Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 dic 2010

Antihéroes de posguerra

Los tebeos se llenaron de enmascarados y huérfanos a partir de 1940 - Una muestra rescata míticas cabeceras .
Un tebeo es también un tratado de sociología y un apunte histórico. Depende del público. Un niño de la posguerra española podía fantasear con ser el Jabato e identificarse con la hambruna insaciable de Carpanta. Un investigador, como Luis Conde Martín, repara que en las publicaciones juveniles de la época proliferan los huérfanos que "encaran la vida solos" y héroes enmascarados que "ocultan vidas anteriores o purgan errores del pasado". Una expiación sobre la que se desconocían detalles y unos huérfanos que ignoraban, junto a sus lectores, por qué no tenían padres.








La guerra no estaba en aquellas viñetas que, sin embargo, estaban profundamente marcadas por lo ocurrido entre 1936 y 1939. Se puede ver en la exposición Los tebeos de la posguerra, organizada por el Centro Documental de la Memoria Histórica y que hoy se inaugura en el Palacio Episcopal de Salamanca. La muestra repasa editoriales y cabeceras míticas publicadas entre 1940 y 1960 como El Capitán Trueno -el próximo año se estrena la película sobre el personaje de Víctor Mora-, Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz -200.000 ejemplares a la semana-, Pulgarcito, TBO, Pumby, Sissi, Tio Vivo o Can Can. La muestra es una continuación natural de la dedicada a las historietas en la Guerra Civil.






En los primeros años, cuenta Luis Conde, comisario de la exposición, "se advierte el empeño por utilizar el lenguaje de la historieta con ánimo didáctico y doctrinario, con torpeza expresiva y mucha carga ideológica". El armazón censor montado por la dictadura no ignoró a unas publicaciones que poseían una evidente fuerza propagandística. Caperucita se vuelve Azul o Encarnada y Flash Gordon es rebautizado como Roldán el Temerario. "Había obsesión por los desnudos femeninos y las desviaciones político-religiosas", escribe el comisario. La mordaza aflojó algo con el tiempo, como evidencia Florita, una revista juvenil repleta de chicas en pantalones que tiraban con arco, un prototipo femenino que se habría vetado en los cuarenta.






Las mayores coacciones, según el periodista Vicent Sanchis, autor del libro Tebeos mutilados (Ediciones B), se dan a partir de los años cincuenta, cuando el Ministerio de Información y Turismo elabora las normas que debían acatar editores, dibujantes y guionistas. Se prohibía tajantemente cuestionar la autoridad paterna y se recomendaba no confundir hadas y ángeles.






No siempre esto fue a misa. Moncho Alpuente, que ha colaborado en la exposición del Ministerio de Cultura y que tuvo como primer tebeo de referencia el Pulgarcito, recuerda que la familia "no quedaba muy bien parada en la crónica costumbrista, devenida en ácida parodia, de las historietas". La emblemática familia Cebolleta, creada por Vázquez en DDT, está liderada por Rosendo, un padre "chupatintas y esclavizado". En la factoría Bruguera, casi todos los protagonistas eran seres apaleados por la vida, como la criada Petra. "Nos hicieron felices a tantos niños durante tantos años", reflexiona Alpuente, "a costa de hacer infelices a sus héroes, siempre entrañables, casi nunca modélicos, reflejo deformado en esperpento gráfico de un país trágico y vestido de luto".

Poema Mesa Y Naranjas de Andres Sanchez Robayna

las líneas de la mesa

interrumpidas por naranjas



dispuestas en un plano

sobre la luz del cuarto blanco



abajo el mar se tiende

bajo la mano de los elipses



la luz inunda el cuarto

y las naranjas se acumulan



sobre la luz que entra

y que se tiende en la blancura



de este cuarto y el plano

de las naranjas y la mesa

Poema Más Allá De Los Árboles de Andres Sanchez Robayna

Aquellas hojas,

enormes, ¿qué decían? Un lenguaje

parecían formar con su rumor, una lengua

que debía aprender, hecha de grumos.



