El actor viajaba en un avión a Moscú que tuvo que regresar a Nueva York .
Leonardo Di Caprio se libró de una buena, pero no de un susto. El actor viajaba en el avión de la compañía Delta que se dirigía a Moscú y que el domingo tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York por la avería de uno de sus motores.
Di Caprio, de 36 años, se dirigía a Moscú y desde allí iba a viajar a San Petersburgo para asistir a la Cumbre Global del Tigre que comienza el miércoles.
Ante la posibilidad de que esa situación de emergencia acabara en desastre, el Departamento de Bomberos de Nueva York desplazó un centenar de bomberos al aeropuerto situado en el barrio neoyorquino de Queens, ya que habían recibido información de que una de las alas del avión estaba en llamas.
Di Caprio, según algunos testigos, "firmó autógrafos a todos los miembros de la tripulación cuando el avión aterrizó".
El actor y su novia Bar Refaeli estuvieron la semana pasada en Israel, la tierra de ellla, donde celebraron el cumpleaños de él y donde están intentando comprar una casa. La pareja durante su estancia en Israel logró despistar a los fotógrafos.
Para despistar reservaron habitaciones en tres lujosos hoteles diferentes.
23 nov 2010
El amor volcánico de Liz y Dick
Un libro recoge los secretos de uno de los romances más sonados de Hollywood .
Pocos días antes de morir, el 5 de agosto de 1984, Richard Burton escribió una carta a Elizabeth Taylor. Él residía en Suiza y ella en Los Ángeles.
Era una de las cerca de 40 cartas que el actor dirigió al gran amor de su vida. Habían protagonizado una de las historias más tempestuosas del Hollywood del siglo pasado: 13 años juntos, dos bodas y dos divorcios.
Elizabeth Taylor recibió la carta de Burton cuando este ya había muerto. En ella, el actor le pedía una nueva oportunidad, reconociendo que había sido mucho más feliz junto a ella que sin ella ("si me dejas tendré que matarme, no hay vida sin ti", le había escrito Burton a Taylor en otra carta).
Esta es una más de las historias que cuenta El amor y la furia (La verdadera historia de amor de Elizabeth Taylor y Richard Burton), que acaba de publicar en España la editorial Lumen y que ha sido un éxito de ventas en EE UU tras el adelanto que ofreció en su día la revista Vanity Fair.
El libro, escrito por el periodista Sam Khasner y la biógrafa Nancy Schoenberger, es un exhaustivo recorrido por la relación de la pareja, para el que han contado con la colaboración de la actriz.
Él era un galés rudo con fama de ser un amante irresistible, ardiente y bebedor de primera, que vio por primera vez a Elizabeth en 1953 durante su primer viaje a California. Él tenía 28 años y ella 21. "La mujer más increíblemente independiente, bella, distante, remota e inaccesible que había visto", recordaba tiempo después el actor. No se volverían a ver hasta nueve años después en el rodaje de Cleopatra. "Era adicta al dramatismo, a las peleas y las reconciliaciones, a echar puertas abajo. Le resultaba imposible renunciar a lo que había encontrado en Burton", confesó el tercer marido de Taylor, Eddie Fisher, casi inmediatamente abandonado.
Se convirtieron entonces en Liz y Dick y vivieron unos años intensísimos. Él pasó de ser un actor británico respetado a una celebridad internacional. Ella ya lo era. Pero lo mejor se producía en la intimidad. "No nos cansábamos nunca el uno del otro. Hasta con los paparazzi colgados de los árboles, hasta oyendo sus pasos por el tejado, podíamos hacer el amor, jugar al Scrabble y formar palabras indecentes, y nunca se acababa la partida. Si te excitas jugando al Scrabble es que es amor", confesó Elizabeth Taylor. Nunca dejaron de amarse. Ya lo dijo ella: "Cuando podíamos ser Richard y Elizabeth, el matrimonio funcionaba de maravilla.
Lo que no funcionaba eran Liz y Dick, porque eran dos personas que en realidad no existían". La última vez que hablaron fue poco antes de morir el actor.
Ella acababa de salir de una clínica de desintoxicación y él la vio en una foto de periódico. Hablaron por teléfono, quedaron en verse en Londres y él la despidió con estas palabras: "Adiós, amor".
