La primera dama de EE UU encabeza la lista 'Power women' de Forbes seguida de Irene Rosenfeld y Oprah Winfrey .
Michelle Obama, se coloca como la mujer más poderosa del mundo, superando a jefas de Estado, directoras ejecutivas y famosas, según el listado anual Power women que anualmente elabora la revista Forbes.
Irene Rosenfeld, la presidenta ejecutiva de Kraft, se sitúa en el segundo lugar, seguida por la presentadora de televisión y magnate de medios Oprah Winfrey, quien tras 25 años la próxima temporada dará por concluido su programa, The Oprah Winfrey Show , para lanzar su propia red de cable.
La canciller alemana, Angela Merkel, a la cabeza del ránking el pasado año , fue elegida como la cuarta mujer más poderosa. La Secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, encargada de las conversaciones de paz en Oriente Medio, completa los cinco primeros puestos.
"Han construido empresas y marcas, a veces por medios no tradicionales, y han roto las barreras de género en las áreas de comercio, política, deportes y medios de comunicación. Ellas están presentes en las vidas de millones, y a veces miles de millones, de personas ", ha afirmado Moira Forbes, vicepresidenta y responsable de la lista editada por la revista.
Sobre la posición de Michelle Obama en el primer lugar, ha expresado que ella "ha hecho de la oficina de la primera dama la suya propia sin dejar de ser popular". "En un claro signo de su carisma, la Casa Blanca está dejando en su mano la recaudación de fondos para la campaña en Estados como California y
7 oct 2010
Habla el jazz, calla la política
El estadounidense Wynton Marsalis y su orquesta triunfan en La Habana - La flexibilidad de la Administración de Obama ha hecho posible el viaje .
El jazz vuelve a desdibujar las fronteras entre Cuba y Estados Unidos. Como era antes. Cuando Dizzy Gillespie y Chano Pozo revolucionaron el ritmo y surgió el afrocuban jazz; cuando el flujo de música y artistas entre ambos países era trepidante e imparable.
Con ese mismo espíritu de unión, como heredero de un largo legado de creación compartida, el trompetista estadounidense Wynton Marsalis se presentó el martes ante el público cubano al frente de los 15 músicos de la Orquesta del Lincoln Center (JLCO). En dos horas cortas, la big band más famosa del mundo recreó con preciosismo la evolución y filosofía del jazz en Estados Unidos, en el primero de cinco históricos conciertos en La Habana.
La noche entera fue una obra de arte. Desde el principio al final. Una delicada selección de clásicos de Ellington, Gillespie o Thelonius Monk, combinada con arreglos y composiciones propias e hilvanadas como una lección magistral, rigurosa y vibrante, y no solo para neófitos; entre el público había un centenar de músicos cubanos, empezando por el pianista Chucho Valdés, anfitrión de Marsalis en La Habana. Fue emocionante para todos.
Para Valdés, la iniciativa del trompetista norteamericano y la JLCO marca "un verdadero hito" en los intercambios culturales entre ambos países. Por varios motivos. El primero, porque Marsalis y sus músicos no llegaron a La Habana simplemente a mostrar su arte. "Vinieron sobre todo a interactuar, y a algo todavía más importante: a enseñar a los más jóvenes, a dar continuidad a la tradición". Según Chucho, "su mensaje educativo es una lección para todos".
Así es. Desde que desembarcaron en Cuba, los músicos estadounidenses han pasado por varias escuelas de música de enseñanza elemental y media ofreciendo clases magistrales y transmitiendo a los alumnos su experiencia. El viernes dedicarán el día entero a dar talleres en el conservatorio y en el Instituto Superior de Arte, mientras que el sábado por la mañana ofrecerán un concierto especial para estudiantes y jóvenes músicos de jazz, a algunos de los cuales invitarán a tocar por la noche en su última presentación, concebida como una gran descarga, un cierre apoteósico y multitudinario.
"Nuestro lema es unir a personas a través del swing, por eso estamos aquí", afirmó Marsalis poco después de llegar. Y contó una anécdota: "Cuando yo era un niño de 12 años, un día llegó mi padre [el pianista Ellis Marsalis] con un disco de Chucho e Irakere, y me dijo: 'Mira, mira lo que están haciendo los cubanos". Wynton estudiaba entonces trompeta y el disco tenía unos arreglos innovadores para metales. "Cuando lo puso, todo el rato era: '¡Oh, mira esto! ¡Oh, fíjate lo que hacen!". El cuento era para decir que entre ambos países la música y el jazz es "una cuestión de familia". "Vamos a hacer ahora lo que querían nuestros padres", dijo. Simplemente eso.
