7 dic 2010
Los Nobel son de carne y hueso
Mario Vargas Llosa sufre una afonía horas antes de su discurso de la que ya está curado
A los Nobel les pasa de todo, como a cualquiera; a este Nobel de Literatura le gusta correr, y caminar por Estocolmo, tan solo caminar, es un deporte de alto riesgo. No es tan solo que las calles estén heladas, a seis o a diez grados bajo cero (hace una semana hubo catorce grados bajo cero) sino que, además, el frío se agarra a la garganta y te la destroza. O sea que te puedes caer, y este es un riesgo severo a ciertas edades, y además te puedes quedar sin voz.
Cualquiera se puede quedar sin voz en Estocolmo. Pero si te quedas sin voz y eres Mario Vargas Llosa ya eso es muy serio, porque el Nobel de Literatura tiene que hablar esta tarde, a las 17.30, en el acto más importante de su semana en la ciudad del premio que le han concedido los académicos suecos. Afortunadamente, Vargas Llosa ya se ha curado de la afonía.
Vargas Llosa, luz literaria
Vargas Llosa: "No me voy a dejar enterrar por este premio"
La alegría de los Vargas Llosa derrite Estocolmo
Y resulta que a Vargas Llosa le han pasado las dos cosas: se ha caído y ha perdido la voz. Nada grave, pero en un día como hoy ambos hechos causaron cierto revuelo en el entorno; nada que no pueda resolver en un instante la magnífica ciencia médica sueca. Resulta que un fotógrafo le pidió al Nobel que hiciera no sé qué pirueta, y se cayó en la nieve. Y resulta que, en efecto, el frío de Estocolmo le atenazó la garganta.
Esta mañana lo vimos hacer señas sobre esa pérdida de voz, camino de una inyección, seguramente, que se la restituya antes de que se produzca ese momento culminante de su discurso del que sólo se sabe, porque lo dijo él en su conferencia de prensa, que en él está la palabra Barcelona. Y si está Barcelona... Bueno, prohibido especular; a las 17.30 empezará a hablar, con su voz repuesta, y seguramente aliviado del dolor causado por la caída a la que lo indujo la
A los Nobel les pasa de todo, como a cualquiera; a este Nobel de Literatura le gusta correr, y caminar por Estocolmo, tan solo caminar, es un deporte de alto riesgo. No es tan solo que las calles estén heladas, a seis o a diez grados bajo cero (hace una semana hubo catorce grados bajo cero) sino que, además, el frío se agarra a la garganta y te la destroza. O sea que te puedes caer, y este es un riesgo severo a ciertas edades, y además te puedes quedar sin voz.
Cualquiera se puede quedar sin voz en Estocolmo. Pero si te quedas sin voz y eres Mario Vargas Llosa ya eso es muy serio, porque el Nobel de Literatura tiene que hablar esta tarde, a las 17.30, en el acto más importante de su semana en la ciudad del premio que le han concedido los académicos suecos. Afortunadamente, Vargas Llosa ya se ha curado de la afonía.
Vargas Llosa, luz literaria
Vargas Llosa: "No me voy a dejar enterrar por este premio"
La alegría de los Vargas Llosa derrite Estocolmo
Y resulta que a Vargas Llosa le han pasado las dos cosas: se ha caído y ha perdido la voz. Nada grave, pero en un día como hoy ambos hechos causaron cierto revuelo en el entorno; nada que no pueda resolver en un instante la magnífica ciencia médica sueca. Resulta que un fotógrafo le pidió al Nobel que hiciera no sé qué pirueta, y se cayó en la nieve. Y resulta que, en efecto, el frío de Estocolmo le atenazó la garganta.
Esta mañana lo vimos hacer señas sobre esa pérdida de voz, camino de una inyección, seguramente, que se la restituya antes de que se produzca ese momento culminante de su discurso del que sólo se sabe, porque lo dijo él en su conferencia de prensa, que en él está la palabra Barcelona. Y si está Barcelona... Bueno, prohibido especular; a las 17.30 empezará a hablar, con su voz repuesta, y seguramente aliviado del dolor causado por la caída a la que lo indujo la
Landelius, el traductor : Juan Cruz
Landelius, el traductor
Hace algunos años, acaso en mitad de las discusiones que la Academia Sueca dirimía sobre los candidatos al principal premio literario del mundo, un diplomático entusiasta que entonces aún ejercía ese trabajo por el mundo, Peter Landelius, terminó de leer en su español perfecto La fiesta del chivo, saltó de su sillón, se fue a la mesa y escribió una reseña apasionada de esa gran novela de Mario Vargas Llosa que publicó de inmediato en un periódico sueco.