Eran las espesuras removidas

por el viento, allá lejos.



Yo acudía al ramaje, a las hojas que hablaban.



II

Cuántas veces las vi agitarse, solo,

en escapadas, para estar con ellas,

para oír, otra vez, los golpes silenciosos,

el viento de la tarde

en los nudos, las yemas de los árboles.

Pero quién escapaba o creía escapar,

si los árboles eran solamente otro espacio

de lo inasible, de cuanto queda como suspendido

por sobre la materia del mundo,

lo no visible y, sin embargo,

acaso más real que la piedra que existe. Allí,

bajo el ramaje, me sentaba, entre piedras

dispersas, por la hierba,

sobre la tierra, cifra de los mundos.



III

Aquella era la lengua de las hojas, la lengua

del irrequieto fondo de la luz.

¿Lengua, lenguaje,

digo? ¿Una palabra

más allá del lenguaje, eso buscaba?



Solamente más tarde iba a saberlo,

cuando el lenguaje habló, y tan sólo

llegó el lenguaje a ser la destrucción

de cuanto conocía. Y era, al mismo tiempo,

la construcción de todo. Yo volvía

otra vez a los árboles, aún

no sabía del lenguaje sino sólo su enigma.



IV

El ramaje extendido,

la hierba, como un afloramiento

del interior del mundo, las raíces

de lo visible, los arbustos, el aire,

eran una llamada del lenguaje. Y eran

una llamada de más allá de él, como si aquella luz

hablara de otro mundo, siendo el mundo mismo.

Cruzaba el aire, removía

la espesura, la sombra, vibración,

allí, de cuanto existe, en los instantes

que dicen lo visible y lo invisible.



V

En las hojas sagradas cae la luz del tiempo,

las recorren los cauces diminutos del agua,

el aire las envuelve con manos que atesoran,

es el fin y el origen, es el fuego del tiempo.



VI

La tierra, sí, se entrega,

parece levantarse hacia las hojas

que hasta ella regresan, desde el aire,

y con ella se funden, como el hálito

se funde con la tierra y los ramajes.



VII

Vamos hasta los árboles, te dije.



Sé que te gusta

extraviarte, y a veces me lo pides

tirando de la mano, apresada,

como apresada por la luz toda mano requiere

ir hasta su deseo, llegar a conocer,

aun si el conocimiento no es sino el umbral

de otra ignorancia, acaso, vacía de sí misma.



VIII

Acércate a los árboles, verás

y podrás escuchar que no existe un silencio

más poblado de voces, que parecen

alzarse desde el suelo hasta otro espacio. Allí,

el aire claro dice el mundo y cuanto

se extiende sobre él y, sin embargo,

es él mismo, la lengua de la tierra,

la promesa de que bajo el ramaje

podrás oír el rumor, tomar la mano

pura de lo visible, cuando los mundos te parezca

que se disipan, cuando la propia luz

se acerque hasta los bordes del tormento

de la luz, y sea sólo oscuridad.



IX

Acércate a las hojas, llégate hasta el rumor.



Niño,

ese cuerpo inasible que contemplas

late sobre esta hierba, en estas piedras,

fin y origen. Que el aire

que traspasa las hojas vuelva hasta aquí de nuevo,

y que esa lengua sea la del cuerpo del mundo.



Escucha de esa boca cuanto hay

más allá de los árboles.



De “Sobre una piedra extrema” 1995

Poema La Abubilla de Andres Sanchez Robayna

Poema La Abubilla de Andres Sanchez Robayna
 



En la hierba del cielo, o de los mundos,

el animal levanta el vuelo breve,

la cabeza incendiada, el cuerpo astuto,

la cresta reflejada por los charcos del tiempo.



Lo vi en días de luz que no regresa,

pero un niño regresa. Un niño, ahora,

cuida su pata herida junto a una casa blanca,

en el tiempo sin tiempo y en el no de la luz.



De “Fuego blanco” 1992