Desde que Marsalis aterrizó en Cuba —había estado en un viaje exploratorio en 1997, cuando tocó con el pianista Frank Emilio en el club La Zorra y el Cuervo— todo ha sido muy intenso.
El domingo se presentó en los estudios Abdala de La Habana para acompañar a Chucho y Omara Portuondo, que terminaban un disco a piano y voz con clásicos del filin. Marsalis improvisó de tal modo en Esta tarde vi llover, que Omara acabó llorando como una niña.
Fue algo mágico, lo mismo que todas las andanzas cubanas de la Orquesta de Jazz del Lincoln Center neoyorquino, quizá porque la visita llevaba mucho tiempo preparándose. Ha sido ahora, con la Administración de Obama, cuando se materializa.
Y también es simbólico que sea este mismo fin de semana, después de siete años sin poder actuar en Estados Unidos, cuando Chucho Valdés inicia una gira de un mes por San Francisco, Chicago, Los Ángeles, Washington, Boston, Nueva York y otras ciudades estadounidenses. El propósito es presentar su disco Chucho's steps, realizado con su nueva banda, The Afro-Cuban Messengers.
Es lo natural, el jazz de ida y vuelta. El segundo concierto de Marsalis en La Habana trató precisamente de eso, de las conexiones jazzísticas entre Cuba y Estados Unidos. Los músicos de la JLCO y los de Chucho se unieron en una sola big band para interpretar clásicos cubanos, como Siboney, el danzón Almendra o Como fue, y composiciones de Valdés como Misa negra y New Orleans, un tributo del pianista a la familia Marsalis.
El concierto de esta noche será un mano a mano entre Marsalis y Valdés con sus grupos pequeños, otro lujo más en esta semana en que no se ha hablado ni una sola palabra de política, y sí mucho de arte y música y de los puentes familiares que han existido siempre entre ambas orillas.
El jazz vuelve a desdibujar las fronteras entre Cuba y Estados Unidos. Como era antes. Cuando Dizzy Gillespie y Chano Pozo revolucionaron el ritmo y surgió el afrocuban jazz; cuando el flujo de música y artistas entre ambos países era trepidante e imparable.
Con ese mismo espíritu de unión, como heredero de un largo legado de creación compartida, el trompetista estadounidense Wynton Marsalis se presentó el martes ante el público cubano al frente de los 15 músicos de la Orquesta del Lincoln Center (JLCO). En dos horas cortas, la big band más famosa del mundo recreó con preciosismo la evolución y filosofía del jazz en Estados Unidos, en el primero de cinco históricos conciertos en La Habana.
La noche entera fue una obra de arte. Desde el principio al final. Una delicada selección de clásicos de Ellington, Gillespie o Thelonius Monk, combinada con arreglos y composiciones propias e hilvanadas como una lección magistral, rigurosa y vibrante, y no solo para neófitos; entre el público había un centenar de músicos cubanos, empezando por el pianista Chucho Valdés, anfitrión de Marsalis en La Habana. Fue emocionante para todos.
Para Valdés, la iniciativa del trompetista norteamericano y la JLCO marca "un verdadero hito" en los intercambios culturales entre ambos países. Por varios motivos. El primero, porque Marsalis y sus músicos no llegaron a La Habana simplemente a mostrar su arte. "Vinieron sobre todo a interactuar, y a algo todavía más importante: a enseñar a los más jóvenes, a dar continuidad a la tradición". Según Chucho, "su mensaje educativo es una lección para todos".
Así es. Desde que desembarcaron en Cuba, los músicos estadounidenses han pasado por varias escuelas de música de enseñanza elemental y media ofreciendo clases magistrales y transmitiendo a los alumnos su experiencia. El viernes dedicarán el día entero a dar talleres en el conservatorio y en el Instituto Superior de Arte, mientras que el sábado por la mañana ofrecerán un concierto especial para estudiantes y jóvenes músicos de jazz, a algunos de los cuales invitarán a tocar por la noche en su última presentación, concebida como una gran descarga, un cierre apoteósico y multitudinario.
"Nuestro lema es unir a personas a través del swing, por eso estamos aquí", afirmó Marsalis poco después de llegar. Y contó una anécdota: "Cuando yo era un niño de 12 años, un día llegó mi padre [el pianista Ellis Marsalis] con un disco de Chucho e Irakere, y me dijo: 'Mira, mira lo que están haciendo los cubanos". Wynton estudiaba entonces trompeta y el disco tenía unos arreglos innovadores para metales. "Cuando lo puso, todo el rato era: '¡Oh, mira esto! ¡Oh, fíjate lo que hacen!". El cuento era para decir que entre ambos países la música y el jazz es "una cuestión de familia". "Vamos a hacer ahora lo que querían nuestros padres", dijo. Simplemente eso.