Entonces lo llamaron de la editorial Nordstedts, que ya publicaba a Mario, y le pidieron que, ya que le había apasionado tanto ese libro, por qué no lo traducía al sueco. Lo hizo; y luego tradujo todo lo que Mario ha venido publicando, hasta El sueño del celta, que lleva por la página doscientas y pico.
Ya él era traductor, y fue porque su mujer, Nancy, lo había introducido de casualidad en ese mundo raro de poner en palabras propias los sentimientos que otro ha narrado en una lengua distinta. Era traductor, diplomático, filántropo capaz de convertir en sopa sueca la nada de una nevera si un amigo tenía hambre en Estocolmo... Con la pasión que tiene por la vida, que ahora despliega en Chile, Landelius siguió traduciendo a Vargas Llosa, y anoche el Nobel, a punto de ser entronizado en Estocolmo, acudió a una cena muy simpática en la casa de sus editores suecos, y en el capítulo de gratitudes, el Nobel, que es memorioso para las cosas verdaderamente importantes, puso en un lado muy alto de su lista a Peter Landelius.
Mientras Mario hablaba yo estuve mirando el rostro de este sueco grande, y muy grande, y al tiempo estuve fijándome en el de su mujer Nancy; en ambas caras vi la satisfacción de un trabajo que a veces queda en la oscuridad de los títulos de crédito.
Que Mario haya resaltado esa labor pone de manifiesto lo que Mario sabe que vale el traductor de la obra literaria y, además, pone de manifiesto la fidelidad que Vargas Llosa conserva hacia aquellos que le han hecho el escritor internacional que es. Lo celebran hasta el delirio, pero él jamás se envanece ni pierde el sentido del ritmo interior que distingue su personalidad. Este homenaje a su traductor es, en cierto modo, parte del retrato que se merece Mario Vargas Llosa.
Hace algunos años, acaso en mitad de las discusiones que la Academia Sueca dirimía sobre los candidatos al principal premio literario del mundo, un diplomático entusiasta que entonces aún ejercía ese trabajo por el mundo, Peter Landelius, terminó de leer en su español perfecto La fiesta del chivo, saltó de su sillón, se fue a la mesa y escribió una reseña apasionada de esa gran novela de Mario Vargas Llosa que publicó de inmediato en un periódico sueco.
Entonces lo llamaron de la editorial Nordstedts, que ya publicaba a Mario, y le pidieron que, ya que le había apasionado tanto ese libro, por qué no lo traducía al sueco. Lo hizo; y luego tradujo todo lo que Mario ha venido publicando, hasta El sueño del celta, que lleva por la página doscientas y pico.
Ya él era traductor, y fue porque su mujer, Nancy, lo había introducido de casualidad en ese mundo raro de poner en palabras propias los sentimientos que otro ha narrado en una lengua distinta. Era traductor, diplomático, filántropo capaz de convertir en sopa sueca la nada de una nevera si un amigo tenía hambre en Estocolmo... Con la pasión que tiene por la vida, que ahora despliega en Chile, Landelius siguió traduciendo a Vargas Llosa, y anoche el Nobel, a punto de ser entronizado en Estocolmo, acudió a una cena muy simpática en la casa de sus editores suecos, y en el capítulo de gratitudes, el Nobel, que es memorioso para las cosas verdaderamente importantes, puso en un lado muy alto de su lista a Peter Landelius.
Mientras Mario hablaba yo estuve mirando el rostro de este sueco grande, y muy grande, y al tiempo estuve fijándome en el de su mujer Nancy; en ambas caras vi la satisfacción de un trabajo que a veces queda en la oscuridad de los títulos de crédito.
Que Mario haya resaltado esa labor pone de manifiesto lo que Mario sabe que vale el traductor de la obra literaria y, además, pone de manifiesto la fidelidad que Vargas Llosa conserva hacia aquellos que le han hecho el escritor internacional que es. Lo celebran hasta el delirio, pero él jamás se envanece ni pierde el sentido del ritmo interior que distingue su personalidad. Este homenaje a su traductor es, en cierto modo, parte del retrato que se merece Mario Vargas Llosa.
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