Pocos días antes de morir, el 5 de agosto de 1984, Richard Burton escribió una carta a Elizabeth Taylor. Él residía en Suiza y ella en Los Ángeles.
Era una de las cerca de 40 cartas que el actor dirigió al gran amor de su vida. Habían protagonizado una de las historias más tempestuosas del Hollywood del siglo pasado: 13 años juntos, dos bodas y dos divorcios.
Richard Burton a Elizabeth Taylor: "Si me dejas, tendré que matarme"
Elizabeth Taylor recibió la carta de Burton cuando este ya había muerto. En ella, el actor le pedía una nueva oportunidad, reconociendo que había sido mucho más feliz junto a ella que sin ella ("si me dejas tendré que matarme, no hay vida sin ti", le había escrito Burton a Taylor en otra carta).
Esta es una más de las historias que cuenta El amor y la furia (La verdadera historia de amor de Elizabeth Taylor y Richard Burton), que acaba de publicar en España la editorial Lumen y que ha sido un éxito de ventas en EE UU tras el adelanto que ofreció en su día la revista Vanity Fair.
El libro, escrito por el periodista Sam Khasner y la biógrafa Nancy Schoenberger, es un exhaustivo recorrido por la relación de la pareja, para el que han contado con la colaboración de la actriz.
Él era un galés rudo con fama de ser un amante irresistible, ardiente y bebedor de primera, que vio por primera vez a Elizabeth en 1953 durante su primer viaje a California. Él tenía 28 años y ella 21. "La mujer más increíblemente independiente, bella, distante, remota e inaccesible que había visto", recordaba tiempo después el actor. No se volverían a ver hasta nueve años después en el rodaje de Cleopatra. "Era adicta al dramatismo, a las peleas y las reconciliaciones, a echar puertas abajo. Le resultaba imposible renunciar a lo que había encontrado en Burton", confesó el tercer marido de Taylor, Eddie Fisher, casi inmediatamente abandonado.
Se convirtieron entonces en Liz y Dick y vivieron unos años intensísimos. Él pasó de ser un actor británico respetado a una celebridad internacional. Ella ya lo era. Pero lo mejor se producía en la intimidad. "No nos cansábamos nunca el uno del otro. Hasta con los paparazzi colgados de los árboles, hasta oyendo sus pasos por el tejado, podíamos hacer el amor, jugar al Scrabble y formar palabras indecentes, y nunca se acababa la partida. Si te excitas jugando al Scrabble es que es amor", confesó Elizabeth Taylor. Nunca dejaron de amarse. Ya lo dijo ella: "Cuando podíamos ser Richard y Elizabeth, el matrimonio funcionaba de maravilla.
Lo que no funcionaba eran Liz y Dick, porque eran dos personas que en realidad no existían". La última vez que hablaron fue poco antes de morir el actor.
Ella acababa de salir de una clínica de desintoxicación y él la vio en una foto de periódico. Hablaron por teléfono, quedaron en verse en Londres y él la despidió con estas palabras: "Adiós, amor".
"Jack, ¿qué te han hecho?"
Los guardaespaldas de John F. Kennedy recuerdan su asesinato en Dallas y muestran su sentimiento de culpabilidad -
Fotograma del vídeo que muestra el momento del asesinato del ex presidente de EE UU John Fitzgerald Kennedy en Dallas- REUTERS
Sigue siendo el asesinato con más incógnitas y el que más da que hablar. 47 años después, los guardaespaldas de John F. Kennedy han relatado en un nuevo libro sus recuerdos de aquel 22 de noviembre de 1963, día en el que el presidente de Estados Unidos fue asesinado.
Los hombres encargados de su seguridad describen el sentimiento de culpa que los ha acompañado desde entonces.
"Sentía que debería de haber hecho algo más, moverme más rápido, reaccionar antes", dice en The Kennedy Detail el ex agente de seguridad Clint Hill, que tras lo sucedido se refugió en la bebida y las pastillas para olvidar su culpa. Ahora parece haber salido de ese pozo.
En el famoso vídeo del asesinato, Hill es el hombre al que se ve correr hacia la limusina que transportaba a Kennedy en el tiroteo en Dallas, Texas, realizado por un ciudadano llamado Abraham Zapruder.