Desde que Marsalis aterrizó en Cuba —había estado en un viaje exploratorio en 1997, cuando tocó con el pianista Frank Emilio en el club La Zorra y el Cuervo— todo ha sido muy intenso.
El domingo se presentó en los estudios Abdala de La Habana para acompañar a Chucho y Omara Portuondo, que terminaban un disco a piano y voz con clásicos del filin. Marsalis improvisó de tal modo en Esta tarde vi llover, que Omara acabó llorando como una niña.
Fue algo mágico, lo mismo que todas las andanzas cubanas de la Orquesta de Jazz del Lincoln Center neoyorquino, quizá porque la visita llevaba mucho tiempo preparándose. Ha sido ahora, con la Administración de Obama, cuando se materializa.
Y también es simbólico que sea este mismo fin de semana, después de siete años sin poder actuar en Estados Unidos, cuando Chucho Valdés inicia una gira de un mes por San Francisco, Chicago, Los Ángeles, Washington, Boston, Nueva York y otras ciudades estadounidenses. El propósito es presentar su disco Chucho's steps, realizado con su nueva banda, The Afro-Cuban Messengers.
Es lo natural, el jazz de ida y vuelta. El segundo concierto de Marsalis en La Habana trató precisamente de eso, de las conexiones jazzísticas entre Cuba y Estados Unidos. Los músicos de la JLCO y los de Chucho se unieron en una sola big band para interpretar clásicos cubanos, como Siboney, el danzón Almendra o Como fue, y composiciones de Valdés como Misa negra y New Orleans, un tributo del pianista a la familia Marsalis.
El concierto de esta noche será un mano a mano entre Marsalis y Valdés con sus grupos pequeños, otro lujo más en esta semana en que no se ha hablado ni una sola palabra de política, y sí mucho de arte y música y de los puentes familiares que han existido siempre entre ambas orillas.
La tabla de Flandes
Sostiene Arturo Pérez-Reverte que "el ajedrez es la mejor metáfora de la vida".
En consecuencia, el tablero blanquinegro de 64 casillas es un adorno frecuente en varias de sus novelas, y un elemento fundamental en La tabla de Flandes, cuya apasionante trama se construye sobre la endiablada posición de las piezas en una partida que disputan dos de los protagonistas de un cuadro del siglo XV.
Parece que el autor no va muy descaminado en el símil. Además de las decenas de novelas que se apoyan más o menos en el deporte mental, Tolstói, Beckett, Canetti, Pushkin, Dostoievski, Balzac, Goethe y Zweig son solo algunos de los muchos escritores que sucumbieron a la pasión que produce.
Bobby Fischer dijo: "El ajedrez no es como la vida, es la vida"
Siguiendo la acertada idea de un proverbio hindú -"El ajedrez es un mar donde una mosca puede nadar y un elefante, bañarse"-, para disfrutar de La tabla de Flandes ni siquiera es necesario saber cómo se mueve un alfil. De hecho, los aficionados más puristas encontrarán imprecisiones técnicas en el desarrollo de la partida, paralelo al aumento del suspense en la novela.
Pero el autor logra algo sumamente difícil: trenzar casi exactamente los movimientos de las piezas con las diferentes tramas, y con unos personajes principales -una restauradora, un anticuario, un ajedrecista obsesivo, un profesor de universidad, una galerista, un proxeneta, un coleccionista de arte- que comparten el amor por la belleza en sus más variadas formas.
Ese canto a lo bello, que es la música de fondo de la novela, se refiere a los personajes del siglo XX pero, rizando el rizo, los que aparecen en la tabla flamenca también se mueven en planos hábilmente superpuestos: los jugadores de la partida, la dama que los observa, el espejo que refleja a todos y, de nuevo, la conexión entre la situación en el tablero y las pasiones, bajas o altas, de los protagonistas.
Quien conozca las hermosas palabras de Borges sobre el ajedrez, las recordará varias veces durante la lectura: "Dios mueve al jugador, y este, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonías?".
Quizá Siegbert Tarrasch, uno de los mejores ajedrecistas de la primera mitad del siglo XX, debería haber añadido la palabra literatura a una de las más hermosas frases que se han escrito sobre el noble juego: "El ajedrez, como el amor o la música, hace felices a quienes lo practican". El lector será probablemente algo más feliz mientras disfruta de La tabla de Flandes, y algo más culto cuando la termine. Y tal vez entienda mejor al paranoico campeón Bobby Fischer cuando dijo: "El ajedrez no es como la vida, es la vida".
En consecuencia, el tablero blanquinegro de 64 casillas es un adorno frecuente en varias de sus novelas, y un elemento fundamental en La tabla de Flandes, cuya apasionante trama se construye sobre la endiablada posición de las piezas en una partida que disputan dos de los protagonistas de un cuadro del siglo XV.
