Ya no maldigo los días, los días aborrecibles; dejo que caigan como un pestañeo muy lento. Las cosas son así, la configuración del cielo, un olor, unas voces, la inclinación de la luz, te mueven de una u otra manera. Y el corazón siente distinto, distinto y desconocido percibes tu paso por la vida inmediata.
Feliz que estaba uno por la Alameda de Hércules, en la Sevilla de una historia que una vez fue mía, reparando en los olmos frondosos de los laterales. Feliz en las tabernas con mostrador de madera. Feliz con el azul más intenso que hacía tiempo no divisaba en el cielo.
No pasa nada. O pasa lo de siempre, que pasado mañana no será nada. Me he sentado en la terraza del * al mediodía, y a poco se me removió el estómago con lo que oía sin querer, con lo que miraba sin querer ver. Que esta es una época ordinaria y sin cabeza, lo sé. Pero cuando vuelves a reparar en la prepotencia del chulo con reloj gigante y cráneo rasurado, en la mercadería carnal de las señoritas con prendas de diseño y marcando pliegues. Es así. Lo sofisticado es la vulgaridad de mucho precio y peor gusto.
Es así. Nada maldigo. Soy así de franqueable por el entorno de una mañana. Así me quedo para el resto del día, varado y vacío, y tampoco pasa nada.
Publicado por José Carlos Cataño
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