Casi cinco décadas después, la larga y oscura melena de Hill se ha encanecido, sus rasgos faciales se han acentuado y sus pronunciadas ojeras parecen denotar la angustia y las pesadillas que asegura haber padecido durante años.
Pero el paso del tiempo ha tenido también su lado bueno, al ayudarle a congraciarse consigo mismo y darse cuenta, tras varios viajes a Dallas, uno con su esposa en 1990 y el segundo con otros ex guardaespaldas en junio pasado, que hizo lo mejor que podía hacer.
"Llegué a la conclusión de que no hubo nada más que pudiese haber hecho aquel día", afirmó la semana pasada durante una conferencia en la Universidad de Georgetown en Washington sobre el libro que sale hoy a la venta y el documental televisivo sobre el tema que debuta este lunes en la pequeña pantalla estadounidense.
El ex agente espera también que el libro contribuya a desacreditar las numerosas teorías de la conspiración sobre el asesinato de Kennedy.
Hill dice no tener duda alguna de que fue Lee Harvey Oswald el que asesinó a Kennedy y está convencido de que actuó en solitario.
El libro es obra de Jerry Blaine, otro ex guardaespaldas de Kennedy, y la periodista Lisa McCubbin y recoge el testimonio de varios ex agentes de seguridad.
Blaine reconoce en la obra algo que hasta ahora no se había publicado, que horas después del fallecimiento de Kennedy, durante la madrugada del 23 de noviembre, estuvo a punto de matar por error al hombre que pasaría a ocupar su lugar en la Casa Blanca, el presidente Lyndon Johnson (1963-1969).
El incidente tuvo lugar a las 02.15 de la madrugada, cuando Blaine, que llevaba 40 horas sin dormir, creyó oír un intruso en la residencia de Johnson y se encontró frente a frente con el nuevo presidente apuntándolo con una pistola cargada.
"Se puso pálido, se dio la vuelta y se fue y eso fue lo último que se volvió a decir de lo ocurrido", recuerda Blaine, quien, al igual que Hill también ha sentido un "terrible" sentimiento de culpa durante años.
El nuevo libro ofrece también una detallada descripción del 23 de noviembre en Dallas.
Hill recuerda cómo cuando llegó al vehículo que transportaba al presidente, el tercer disparo había impactado ya su cabeza, justo encima de la oreja derecha.
"Le abrió un orificio del tamaño de la palma de mi mano", relata el ex guardaespaldas, quien recuerda haber oído a la primera dama Jackie Kennedy decir: "Jack, ¿qué te han hecho?".
Fotograma del vídeo que muestra el momento del asesinato del ex presidente de EE UU John Fitzgerald Kennedy en Dallas- REUTERS
Sigue siendo el asesinato con más incógnitas y el que más da que hablar. 47 años después, los guardaespaldas de John F. Kennedy han relatado en un nuevo libro sus recuerdos de aquel 22 de noviembre de 1963, día en el que el presidente de Estados Unidos fue asesinado.
Los hombres encargados de su seguridad describen el sentimiento de culpa que los ha acompañado desde entonces.
"Sentía que debería de haber hecho algo más, moverme más rápido, reaccionar antes", dice en The Kennedy Detail el ex agente de seguridad Clint Hill, que tras lo sucedido se refugió en la bebida y las pastillas para olvidar su culpa. Ahora parece haber salido de ese pozo.
En el famoso vídeo del asesinato, Hill es el hombre al que se ve correr hacia la limusina que transportaba a Kennedy en el tiroteo en Dallas, Texas, realizado por un ciudadano llamado Abraham Zapruder.
Casi cinco décadas después, la larga y oscura melena de Hill se ha encanecido, sus rasgos faciales se han acentuado y sus pronunciadas ojeras parecen denotar la angustia y las pesadillas que asegura haber padecido durante años.
Pero el paso del tiempo ha tenido también su lado bueno, al ayudarle a congraciarse consigo mismo y darse cuenta, tras varios viajes a Dallas, uno con su esposa en 1990 y el segundo con otros ex guardaespaldas en junio pasado, que hizo lo mejor que podía hacer.
