Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 oct 2010

Cien artistas del cine hispanoamericano eligen los 100 actores que cambiaron su vida

MARUJA TORRES
Un rostro impenetrable. La voz de los mil acentos. El rey y la reina de la comedia. 'El País Semanal' ha preguntado a cien profesionales del cine sus actores predilectos. El resultado es esta lista de maestros de la interpretación. Con artículos sobre lo que significaron los cinco primeros del 'ranking' para otros tantos artistas destacados.




Marlon Brando encabeza el elenco. En la cola, último entre los últimos, William Holden. Entre medias, Luis Tosar, Eduard Fernández, Javier Cámara, Carmela Peña, Blanca Portillo, Javier Bardem, Penélope Cruz... Todos ellos estupendos, pero que llegaron prácticamente ayer. ¿Qué ha ocurrido entre Brando y Holden? Les diré lo que ha ocurrido: gente de cine opinando.



Junto al nombre, la puntuación total obtenida tras el recuento.

Para elaborar este canon, cien profesionales del séptimo arte eligieron sus diez actores y actrices favoritos.








Yo me iría al detalle. Quién puso a quién en la lista

Porque una lista no es una inteligente, ni una tonta, sino una historia de amor, o la historia de un amor. Hablamos de los diez amores de cien personas de cine, del resultado de esos encontronazos. Un centenar de cineastas, cinéfilos y cinéfagos eligen. Y ahí no hay justicia. Es puro estómago. O corazonada. Golpe de calor. Ventolera. Y, sobre todo, autorretrato.



A mí me gustan los cien que aparecen en el elenco, y unos cuantos cientos más. Vaya por delante que escribo esto porque me lo han encargado y con cierto resentimiento, porque Bill Holden es uno de mis primeros favoritos, por no decir el más: por sobrio, por contenido, por elegante, por no montar nunca numerazos. El Holden de Picnic y el de Network; el de Nacida ayer, la primera y única, y el de El puente sobre el río Kwai (nunca le perdoné a David Lean que le hiciera morir precisamente a él), y el de Stalag 17, El crepúsculo de los dioses, Sabrina y Fedora, inestimable póquer de ases procedentes de la manga de otro gran Bill con el que mi héroe coincidió, un tal Wilder. Comediante y dramático. Casi siempre irónico.



Pasado el desahogo, por el que no pido disculpas, les diré que menos mal que no soy cineasta y que no me preguntaron a mí. Nunca sé qué responder cuando alguien se interesa por mis tantos o cuántos actores predilectos. Y lo mismo con las pelis, los directores, los libros... Detesto que me exijan tales definiciones numeradas. Y sin embargo, me arrojo como un depredador sobre las listas mismas cuando se publican. ¿Por qué? Resumiéndolo con el título de un filme espléndido: por La vida de los otros.



Nos definimos cuando creamos ese pequeño mundo de preferencias, reducido en líneas, pero profundo en recuerdos. Yo puedo imaginar, por ejemplo, sin ninguna autoridad para hacerlo -salvo la patente de corso para fisgar en lo ajeno que me otorga esta era de paredes de metacrilato-, el estremecimiento que experimentó Achero Mañas cuando la pantalla se hizo sudor y carne de Marlon Brando, se hizo tigre dormido o funámbulo emocional, masoquismo escénico-sindical o un grito de deseo con camiseta, capaz de descarrilar todos los tranvías. ¿Decidió entonces Achero ser actor, ser cineasta, o simplemente se dejó llevar, como todos nosotros, hacia la credibilidad que emana de un actor que cambió para siempre las reglas de interpretación en la pantalla?



No es la labor de Brando lo que estoy midiendo cuando observo que encabeza la lista, sino los anhelos que despertó en quienes le han votado. ¿Querían ya ser del cine, antes de verle por primera vez? Lo que hago es mirar por el ojo de la cerradura porque más interesante que el resultado final de la votación -con Holden en la cola: sigo indignada- lo es el hecho de ver cómo nuestros famosos desnudan sus gustos.



Siguiendo. Que Meryl Streep figure en segundo lugar y Kate Hepburn en el tercero resulta lógico y me deja indiferente. Ambas me parecen igualmente sobrevaloradas, tanto en críticas como en oscars, aunque para soñar, francamente, déjenme a solas con Kate y con una pantera y un traje vaporoso. No obstante, no me creo que la Hepburn con K sea mejor actriz que Gena Rowlands o Barbara Stanwyck, ni más sublime que la Hepburn con A, pobre Audrey mía, relegada al puesto 53, votada tan solo por 24 exquisitos con los que debo quedar para cenar una noche de estas, con el propio Trueba y otro de los grandes, Pedro Almodóvar, a la cabeza; si consigo reunirles.



