Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

14 sept 2010

El retorno del diseñador deseado


Cuando Tom Ford era el diseñador más poderoso del mundo tenía una pesadilla recurrente la noche antes de presentar sus colecciones de Gucci o Yves Saint Laurent.
Por algún motivo, la ropa no llegaba -ardía un taller, la robaban- y él tenía que salir a la pasarela y hablar para entretener al público.


El creador prohíbe grabar sus desfiles y se niega a distribuir imágenes

Julianne Moore llevaba un traje del color de su piel bordado en flecos
Lo contó el domingo por la noche, en Nueva York, cuando se plantó ante sus invitados y les dirigió un discurso nada improvisado. Tal como había temido en sus sueños. Pero esta vez no tuvo que hacerlo porque algo terrible le hubiera ocurrido a su ropa, sino porque quiso. Así había escrito el guión de un momento extraordinario de la historia de la moda contemporánea. Su retorno al diseño de mujer, seis años después de su última colección para Gucci.

En este tiempo, el diseñador estadounidense de 49 años ha creado una firma de suntuosos trajes para hombre y ha dirigido con notable éxito su primera película (Un hombre soltero) con la que el actor Colin Firth consiguió la Copa Volpi en 2009. Pero un cabo quedaba suelto.

Si algo ha tenido Tom Ford -desde que en 1994 apareció para revivir Gucci- es una innegociable visión de la mujer. Que él disfruta creando y recreando. La extravagancia decadente de su abuela marcó su infancia en Tejas y, muy probablemente, guió la extraordinaria presentación que concibió para su retorno al diseño femenino.

El escenario era íntimo: apenas un centenar de invitados, repartidos en dos salones de su tienda en la avenida Madison. Un espacio y una audiencia tan reducida como para que Domenico de Sole, presidente de la compañía, se quedara de pie. "Hoy tenemos ropa maravillosa y algunas de las mujeres que más me inspiran para lucirla", anunció Ford -siempre teatral- en su discurso. Se retiró a un lado del angosto pasillo y desde allí presentó y describió cada uno de los modelos que desfilaron.

Farida Khelfa, modelo, actriz y eterna musa de la moda parisiense, fue la primera. Con ella, y su largo vestido blanco de asimétricas aperturas que descubrían un corsé cubierto de rejilla negra, se instaló en la sala un suspiro de emoción que no se perdería en las 26 salidas siguientes.

La mujer que el diseñador Tom Ford defiende puede ser una fantasía, pero no es un cliché, ya que pueden encarnarla caracteres individuales, fuertes y reales. Una de las cosas más hermosas de su colección de ayer, más allá de la divertida y fabulosa apuesta por una elegancia de otro tiempo, fue el respeto que transmitía a cada una de las mujeres que la lucieron.

La actriz Julianne Moore llevaba un traje del color de su piel enteramente bordado con flecos de seda que sugería su desnudez, a pesar de cubrir desde las clavículas hasta los pies y las muñecas -en 2009 le diseñó uno en tono verde para el Festival de Venecia-.

Beyoncé hervía en una pieza de rejilla irregularmente cubierta de lentejuelas doradas y plateadas. Otra actriz, Emmanuelle Seigner, parecía poderosa y relajada con un traje negro, sombrero con pluma y camisa abierta hasta el ombligo.

Los códigos habituales de Tom Ford estaban ahí -los trajes masculinos, los guiños a la transición de los setenta a los ochenta, la sexualidad explícita-, pero no se imponían a las mujeres que lo llevaban, sino que se adaptaban a ellas. Y eso que las había de muy variada edad, forma y condición. Desde Rita Wilson, Rachel Feinstein, Marisa Berenson, Daphne Guinness, Lou Doillon o Lisa Eisner hasta top models de todas las épocas como Lauren Hutton, Karen Elson, Natalia Vodianova, Stella Tennant, Liya Kebede, Amber Valletta o Daria Werbowy.

Subidas a fetichistas tacones atados al tobillo, con ajustadas faldas lápiz, estampados felinos pintados a mano y generosos escotes, transmitían un sentido de la belleza atemporal, grandilocuente y memorable que hoy escasea en una industria entregada a la histeria de lo inmediato.

