Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 oct 2010

Twilight Soundtrack

La izquierda y Vargas Llosa

Ahora que han pasado unos días desde la concesión del Nobel a Mario Vargas Llosa ya podemos decir lo obvio: el premio tiene la importancia que tiene, pero nada más.
 Nada más, claro está, para la obra de Vargas Llosa, a la que ni quita ni añade una coma, no quizá para sus lectores ni para la Academia Sueca, que a juicio de muchos lo necesitaba con urgencia: al fin y al cabo, desde el punto de vista estrictamente literario este premio solo es, como ha dicho Rodrigo Fresán, un retorno a la cordura. Así que, aunque el Nobel no cambie en nada lo esencial, al menos hay que celebrar ese retorno; un retorno que, además, ha provocado interesantes efectos secundarios.
 Por ejemplo, la alegría indisimulable de los lectores corrientes de Vargas Llosa, muchos de los cuales parecían recién salidos del armario tras un largo encierro: de hecho, a ratos daba la impresión de que a todos les hubieran dado el premio, y de que para ellos sí era importante.
No es algo tan frecuente, desde luego; no es algo que yo notara por ejemplo cuando se le conceció el Nobel a Cela, cosa que puede deberse solo a que los méritos literarios de Cela no son equiparables a los de Vargas Llosa, y no necesariamente a que esos lectores sintieran que Cela era un hombre opuesto a Vargas Llosa en casi todo, pero sobre todo en esto: aunque casi siempre pareció nadar contra corriente, Cela siempre o casi siempre nadó a favor de la corriente.
Ese es otro de los efectos secundarios que ha tenido el premio: ha mostrado de nuevo que, aunque a algunos les parezca que nada a favor de la corriente, Vargas Llosa siempre o casi siempre ha nadado contra corriente.






Es un intelectual ejemplar. Siempre ha servido a las causas que defiende y nunca se ha servido de ellas

Uno de los comentarios que más hemos leído estos días en los periódicos a propósito del nuevo Nobel ha sido el siguiente: "Admiro sus obras, pero no siempre comparto sus ideas". Dicha así, la frase es extraña, o a mí me lo parece: si ni siquiera comparto siempre mis propias ideas, ¿cómo voy a compartir siempre las de otra persona? Pero en el fondo todos sabemos que la salvedad alude a algo distinto: al hecho de que Vargas Llosa es considerado, en tanto que intelectual -es decir, en tanto que escritor que interviene con sus escritos en la cosa pública-, como un conservador, como un hombre de derechas, si no como un reaccionario o como un autoritario. La prueba es que los matices a su premio siempre los ha puesto la izquierda, mientras que la derecha lo ha recibido como un premio a uno de los suyos; mejor prueba aún es el hecho de que esa reputación es la causa más probable de que la Academia Sueca solo le haya dado este año un premio que merecía desde hace 30. Pues bien, lo que habría que decir de entrada sobre este asunto es que, seao no un intelectual de derechas, Vargas Llosa es un intelectual singular. Primero porque siempre ha servido a las causas que defiende y nunca se ha servido de ellas. Segundo porque siempre está dispuesto a contrastar sus ideas con la realidad y, si la realidad lo exige, a rectificarlas. Tercero porque en su evolución política desde las simpatías revolucionarias de su juventud hasta el liberalismo actual hay una coherencia profunda, como comprobará quien se dé el gusto de leer los volúmenes sucesivos de Contra viento y marea, donde entre otras cosas hallará una descripción razonada de esa trayectoria y, por ahí, un instrumento indispensable para entender la vida intelectual de los últimos años. Y cuarto -esto es un corolario de lo anterior, y quizá también lo más importante- por una cuestión digamos de estilo. Como pensador, como polemista, Vargas Llosa es un liberal de verdad: nunca confunde, según diría Alejandro Rossi, un error intelectual con un error moral; es decir, nunca ataca a las personas sino a las ideas de las personas -nunca considera que un hombre equivocado es un hombre inmoral-; y, cuando ataca las ideas, nunca lo hace caricaturizándolas, es decir debilitándolas, lo que en un pensador es síntoma de intolerancia y de impotencia, cuando no de vileza, sino exponiéndolas con la máxima fuerza, rigor y nitidez para luego lanzarse a refutarlas en buena lid y en campo abierto. Esto no es de derechas ni de izquierdas, ni reaccionario ni progresista: esto es algo que está mucho antes que todo eso y se llama honestidad y coraje.