Parece que el autor no va muy descaminado en el símil. Además de las decenas de novelas que se apoyan más o menos en el deporte mental, Tolstói, Beckett, Canetti, Pushkin, Dostoievski, Balzac, Goethe y Zweig son solo algunos de los muchos escritores que sucumbieron a la pasión que produce.
Bobby Fischer dijo: "El ajedrez no es como la vida, es la vida"
Siguiendo la acertada idea de un proverbio hindú -"El ajedrez es un mar donde una mosca puede nadar y un elefante, bañarse"-, para disfrutar de La tabla de Flandes ni siquiera es necesario saber cómo se mueve un alfil. De hecho, los aficionados más puristas encontrarán imprecisiones técnicas en el desarrollo de la partida, paralelo al aumento del suspense en la novela.
Pero el autor logra algo sumamente difícil: trenzar casi exactamente los movimientos de las piezas con las diferentes tramas, y con unos personajes principales -una restauradora, un anticuario, un ajedrecista obsesivo, un profesor de universidad, una galerista, un proxeneta, un coleccionista de arte- que comparten el amor por la belleza en sus más variadas formas.
Ese canto a lo bello, que es la música de fondo de la novela, se refiere a los personajes del siglo XX pero, rizando el rizo, los que aparecen en la tabla flamenca también se mueven en planos hábilmente superpuestos: los jugadores de la partida, la dama que los observa, el espejo que refleja a todos y, de nuevo, la conexión entre la situación en el tablero y las pasiones, bajas o altas, de los protagonistas.
Quien conozca las hermosas palabras de Borges sobre el ajedrez, las recordará varias veces durante la lectura: "Dios mueve al jugador, y este, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonías?".
Quizá Siegbert Tarrasch, uno de los mejores ajedrecistas de la primera mitad del siglo XX, debería haber añadido la palabra literatura a una de las más hermosas frases que se han escrito sobre el noble juego: "El ajedrez, como el amor o la música, hace felices a quienes lo practican". El lector será probablemente algo más feliz mientras disfruta de La tabla de Flandes, y algo más culto cuando la termine. Y tal vez entienda mejor al paranoico campeón Bobby Fischer cuando dijo: "El ajedrez no es como la vida, es la vida".
6 oct 2010
No Maldigo los Dias....
Ya no maldigo los días, los días aborrecibles; dejo que caigan como un pestañeo muy lento. Las cosas son así, la configuración del cielo, un olor, unas voces, la inclinación de la luz, te mueven de una u otra manera. Y el corazón siente distinto, distinto y desconocido percibes tu paso por la vida inmediata.
Feliz que estaba uno por la Alameda de Hércules, en la Sevilla de una historia que una vez fue mía, reparando en los olmos frondosos de los laterales. Feliz en las tabernas con mostrador de madera. Feliz con el azul más intenso que hacía tiempo no divisaba en el cielo.
No pasa nada. O pasa lo de siempre, que pasado mañana no será nada. Me he sentado en la terraza del * al mediodía, y a poco se me removió el estómago con lo que oía sin querer, con lo que miraba sin querer ver. Que esta es una época ordinaria y sin cabeza, lo sé. Pero cuando vuelves a reparar en la prepotencia del chulo con reloj gigante y cráneo rasurado, en la mercadería carnal de las señoritas con prendas de diseño y marcando pliegues. Es así. Lo sofisticado es la vulgaridad de mucho precio y peor gusto.
Es así. Nada maldigo. Soy así de franqueable por el entorno de una mañana. Así me quedo para el resto del día, varado y vacío, y tampoco pasa nada.
Publicado por José Carlos Cataño
Feliz que estaba uno por la Alameda de Hércules, en la Sevilla de una historia que una vez fue mía, reparando en los olmos frondosos de los laterales. Feliz en las tabernas con mostrador de madera. Feliz con el azul más intenso que hacía tiempo no divisaba en el cielo.
No pasa nada. O pasa lo de siempre, que pasado mañana no será nada. Me he sentado en la terraza del * al mediodía, y a poco se me removió el estómago con lo que oía sin querer, con lo que miraba sin querer ver. Que esta es una época ordinaria y sin cabeza, lo sé. Pero cuando vuelves a reparar en la prepotencia del chulo con reloj gigante y cráneo rasurado, en la mercadería carnal de las señoritas con prendas de diseño y marcando pliegues. Es así. Lo sofisticado es la vulgaridad de mucho precio y peor gusto.
Es así. Nada maldigo. Soy así de franqueable por el entorno de una mañana. Así me quedo para el resto del día, varado y vacío, y tampoco pasa nada.
Publicado por José Carlos Cataño
Suscribirse a:
Entradas (Atom)