Prosigo, escandalizada. La Hepburn dotada de A, mi querida Audrey, ha sido catalogada en el lugar número 53. Y eso no es lo más sangrante. Para quienes la idolatramos resulta un verdadero insulto que Daniel Auteil haya quedado un puesto más arriba, y que Juliette Binoche -de quien ya sabemos lo que da de sí- ocupe el número 43. Claro que por encima de la Binoche (y de la Hepburn con A) se encuentra Victoria Abril (28).



Queda, pues, completamente establecido que no hablamos de quién es el mejor, sino de lo que prefiere cada uno: el malentendido se produce cuando esos gustos se juntan en una lista única. Hablamos de quién iluminó para ese uno los oscuros pasadizos que nos enlazan con el otro lado de la pantalla. La legendaria Kate Hepburn era eso, y nada menos: luz de otro planeta, el planeta de las ricas, delgadas, inteligentes y dotadas de sentido del humor. El planeta de las mujeres que podían equipararse a Cary Grant, que participaban del don de la comedia. Pero Kate no poseía el talento de comedianta de Rosalind Russell, que ni siquiera aparece en la dichosa lista y a quien nadie votó ni mencionó.



Comedia, decía. El género predilecto del realizador Fernando Colomo, cuya lista de actores la encabezan Kate y Grant, dos comediantes a los que sin duda le habría encantado dirigir. Otro Fernando, el gran Trueba (parece que mi también querido David no ha entrado en este experimento), sitúa sabiamente a Alberto Sordi en tercer lugar de sus diez preferencias, detrás de Cary Grant y Groucho Marx. Saben quienes saben que es más fácil hacer drama que hacer comedia. Repetiré aquí la anécdota de aquel gran actor shakespeariano que, hallándose moribundo, recibió la visita de un amigo: "Qué duro debe de ser morirse", le dice, bienintencionado y patoso, el visitante. "No, lo verdaderamente difícil es hacer reír", respondió el otro.



Volviendo a Alberto Sordi, que era un actor enorme, extraordinario, mucho más amplio y hondo en matices que Vittorio Gassman (22º en la lista; claro que este una vez hizo de ciego, como Al Pacino, ¡número 6!), recibe el número 76. Albertone, emparedado entre dos piedras pómez del cine europeo, los tristes Max von Sydow y Jean Gabin. Allá en el cielo de los cómicos debe de estar maldiciéndonos. Por cierto, que si Sordi no hizo de ciego, sí hizo de dentudo en Il dentone, genial episodio de I monstri, entretenida película italiana que deberían ver porque Alberto hace en ella de todo.



Marlon Brando, en cambio, sangraba muy bien. Sufría muy bien. Lloraba muy bien. Pongo al cielo por testigo de que en La ley del silencio me puso los vellos de punta. Y de que su aparición como Kurtz en Apocalypse now me parece antológica. Y de que su Marco Antonio... Bueno, para qué seguir: en Ellos y ellas y La condesa de Hong Kong estaba para matarlo. Lo cual me devuelve a un hecho consumado: no era un actor completo. No sabía hacer reír. Y ahí le tienen. Seis peldaños por encima de Jack Lemmon, que en una sola y única película, El apartamento, exploró las sutilezas del drama y la comedia sin despeinarse.



Observo que, con justicia, Candela Peña y Blanca Portillo, dos actrices nuestras de nivelazo -cada una en lo suyo-, se decantan por Geena Rowlands, a quien antes mencioné. A ella le gustaría saberlo. Rowlands, en la lista final, aparece en vigésimo lugar, pero por detrás, ay, de Ingrid Bergman, que fue gigantesca como mito y sensible como actriz, pero sin el nervio y el brío de Geena y, desde luego, sin las oportunidades que John Cassavettes le ofreció para lucirse. Aunque Ingrid tuvo a Rossellini, que sería un manirroto y un adúltero, pero con él hizo tres hijos bien guapos y un inolvidable Viaggio in Italia.



Oportunidades. Eso nos conduce a hablar de actores y actrices españoles. Tenemos a más de cien que podrían ser los mejores de todos los tiempos. Cojan cualquier película de Berlanga, júntenla con una de Forqué: ahí hay ya un montón. No serían los más glamurosos, ni los más icónicos, ni los más seductores, ni los más deseados. Pero disponemos de decenas de nombres que merecerían lista aparte. Nuestras películas, incluso cuando eran (y son) cutres, lo demuestran con generosidad. Esa lista habría que hacerla escribiendo al lado las dificultades, la falta de oportunidades con las que tienen o tuvieron que enfrentarse.