"Llegué a la conclusión de que no hubo nada más que pudiese haber hecho aquel día", afirmó la semana pasada durante una conferencia en la Universidad de Georgetown en Washington sobre el libro que sale hoy a la venta y el documental televisivo sobre el tema que debuta este lunes en la pequeña pantalla estadounidense.
El ex agente espera también que el libro contribuya a desacreditar las numerosas teorías de la conspiración sobre el asesinato de Kennedy.
Hill dice no tener duda alguna de que fue Lee Harvey Oswald el que asesinó a Kennedy y está convencido de que actuó en solitario.
El libro es obra de Jerry Blaine, otro ex guardaespaldas de Kennedy, y la periodista Lisa McCubbin y recoge el testimonio de varios ex agentes de seguridad.
Blaine reconoce en la obra algo que hasta ahora no se había publicado, que horas después del fallecimiento de Kennedy, durante la madrugada del 23 de noviembre, estuvo a punto de matar por error al hombre que pasaría a ocupar su lugar en la Casa Blanca, el presidente Lyndon Johnson (1963-1969).
El incidente tuvo lugar a las 02.15 de la madrugada, cuando Blaine, que llevaba 40 horas sin dormir, creyó oír un intruso en la residencia de Johnson y se encontró frente a frente con el nuevo presidente apuntándolo con una pistola cargada.
"Se puso pálido, se dio la vuelta y se fue y eso fue lo último que se volvió a decir de lo ocurrido", recuerda Blaine, quien, al igual que Hill también ha sentido un "terrible" sentimiento de culpa durante años.
El nuevo libro ofrece también una detallada descripción del 23 de noviembre en Dallas.
Hill recuerda cómo cuando llegó al vehículo que transportaba al presidente, el tercer disparo había impactado ya su cabeza, justo encima de la oreja derecha.
"Le abrió un orificio del tamaño de la palma de mi mano", relata el ex guardaespaldas, quien recuerda haber oído a la primera dama Jackie Kennedy decir: "Jack, ¿qué te han hecho?".
El mismo vértigo que hace un siglo
El historiador Philipp Blom recorre en un ensayo los traumáticos cambios de la 'belle époque' (1900-1914) y establece paralelismos con el arranque del nuevo milenio
Philipp Blom (Hamburgo, 1970) escoge para abrir su ensayo Años de vértigo. Cultura y cambio en Occidente, 1900-1914 (Anagrama) una imagen emblemática, que nos ha hurtado la edición española: Grand Prix de Circuit de la Seine, tomada por el fotógrafo Jacques-Henri Lartigue el 26 de julio de 1912. Escribe Blom que Lartigue quería captar la esencia de su tiempo: la velocidad, la energía y la potencia del bólido que se acercaba; pero que cuando vio el resultado, con el encuadre descabalgado y la imagen distorsionada, descartó la fotografía. La rescató 40 años después y se convirtió instantáneamente en un icono de la modernidad.
La noticia en otros webs
webs en español
en otros idiomas
En aquellos años se forjaron las bases del pensamiento contemporáneo
"Hoy el futuro ya no es una promesa sino una amenaza", puntualiza el autor
Es el periodo de tiempo que tardó la sociedad en recuperar el gigantesco impulso que se produjo en los tres lustros que van desde el comienzo del siglo XX -la Exposición Universal de París, con sus 50 millones de visitantes sería el punto de partida- hasta el estallido de la I Guerra Mundial. Son 15 años de cambios vertiginosos durante los que se formulan las bases de todo el pensamiento contemporáneo, tanto en el campo de la cultura y las artes como en el del pensamiento, y también en el de las ciencias: del psicoanálisis al feminismo más radical y a los cambios profundos en los roles sociales; de las vanguardias artísticas a los grandes descubrimientos científicos de los que todavía vivimos, como la teoría de la relatividad de Albert Einstein, el descubrimiento de la radiactividad por los esposos Curie o la utilización de la electricidad.
El error, explica Blom, ha sido contemplar aquel periodo, que dio en llamarse la belle époque, siempre desde el futuro, buscando en ella el origen del mal, la explicación de cómo se llegó a la guerra más mortífera de la humanidad. En su libro propone el ejercicio -que reconoce imposible- de hacer abstracción de la guerra y sus consecuencias y centrarse exclusivamente en aquel presente, que en muchas cosas es tan parecido al nuestro.