Una dinámica contra la que Ford se rebela estética y conceptualmente. No habrá más desfiles. Ni como este, ni como ninguno. En la era de la pasarela retransmitida en directo, él prohíbe el uso de métodos de grabación en su presentación y se niega a distribuir imágenes.

No hay duda de que acabaremos viéndolas, ya que Terry Richardson fotografió cuanto quiso. Pero Tom Ford elegirá dónde y cuándo. De momento, prefiere que su retorno deba narrarse e imaginarse.

Aun así, cuando la presentación de Nueva York terminó, las 27 mujeres tomaron el pasillo y se hizo difícil circular. Lauren Hutton se descalzó, se subió a una silla y empezó a sacar fotos. Era un atasco que merecía la pena inmortalizar.
EUGENIA DE LA TORRIENTE - Nueva York

Aterrizaje forzoso en el gulag


Stalin confinó en campos de trabajo a los pilotos republicanos que se instruían en la URSS y que reclamaron su repatriación al final de la Guerra Civil .
"Yo, Hermógenes Rodríguez, me dirijo a usted respecto al siguiente asunto: fui enviado por el Gobierno de la República Española a la Unión Soviética para participar en 1938 en un curso de pilotaje, que no pude terminar. Pedí inmediatamente mi repatriación, que hasta hoy me han negado. Desde 1941 me encuentro en un campo de concentración solo por ser español".

Presos rojos en el 'paraíso' rojo
Iósif Stalin

"Los niños tienen que defender de sus padres su alimento", escribió un aviador
Hermógenes Rodríguez era uno de los 180 aviadores republicanos en fase de formación a quienes el final de la Guerra Civil sorprendió en la URSS. "Usted" era G. M. Malenkov, sucesor de Stalin en la presidencia del Gobierno de la URSS. El texto pertenece a una carta de mayo de 1953, dos meses después de la muerte de Stalin, que se reproduce en el libro Los últimos aviadores de la República, escrito por Carmen Calvo Jung y editado por el Ministerio de Defensa y la Fundación Aena.

Carmen Calvo es la hija de uno de esos aviadores -José Calvo- que salió de España con el objetivo de retornar pronto para ir a la guerra y que, acabada ésta en 1939, tardó 15 años en volver a su tierra. En ese tiempo le zarandearon por diferentes cárceles y campos de trabajo forzoso.
Fue una víctima más del Archipiélago Gulag, la maraña de campos de castigo soviéticos donde cualquiera podía acabar por cualquier cosa. Allí fueron encerrados los españoles de la División Azul que habían ido a pelear contra el Ejército Rojo. Su confinamiento encaja dentro de la lógica de la guerra, que divide el mundo entre amigos y enemigos. Pero, ¿qué hacían allí los aviadores de la República?

Carmen Calvo congeló temporalmente su trabajo en Berlín -como arquitecta se dedica a la restauración y conservación de patrimonio- para responder a una cuestión que su padre había eludido en vida.
Ni en los documentos que recibió tras su muerte ni en libros de historia se aclaraba la incógnita. Así que Calvo ha dedicado 10 años a rastrear en 24 archivos e instituciones de España, Suiza, Francia, Alemania, Holanda y Rusia la pista de aquellos pilotos atrapados en la URSS que deseaban volver a España o exiliarse en otro país.

Su vinculación familiar, además, le abrió las puertas de los archivos personales de los protagonistas. Casi nadie quería hablar, pero casi todos ordenaron sus recuerdos por escrito. Como José Romero Carreira, que describió la crudeza en el campo de Kok-Usek -la mortalidad superaba el 60%- en unas memorias inéditas: "La mínima ración que se suministraba de alimentos nos había postrado a todos en un estado de inanición. (...) Todo barniz social había desaparecido.
Los títulos, los espíritus refinados, los aristócratas habían descendido al rango de hombre primitivo. Los espíritus más refinados de Viena convivían con los analfabetos y rudos carreteros y pastores de Rumania. Los niños tenían que defender sus alimentos contra la expoliación de sus padres. Situación trágica en la que puede caer el hombre cuando las circunstancias desatan las fuerzas de su subconsciente".