Porque no es justo que Pepe Isbert tenga el número 51. El 1 me vale. Pero sobran los otros 50. Y de ninguna manera, por mucho que me guste, y me gusta mucho, es mejor actor que Fernando Fernán-Gómez. Si no me creen, háganle la prueba del algodón. La prueba de la comedia. No midan el talento de nadie por sus dramas. Eso es tan fácil como morirse. Lo difícil es hacer reír. Que es hacer vivir.



Ateniéndonos a figuras nacionales (o de habla hispana que triunfan entre nosotros), hoy y aquí, Javier Bardem se hace con el número 10, y Fernando Fernán-Gómez, con el 11, ambos entre Marcello Mastroianni y Daniel Day-Lewis. Le siguen Luis Tosar, Victoria Abril y José Luis López Vázquez, escoltados por arriba por Liv Ullman y por abajo por Anthony Hopkins. Paco Rabal se exhibe entre dos atractivas damas (una posición que estoy segura que a él le habría gustado), nada menos que Julianne Moore y Barbara Stanwyck; Carmen Maura lo hace entre dos británicos de fuste, Peter Sellers y Vivien Leigh; a Candela Peña (por encima de Susan Sarandon) le da paso John Wayne y la arropa por detrás el irónico Michael Caine. Perdón: releo. Sí, he leído bien. Michael Caine no es tan bueno como Candela Peña.



En compensación, Penélope Cruz supera por un punto a Giulietta Masina y tiene arriba a Humphrey Bogart. Quedan el dicho Pepe Isbert (por debajo de Orson Welles), Ángela Molina (por encima de Alberto Sordi), Javier Cámara, Eduard Fernández y Rosa María Sardá (por encima de Sofía Loren y Marlene Dietrich), Juan Diego (por encima de Benicio del Toro), Fernando Rey (por encima de Richard Burton), y China Zorrilla y Ricardo Darín (por encima de William Holden, pero por debajo de Christopher Reeve, el de Superman). Arribas y abajos relativos, como es natural.



Es hermoso que algunos se hayan votado entre colegas, y más de destacar aún me parece la militancia votiva de Ana Belén, cuya lista de intérpretes solamente incluye a españoles -mi también idolatrada Berta Riaza, entre ellos- y me resulta sorprendente, pero a favor, que un director tan tremendista como el mexicano Arturo Ripstein se limite a elegir tres: Kay Francis -que a mediados de los treinta fue la estrella mejor pagada de la Warner, que llevaba las hombreras como nadie y que era la preferida de mi madre-, Robert Mitchum y Barbara Stanwyck.



Tengo que hacer un inciso antes de morderme la lengua y suicidarme por ingestión de veneno. ¡Robert Mitchum en el puesto 58! Qué disparate. Aunque, para desopilarse, esperen a lo mejor: Edward Norton supera a Henry Fonda. Y a William Holden, que murió alcoholizado y abrazado por su serpiente pitón, le gana por un puesto Christopher Reeve, que sufrió mucho y fue muy valeroso, y que creo recordar que hizo Superman.



Decía que esto no es sino el encontronazo de cien historias de amor. Más que detenerse mucho en el resultado definitivo, yo que ustedes me iría al detalle. Quién puso a quién en su lista. Porque quien escoge lo hace porque antes fue elegido. Sí, como usted y yo. Por un actor o actriz.
 Por alguien que apareció inesperadamente en una sala oscura de cine, en uno de aquellos lejanos programas dobles o en un remoto cineclub, en un palacio, la noche de un estreno, en un cine de verano o en una matinal barata. O en la pantalla del televisor. O en la del ordenador. Depende de la edad, de la época. Sucedió. El amor llega como llega.

VIRIDIANA de Buñuel

VIRIDIANA, de Luis Buñuel





He apuntado el dato que doy aquí en una web inglesa (IMDb, si no recuerdo mal, donde se recogen comentarios sobre películas), puesto que nadie ha reparado en ello, que yo sepa (y he leído bastantes estudios sobre Buñuel).

