesta en escena y una mejor comprensión dramática.
Si la estampa del «Niño Arquero» de Néstor Martín Fernández de la Torre, publicada por ABC el 22 de mayo de 1915, pudiera ser una singular y curiosa tarjeta navideña, también estampa sugerente del día de Reyes pudo ser la información de ABC del 9 de enero de 1964 que daba cuenta de cómo los Reyes Magos llegaron ese año a Fuerteventura «…en un avión plateado, llenando de ilusión y alegría a los 1.300 niños de la isla…», y de cómo «…la sustitución de los tradicionales camellos por el avión tuvo su origen en el programa de Los Formidables, radiado por la cadena de emisoras de la S.E.R. que permitió recaudar casi un millón de pesetas hace poco mas de una semana…», y que «.... todo ese dinero y los regalos depositados en los distintos centros abiertos al efecto han servido para endulzar la jornada de Reyes a estos niños…».
Y como no podía ser de otra forma, según resaltaba ABC el 6 de enero de 1996 al pie de una foto de la Playa de El Inglés en Gran Canaria, «Canarias recibe a los Reyes Magos con mucho sol».
Muere el hijo menor del último sah de Irán
Su familia perdió una corona. La dictadura prooccidental de su padre dio paso a un régimen fundamentalista religioso que ha convertido a su país en una anomalía en la escena internacional.
A los 12 años tuvo que huir de Irán y se refugió en Nueva York, el principio de un largo exilio que, pasando por Egipto y regresando a Estados Unidos, sólo le provocó una profunda insatisfacción. Alireza Pahlevi falleció este martes en su casa de Boston.
A sus 44 años, era un experto en la historia y la cultura de una patria que nunca pudo volver a visitar, hijo segundo de una familia que aun recuerda con la misma amargura del primer día su expulsión de Teherán en un día de enero de hace 32 años.
Alireza Pahlevi, en una foto de infancia junto a su padre, Mohamed Reza Pahlevi, y su hermana Leila.- AP
"Al igual que millones de jóvenes iraníes, a él le apenaban todos los males caídos sobre su amada patria, así como el tener que soportar la carga de la pérdida de un padre y una hermana en su joven vida", dijo la familia en un comunicado. "A pesar de que luchó durante años para superar su dolor, finalmente sucumbió, durante la noche del cuatro de enero de 2011, en su residencia en Boston, donde se quitó la vida, sumiendo a su familia y amigos en un gran dolor".
A su salida de Irán, el sah había deambulado con su séquito por el norte de África, a la espera, inútil, de la caída de los ayatolás liderados por Ruhollah Jomeini. Fue huésped incómodo de Egipto y de Marruecos. Era un gobernante depuesto, amigo de América, repudiado por los devotos clérigos musulmanes de Irán. Cuando pidió, indirectamente, entrar a Estados Unidos, se le dijo discretamente que la cuestión era peliaguda. Jimmy Carter buscaba buenas relaciones con los ayatolás.
Carter dejó que sus hijos, entre ellos Alireza, se afincaran en EE UU. Pero el shah tuvo que vagar por las Bahamas y por México, hasta que, enfermo de cáncer, fue admitido el 22 de octubre de 1979 en Nueva York para ser operado. Estaba todavía en el hospital, 13 días después, cuando los revolucionarios iraníes asaltaron la Embajada norteamericana en Teherán y exigieron la extradición del derrocado monarca a cambio de las vidas de 52 rehenes. Pronto, el shah regresó a El Cairo, donde Alireza estudió en el Colegio Americano. Su padre murió en 1980 y su madre y hermanos regresaron prontamente a su exilio norteamericano.
Así fue la breve vida errante de Alireza Pahlevi, el segundo príncipe de Persia: siempre callado, siempre en la sombra. Cuando a su hermano y aspirante a la corona de un país ya sin reyes, Reza, se le acusó de alentar las protestas callejeras contra la reelección de Mahmud Ahmadineyad, en 2009, Alireza se mantuvo en discreto segundo plano. El príncipe heredero se colocó, desde el momento de la muerte de su padre en 1980, en el centro de todas las especulaciones conspiratorias para derrocar a los ayatolás y dar marcha atrás en Irán. Con los años, pasó a defender una transición a un régimen democrático, lejos de la autocracia asumida e impuesta por su padre.
