Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 dic 2010

Poema Más Allá De Los Árboles de Andres Sanchez Robayna

Aquellas hojas,

enormes, ¿qué decían? Un lenguaje

parecían formar con su rumor, una lengua

que debía aprender, hecha de grumos.



Eran las espesuras removidas

por el viento, allá lejos.



Yo acudía al ramaje, a las hojas que hablaban.



II

Cuántas veces las vi agitarse, solo,

en escapadas, para estar con ellas,

para oír, otra vez, los golpes silenciosos,

el viento de la tarde

en los nudos, las yemas de los árboles.

Pero quién escapaba o creía escapar,

si los árboles eran solamente otro espacio

de lo inasible, de cuanto queda como suspendido

por sobre la materia del mundo,

lo no visible y, sin embargo,

acaso más real que la piedra que existe. Allí,

bajo el ramaje, me sentaba, entre piedras

dispersas, por la hierba,

sobre la tierra, cifra de los mundos.



III

Aquella era la lengua de las hojas, la lengua

del irrequieto fondo de la luz.

¿Lengua, lenguaje,

digo? ¿Una palabra

más allá del lenguaje, eso buscaba?



Solamente más tarde iba a saberlo,

cuando el lenguaje habló, y tan sólo

llegó el lenguaje a ser la destrucción

de cuanto conocía. Y era, al mismo tiempo,

la construcción de todo. Yo volvía

otra vez a los árboles, aún

no sabía del lenguaje sino sólo su enigma.



IV

El ramaje extendido,

la hierba, como un afloramiento

del interior del mundo, las raíces

de lo visible, los arbustos, el aire,

eran una llamada del lenguaje. Y eran

una llamada de más allá de él, como si aquella luz

hablara de otro mundo, siendo el mundo mismo.

Cruzaba el aire, removía

la espesura, la sombra, vibración,

allí, de cuanto existe, en los instantes

que dicen lo visible y lo invisible.



V

En las hojas sagradas cae la luz del tiempo,

las recorren los cauces diminutos del agua,

el aire las envuelve con manos que atesoran,

es el fin y el origen, es el fuego del tiempo.



VI

La tierra, sí, se entrega,

parece levantarse hacia las hojas

que hasta ella regresan, desde el aire,

y con ella se funden, como el hálito

se funde con la tierra y los ramajes.



VII

Vamos hasta los árboles, te dije.



Sé que te gusta

extraviarte, y a veces me lo pides

tirando de la mano, apresada,

como apresada por la luz toda mano requiere

ir hasta su deseo, llegar a conocer,

aun si el conocimiento no es sino el umbral

de otra ignorancia, acaso, vacía de sí misma.



VIII

Acércate a los árboles, verás

y podrás escuchar que no existe un silencio

más poblado de voces, que parecen

alzarse desde el suelo hasta otro espacio. Allí,

el aire claro dice el mundo y cuanto

se extiende sobre él y, sin embargo,

es él mismo, la lengua de la tierra,

la promesa de que bajo el ramaje

podrás oír el rumor, tomar la mano

pura de lo visible, cuando los mundos te parezca

que se disipan, cuando la propia luz

se acerque hasta los bordes del tormento

de la luz, y sea sólo oscuridad.



IX

Acércate a las hojas, llégate hasta el rumor.



Niño,

ese cuerpo inasible que contemplas

late sobre esta hierba, en estas piedras,

fin y origen. Que el aire

que traspasa las hojas vuelva hasta aquí de nuevo,

y que esa lengua sea la del cuerpo del mundo.



Escucha de esa boca cuanto hay

más allá de los árboles.



De “Sobre una piedra extrema” 1995

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