Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

8 dic 2010

El Nobel que lloró y que hizo llorar

El discurso de Vargas Llosa quebró su voz y provocó las lágrimas en sus allegados - El escritor evocó las palabras de su esposa: "Para lo único que sirves es para escribir" .
Mario Vargas Llosa convirtió una carta de batalla sobre su vida en un discurso emocionante que les llevó a las lágrimas a él; a su mujer, Patricia; a sus hijos; a los amigos que le acompañan en Estocolmo y a su agente, Carmen Balcells, que lleva sus asuntos desde hace medio siglo.




Elogio de la lectura y la ficción

Los Nobel son de carne y hueso

Vargas Llosa, luz literaria

Vargas Llosa: "No me voy a dejar enterrar por este premio"

Las lágrimas de Vargas Llosa


El Nobel se emociona al nombrar en su discruso a su mujer y su familia -



El Nobel fue el primero que lloró, y ya, en el folio décimo de su discurso, el auditorio le siguió; lo que hasta entonces era el recuento combativo de toda una vida se tiñó de una emoción de cuya intensidad él mismo se sorprendió. "¡Y yo que nunca lloro!", nos dijo, al bajar del atril.



La emoción del Nobel prorrumpió cuando dijo estas palabras en el tramo final de su discurso: "El Perú es Patricia, la prima de nariz respingada y carácter indomable...". A partir de "indomable", Vargas no se pudo contener, así que fue leyendo a trompicones, entre lágrimas e hipidos, hasta que alcanzó la cuesta final de este párrafo que convierte su discurso en algo especial, no tan frecuente en ocasiones así. "Ella hace todo y todo lo hace bien", dijo, a duras penas, "administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: 'Mario, para lo único que tú sirves es para escribir".



Ese párrafo que ahora será tan famoso como algunos de sus mejores escritos despertó en Patricia, y en toda su familia, y en los que estaban alrededor, una emoción extraordinaria, pero en ella, además, acabó una extrañeza: "¿Por qué Mario no me deja leer su discurso?", había preguntado. Lo había leído Álvaro, el hijo mayor, y hubo una versión que leyó Gonzalo, el hijo siguiente, y no se sabe si Morgana, la menor, lo leyó también. Pero a Patricia, su marido le prohibió leerlo, "y eso produjo una cierta reyerta familiar en la casa". "Ahora ya mi madre sabe por qué mi padre no quiso que lo leyera", dijo Álvaro. Para éste, "este es el espejo de su alma, la esencia de Mario Vargas Llosa, el reflejo de su pensamiento ético y sentimental". Se le ha visto mucho en público, toda su vida, pero, como dice el hijo, "aquí se entregó, y es bonito que lo haya hecho al borde de los 75 años".



La madre estaba "conmovida hasta los huesos"; ahora ya sabe por qué para ella también era un discurso secreto hasta que lo empezó a pronunciar. Antes de que empezara a leer, Carmen Balcells, que se emociona cuando le tocan de cerca, nos había dicho: "Si no lloro, me echa", porque era evidente que la nombraría. Pero esta vez la agente, sentada en primera fila, en su silla de ruedas, temblando como una Magdalena, rodeada de los parientes de Mario, lloró sobre todo cuando ese párrafo empezó a hacer llorar a su propio autor. Luego nos dijo: "Es la mejor manera de acabar mi vida de agente". Ella es así también cuando exagera, dijo alguien, mientras Carmen Balcells seguía bañada en lágrimas.



Un compañero de pupitre (carpeta, dicen en Perú) de la adolescencia de Mario Vargas Llosa en Lima, el escritor José-Miguel Oviedo, nos dijo: "Es el discurso. Le he escuchado hablar de política, de literatura, de la vida, y jamás le había escuchado una pieza tan perfecta. Y tan emocionante. Yo también he llorado, cómo no".



Lloró todo el mundo. Su traductor al sueco también. Nos dijo Peter Landelius: "Emocionante y cristalino, profundamente humano y político en el mejor sentido de la palabra. Cuando lo traduje no esperaba que él mismo llorara, pero lo comprendo perfectamente". El secretario perpetuo de la Academia Sueca, Peter Englund, nos confirmaba la noticia del día: Vargas Llosa era el primer Nobel que lloraba en Estocolmo.
El discurso cubrió la política, los nacionalismos (en contra), su evolución del marxismo a la democracia liberal, su desencanto con la revolución en Cuba, su intento de llegar a la presidencia de Perú, su niñez, el descubrimiento de la lectura ("la cosa más importante que me ha pasado en la vida"), el descubrimiento del padre... Hasta entonces fue una combinación de libros y vida; cuando asomó su entraña (su "buena entraña") como dice él se le inundaron los ojos de lágrimas y la gente se dispuso a recordar otro discurso. El del amor de Mario Vargas Llosa por la gente que le ha permitido ser el escritor que ha ganado el Nobel.