De los 25 pilotos internados hasta 1948, Romero fue de los pocos juzgado y condenado. La razón: sumarse a la huelga de hambre de los presos de la División Azul para exigir una mejora en las condiciones del campo en 1952. El segundo delito que cometió fue montar una escuela para enseñar a leer a los divisionarios. "Los republicanos siempre tuvieron la cabeza alta.
Su gran lección fue la de que cada persona tiene que cuidar de los demás", destaca Carmen Calvo, que da vueltas a la realización de un documental sobre los hijos de aquellos pilotos secuestrados por el régimen de Stalin. ¿Por qué? "Porque no querían que el mundo supiese que había republicanos incómodos en el paraíso".

Arte para la memoria


"Ha habido cola para participar, los artistas se han tirado de cabeza al proyecto en cuanto han sabido que era para Pasqual Maragall", comentaba ayer Joan Gaspar durante la presentación de la exposición "Arte a conciencia" que mañana se inaugura en su galería. Él ha cedido su sala hasta el 9 de octubre a la Fundación Pasqual Maragall y los 45 artistas han donado también sus obras para que su venta contribuya a dotar de fondos esta entidad creada en 2008 para fomentar la investigación sobre el Alzheimer y las enfermedades neurodegenerativas. Entre los artistas participantes figuran desde Antoni Tàpies a Javier Mariscal pasando por Sergi Agilar, Evru, Perico Pastor, Beegoña Egurbide, Frederic Amat, Nicole Gagnum, Joaquím Chancho, Manel Esclusa o Susana Solano.


Pasqual Maragall asomó la cabeza un momento por la galería, pero no quiso participar en la presentación ya que, indicó, se reservaba para la inauguración de mañana, martes, por la noche. Quién si estaba al pie del cañón colgando obras y agradeciendo a todos su presencia era su esposa, Diana Garrigosa, que expresó su confianza de que en pocos años la fundación pueda comenzar a funcionar a pleno rendimiento y agradeció la colaboración de la impulsora de este proyecto, la pintora María Helguera. "Mi marido, el fotógrafo Humberto Rivas falleció el pasado año y también sufrió durante años Alzheimer", recordó Helguera. "Es una experiencia que me ha hecho reflexionar mucho porque ésta es la enfermedad del desconcierto y la vergüenza ya que muchas veces el mismo enfermo o la familia quiere ocultarlo, y, en cambio, creo que lo que hay que hacer es acompañar y querer al enfermo en sus diferentes facetas y cambios". La artista agradeció la colaboración "altruista" de los artistas que "han respondido de manera solidaria. "Todos queremos mucho a Pasqual Maragall y muchos querrían también a Humberto Rivas", indicó.

En esta línea, el pintor Perico Pastor resaltó, precisamente, la complicidad que desde siempre ha tenido el matrimonio Maragall con el arte y la ciudad. "Este es un acto de cierta justicia poética porque los que estamos en este negocio del arte sabemos que nuestro trabajo es una enfermedad y la esperanza es que tenga funciones regenerativas", indicó Pastor. "Mnemosina, l diosa de la memoria, es la madre de las musas, y no está de más recordar aquí que, precisamente, arte y memoria van muy unidos".

Las obras expuestas son casi todas de un tamaño pequeño o mediano para facilitar su comercialización y sus precios oscilan entre los 430 euros de una litografía de Josep Guinovart y los 10.000 euros de un collage de Antoni Clavé. El grueso de las piezas, sin embargo, no superan los 3.000 euros.
Las fichas técnicas y los precios de las obras se puede consultar en la web www.artconsciencia.org.

13 sept 2010

UNA HISTORIA DE GUERRA


Una historia de guerra
XLSemanal - 13/9/2010

Alguien escribió en cierta ocasión que si una historia de guerra parece moral, no debe creerse. Y alguna vez lo repetí yo mismo.
Pero eso no es del todo verdad. O no siempre.
Como todas las cosas en la vida, la moralidad de una historia depende siempre de los hombres que la protagonizan, y de quienes la cuentan.
Ésta de hoy es una historia de guerra, y quiero contársela a ustedes tal como algunos amigos míos me han pedido que lo haga. La moralidad la aportan ellos. Yo me limito a ponerle letras, puntos y comas.