Blom, que en España ha publicado el excelente Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales (Anagrama) -recientemente reeditado- no participa del concepto del "siglo corto" acuñado por el historiador Eric Hobsbawm, que delimita el siglo XX entre 1914, con el asesinato de Sarajevo, y 1989 con la caída del muro de Berlín. No sería el siglo de las guerras y los totalitarismos, sino el de las transformaciones que prefigura este arranque esplendoroso. La guerra sería una más de las grandes guerras europeas -"como la Guerra de los 30 Años en el siglo XVII"- que se extiende desde 1914 hasta 1945. "Los enemigos son los mismos y el conflicto es esencialmente el mismo", señala, "y permanece durante todo el tiempo. Tampoco la Guerra de los 30 Años fue una batalla que duró desde 1618 hasta 1648, también hubo periodos de calma".
El impulso de aquellos años de vértigo se vio truncado por el conflicto y las consecuencias de repliegue y conservadurismo que siguen a las tragedias, y muchas de las propuestas no se retomaron hasta bien entrada la década de 1950. "Pero todo estaba allí", insiste Blom, "en arte tal vez se han utilizado nuevos medios como el vídeo, pero no hay nada que no hubieran descubierto Klimt, Picasso o Duchamp", señala.
La industrialización, que conlleva la migración del campo a la ciudad y la transformación radical de las identidades rurales, está detrás de aquel momento histórico que, citando a Max Weber, Blom define como "un tren a toda marcha", y recuerda que ya entonces había trenes que alcanzaban los 200 kilómetros por hora. Es también una época en la que el cambio de roles desemboca en cierta crisis de la masculinidad -extraordinario el repaso a los anuncios de las últimas páginas de la prensa sobre la virilidad que recuerdan el increase your penis de nuestro spam-, que la medicina de la época diagnostica como neurastenia (neoyorquitis, porque la padecían los habitantes de Nueva York), resultado de la aceleración permanente en que se vivía. Algo a lo que no somos ajenos. ¿Qué es sino el estrés?
El paralelismo con nuestro tiempo y el cambio global está hecho. Incluido la influencia determinante de los mercados. Años de vértigo analiza a fondo el drama del colonialismo y entra en el detalle del genocidio del Congo, recuperando otra figura histórica, la de Edward Morel, que junto al irlandés Roger Casement, lo denuncia hasta conseguir que Leopoldo, el rey de los belgas, se vea obligado a vender su negocio.
Pero si hay muchas similitudes entre aquel pasado y nuestro presente, también hay algunas diferencias sustanciales. En ambos casos hay una sensación de pérdida de control, con la salvedad de que nuestros bisabuelos tenían grandes esperanzas en el futuro.
Todas las ideologías y movimientos, desde el comunismo al fascismo pasando por el vegetarianismo o el nudismo, estaban presentes y con ellas se quería construir un mundo mejor.
Hoy día, señala, "el futuro ya no es una promesa sino una amenaza; ahora lo que queremos es evitar que llegue el futuro, pretendemos vivir en un presente sin fin, y un presente infinito es imposible".
Philipp Blom (Hamburgo, 1970) escoge para abrir su ensayo Años de vértigo. Cultura y cambio en Occidente, 1900-1914 (Anagrama) una imagen emblemática, que nos ha hurtado la edición española: Grand Prix de Circuit de la Seine, tomada por el fotógrafo Jacques-Henri Lartigue el 26 de julio de 1912. Escribe Blom que Lartigue quería captar la esencia de su tiempo: la velocidad, la energía y la potencia del bólido que se acercaba; pero que cuando vio el resultado, con el encuadre descabalgado y la imagen distorsionada, descartó la fotografía. La rescató 40 años después y se convirtió instantáneamente en un icono de la modernidad.
