MARIO BENEDETTI
Hay que volverse sordo y mudo y ciego
sordo de amor, de amor enmudecido,
ciego de amor. Olfato, gusto y tacto
quedan para alejar la muerte y para
hundirse en la mujer, en esa ola
que es tiempo y lengua y brazos y latido,
esa mujer descanso, mujer césped,
que es llanto y rostro y siembra y apetito,
esa mujer cosecha, mujer signo,
que es paz y aliento y cábala y jadeo.
Hay que amar con horror para salvarse,
amanecer cuando los mansos dientes
muerden, para salvarse, o por lo menos
para creerse a salvo, que es bastante.
Hay que amar sentenciado y sin urgencia,
para salvarse, para guarecerse
de esa muerte que llueve hielo o fuego.
Es el cielo común, el alba escándalo,
el goce atroz, el milagro caos,
la piel abismo, la granada abierta,
la única unidad uniyugada,
la derrota de todas las cautelas.
Hay que amar con valor, para salvarse.
Sin luna, sin nostalgia, sin pretextos.
Hay que despilfarrar en una noche
-que puede ser mil y una- el universo,
sin augurios, sin planes, sin temblores,
sin convenios, sin votos, con olvido,
desnudos cuerpo y alma, disponibles
para ser otro y otra a ras de sueño.
Bendita noche cóncava, delicia
de encontrar un abrazo a la deriva
y entrar en ese enigma, sin astucia,
y volver por el aire al aire libre.
Hay que amar con amor, para salvarse