Base de Mazar Sharif, Afganistán. Cinco guardias civiles, de comandante a sargento, perdidos en el pudridero del mundo, formando a la policía afgana. Cinco guardias de veintidós llegados hace cinco meses y medio, desperdigados por una geografía hostil y cruel, en misión de alto riesgo, en una guerra a la que en España ningún Gobierno llamó guerra hasta hace cuatro días.
Los cinco de Mazar Sharif, como el resto, eran gente acuchillada, porque lo da el oficio.
Sabían desde el principio que a la Guardia Civil nunca se la llama para nada bueno. Y menos en Afganistán. Si lo que iban a hacer allí fuera fácil, seguro, cómodo o bien pagado, otros habrían ido en vez de ellos. Aun así, lo hicieron lo mejor que podían.
Que era mucho. Atrincherados en una base con americanos, franceses, holandeses y polacos, vivían con el dedo en el gatillo, como en los antiguos fuertes de territorio indio. Igual que en los relatos de Kipling, pero sin romanticismo imperial ninguno.
Sólo frío, calor, insolaciones, sueño, enfermedades, soledad. Peligro. Los únicos cinco españoles de la base, de la provincia y de todo el norte de Afganistán.

Ellos y sus compañeros habían llegado a la misión tarde y mal, aunque ésa es otra historia. Que la cuenten quienes deben contarla. Aun así, con la resignada disciplina casi suicida que caracteriza al guardia civil, se pusieron al tajo. Como era de esperar, no encontraron la mesa puesta.
Quien estuvo por esos mundos con militares norteamericanos, holandeses y franceses, sabe de qué van las cosas. Sobre todo con los norteamericanos, que tienen a Dios sentado en el hombro como los piratas llevan el loro.
Para hacerse un hueco entre sus aliados, distantes y despectivos al principio, no hubo otra que la vieja receta de Picolandia: aprender rápido, trabajar más que nadie, no quejarse nunca y ser voluntarios para todo. Y por supuesto, tragar mierda hasta reventar. Y así, a base de orgullo y de constancia, poco a poco, los cinco hombres perdidos en Mazar Sharif se hicieron respetar.

Un triste día se enteraron de la muerte de sus dos compañeros en Qualinao. De la pérdida de dos guardias civiles de aquellos veintidós que llegaron hace medio año, y de su intérprete. Y pensaron que el mejor homenaje que podían hacerles era que la bandera norteamericana que ondea en la base fuese sustituida, aquel día, por la española a media asta.
Eso no se hace allí nunca, aunque a diario hay norteamericanos muertos, los franceses sufrieron numerosas bajas, y también caen holandeses y polacos. Así que el jefe de los guardias civiles, el comandante Rafael, fue a pedir permiso al jefe norteamericano. Accedió éste, aunque extrañado por la petición. Saliendo del despacho, el guardia civil se encontró con el jefe del contingente francés, quien dijo que a él y a sus hombres les parecía bien lo de la bandera. En ésas apareció otro norteamericano, el mayor James, que nunca se distinguió por su simpatía ni por su aprecio a los españoles, y con el que más de una vez hubo broncas. Preguntó James si los muertos de Qualinao eran guardias civiles como ellos, y luego se fue sin más comentarios.

A las ocho de la tarde, cuando fuera de los barracones apenas había vida, los cinco guardias se dirigieron a donde estaba la bandera. Formaron en silencio, solos en la explanada, cinco españoles en el culo del mundo: Rafael, Óscar, Rafa, Jesús y José. Cuando se disponían a arriar la enseña, apareció el teniente coronel francés con sus cuarenta gendarmes, que sin decir palabra formaron junto a ellos.
Luego llegaron el mayor James, el teniente Williams y veinte marines norteamericanos.
Y también los polacos y los holandeses. Hasta el pequeño grupo de Dyncorp, la empresa de seguridad privada americana destacada en Mazar Sharif, hizo acto de presencia. Todos se cuadraron en silencio alrededor de los cinco españoles, que para ese momento apretaban los dientes, firmes y con un nudo en la garganta. Y entonces, sin himnos, cornetas, autoridades ni protocolo, el capitán Rafa y el sargento José arriaron despacio la bandera.
Una historia de guerra nunca es moral, como dije antes. Si lo parece, no debemos creerla. Pero a veces resulta cierta.
Entonces alienta la virtud y mejora a los hombres. Por eso la he contado hoy.