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En aquellos años se forjaron las bases del pensamiento contemporáneo
"Hoy el futuro ya no es una promesa sino una amenaza", puntualiza el autor
Es el periodo de tiempo que tardó la sociedad en recuperar el gigantesco impulso que se produjo en los tres lustros que van desde el comienzo del siglo XX -la Exposición Universal de París, con sus 50 millones de visitantes sería el punto de partida- hasta el estallido de la I Guerra Mundial. Son 15 años de cambios vertiginosos durante los que se formulan las bases de todo el pensamiento contemporáneo, tanto en el campo de la cultura y las artes como en el del pensamiento, y también en el de las ciencias: del psicoanálisis al feminismo más radical y a los cambios profundos en los roles sociales; de las vanguardias artísticas a los grandes descubrimientos científicos de los que todavía vivimos, como la teoría de la relatividad de Albert Einstein, el descubrimiento de la radiactividad por los esposos Curie o la utilización de la electricidad.
El error, explica Blom, ha sido contemplar aquel periodo, que dio en llamarse la belle époque, siempre desde el futuro, buscando en ella el origen del mal, la explicación de cómo se llegó a la guerra más mortífera de la humanidad. En su libro propone el ejercicio -que reconoce imposible- de hacer abstracción de la guerra y sus consecuencias y centrarse exclusivamente en aquel presente, que en muchas cosas es tan parecido al nuestro.
Blom, que en España ha publicado el excelente Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales (Anagrama) -recientemente reeditado- no participa del concepto del "siglo corto" acuñado por el historiador Eric Hobsbawm, que delimita el siglo XX entre 1914, con el asesinato de Sarajevo, y 1989 con la caída del muro de Berlín. No sería el siglo de las guerras y los totalitarismos, sino el de las transformaciones que prefigura este arranque esplendoroso. La guerra sería una más de las grandes guerras europeas -"como la Guerra de los 30 Años en el siglo XVII"- que se extiende desde 1914 hasta 1945. "Los enemigos son los mismos y el conflicto es esencialmente el mismo", señala, "y permanece durante todo el tiempo. Tampoco la Guerra de los 30 Años fue una batalla que duró desde 1618 hasta 1648, también hubo periodos de calma".
El impulso de aquellos años de vértigo se vio truncado por el conflicto y las consecuencias de repliegue y conservadurismo que siguen a las tragedias, y muchas de las propuestas no se retomaron hasta bien entrada la década de 1950. "Pero todo estaba allí", insiste Blom, "en arte tal vez se han utilizado nuevos medios como el vídeo, pero no hay nada que no hubieran descubierto Klimt, Picasso o Duchamp", señala.
La industrialización, que conlleva la migración del campo a la ciudad y la transformación radical de las identidades rurales, está detrás de aquel momento histórico que, citando a Max Weber, Blom define como "un tren a toda marcha", y recuerda que ya entonces había trenes que alcanzaban los 200 kilómetros por hora. Es también una época en la que el cambio de roles desemboca en cierta crisis de la masculinidad -extraordinario el repaso a los anuncios de las últimas páginas de la prensa sobre la virilidad que recuerdan el increase your penis de nuestro spam-, que la medicina de la época diagnostica como neurastenia (neoyorquitis, porque la padecían los habitantes de Nueva York), resultado de la aceleración permanente en que se vivía. Algo a lo que no somos ajenos. ¿Qué es sino el estrés?
El paralelismo con nuestro tiempo y el cambio global está hecho. Incluido la influencia determinante de los mercados. Años de vértigo analiza a fondo el drama del colonialismo y entra en el detalle del genocidio del Congo, recuperando otra figura histórica, la de Edward Morel, que junto al irlandés Roger Casement, lo denuncia hasta conseguir que Leopoldo, el rey de los belgas, se vea obligado a vender su negocio.
Pero si hay muchas similitudes entre aquel pasado y nuestro presente, también hay algunas diferencias sustanciales. En ambos casos hay una sensación de pérdida de control, con la salvedad de que nuestros bisabuelos tenían grandes esperanzas en el futuro.
Todas las ideologías y movimientos, desde el comunismo al fascismo pasando por el vegetarianismo o el nudismo, estaban presentes y con ellas se quería construir un mundo mejor.
Hoy día, señala, "el futuro ya no es una promesa sino una amenaza; ahora lo que queremos es evitar que llegue el futuro, pretendemos vivir en un presente sin fin, y un presente infinito es imposible".
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