Pero hay más. El mejor artículo sobre Vargas Llosa que he leído tras la concesión del Nobel apareció en este periódico y lo firmó Juan Gabriel Vásquez, que no en vano es un heredero legítimo de Vargas Llosa (háganse un favor y compruébenlo leyendo su novela Los informantes).
El artículo se titula El malentendido Vargas Llosa y, como corre el riesgo de haber quedado enterrado entre la hojarasca que hemos publicado otros, me permitiré recordar su contenido. Vásquez sostiene que solo quien no ha leído a Vargas Llosa o lo ha leído con anteojeras puede afirmar que es un intelectual de derechas o conservador, no digamos reaccionario o autoritario, porque la verdad es que "pocos como Vargas Llosa han defendido las ideas que la mejor izquierda ha reclamado tradicionalmente para sí".
No solo lo ha hecho en sus novelas, furiosos alegatos contra el fanatismo, contra el autoritarismo, contra el militarismo, sobre todo contra los abusos del poder; también lo ha hecho en sus ensayos y artículos, donde ha defendido la libertad individual, el derecho al aborto, la igualdad para los homosexuales, la legalización de la droga y donde ha atacado el nacionalismo de cualquier especie (y no solo, paisanos catalanes, el nacionalismo catalán).
Por supuesto, no todas las ideas de Vargas Llosa -y en particular su liberalismo económico, por cierto menos radical y desde luego mucho menos ingenuo y más elaborado de como lo pintan sus detractores- parecen inmediatamente útiles o aceptables para la izquierda; pero lo que me parece seguro es que es imposible que la izquierda salga del atasco ideológico y la consiguiente parálisis práctica en que lleva mucho tiempo metida si no es capaz de discutir con seriedad ideas como las de Vargas Llosa, si no deja de demonizarlas sin esforzarse en entenderlas, si no olvida sus nostalgias autoritarias y su complacencia con tiranías y nacionalismos, si no acepta sin resignación que no hay justicia sin libertad y no entiende con entusiasmo que la democracia debe conseguir que libertad y justicia, esas dos verdades contradictorias -por usar la expresión de Isaiah Berlin que aprendimos en Vargas Llosa-, acaben conviviendo con armonía. Regalarle Vargas Llosa a la derecha es un pésimo negocio para la izquierda, igual que fue un pésimo negocio regalarles Orwell y Camus, que nunca quisieron saber nada de la derecha.
 De ahí, me parece, vienen muchos de los males del pensamiento de la izquierda: de su sectarismo, de su rigidez, de su miedo a salirse del camino trillado, de su miedo a afrontar la realidad como es para cambiarla, de su miedo a la izquierda autoritaria, obsoleta, fracasada y cerril que parece la mala conciencia de la mejor izquierda. En cuanto a mí, solo diré que si la izquierda no es capaz de atender a las razones de Vargas Llosa y hacer suyo lo que tiene de izquierdista -igual que si no es capaz de hacer suyo lo que tienen de izquierdistas Orwell y Camus-, que empiece a pensar en borrarme de la lista.



Javier Cercas es escritor.
No entiendo esa frase lapidaria Sr, Cercas, por muy escritor que usted sea y adore a Vargas Llosa y diciendo que es usted o Vargas de izquierdas queda más tranquilo. La Frasecita esa : Quién no haya leído a Mario Jorge Vargas Llosa son los que dicen que es de derechas.
Usted cree que aunque eso fuera cierto una persona de izquierdas critica a un Nobel porque si, usted critica a Cela porque es de derechas? o es porque no lo ha leído nunca?
No me diga que tengo que justificar que yo siendo de izquierdas me he leído toda la obra de J. Mario Vargas Llosa,y me quedo con sus novelas de los años 70, y de los 80, la Fiesta del Chivo, las demás me parecieron inecesarias en él salvo que su ego no le permitiera ver su nombre en los períódicos, resbala usted y mucho.
Vargas llosa es de Derechas al margen de lo que escriba y no me gusta ahora ni su obra ni las chorradas que usted pone para justificar lo injustificable.
A estas alturas de la vida yo no tengo que hustificar nada y menos de otra persona que no sea yo. Ya está bien.Que se lo lea su actual mujer porque siendo tan seductor no sé si sigue con su prima o en que quedo aquella relación cuando quiso ser Presidente de Perú.