Mientas, su familia se desintegraba. Leila Pahlevi, la hija menor del shah y Farah Diba, amaneció muerta en un hotel de Londres a los 31 años, en 2001. Fue sobredosis de un somnífero, Secobarbital, y algo de cocaína, según la autopsia. Los medicamentos se los había robado a su médico. "En el exilio desde los nueve años, nunca superó la muerte de su padre, su majestad Mohamed Reza Sah Pahlevi, de quien se hallaba muy cerca", dijo su madre en un comunicado. "No pudo soportar vivir lejos de Irán y compartía de todo corazón el dolor de sus compatriotas".
Según la familia destronada, el mismo dolor se llevó por delante a Alireza. En su exilio americano se adentró en los prolijos pasadizos de la historia de su país.
Primero, estudió musicología en Princeton. Luego pasó a Columbia, a perfeccionar sus conocimientos en historia iraní con un máster. En Harvard añadió filología y estudios de historia antigua persa. Según su madre, disfrutaba del paracaidismo, el buceo, el vuelo y la lectura. Nunca se casó. Vivía en Boston. No regresó a Teherán.
A los 12 años tuvo que huir de Irán y se refugió en Nueva York, el principio de un largo exilio que, pasando por Egipto y regresando a Estados Unidos, sólo le provocó una profunda insatisfacción. Alireza Pahlevi falleció este martes en su casa de Boston.
A sus 44 años, era un experto en la historia y la cultura de una patria que nunca pudo volver a visitar, hijo segundo de una familia que aun recuerda con la misma amargura del primer día su expulsión de Teherán en un día de enero de hace 32 años.
Alireza Pahlevi, en una foto de infancia junto a su padre, Mohamed Reza Pahlevi, y su hermana Leila.- AP
"Al igual que millones de jóvenes iraníes, a él le apenaban todos los males caídos sobre su amada patria, así como el tener que soportar la carga de la pérdida de un padre y una hermana en su joven vida", dijo la familia en un comunicado. "A pesar de que luchó durante años para superar su dolor, finalmente sucumbió, durante la noche del cuatro de enero de 2011, en su residencia en Boston, donde se quitó la vida, sumiendo a su familia y amigos en un gran dolor".
A su salida de Irán, el sah había deambulado con su séquito por el norte de África, a la espera, inútil, de la caída de los ayatolás liderados por Ruhollah Jomeini. Fue huésped incómodo de Egipto y de Marruecos. Era un gobernante depuesto, amigo de América, repudiado por los devotos clérigos musulmanes de Irán. Cuando pidió, indirectamente, entrar a Estados Unidos, se le dijo discretamente que la cuestión era peliaguda. Jimmy Carter buscaba buenas relaciones con los ayatolás.
Carter dejó que sus hijos, entre ellos Alireza, se afincaran en EE UU. Pero el shah tuvo que vagar por las Bahamas y por México, hasta que, enfermo de cáncer, fue admitido el 22 de octubre de 1979 en Nueva York para ser operado. Estaba todavía en el hospital, 13 días después, cuando los revolucionarios iraníes asaltaron la Embajada norteamericana en Teherán y exigieron la extradición del derrocado monarca a cambio de las vidas de 52 rehenes. Pronto, el shah regresó a El Cairo, donde Alireza estudió en el Colegio Americano. Su padre murió en 1980 y su madre y hermanos regresaron prontamente a su exilio norteamericano.
Así fue la breve vida errante de Alireza Pahlevi, el segundo príncipe de Persia: siempre callado, siempre en la sombra. Cuando a su hermano y aspirante a la corona de un país ya sin reyes, Reza, se le acusó de alentar las protestas callejeras contra la reelección de Mahmud Ahmadineyad, en 2009, Alireza se mantuvo en discreto segundo plano. El príncipe heredero se colocó, desde el momento de la muerte de su padre en 1980, en el centro de todas las especulaciones conspiratorias para derrocar a los ayatolás y dar marcha atrás en Irán. Con los años, pasó a defender una transición a un régimen democrático, lejos de la autocracia asumida e impuesta por su padre.
Mientas, su familia se desintegraba. Leila Pahlevi, la hija menor del shah y Farah Diba, amaneció muerta en un hotel de Londres a los 31 años, en 2001. Fue sobredosis de un somnífero, Secobarbital, y algo de cocaína, según la autopsia. Los medicamentos se los había robado a su médico. "En el exilio desde los nueve años, nunca superó la muerte de su padre, su majestad Mohamed Reza Sah Pahlevi, de quien se hallaba muy cerca", dijo su madre en un comunicado. "No pudo soportar vivir lejos de Irán y compartía de todo corazón el dolor de sus compatriotas".