Lennon, ángel y demonio

.La noche del 8 de diciembre de 1980 cinco disparos acababan con el músico más carismático de los sesenta. Mark David Chapman, en su retorcida mente, pretendía justificarse argumentando que castigaba a un líder que no vivía lo que predicaba pero provocó justamente el efecto contrario del desenmascaramiento de un hipócrita: en estos 30 años John Lennon ha sido consagrado como uno de los apóstoles del siglo XX, a la altura de Ghandi o Martin Luther King.






Su madeja de contradicciones explica que nos fascine el personaje

Morir como mártir tiene esas consecuencias cegadoras. Lennon se ha convertido en el Gran Pacifista, el visionario que pretendió cambiar el mundo y pagó con su vida. Se le supone enfrentado con todos los poderes: un radical indomable.
Sus recursos musicales parecen infinitos: se le considera el genio de los Beatles. Además, ¡el hombre que siempre decía la verdad!



En general, los infinitos libros y documentales sobre Lennon tienden hacia la hagiografía. Se nota la pesada mano de la viuda: como legataria, Yoko Ono puede prohibir el uso de las canciones del difunto, incluyendo las letras, si el proyecto no muestra el respeto debido. Una precaución comprensible pero que difumina su verdadero perfil.



Al otro extremo, los libros desmitificadores. Son trabajos parciales, en todos los sentidos. El más difundido es Las muchas vidas de John Lennon, ahora reeditado por Lumen. Su autor fue un asesino (literario) a sueldo, Albert Goldman, que explotaba el filón hallado con su despiadada demolición de Elvis Presley.
Buen sabueso, Goldman comprendió que cualquier famoso deja una pista de colegas resentidos, amigos traicionados, empleados despedidos. Sus hallazgos, desdichadamente, estaban comprometidos por su posición de partida: todo lo apuntaba en la columna del "debe".



La mala baba de Goldman todavía asombra. Especula -y disculpen la sordidez del ejemplo- con un viaje de Lennon en solitario por Asia en 1976; el biógrafo carece de información pero se apresura a imaginarle visitando los burdeles de Bangkok, acostándose con jovencitos de ambos sexos, consumiendo la marihuana y la heroína locales.
Sin embargo, sabemos que John solía desmelenarse en compañía de amigotes y que procuraba pasar desapercibido cuando carecía de ese escudo. Como recuerda jocosamente Keith Richards en su Vida, Lennon aguantaba mal el alcohol y las drogas; cuesta creer que se pusiera tan alegremente en peligro y en evidencia.



En realidad, John no siempre estuvo a la altura de sus ideales. Violento en su juventud, podía ser cruel con las personas de su entorno, desde su embelesado mánager, Brian Epstein, a su primera esposa, Cynthia, y el hijo de ambos, Julian.
 El conflicto con Paul McCartney pertenece a otra categoría: machos alfa chocando sus cornamentas. Posiblemente, no había manera de mantener en 1969 el prodigioso taller de creatividad que fueron los Beatles pero corresponde a Paul el mérito de conseguir prolongar su vida productiva, aunque su liderazgo ahondara los celos internos.



Fue un mal trueque: un grupo en la cúspide -Abbey Road- por cuatro solistas irregulares. Tras el encuentro con Yoko, John cambió el chip y enfatizó la sinceridad por encima del arte universal. Sus discos de los setenta son apasionantes testimonios de su indagación personal pero no resisten la comparación con su obra anterior. Y la trastienda resulta embarazosa. El santo pacifista también donó dinero al IRA y subvencionó a Michael X, un autoproclamado profeta del black power, luego ejecutado por un doble asesinato. El gran cínico se dejaba engañar regularmente por buscavidas y charlatanes.



En busca de héroes, son sus días de agitación antisistema los que dominan sobre la etapa de encastillamiento en el Dakota.
El rockero con camisa militar, una canción para cada causa, cuatro años después se vestía de etiqueta para acudir a la toma de posesión de Jimmy Carter en Washington. No hay truco, ambos son el mismo Lennon: esa madeja de contradicciones explica nuestra continua fascinación por el personaje.
 No era ni el monstruo inventado por Albert Goldman ni el virtuoso romántico salido del Photoshop de Yoko Ono.

7 dic 2010

desvelando y velando el pensamiento

¿Se trasciende la sensación de acabamiento o se queda uno en ella ahondándola, reiterándola hasta el cansancio? ¿Le reservamos un espacio en nuestra privacidad pública o bien ejecutamos el doble, triple salto que calla el acabamiento, dejando de contar cómo estas manos se van cubriendo de manchas?


Voy indagando e ignorando, según la fórmula de Montaigne, que es como decíamos nosotros en los principios: desvelando y velando el pensamiento, escribiéndose y borrándose lo que pensamos.

Yo, mi único espectador, ¿sigues ahí o ya te has ido por completo a la ficción de los orígenes?

Sigo aquí, a tu lado, como sombra inalterable por inaprensible, y continuaré avanzándome sobre las olas y las colinas mientras tú habrás desaparecido en lo que llaman el valle oscuro, cuyas laderas son nada.

Y qué habrá sido pues este empeño. Esta estela desaparecida.

Publicado por José Carlos Cataño

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