Destellos del Broadway barcelonés

CRÓNICA: EL PARALELO RENACE
MARCOS ORDÓÑEZ



Soy paralelebípedo: a los cuatro años ya recorría el Paralelo. De la mano de mi abuela, peinadora y amiga de Raquel Meller, íbamos a llevarle la tartera a mi abuelo, que tocaba el violín (y el piano, y el trombón de varas) en el Español de Los Vieneses, en el Cómico de Joaquín Gasa, en el Apolo de Colsada.
Siempre sabíamos dónde encontrarle: o en el foso de la orquesta o en el cine Hora, para echar una cabezadita entre función y función. Compartíamos la tartera bajo el cartel eterno de Espérame en la luna y luego volvía al tajo, hasta las mil.
 Conocí aquel fulgor de lentejuelas y piernas (a mis ojos) descomunales, y las risas, y la música, y los bares que no cerraban nunca, pero también los fosos infernales donde los músicos se asfixiaban, y los camerinos apestando a sudor, y las jornadas esclavistas: durante años, lustros, siglos, mi abuelo y sus cuates se cascaron dos funciones diarias. Solo libraban un día al año, el Viernes Santo, cuando ni siquiera se podía silbar en la calle so pena de multa.






El Paralelo, como toda gran empresa, era una máquina de picar carne humana, y Los Vieneses añadían al picaje la precisión austrohúngara. Dirigidos por el triunvirato Arthur Kaps-Franz Joham-Herta Frankel, Los Vieneses fueron los incontestables monarcas del Paralelo y las primeras figuras legendarias de mi infancia.
 Ocupaban, contaba mi abuelo, una planta completa del Hotel Oriente, en las Ramblas. Hacían espectáculos suntuosísimos, lubitschianos, siempre con la palabra "Viena" en el título, a guisa de talismán: hileras de fracs relucientes, rubias con cabello de huevo hilado y muslos de mantequilla fresca (eran años de racionamiento) y niños acordeonistas, coros de marionetas, pistas giratorias, escenografías diseñadas por el gran Erté. Se afincaron en el Español y llegaron a comprarlo.
 En el Cómico mandaba Joaquín Gasa, con el viejo Alady, rey de la pasarela, como director escénico: era un productor "a la americana", aunque sus espectáculos intentaban seguir el patrón de las variedades francesas del Olympia o Bataclan.



El Apolo era feudo de Colsada, que más que empresario parecía un apoderado taurino, y el tándem Luis Cuenca-Pedro Peña lideraba un estilo amamantado (nunca mejor dicho) en el Martín y La Latina. Al fondo, el Molino de Johnson y Escamillo y Olga Vidalia, con sus procacidades ingenuas, con la humildad del varietà italiano, y naranjadas en platea y vino espumoso (disfrazado de champán) en los palcos.