Según la familia destronada, el mismo dolor se llevó por delante a Alireza. En su exilio americano se adentró en los prolijos pasadizos de la historia de su país.
Primero, estudió musicología en Princeton. Luego pasó a Columbia, a perfeccionar sus conocimientos en historia iraní con un máster. En Harvard añadió filología y estudios de historia antigua persa. Según su madre, disfrutaba del paracaidismo, el buceo, el vuelo y la lectura. Nunca se casó. Vivía en Boston. No regresó a Teherán.
La agotadora vuelta a España del 'London calling' de The Clash
Chuck Prophet toca en 12 ciudades el mítico disco, una de las cumbres del punk .
Muerte o gloria, Jimmy Jazz, los fallos de Rudie, bombas en España, pistolas en Brixton o el supermercado como extravío. "Y los cuatro mejores compases de apertura de todos los tiempos", añade Chuck Prophet (Whittier, 1963) a los emblemas de London calling, obra maestra de The Clash y reto para el músico estadounidense, que este mes interpreta el doble álbum en una gira por 12 ciudades españolas. El agotador paseo arrancó el martes en Logroño y se cerrará el día 15 en Bilbao, sin un solo día de tregua.
La gira arrancó el martes en Logroño y acabará el día 15 en Bilbao
"Reproducimos la receta, sin miedo a los cambios", dice Chuck Prophet
El desafío supera cualquiera de los planteados con discos ajenos (ya es el cuarto) por la promotora barcelonesa Houston Party: la veterana revista Rolling Stone incluye London calling en su top 10 de siempre y lo considera el mejor álbum de los ochenta; para la biblia indie Pitchfokmedia merece, en cambio, el subcampeonato de los setenta. Disparidad de fechas, porque se publicó en diciembre de 1979, pero cumbre unánime en cualquier caso.
Prophet va más allá: "Es el único disco por el que soy capaz de embarcarme en esto. Lo compré cuando salió y me enseñó que todo era posible y que no había por qué dejar ninguna música fuera de la fiesta. Y es lo que he seguido en mi carrera, a partir de una infancia empapada de country".
El roots rock y la anchura de miras son, de siempre, las señas de Prophet. Y The Clash se mostraban fascinados por la música de raíces estadounidense, basta echar un ojo a sus teloneros. "El punk era simple y estricto; con London calling se acabaron los límites. Ellos abrazaron todo lo de alrededor y la tradición previa: country, glam, blues, rhythm & blues, folk, reggae... Metieron sin miedo el cubo en el pozo y bebieron de él". Un crisol del que solo los ritmos jamaicanos, debilidad de la banda británica, no casan con Prophet. "Procuraremos llevar los sabores reggae por otros caminos. La melodía de The guns of Brixton, por ejemplo, lo permite".
¿Y cuál será el tratamiento general? "Nuevas formas de contar la misma historia, como en el cine. Hay quien piensa que solo existen tres westerns, que se rehacen todo el rato. Han pasado 30 años y es hora de contarla de nuevo. Faltan ingredientes, pero intentaremos reproducir la receta, sin miedo a los cambios. Algo ambicioso". Prophet publicó en 2009 el espléndido Let freedom ring, "canciones políticas para gente no política", en su definición. Parece un preámbulo apto para sumergirse en el universo combativo de The Clash. "Sin duda: en London calling se habla de desempleo, alcoholismo, hacerse adulto, paranoia, derechos laborales, encrucijadas, cuidar o no del otro, historia, materialismo, marxismo, socialismo, todos los ismos...".
Prophet carece de un pasado punk. El californiano se dio a conocer en los ochenta como guitarrista y compositor de Green On Red. Con aquella banda grabó We shall overcome, de Pete Seeger, pero sin inquietud política. Lo que sí hicieron Green On Red, además de discos apreciables, es abrir brecha para grupos posteriores como Wilco. "Quedamos relegados al estatus de culto, pero hoy me siento afortunado por levantarme cada día como músico y tocar cosas excitantes".
Su decena de notables trabajos en solitario tampoco le ha dado celebridad. Caso parecido al de Chris von Sneider, cantautor de San Francisco y miembro de Chuck Prophet & The Spanish Bombs, el nombre ad hoc de la banda. Chuck y él ejercerán de Joe Strummer y Mick Jones, los líderes de The Clash.