No hace mucho, un "comentarista" de cine de esos baratos que escriben de cualquier manera y de memoria, dijo de Viridiana que es la adaptación cinematográfica de una novela de Buñuel. Naturalmente, no dijo de cuál. Y no hubiera podido decirlo, porque eso no es cierto, Viridiana es un guión original de Luis Buñuel en colaboración con su habitual colaborador mexicano Julio Alejandro. Supongo que el iluminado autor del comentario razonó que si Buñuel adaptó dos novelas de Galdós, Nazarín y Tristana, pues pudo adaptar más; y, al fin y al cabo, el nombre de Viridiana rima con Tristana, y como todos sabemos Galdós titulaba sus novelas por su personaje principal. Bueno, pues nada de eso.

¿O sí? Porque, y eso es lo curioso, sí se puede argumentar con cierta lógica que Viridiana es una adaptación inconfesa de una novela de Galdós, concretamente de Halma, una de sus novelas de la etapa final, muy poco conocida, muy poco reeditada; de hecho, hasta hace un par de años o así, no existía ninguna edición moderna de ella. Actualmente está disponible en una colección de clásicos de Biblioteca Nueva, en un volumen doble junto con Nazarín, lo cual tiene lógica, ya que Halma viene a ser una secuela de dicha novela (la edición se acompaña de estudio introductorio, en donde para nada se cita la película Viridiana).

Halma, como digo, es de las cuatro o cinco novelas de Galdós más ignoradas. Tiene cierta explicación, puesto que lo que en ella cuenta el autor ya lo dijo, y mucho mejor, en Nazarín, y lo mejoraría en Misericordia. En Halma Galdós nos presenta a una aristócrata que decide hacer lo mismo que hace Viridiana en la película: dedicarse a amparar a pobres y marginados (pobres y marginados no demasiado recomendables), ante el estupor de familiares y conocidos, dilapidando casa y hacienda y creando un monasterio para ellos. Los motivos que llevan a Halma en la novela y a Viridiana en el film a ello, son algo distintos, pero los medios, los resultados, son exactamente iguales. Es muy probable que Buñuel, lector de Galdós, y de quien ya había adaptado anteriormente Nazarín, tuviera presente este personaje y esta novela galdosiana (Nazarín reaparece en Halma como un personaje secundario) al concebir esta película. No es tampoco la única similitud: el personaje que interpreta Fernando Rey (y cuya muerte convertirá a Viridiana en una rica heredera, aunque entregará la fortuna y la casa a los pobres) se parece bastante, o tiene ciertos rasgos, al don Lope de Tristana, novela galdosiana convertida en película diez años más tarde por Buñuel, e interpretada también por Fernando Rey.

Como he dicho, nadie ha reparado en esa semejanza, hasta donde yo sé. Y es explicable, al ser una novela escasamente conocida, menos leída y casi no reeditada. Pero vale la pena dejar constancia. Y, de paso, reivindicar para mí el descubrimiento
. Valga decir esto, puesto que el mundo de internet es el mundo del plagio y el robo, y no sería raro que cualquier sinvergüenza se arrogara dicho descubrimiento haciéndolo pasar como, propio. Como ya he sido plagiado una vez (por cierto escritor español muy conocido que gana más dinero que yo), estoy más que escarmentado.


(c) 2006 by J.C. Planells
http://jcplanells3.wordpress.com/2006/01/29/viridiana-de-luis-bunuel/

De que callada manera....

De que callada manera

se me adentra usted sonriendo,

como si fuera la primavera !

¡Yo, muriendo!



Y de que modo sutil

me derramo en la camisa

todas las flores de abril



¿Quién le dijo que yo era

risa siempre, nunca llanto,

como si fuera

la primavera?

¡No soy tanto!



En cambio, ¡Qué espiritual

que usted me brinde una rosa

de su rosal principal!



De que callada manera

se me adentra usted sonriendo,

como si fuera la primavera

¡Yo, muriendo!



Jorge Guillén.
e

Todo nos amenaza

Todo nos amenaza:

el tiempo, que en vivientes fragmentos divide

al que fui

del que seré,

como el machete a la culebra;

la conciencia, la transparencia traspasada,

la mirada ciega de mirarse mirar;

las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,

el agua, la piel:

nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,

murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.

Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,

ni el delirio y su espuma profética,

ni el amor con sus dientes y uñas, no bastan.

Más allá de nosotros,

en las fronteras del ser y el estar,

una vida más vida nos reclama.



Afuera la noche respira, se extiende,

llena de grandes hojas calientes,

de espejos que combaten:

frutos, garras, ojos, follajes,

espaldas que relucen,

cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.



Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,

de tanta vida que se ignora y se entrega:

tú también perteneces a la noche.

Extiéndete, blancura que respira,

late, oh estrella repartida, copa,

pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,

pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.



Octavio Paz.