¿Cuándo comenzó el declive? Buena pregunta. En los sesenta, los viejos del lugar (mi abuelo, por ejemplo) hablaban con nostalgia de los treinta y del gran Manolo Sugranyes y sus extraordinarias revistas, todas con títulos dobles: Yes-Yes, Kiss-Kiss, Oui-Oui. Luego te enterabas de que el imperio de Sungranyes duró cinco años, y los todavía-más-viejos te decían que la verdadera edad de oro había sido la de Ferrán Bayés, el mentor de Sugranyes, y los bisabuelos decían, a su vez... Cortemos la espiral. El Paralelo, que había sido la gran avenida insomne de los veinte y los treinta, reemergió en los cincuenta porque la gente seguía empeñada en ser un poco feliz a un precio tolerable y se fue a pique en los primeros sesenta. Mi abuelo señalaba dos culpables: la televisión y el seiscientos. Y tenía razón.
El publicista Víctor Sagi convenció a Los Vieneses de que la televisión les permitiría ampliar el mercado con muchos menos costes, y así nacieron las variedades de Amigos del Lunes en los estudios de Miramar, con Johan y Re como maestros de ceremonias, a las órdenes de Kaps, y con estrellas invitadas del calibre de Marlene Dietrich, Ludmilla Tcherina o Josephine Baker. Fue su cima y su sentencia: ¿para qué ir al teatro, si podías verles gratis por la tele? Poco más tarde llegó el "coche utilitario" y los barceloneses comenzaron a salir a escape los fines de semana. Cambió el ocio, cambiaron los gustos. En 1962 cayó el Cómico. Poco más tarde, el Nuevo se convirtió en el primer Cinerama de Barcelona. Y al Molino solo iban los muy viejos. O los muy progres: o sea, nosotros.
 Durante los setenta y los ochenta, los mozos y mozas de mi generación todavía hacíamos la ruta que enlazaba la Bodega Bohemia con la Bodega Apolo, aunque a veces la nostalgia de las viejas glorias se hacía irrespirable, pero era barato, estaba vivo y cerraba tarde. Luego, como casi todo el mundo, cambiamos de calle.
Se deja de ir a una zona como se deja de ir a un bar, como la gente dejó de ir de juerga a Atlantic City o los Catskills.



Hoy el Paralelo recuerda a una calle de las afueras de una ciudad de provincias, y tres teatros (Apolo, Victoria, Condal) suscitan poca mítica. Empresarios y gestores culturales dejaron que se hundieran El Molino y el Arnau. Tenían razón: no eran rentables. O sostenibles. El Ayuntamiento vendió (o cedió, no sé) el Español a la SGAE. Arteria Paral·lel, el nuevo local, es un espacio estupendo, todavía nebuloso, pero de algún modo (como Nit de Sant Joan, su espectáculo de apertura) es el anti-Paralelo, el Paralelo liofilizado.
En cuanto al nuevo Molino, habrá que ver si de su capullo saldrán mariposas o polillas de diseño. A fin de cuentas, lo que importa es lo que se inventa, no lo que se recalienta.

16 oct 2010

Wall Street (película)

El 24 de septiembre de 2010 se estrenó una secuela de esta película, llamada Wall Street: Money never sleeps (Wall Street: El dinero nunca duerme). Esta segunda parte también cuenta con la dirección de Oliver Stone y las actuaciones de Michael Douglas y Shia LaBeouf, en los papeles estelares. En papeles secundarios, Frank Langhella, Josh Brolin, Susan Sarandon y Eli Wallach, entre otros. En esta secuela, Charlie Sheen aparece como personaje incidental.
Wall Street, el dinero nunca duerme, transcurre a través de un ritmo trepidante, que en ocasiones se pierde en terminologías y ticks financieros, pero que se combina a las mil maravillas con la excelente banda sonora de David Byrne y Brian Eno. Cóctel creativo que se completa con la realización de Oliver Stone, que se tambalea entre los inmensos y maravillosos travelings de la River Line de Manhattan (absolutamente sublimes) a los que añade unos cambios de ritmo y color entre las distintas fases del film que te dejan totalmente noqueado visualmente, donde el color rojo (suponemos que el de la desmedida pasión monetaria) intensifica esa sensación de vértigo. A todo ello, Stone contrapone unos primeros planos de sus actores sensacionales y electrizantes, que buscan el lado humano de los mismos (ya sea éste fingido o no).




Michael Douglas borda su papel de Gordon Gekko y se convierte en el aladid de las segundas oportunidades, un leit motiv que Stone nos brinda al final de la película, y ante el que cae rendido como una sombra de sus posturas más acérrimamente anticapitalistas para convertirse en un firme representante de los finales felices. Y ese puede ser el talón de Aquiles de esta película, que hiere pero no mata. No obstante, hay que decir que uno sale de la sala de cine con más miedo que cuando entró, tras disfrutar de dos horas de cine de acción en vena.