El humanista fallecido y la rock star, según el mito. "Solo conocí a Joe, y la actitud de Mick resulta comprensible por las penurias de infancia. Se crió con su abuela en un barrio obrero. No he contactado ahora con los supervivientes, es mejor que el disco hable por sí solo".
Muerte o gloria, Jimmy Jazz, los fallos de Rudie, bombas en España, pistolas en Brixton o el supermercado como extravío. "Y los cuatro mejores compases de apertura de todos los tiempos", añade Chuck Prophet (Whittier, 1963) a los emblemas de London calling, obra maestra de The Clash y reto para el músico estadounidense, que este mes interpreta el doble álbum en una gira por 12 ciudades españolas. El agotador paseo arrancó el martes en Logroño y se cerrará el día 15 en Bilbao, sin un solo día de tregua.
La gira arrancó el martes en Logroño y acabará el día 15 en Bilbao
"Reproducimos la receta, sin miedo a los cambios", dice Chuck Prophet
El desafío supera cualquiera de los planteados con discos ajenos (ya es el cuarto) por la promotora barcelonesa Houston Party: la veterana revista Rolling Stone incluye London calling en su top 10 de siempre y lo considera el mejor álbum de los ochenta; para la biblia indie Pitchfokmedia merece, en cambio, el subcampeonato de los setenta. Disparidad de fechas, porque se publicó en diciembre de 1979, pero cumbre unánime en cualquier caso.
Prophet va más allá: "Es el único disco por el que soy capaz de embarcarme en esto. Lo compré cuando salió y me enseñó que todo era posible y que no había por qué dejar ninguna música fuera de la fiesta. Y es lo que he seguido en mi carrera, a partir de una infancia empapada de country".
El roots rock y la anchura de miras son, de siempre, las señas de Prophet. Y The Clash se mostraban fascinados por la música de raíces estadounidense, basta echar un ojo a sus teloneros. "El punk era simple y estricto; con London calling se acabaron los límites. Ellos abrazaron todo lo de alrededor y la tradición previa: country, glam, blues, rhythm & blues, folk, reggae... Metieron sin miedo el cubo en el pozo y bebieron de él". Un crisol del que solo los ritmos jamaicanos, debilidad de la banda británica, no casan con Prophet. "Procuraremos llevar los sabores reggae por otros caminos. La melodía de The guns of Brixton, por ejemplo, lo permite".
¿Y cuál será el tratamiento general? "Nuevas formas de contar la misma historia, como en el cine. Hay quien piensa que solo existen tres westerns, que se rehacen todo el rato. Han pasado 30 años y es hora de contarla de nuevo. Faltan ingredientes, pero intentaremos reproducir la receta, sin miedo a los cambios. Algo ambicioso". Prophet publicó en 2009 el espléndido Let freedom ring, "canciones políticas para gente no política", en su definición. Parece un preámbulo apto para sumergirse en el universo combativo de The Clash. "Sin duda: en London calling se habla de desempleo, alcoholismo, hacerse adulto, paranoia, derechos laborales, encrucijadas, cuidar o no del otro, historia, materialismo, marxismo, socialismo, todos los ismos...".
Prophet carece de un pasado punk. El californiano se dio a conocer en los ochenta como guitarrista y compositor de Green On Red. Con aquella banda grabó We shall overcome, de Pete Seeger, pero sin inquietud política. Lo que sí hicieron Green On Red, además de discos apreciables, es abrir brecha para grupos posteriores como Wilco. "Quedamos relegados al estatus de culto, pero hoy me siento afortunado por levantarme cada día como músico y tocar cosas excitantes".
Su decena de notables trabajos en solitario tampoco le ha dado celebridad. Caso parecido al de Chris von Sneider, cantautor de San Francisco y miembro de Chuck Prophet & The Spanish Bombs, el nombre ad hoc de la banda. Chuck y él ejercerán de Joe Strummer y Mick Jones, los líderes de The Clash.
El humanista fallecido y la rock star, según el mito. "Solo conocí a Joe, y la actitud de Mick resulta comprensible por las penurias de infancia. Se crió con su abuela en un barrio obrero. No he contactado ahora con los supervivientes, es mejor que el disco hable por sí solo".
Suscribirse a:
Entradas (Atom)